El siguiente episodio ocurrió un atardecer, en la maravillosa hora dorada en la que los árboles cobran luz propia. Rojo era el cielo y grande el sauce bajo el cual, dos amigos conversaron. Ya estaban medios ebrios, como ocurre cuando hablan de todo lo divino y lo humano. Para concluir la plática, uno tomó su vieja guitarra, y entonó estos versos improvisados. Desde el vamos que el canto, viniendo de quien vino, no poseía rima ni métrica ni poseía. Su versión original ha sido olvidada, pero decía mas o menos lo siguiente:
"¿Cómo es posible amigo, sufrir por lo que sufro?
¿Cómo es posible tener nostalgia, por no sentir nostalgia?
¿Dónde quedaron los días, los días de nuestra infancia?
Busco la realidad y en realidad no la encuentro...
¿Cuándo fue que se embotaron, se embotaron los sentidos?
¿Cuándo fue que sin quererlo, olvidamos estar vivos?
La lluvia ya no es lluvia, el vino ya no es vino,
Y no salgo de mi asombro, al saber que no me asombro.
¡Ay, amigo! debe disculparme, por estos versos intrincados,
no pierda usted la paciencia, si no encuentro mi inocencia,
poco a poco la fui sepultando, con la pronta adolescencia,
y mi mente nublada, va entonando esta payada.
Me entristezco de las cosas, de las cosas olvidadas,
el placer de la existencia, de lo presente y cotidiano.
Saborear cada momento, con pureza en la mirada,
sentir a cada instante, la belleza de mi entorno.
¿Cómo he de volver, a descubrir a mis amigos?
¿Qué debo hacer, para estar en mi jardín?
¿En qué nota se toca, la zamba que tanto se?
¿Por qué diablos este cigarrillo, no lo puedo disfrutar?
No se me enoje amigo, si recito con apuro
justamente es mi condena, razonar con ansiedad
Es que a veces ni los libros, ni las horas de verdad
nadie quiere venderme, venderme la serenidad
Yo maldigo muchas cosas, cosas que debo usar,
comenzando por el celular, y todo tipo de pantalla,
Maldigo la música pagana, y los ruidos de la ciudad,
Maldigo las empresas, los dólares y las finanzas
Quiero también reprochar, al hombre clerical,
a las confusiones religiosas, que mitigaron mi alegre andar.
Al que de chico me enseñó, que el santo es similar,
al mojigato de cara larga, y castrado en su accionar...
........
Al llegar a esta parte del relato, justo cuando el cantor comenzaba a exaltarse, comenzando el derrotero de sus pasiones, se vio interrumpido por su madre, que desde la ventana de la cocina le dijo:
-Hijo mío, vas a llegar tarde al psicólogo-
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