lunes, 27 de diciembre de 2021

Llegando al Traful, que ya estaba.

 DIA II


"Nos ha sido dado"...

Continuamos en la fiesta del gozoso "nos ha sido dado". La fiesta del Don y del Donante. Celebramos la manifestación del Regalo; de los inmerecidos regalos; de todos los regalos que existen, pequeños y grandes.


En esta corriente de gratis date proseguíamos nuestro viaje sureño. Sorprendiendonos por la transformación abrupta del paisaje: de la desnuda estepa a la exuberancia de la Naturaleza, a la explosión de vida por el agua que se derrama del cielo copiosamente. Apenas unas gentiles piceas cual mensajeras del mítico rey de estas latitudes nos anunciaban y advertían la inminencia del encuentro con una nueva luz... que podría enceguecernos.

Pero seguíamos el destino rutero con determinación. Cuando en una curva, de las tantas que abundan por la ruta 40°, vislumbramos un volcán. El volcán Lanín que ciertamente nos causó cierto pavor por su presencia repentina y desafiante, aunque distante. Desde entonces el volcánico observaba nuestro andar, imperturbable. Más adelante, una gigante olla nos animaba a descubrir las últimas causas de su forma de cráter con sus corrales de piedras que la circundaban. Terminaciones telúricas asombrosas, de eso se trataba.

Nos aproximábamos a la meta. Si bien disfrutábamos el paseo, recreándonos incansablemente, queríamos llegar. Y al llegar, queríamos reposar. Y posar la mirada contemplativa sobre el objeto. Con un enfoque creacionista. Con una perspectiva lumínica. Para seguir viviendo de lo contemplado, de lo dado, de lo concebido por el Creador.

Para dialogar con Él, sobre Su idea en las cosas, de Sus cosas. Sobre el porqué de todo eso que veníamos viendo y contemplando con tanta fruición: sobre el cráter, sobre el volcán, sobre los corrales de piedra, sobre el reino mineral, sobre el reino vegetal, sobre el árbol aquel, sobre la roca aquella, sobre todo, de todo; todas las cosas, las cosas, la cosa, la idea, la esencia, la verdad. Nuestra mente receptora y Su mente creadora, sin más. Nuestra mente que se esforzará en ser, al menos por unas vacaciones, dócil, atenta y benévola.

Para ello, una vez arribados en Villa Traful y acomodados los trastos y comido el queso compañero, nos acercamos respetuosamente a saludar el Lago. A sentir, primero, su agua fría besando los pies. Y detenerse en su orilla para mirarlo, y mirarlo, y mirarlo. Entonces fue que nos dimos cuenta que la admiración de este cuadro no suscitaba el vértigo y no producía el temblor que generan los océanos al ser admirados.

¿Por qué? Difícil cuestión.

¿Será que en el misterio de los lagos, con aus montañas y sus bosques, todo está ceñido, enmarcado con sus contornos precisos?

¿Será que se subestima la indomable energía que se contiene en estos parajes y se presume de un poder de dominación que no existe?

¿Será que no se es un niño indefenso como ocurre cuando se está frente al mar?

¿Será tiempo, permanencia?

¿Por ventura habrá que obligarse a superar la embriaguez que se producen en los sentidos ante tanta invasión de lo bello en sus múltiples percepciones?

Porque habrá inmensidad en el mar, pero hay austeridad.

Hay la esplendidez de las montañas, pero hay austeridad.

(¿Estaré utilizando bien el término "austeridad"?).

Sin embargo, aquí cuesta captar la austeridad, si es que la hay. Aquí todo rebosa, excede, estalla en colores, sonidos y aromas. En infinidad de armonías. Decir que este entorno natural es un verdadero festín de los sentidos, es decir poco. Pero nada excusa descubrir la verdad que se esconde en este lago, en este bosque, en este monte. 

En este locus amoenus.  Y para eso tenemos más días, aunque no muchos...


《¡Emite lucem tuam et veritatem tuam!》

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