lunes, 11 de marzo de 2024

THE CHOSEN 

 Una encendida apreciación



 1.2.24


Es mi deseo esta vez (o acaso una exigencia del corazón tiernamente herido) compartir una viva y revitalizadora impresión, un noble admiración, una verdadera alegría. Anoche he acabado de ver la serie cristiana The Chosen. Se me hizo tarde el concluirla porque no podía dejar de ver los dos últimos capítulos “al hilo”. En verdad, creo que podría ver la serie entera sin interrupción. De hecho, ya me encuentro con ganas de volver a verla, de principio a fin, y eso que aún no he terminado de decantar todo lo que esta gran obra (¿maestra?) ha podido -y puede- ofrecer. Pero la “adicción” que adrede asoma en estas líneas hacia tal obra cinematográfica no se debe tanto a la calidad de los recursos que se utilizaron, al alto nivel de sus personajes (quizá a expensas de uno, el que interpreta al Mesías: Jonathan Roumie, del que hablaré más adelante), del vestuario, de la escenografía, de la fotografía, de la música, etc., sino a la figura central de Jesús de Nazaret. Lo que acabo de afirmar no va para nada en detrimento al inmenso logro alcanzado por su creador y director (Dallas Jenkins) y a todo el equipo con el que trabaja. Al contrario, el mismo fundador de la serie afirmó que, de hacer cine cristiano, lo haría a lo grande, con magnanimidad, belleza e intensa emoción. Y puedo decir que lo conquistó, colmadamente. Que en estas primeras tres temporadas, de ocho episodios cada una, ha podido capturar toda la atención del televidente, ha llegado a conmover las fibras más íntimas de muchos espectadores que, probablemente, hayan empezado a ver la serie dramática con cierto escepticismo pero que rápidamente tal estado de la mente viró a una especie de devoción, o compulsión, por la obra de marras.


Me atrevo a ponderar el trabajo de Dallas Jenkins a la altura de la gran obra mundialmente aclamada del artista indómito Mel Gibson, con su película La Pasión de Cristo. En efecto, con ambas he tenido la misma experiencia de transformación, de renovación de la mentalidad, de sincero arrepentimiento. El Cristo recreado por ambos cineastas ha resonado con el Cristo interior, con el Jesús que ha ido creciendo y dibujándose en el alma, en la misma imaginación que ayuda a la vivencia de fe, en el transcurso de 15 años en la práctica cristiana, especialmente a través del ejercicio continuo y reposado de la Lectio Divina. Es difícil expresar, de hecho, tales vivencias, intuiciones y sentimientos que provoca el Señor en la persona que busca seguirlo. Cada experiencia con Jesucristo, sin dudas, es totalmente personal y única, irrepetible e inédita. Sin embargo, me apresuro a conjeturar que a muchos cristianos en el mundo entero las figuras de estos Cristos que han sido interpretados fielmente por dos bendecidos actores (el de la Pasión es Jim Caviezel) ha calado hondo en el sentir creyente auténtico. Se nos antoja el Salvador genuinamente cercano gracias a tales presentaciones, llenas de fe, de transparencia, de cordialidad y de suma reverencia por el Hijo de Dios. Y esta cercanía se debe a la fascinación que causa la humanidad del Verbo eterno, esa santísima humanidad que tanto enamoraba y enloquecía a Teresa de Jesús y… ¡a cuantos más! Por eso decía al principio que si hay un motivo de obsesión, una razón legítima para volverse adicto por las dos creaciones susodichas del “séptimo arte”, se debe a este Jesús irresistible y encantador, «el más hermoso de los hombres» como canta el salmista, que tiene el poder de cautivar hasta el individuo más indiferente y la fuerza de rescatar hasta el hombre más desesperado. 


Inmediatamente hay que aclarar que tal redención no la produce el arte en sí -los actores, las escenas-, pues no. Quizás esté de más semejante aclaración, pero lo cierto y vigente es que toda redención, la sanación y liberación anheladas, son obras exclusivas de la Gracia de Dios. El que opera incesantemente es el Espíritu Santo, quien labura misteriosamente en el corazón de los hombres: en los corazones rotos de innumerables personas que todavía hoy esperan al Mesías, al único Salvador: Nuestro Señor Jesucristo. En este mundo posmoderno y poscristiano, posmetafísico y posreligioso, las sombras avanzan y el mal se expande descaradamente. Pareciera no tener dique la malicia y la mentira en la sociedad actual. Se presenta, a menudo, demasiado desolador el panorama del siglo XXI: la creciente falta de Fe, el aumento incontrolable de la violencia, el avance arrollador de la pornografía, la dominación de las riquezas y el reinado del éxito laboral con su ascendente estrés y depresión, y un largo y desalentador etcétera… También dentro de las comunidades creyentes pareciera reinar la discordia, haber un retroceso en el camino cristiano, estarse la caridad enfriando de manera vertiginosa. Muy intrincado y complicado se presenta la opción por seguir al Señor. Abundan las opiniones, las contradicciones, los juicios y las murmuraciones. Todo en nuestra decadente generación parecería conspirar para elegir y atender al Maestro,  «lo único necesario». Son tantos los dilemas, los problemas, los conflictos, las presiones y las crisis de todo tipo que un servidor está tentado -o puede estar seriamente tentado- de abandonar el Credo. De darle las espalda a Dios. De marcharse de la Iglesia para siempre. Hasta de convertirse en enemigo de Dios y de la Iglesia, un resentido,… ¡un desesperado!


Sin embargo, el Padre no nos abandona jamás. El Creador no se desatiende de sus creaturas, de su creación, aunque muchas veces así parezca ante nuestras minúsculas y duras entendederas. Y por lo tanto, hay signos y señales, símbolos y sacramentos que nos manifiestan su Presencia creadora, restauradora, santificadora. Que nos susurran -o gritan- que el Reino de los Cielos ya está acá, entre nosotros, que el tiempo se ha cumplido: que hay que convertirse nomás, y volver a creer al Evangelio. Siempre están los mensajes del Eterno, para el que quiera verlos, para el que se compromete a escuchar con inteligencia y humildad. 


Así, por ejemplo, esta serie dramática basada en la Vida de Jesús, vista por sus elegidos, es un signo elocuente para esta época convulsa. Es un milagro, así lo veo yo. Incluso que esté, por caso, en la plataforma nefasta de Netflix no deja de asombrarme pero ¡cuánto me alegra que pueda difundirse masivamente la Buena Noticia por medio de semejantes instrumentos diseñados para el Mal! Se revela así, una vez más, que Dios hace lo que quiere con los medios que Él dispone. Que es Soberano y Omnipotente. Que nada se le escapa. Que es el Gran Jugador. Y que el Evangelio seguirá proclamándose hasta el fin del mundo y hasta los últimos rincones de la tierra que habitamos. Y que Jesús, Dios y hombre perfecto, sigue siendo el único Mediador entre el Padre y nosotros, entre Cielo y Tierra: Él y su admirable Cruz. No hay otro camino. «No hay otro Nombre dado por el cual ser salvos» (Hch 4,12).


The Chosen seguirá teniendo éxito (pese a los fariseos de turno, al mundo enfurecido y gracias a la gente sencilla) debido a que el protagonista de la misma serie “taquillera” es el Amado y es el Amor: "el Amigo del hombre" -como gustaban llamarlo los Santos Padres-. Todos somos llamados, y llamados por este Amor invencible, y podemos ser elegidos por el Amado para seguirlo y servirlo en el prójimo. Sólo una cosa es necesaria:

–"FOLLOW HIM". 


{Continuará…}


P.d.: Después de escribir esta apreciación me enteré que la serie constará de cuatro capítulos más, o sea en total serán siete temporadas, y que el capítulo cuarto ya ha sido estrenado. Les dejo un enlace para ver el adelanto de lo que se viene... Deo gratias!

P.d.2: Para el que no pueda ver la serie en Netflix puede descargarse la aplicación Angel Studios y disfrutarla gratis desde allí con buena calidad. Tanto este dato como la recomendación 'encendida' de ver The Chosen fue gentileza de un sabio monje benedictino, actual secretario del Abad Primado, en Roma. Providencial encuentro, agradecida sugerencia.




Hilario.

sábado, 9 de marzo de 2024

Le mystère de la femme.

 

Y siempre ellas


Y siempre ellas...

No faltan. Nunca.

En todas partes se encuentran, con o sin invitación, estando el deseo enardecido por ellas o no. O no estándolo, sencillamente. Acaso estando el deseo en otra parte, avivado y tenso hacia otras realidades.

Pero da igual. No hay caso.

Ellas aparecen igual, de distintas maneras, bajo mil escaramuzas. Insistentemente ellas aparecen y atraen, irresistiblemente atraen.

Excitan. No, no es la palabra a veces, no en este caso.

Interfieren. Eso. Siempre interfieren, para bien o para mal. A menudo para mal...

Son las rivales perfectas.

Son las rivales en el amor del mismo Creador -y no lo digo yo...

Son como el mar, como las olas de mar...

De un mar que nuevamente intento contemplar, en la tarde final de mis vacaciones. En una tarde extraordinaria, de intensos rosados colores salpicando aguas y nubes, dunas y espumas. Explosión de la Naturaleza que se despide del verano, en un adiós estival de tonos melancólicos y agridulces sabores.

Las olas reflejan la acción de las hijas de Eva.

Ese ir y venir constante, mecánico, implacable. No dejan un instante de lamer la tierra herida. Retornan incansablemente a las costas pacíficas para dejarle minúsculas partículas marinas, de origen desconocido, incierto. Peligoroso...

La influencia que ellas, las olas, tienen sobre la arena blanda es poderosa. Hace miles de millones de años ejercen el mismo poder sobre infinitas playas, hasta en las islas más remotas.

Notable influencia, deslumbrante ejercicio.

Las agrietadas costas piden a gritos la solidez de las rocas, las fuertes escolleras, los gigantes acantilados. Para que las olas se estrellen, sin más, y no dejen huellas en el barro.

Para que el limo costero no sufra permanentemente la pleamar y la bajamar, rítmicas en su oleaje musical.

No se puede estar siempre en guardia. Es agotador...

Pero las aguas seguirán estando. Más violentas o menos violentas, seguirán su curso regular. Tienen una ley inscrita: ellas cumplen.

Ellas son, existen. Así son ellas, mon ami.

¡Y cuánto atraen las olas! 

¡Qué poder magnético se esconde entre sus crespas cabelleras!

¡Qué hechizo se acumula en las aguas inconmensurables!

Embrujo de marineros.

La suprema "Tentación" para algunos santos amantes y juglares, como el Pobrecillo.

Musa y maga de poetas enamorados.

Enemiga de amores mejores para orantes apasionados y pecadores.

Y al mismo tiempo...

Son ellas las que permiten arribar al puerto añorado.

¡Ellas!, la misma puerta del cielo -al menos una Mujer lo es...

Con todo, hay que acostumbrarse a lidiar con estos fenómenos del cosmos, de un mundo caído que clama a gritos la liberación. Y en la Esperanza aguardamos la anhelada y dichosa liberación. Hay que aprender a estar con ellas -con Ella- buscando que sean oasis de paz y de compasión, canales de gracia y de comunión. Fuentes de castidad. 

Para eso, hay que luchar.

¡Cuánto habrá que luchar, amigo mío!

El mayor don en la tierra también es el mayor riesgo y la fatigosa conquista.

Además...

Ellas somos nosotros.

Ella soy yo. Mi correlato existencial y mi costilla mística. Todo ha de ser salvado y saneado.

Y aunque el mar siga allí, imperturbable, en un continuo reflujo de aguas saladas orillando sus encantos, yo sigo mirando la Estrella de la tarde.

Mi Undomiel.

Con las manos sucias y el cuerpo ajado descanso en la Pietas...


¡Esposa y Madre, no me sueltes!

viernes, 8 de marzo de 2024

¿Hay pique?

Confesión atardecida


¡Qué extraño...!

Llevo más de una semana de vacaciones, es el séptimo día que me encuentro en la playa al atardecer, buscando la soledad para contemplar el mar y esperar la inspiración poética, y nada. El mar no me dice nada. La belleza desbordante de lo que contemplo no me sugiere nada. 

Y recuerdo los días pasados, las vacaciones anteriores frente al mismo espectáculo, la exacta escena, y las palabras inspiradas brotaban con facilidad; todo me hablaba, todo el cosmos me gritaba. El mar me decía sus encantos, me susurraba mil secretos. Antaño me salía espontáneo escribir con cierta belleza, con mi rudimentario y algo ingenuo arte, lo que observaba y todo lo que me producía en el interior, aquello que absorbía con mis ojos, con todo el alma.

Ahora es distinto. ¿Es realmente distinto? Ahora pareciera que las cosas callan. Que la belleza del mundo sigue ahí, ante mí, pero ya mi alma no puede descifrar su número, destilar su esencia. El mar está como mudo para mí, en mi interior, aunque las olas sigan bramando y rugiendo, o cantando con voz antigua e idéntica. Todo sigue igual allí afuera. Sin embargo, acá dentro, en mis hondos adentros todo ha cambiado; está cambiando, constantemente. O mejor dicho, muchas cosas han cambiado, aunque otras tantas permanezcan inmutables. Acaso sea el "yo" consciente el que permanece; este sujeto que vive, que sigue existiendo y sigue insistiendo para buscar la luz de las cosas, el secreto de la tierra, para capturar el sentido de lo creado y alcanzar, quizá, el mismo misterio del ser. Para adorarlo, nada más, y ciertamente nada menos. Pero necesito del arte, necesito del pensamiento subido y la emoción intensa como dos alas que se despliegan para tomar vuelo y avistar el horizonte completo. Para abarcar lo grande y terrible del universo, la majestuosidad de lo que existe, y ser arrebatado por todo lo bello, bueno y auténtico que tienen las cosas, y que poseen las personas.

Mas, empero, nada dice el mar...

Ahora estoy escribiendo lo que recién pensaba, meditando esta impotencia de mi vena poética, esta sensación de incapacidad por no saber qué ver ni dónde oír. Para no dejarme arrastrar por ese sentimiento de gratitud y esa sensación de expansión por tanta belleza contenida en un atardecer marino, por no entusiasmarme artísticamente, ¡románticamente!, por el poder magnético y casi eterno del Océano Atlántico...

¿Qué nos pasó, corazón?

Recién caminaba en círculos, fumando pipa, tratando de aligerar el espíritu y de dilucidar los motivos de mi desazón, o tal vez, de una pena escondida. Una penita que se me escapa. Una penita vespertina de mar. No es acedia lo que tengo. No. Es otra cosa. Sigo mirando de hito en hito la extensión marítima, estas aguas que en la tarde de hoy martes se mantienen bastante quietas, inesperadamente quietas. Indefensas... Acaso como estoy yo ahora. Con cierta sensación de debilidad, rumiando la fragilidad de mi personalidad, a par de palpar lo fugaz y efímero de todo lo que me rodea, de sentir ardientemente la caducidad de la vida y la mortandad que sella las cosas de este mundo pasajero. 

Y daba vueltas en la abandonada torrecilla de vigilancia de los guardavidas. Casi nadie queda en la playa, y aprovecho la yerma costa para seguir escrutando el misterio de la cosas, de la vida y de la muerte. No hay distracciones al momento, milagrosamente. ¡Y qué reposo, cuerpito mío! ¡Qué de distracciones carnales, indómitas, se hallan en las playas concurridas! Y eso que esta fecha debería ser más tranquila para alguien que busca una auténtica vacacación de cuerpo, mente y corazón. Es Marzo ya, pero todavía sigue la concupiscencia visitando a los hijos de Adán que quieren amistad con el mar y alianza con los deseos puros.

Continúo en la pequeña y desvencijada torre de madera oteando la línea divisoria que  une (¿o separa?) cielo y mar. Contemplo alborozado unas nubes bajas color rosado, aunque soportando un viento frío, y quedo a la espera de nuevas epifanías...

Y me causa ironía que esté en el puesto de guardavidas. ¿Qué vidas debo guardar? ¿Qué vida puedo guardar yo? Apenas me mantengo en pie, agónico, luchando contra tantos malos pensamientos que se agitan como borrascas intempestivas en un día claro y sereno de mar. Apenas logro resistir ante los furtivos y arteros ataques de insidiosos Dementores que succionan el ánima, que me desvitalizan con sus presencias sombrías y elusivas. Sí, me quitan energía tantas tentaciones e ingentes estímulos cargados de malicia, de mentira y de sensualidad proterva.

Sólo debo guardar mi alma: rotunda es la consigna. Pero en verdad, ¿es que soy yo, pobre carroña para aguiluchos hambrientos, el que podrá guardarse? Si hasta necesito guardarme de mí mismo: guardarme a mí de mí; de mi yo dominante y posesivo, del ego destructivo. Ya hay quien guarda las almas y los mares. Hay un único Guardián de Israel. Existe un Salvador, y sólo Él puede manternos en pie, alejados del enemigo interno que tenemos y nos traiciona a la primera.

Su nombre es Jesús. Y él es el verdadero "Salvavidas". Él sólo tiene el derecho y el poder de vigilar desde su torre de marfil, desde el seno de María, y desde la diestra del Padre todopoderoso. 

Si en esta tarde mis pensamientos han desembocado en su Persona es porque lo deseo profundamente. Tal vez lo necesito más que nunca, más que cuando era un adolescente en vacaciones que se iba a la playa con sus pipas y sus libros ansioso de elevar sus pensamientos y atento a las inspiraciones que le provocaban las cosas y el éxtasis de la vida. Pocas preocupaciones habían en aquel entonces. El rostro de las cosas y de los casos humanos lucía más afable. Cerca de la superficie de la existencia todo resulta más "simpático" y placentero...

Sin embargo, ahora mi biografía va centrándose más en Él, en descenso directo al corazón profundo. Y no lo puedo evitar. No lo puedo controlar. Parece un movimiento irrevocable. Ninguna otra cosa o experiencia me dan el sentido, la orientación justa, la motivación que necesito para salir a correr o para ascender montañas o para lanzarme tras las olas por puro afán de enfrentarlas y atravesarlas, y de obedecer un impulso interior que me manda a ir mar adentro, hasta el fondo, hasta el fondo de todo, hasta el fondo de los acontecimientos y de cada persona en particular, con una confianza infinita, porque hay un Padre de los océanos que mira desde Arriba y un Espíritu que auxilia desde dentro. Y no hay más. Son ellos Tres la razón de mi vida, y mis ganas. Por Ellas emprendería algo grande y peligroso, , mas si hago estupideces temerarias, ¿no serán inconscientes ensayos de querer una existencia superior? "Superior", no en el sentido de ser "más que otros" o de ser alguien reconocido y exitoso en la sociedad, sino de vivir divinamente siendo humano. Vivir en estado pascual. Vivir el misterio de la Encarnación del Señor, a quien intento seguir con pasión, y no menos, con compasión a este miserable que cae habitualmente pero no cede a la gran tentación del desánimo. Con misericordia por todos los miserables de la tierra que lo buscan y procuran seguirlo, con mayor o menor lucidez y valentía. Todos estamos embarcados en la misma expecional aventura: arribar al puerto y a la patria de la Trinidad bendita.

Y voy terminando este escrito sincero, con los dedos entumecidos, con las últimas luces de un crepúsculo singular. Y voy sospechando la inquietud de estos días de playa y sol, de arena y mar, con poca gracia y angustiada oración. El desasosiego, pues, ¿no será que buscaba en el mar, en el cielo, en el bosque, en los pinos, en la arena, en los libros, en la pipa y en el mate una inspiración vacía de sólido contenido? ¿No será que andaba obsesionado con la vanidad de las apariencias estéticas? ¿En el fondo, no me estaría buscando a mí mismo, a ese yo vanidoso oculto tras el poncho y la boina, como lo estoy ahora...? Quizás por eso todo permanecía mudo, porque buscaba la nada. La nada es muda, y es moda. La nada es muerte y trágica farsa.

Lo que da vida, fuerza y luz ya lo tenía dentro mío, y yo buscaba afuera como tonto. ¡Estúpido!, es Él... es Dios. Y en adelante, seguirá siendo Él, y ojalá que cada vez más. Él, la razón de todo, Él y sólo Él el único motivo de inspiración. Él le da sentido a todo e ilumina este mundo. Por tanto, ¿qué me obliga a quedarme mirando el mar en esta tarde de verano? Pues, una vez más, Él: que hay Alguien en las aguas verde azuladas, que hay un Tú al que dirigirme desde el fondo de mi alma. Y que ese Tú me ama, eternamente me ama, me llama, me elige y me destina a la Gloria.

¿Lo demás? Frivolidades.

Amén. 



jueves, 7 de marzo de 2024

Libre regreso al verso libre...

 SILENCIO Y LUZ

Gus,
un amigo d'orsiano.


“Silencio y luz”.

Tal fue el saludo

De un amigo peregrino

Que busca al Uno.


Silencio y luz.

¡Maravillosa expresión!

¡Profunda meditación!

Benéfico mantra.


Silencio y luz.

¡Cuánto fuego en la expresión!

¡Cuánta manifestación!

¡Qué de encantamientos…!


Silencio y luz,

Y ya la paz me visita.

La quietud se adivina

En el orden interior que retorna.


¡Silencio y luz!

¡Afuera el barullo!

Las opiniones arrugo

Y las tiro al tacho de mi desdén.


Silencio y luz:

Basta de ruidos.

Basta de vicios.

Fin a las heridas torpes de los hombres.


Silencio y luz.

Bálsamo de la mente.

Áncora fiel y clemente.

Amigas del desierto.


Silencio y luz;

Signos en la Consciencia.

Huellas de Su presencia.

Promesas de un buscador del Ser.


Silencio y luz

Son palabras que necesito,

El estilo que busco y preciso;

Un deseo insobornable.


De silencio y luz

Anhela ser mi plegaria…

Mientras atisbo la Nada

Más amable que la Noche.


En silencio y luz

Quiero a veces recordar

Cómo gozaba el amar

Entre celdas y claustros monacales…


El silencio es luz,

Y la luz, silencio.

¡Tú eres mi Silencio!

¡Tú eres mi Luz!


Amén. 


Regreso al Atlántico...


Otra tarde atento al Otro



Se oyen rumores distintos

En arbustos marítimos

Y a mis espaldas distingo 

Pequeños seres divinos.


Zumban los mosquitos en la arena

Importunando a un observador.

Mientras, el sol dora la marea

Con un mar rutilante, abrumador...


¡Bravío! Las olas claman 

Tu presencia, tu llegada.

La cita está preparada:

Es hora de la llamada.


¡Sólo dilo!

Yo vigilo.


¡¡¡Ven!!!


H.

miércoles, 6 de marzo de 2024

"¿Vocación de publicanos?"

 LA ORACIÓN DEL PUBLICANO

Por: Un Cartujo.



  Siento la necesidad de pararme en el episodio del publicano algún tiempo porque estamos ante una verdadera oración teologal que pone la mirada sobre Dios y nadie más: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, tan distinta de la oración con la que el fariseo expone sus peticiones, complaciéndose en su propia persona. Es una oración que busca a Dios. El mismo Jesús nos lo garantiza. Es una oración que se refiere a nosotros porque nadie tiene nada que decir salvo implorar la misericordia divina por nuestra condición de pecadores.

  Es importante reconocer que nuestros pecados no nos impiden presentarnos ante el Padre misericordioso. Al contrario. Sólo Él puede tener piedad y hacer, por el misterio de su ternura y poder, que seamos justificados, agradables, acogidos con benevolencia por haber creído que él está lleno de compasión y misericordia.

  Insisto sobre este punto porque me parece que constituye el núcleo de nuestra oración teologal como pobres herederos de Adán que somos. Algunas tradiciones espirituales falsas y una “educación cristiana” estrecha han conseguido que, en la inmensa mayoría de los casos, el pecador esté convencido de que a los ojos de Dios no tiene derecho a existir y que lo mejor que puede hacer es huir lo más lejos posible del implacable vengador del cielo. ¡Qué caricatura del evangelio!

“Dios amó tanto al mundo que le entregó a su único Hijo para que el mundo sea salvado, no condenado” (Jn 3,16-17).

  Podríamos añadir numerosas citas en este sentido del evangelio y de las epístolas. El pecado se ha convertido en el revelador del amor profundo e infinito del Padre hacia sus hijos. Todos tenemos vocación de publicanos porque todos somos pecadores llamados a buscar la intimidad con Dios. Él nunca nos dirá: “Vete primero a purificarte y luego preséntate ante mí”. Al contrario, si reconocemos la verdad de nuestra pobreza y nos dirigimos a su misericordia él nos dirá: “Ven para que te purifique, ven y alegra mi corazón y el cielo entero”.

  La paradoja del amor divino es tan fuerte que no me parece excesivo decir que la oración del publicano es la única forma normal de oración teologal para nosotros. Nunca podremos presentarnos ante Dios sin llevar en el corazón obstáculos, como pecados, huellas que dejan esos pecados, obstáculos involuntarios, pero demasiado reales para dejar obrar a Dios en nuestra vida, etc. Todos y siempre nos presentamos ante nuestro Padre como el hijo pródigo seguros de que nos abrazará antes de que empecemos a darle explicaciones.

  Habría mucho que decir en este sentido sobre la oración de curación, la oración de esos múltiples pecadores, débiles y enfermos cuya purificación se revela en el evangelio a través de la presencia de Jesús, con una sola palabra de su boca o un simple gesto de su parte. Y esto siempre es verdad. ¿Quién puede hablar de esas curaciones rápidas y progresivas de almas heridas, de corazones presos, de sensibilidades revueltas que en el secreto de una oración dirigida directamente a Jesús se han visto curadas y resucitadas en la medida en que han creído en Él, han tenido confianza y han intentado amarle?

  En esos casos realmente se trata de una oración teologal. Se produce un encuentro con el Hijo de Dios y un cambio: “Él toma sobre sí nuestras debilidades” (Mt 8,17) mientras que la vida divina empieza a brillar en nuestro corazón; no sólo nos da esta consolación, sino que también nos hace partícipes de su propia vida.

  ¿No es también una oración de publicano la oración de Jesús que repiten desde siglos e incansablemente los hesicastas? El texto de la jaculatoria con la que rezan está parcialmente tomado de la fórmula de publicano: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Generaciones de monjes no han tenido otra oración interior distinta de esta que a su vez les ha llevado a la intimidad silenciosa con Dios, al fondo de su pobreza.

  “Tu rostro busco, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26,8-9). Este versículo del salmo, entre muchos otros, permite presentir el profundo deseo del Señor que anima tantos corazones. ¿Encontrarán el medio de llegar hasta el fin de su búsqueda? ¿No nos perderemos en el camino o cansados por la falta de éxito, nos sentaremos desanimados al borde del camino?

  Me pregunto si esos buscadores de Dios a la deriva cuentan con las ayudas suficientes. Saber esto debería causar una herida en nuestro corazón. Ojalá el Padre infinitamente misericordioso escuche nuestra oración por ello. 

  Para terminar, tengo que reconocer la imprudencia que he cometido empezando estas páginas cuyo tema desborda enormemente mi competencia. Gracias por perdonarme. Amén.


[Fuente: Ver a Dios con el corazón. La práctica de la oración del corazón.]

martes, 6 de febrero de 2024

¿El fariseísmo es tradicionalista o el tradicionalismo es farisaico?


Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?». El les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: «Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro "corbán" –es decir, ofrenda sagrada– todo aquello con lo que podría ayudarte...» En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!».
Mc 7, 1-13

El evangelio de hoy pareciera destinado a toda clase de "tradicionalismos", especialmente el tradicionalismo de tipo "religioso". Tres círculos distintos se congregaban habitualmente alrededor del único Maestro: primero) los apóstoles; segundo) la muchedumbre; y tercero) los fariseos (con saduceos, escribas, sumos sacerdotes o ancianos en ciertas ocasiones). "Los discípulos" del Señor se encuentran claramente en el primer círculo, y a menudo, en el segundo, pero jamás en el tercero. Las escenas donde aparece Jesús con este último grupo "farisaico" siempre son conflictivas, problemáticas, violentas. No es que Jesús busque "meterse en problemas" pero con esta gente resulta inevitable no chocar. No es problemático el Rabí, el gran problema suyo (y de todo verdadero creyente) es el fariseo, o mejor habría que decir, los fariseos, en plural, porque esta "raza de víboras" suele ir junta, en patota, escudada en la institucionalidad, en el ritualismo y en el reglamento.  O tal vez no sea un problema para Cristo el diabólico fariseísmo -"diabólico" porque siempre el sujeto poseído por este espíritu oscuro busca separar, sembrar cizaña, señalar las diferencias y levantar muros-, sino, simplemente, un instrumento para que se cumpla la justicia divina: para que se lleve a cabo el plan de redención. Sí, indudablemente sería -de ser así- un instrumento completamente inconcebible para la estrecha mente humana, insólito, un instrumento terrible y crudelísimo. O quizás veía el Salvador en el fariseísmo una enfermedad incurable, totalmente irremediable. O todo esto a la vez: problema-instrumento-enfermedad-y pecado. En tal caso, el fariseo es un individuo irredento pues no ama "la luz verdadera que ilumina a todo hombre", como dice el Prólogo de Juan el Teólogo. Se trata de aquel personaje descrito por el Profeta que, siendo "vasija", discute con la Sabiduría encarnada al creer que Ella "nada entiende" (cf. Is 29). Aún más, el fariseísmo es el pecado que no será perdonado jamás porque es lo que rechaza al Espíritu Santo. "¡Qué perversidad la vuestra!", les dice Isaías en visión a los fariseos. La ciencia de éstos fallará -y falla-, y su aparente """prudencia""", segura y satisfecha, se evaporará. Se irá deshaciendo, como barro caliente entre manos de alfarero. El fariseísmo es un ensayo de satanismo arropado de santidad. Fariseo es aquel hombre hospitalario con los malos pensamientos. El "paseador de los logismoi", que, llevando sus canes hambrientos, éstos pequeños monstruos van devorándolo todo allí donde sus patas sucias se introducen, especialmente  encarnizándose con el pellejo del prójimo fiel a Dios. Y así está diseñado su olfato canino: buscan presas que se acomoden a sus colmillos afilados y acerados, cuerpos que sacien la sed de venganza -de "justicia", dirán ellos- que les hace, irónicamente, perder la razón. Por eso perseguían al Nazareno, y como jauría de mastines sanguinarios, se reunían en torno a él. Y cada palabra del fariseo era -y es- un ladrido que procura intimar a la persona. Cada frase, un intento de morder, de herir, de lastimar. El "mastín farisaico" quiere bajar al adversario, como sea, pero sabe que sólo nunca lo logrará por eso necesita la compañía de otros depredadores como él para ir a la caza del virtuoso, del santo, del contemplativo... en una palabra: del auténtico creyente, del hombre de fe madura. No soportan que un varón solitario alabe al Padre "en espíritu y en verdad". Les exaspera que exista un genuino discípulo que quiera aprender a escuchar a Jesucristo, Verbo eterno. No toleran que hayan pocas personas que, unidas en el mismo espíritu de libertad y de verdad, desacaten lo establecido por cierta sociedad convencional y apostólica; que cuestionen aquello llamado flamantemente "TRADICIÓN" -concepto ilustrísimo para sus desaforados sirvientes pero para los que desean sencillamente ser hijos de Dios, un peligroso engendro en boca de aquéllos-; que "coman con manos impuras", o dicho de otro modo más al día, que levanten las manos en el Padrenuestro (¡¿que comulguen en la mano?!) o que no recen en latín. ¡Escándalo! Los fariseos son los únicos que celan por la pureza de todos los movimientos existentes en la """verdadera fe""", en la expresión intachable de la """santa religión""" que ellos observan y proclaman.

Sin embargo, puede ser también que a Jesús, el Hijo del hombre, le resulten inmbancables los fariseos; ¡la secta de los fariseos!. Puede ser -y así fue- que los únicos enemigos personales del Maestro hayan sido los fariseos, casta sacerdotal e intelectual de toda época, gente de poder e influencia, ejemplos de moral y civilidad. Podrán -lo dudo- ostentar todos los títulos respetables de personas íntegras, de grupo piadoso y comprometido, de comunidad devota y perseverante -de "gente bien", como dicen ahora- pero en una de esas les estará faltando aquello esencial que le da sentido a toda vivencia de fe y, en realidad, a la humana existencia misma: a saber, el corazón. Sí, el fariseo puede llegar a ser irreprensible, pero jamás será un "hombre de corazón". Y esto importa -¡a Dios, a Cristo y su Esposa, le importa!-: tener un corazón, un corazón que ame, un corazón que sienta y se conmueva, un corazón que sufra y padezca, un corazón que busque constantemente con todas sus manchas y sus pesares a entregarse, a darse, a... latir. Eso, un corazón que vaya aprendiendo a latir con el Evangelio "proclamado al mundo entero". Como el Evangelio es "vida en abundancia" requiere y se corresponde con otro órgano humano que también esté vivo, vital, con capacidad de engendrar y de vibrar; ¡¡¡de amar!!! Con el raciocinio -la ideología- no ocurre lo mismo. La mente se acopla a "tradiciones de mayores" y a leyes imperecederas; se amolda sólo a la "letra que mata". Pero el "Espíritu que vivifica", eso, es patrimonio del corazón: su finalidad, su ámbito, su latencia.  "Los mandamientos de los hombres", que tanto gustan a  fariseos, son cosas fáciles de memorizar los cuales, una vez aprendidos -con firme adoctrinamiento y pocos sobresaltos-, te dan un cargo y una posición en una pequeña sociedad del mundo eclesial. Pasas a ser "alguien", a pertenecer al "club". Sólo hay que aprenderse y recitar mecánicamente un par de listas importantes que me darán el carnet de "católico bien formado". Hay que profesar -¡¿inconscientemente?!- un credo elaborado e instalado por vaya a saber quiénes y en qué momento de la Historia. Hay que adherir -¡¿ciegamente?!- a una serie de postulados y de creencias indiscutibles que nunca deben ser sometidas a discusiones entre el domesticado rebaño. ¡Guay de aquella oveja que se atreva a balar algo distinto o contrario al común balido monitoreado por pastores severos e impolutos! No hay lugar para los contestatarios en semejantes rediles amurallados. En toda grey aburguesada, los inquietos están de más...

Y sin embargo, el que tiene corazón,  tiene alas. Necesita volar y traspasar muros y fronteras. No se puede contener. El pulso íntimo reclama expansión, universalidad -catolicidad en serio. No se trata de no honrar a Dios con los labios como enseñaron "los mayores", sino de tener el corazón cerca de Él -y de Él en el prójimo, en el variado, amplio, miserable e inestable prójimo, del cual todos formamos parte. Se trata de seguir rindiendo culto a la Trinidad respetando las tradiciones antiguas, pero sin que se torne una mueca vacía el gesto auténticamente cultual que sí o sí procede de un corazón abierto, sincero y responsable en su elección por el Dios vivo y verdadero. El problema es aferrarse demasiado a lo que dicen los otros, a lo que dictan """los maestros""", a lo que juzga la autoridad consabidamente pedante y soberbia. Es apegarse a "los que la ven" y "los que pueden" para no quedarse atrás o al margen del caminito ovino de "alta seguridad". Y en nombre de este seguimiento partidista se cometen toda serie de sandeces y de crueldades. Se falta a la caridad, sin o con anestesia, da igual. Lo más grave de fondo es que se "anula la Palabra de Dios". Aunque no se sepa, éste es el hecho: se conculcan y se invalidan las palabras de Jesús que "son espíritu y vida". Pero, ¿quién sabe que esto pasa? ¿Quién lee la Palabra a solas, en su cuarto cerrado, meditándola día y noche? ¿Qué "doctor de la ley" enseña estas cosas, alienta a la rumia permanente y entregada de las Sagradas Letras, de la Escritura Santa? ¿Qué "jefe de iglesia" animará a su feligresía para que cada miembro busque y se encuentre personalmente con el Cristo viviente -salvaje- de los evangelios? Es un riesgo enorme. Tal consigna apostólica o consejo pastoral podría tener alcances insospechados. Atender a tales propuestas acarrearía en los individuos transformaciones radicales, grandes modificaciones en la conducta, mas sobre todo en la mentalidad: en la forma de ver las cosas, en la manera de sentir en la vida. Ver y sentir como Jesús, con el espíritu de las bienaventuranzas. Y esto es peligroso para cualquier comunidad programada. Es muy peligroso que, de repente, un miembro -o un "dígito" del ordenador- comience a proceder y procesar toda información de otra manera al preestablecido. Que vaya cambiando su rutina, que se desplace de su lugar asignado, que altere el plan eficiente y que rompa el circuito preciso. "¿No es mi palabra como fuego –oráculo del Señor– como martillo que pulveriza la roca?", dice el profeta Jeremías (23,29). Sólo la Palabra y el Espíritu tienen el poder de pulverizar el corazón endurecido como piedra. Sólo la Revelación es fuego devorador que consume el corazón -lo consume sin consumirse, como la zarza ardiente, ya que el corazón está hecho para portar el Fuego sagrado.

La pregunta sería, entonces: ¿tengo corazón o sigo a la tradición? A propósito planteo la disyuntiva. El examen es: ¿mi corazón realmente está cerca de los "sentimientos de Cristo" -como pide San Pablo-, o me preocupo de decir como un robot oraciones que suenen bien y se ajusten al Misal y al Catecismo? Y ojalá de la boca pía salieran sólo oraciones formuladas, y no murmuraciones, críticas, juicios apresurados y vulgaridades varias. Es más simple aún la cuestión: ¿dónde está mi corazón? ¿Cómo descender hasta allí? Para luego poder clamar con brío y paz: SURSUM CORDA!!! ¿Qué permanece hasta el fin de los tiempos: las tradiciones de los hombres o la Palabra de Dios? ¿Quién o qué discierne la Tradición de las tradiciones: el corazón profundo o un sistema de pensamiento?...


Soy el primero que me acuso en el texto evangélico de hoy. Me provoco a mí mismo con estos interrogantes (...al fariseo que se agazapa en mi interior, y me acecha con su hocico rabioso...).

lunes, 5 de febrero de 2024

Suplicar ser tocados por Él.


«Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.»

Mc 6, 53-56 

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Sólo los enfermos reconocen a Jesús, El-Que-Sana.

Si está lejos, en alguna travesía, los esperan a que se acerque hasta su orilla.

Cuando el enfermo encuentra personalmente al Sanador, se lo lleva a toda la región del propio ser para que no deje ningún rincón sin curar, sin iluminar, sin restaurar.

El cuerpo y el corazón saben, sospechan la presencia del Señor, intuyen, oyen los pasos del Médico itinerante, y fácilmente acuden a su Presencia sanadora -aunque mucho se resista la mente sombría y obcecada. (La mente es la más terca en dejarse evangelizar.)

Jesús entra en todas partes. Es atrevido y va para adelante, encara, se introduce en cada geografía de la existencia, con o sin invitación, pues su deseo devorador es salvar a todo el hombre: al ser humano completo.

Nada puede detener la Salud que Él trae y ofrece, y hasta se le escapa la energía curativa desde las franjas de su manto milagroso.

Sólo hay que tener fe.

Hay que creer que Cristo sí puede curarnos. ¡Sí, hoy, ahora, a mí!

¿Quién sugirió lo contrario...?

¿Quién dudó un instante de esta creencia?

¿Quién pensó que estos relatos evangélicos son de un pasado remoto, irrevocable, inactual,... inaceptable?

Todo, pero todo lo enfermo que tengamos, lo aparentemente incurable que carguemos, hay que colocarlo frente al divino Terapeuta. Todo es todo, no una parte -no lo que considero mostrar, lo que con mi estrecho criterio me parece en estado de descomposición... ¡no! ¡Todo!

Todo lo que carece de firmeza, todo aquello que nos cause asco o acedia, todo lo repugnante, lo vil, lo miserable que escondamos, llevémoslo a la plaza interior, a la Consciencia, y a la vista de todos, con plena lucidez y valentía, con sinceridad y fina atención dejemos que Él nos toque. Y nos sane.

Supliquémosle, con llanto y grito -físicos, no metafóricos- que nos toque enteramente. Tacto y contacto entre la Salud y la insania, entre el Salvador y la pérdida, entre la Fuerza y la debilidad. Sí, mucho contacto, de piel a piel, de cuerpo a cuerpo, de corazón a corazón entre el Amado curandero y el pobre necesitado. ¡Comulgarlo!

¡Qué error o qué inconsciencia la de cierta cosmovisión "católica" al despreciar y dejar el cuerpo a un lado en la economía salvífica!
¡Qué falso, qué necio y qué grave maltratar la carne, denigrar lo físico y condenar la corporeidad!
Al Hijo de Dios lo tocaban, el Dios humanado se dejaba tocar. Sólo así su Carne bendita cura nuestra carne; su Cuerpo inmaculado, nuestro cuerpo.

Es pedirle que nos dé la gracia de poder tocarlo con la cumbre del alma pero es también dejarse tocar por su Poder regenerador. Omnipotente.

Esto es lo único importante, queridos hermanos: tocar. La fe, la confianza, se va volviendo una cuestión física, sensorial.

Alcanzar a tocarlo, alcanzarlo -¡ya fuimos alcanzados-, es la única tarea. La misión, la exigencia. Llegar a tocarlo -y dejarse tocar por su Mano y por su Manto- para quedar sanos y salvos. Y después, o al mismo tiempo, ayudar a otros a que lo encuentren a Él. Ser camillas de otros postrados en espíritu para cargarlos hasta el Doctor supremo. Servir a los cuerpos inválidos para que, por lo menos, rocen las orlas del manto sagrado del dulce Nazareno.

¡Qué dicha!

Que así sea.


H.

domingo, 28 de enero de 2024

Juicios apresurados...

 


 

Hace tiempo que en los ambientes católicos pululan dictámenes y sentencias morales que no hacen más que socavar todo proceso de conversión o cualquier iniciativa para colaborar con las familias, las parroquias y las instituciones sociales que contribuyen a la realización, al menos parcial, del bien común completo. Y creo que estas sentencias o juicios simplistas y apresurados son consecuencia de una errónea concepción antropológica.

Resumidamente el inconveniente es el siguiente: desde que se empezó a enfriar la caridad, el pensamiento racional que daba luz a la recta doctrina inscripta en la ley natural gracias a la divina, empezó a dar lugar a lo que he convenido llamar cientificismo-moral o moralismo-científico. De tal modo, que la vida moral empezó a ser escrita o dicha no por auténticos moralistas católicos, sino por científicos moralistas que se creen católicos. Por supuesto que esto se ha dado, en gran parte, de manera inconsciente y con  las mejores intenciones, aunque no siempre.

Es que un error en la concepción de la persona humana puede derivar en imprudentes juicios o razonamientos sobre la intencionalidad de sus actos o sobre la responsabilidad de los mismos. Lo que en última instancia significa que, en un desenlace trágico o fatal, un hombre puede ser sentenciado injustamente.

Ahora bien, debo aclarar que este escrito no pretende abarcar exhaustivamente el tema, ni creo que eso sea posible, sino que intenta algunas  aproximaciones sucesivas a la naturaleza insondable del hombre. Lo cual ayudaría, desde algún punto de vista, a echar luz sobre tema tan simple pero profundo a la vez. Adelantamos entonces que un acercamiento adecuado al misterio humano será crucial para sortear reduccionismos cientificistas, que en estos temas son tan espurios como inconducentes.

Distinción importantísima esta, entre problema y misterio, de carácter terminológica o conceptual que posibilita una mayor comprensión de la naturaleza del hombre. Según el filósofo existencialista Marcel (1951):

“Un problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y valor inicial. Mientras que un problema autentico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible.”

Es decir, el gran problema es ver todo como un problema. En cuanto a la metodología de la investigación el problema hace las veces de guía en el estudio. Y no está mal. Pero no pueden trasladarse tales criterios o parámetros a la vida moral de la persona y pensarla como algo que se soluciona con una técnica apropiada o un recetario de actos morales.

El misterio, por su parte, es algo que nos rodea, que nos es propio y nos sobrepasa a la misma vez. Aquello que no puede tomarse como objeto, ni como algo mesurable. El Misterio se desenvuelve en dos ámbitos: en el de lo meta-técnico y en el de lo meta-problemático. Es decir, aquello a lo que la técnica no tiene acceso y en donde lo problemático es insuficiente. Y además, comprende justamente todos aquellos factores que creemos entender y tener por ciertos, entre los cuales podemos contar los biológicos, psicológicos, culturales y espirituales. Por supuesto, que en cierta manera podemos acceder a ellos, sobre todo a los primeros tres. Pero, su rostro más profundo está totalmente velado. Y este rostro es el que me interesa que no se intente descubrir, pues el mismo intento es cuanto menos un desafío a lo sobrenatural.

Pedro Laín Entralgo describe en su libro “Teoría y realidad del Otro” los tipos de relaciones o encuentros que podemos tener con las demás personas. Uno de ellos es en el que se genera una relación de ‘objetuidad’ y como nota principal resalta lo siguiente:

“La abarcabilidad. Reducido a objeto, el otro es, en principio un conjunto de caracteres o propiedades perfectamente abarcable… Sea cualquiera mi modo de objetivarle, el otro en cuanto objeto es para mí un conjunto abarcable de datos particulares.”

Para esta concepción luego de una exhaustiva descripción fenomenológica del objeto-persona puedo definirlo acabadamente y por tanto predecir su comportamiento, como se hace con las variables de un fenómeno estadístico. Y no solo esto, sino que puedo catalogar su accionar en determinados esquemas de pecado. Básicamente son tres los movimientos intelectuales que se necesitan para lograr esto: Aprender las leyes morales universales, ver el caso en particular y dictaminar si se aplica o no. Pero lo que se escapa en estos casos, es una pequeña cosa, no vaya a creer que es mucho. La pequeña cosa que se escapa es “el hombre”.

Sin embargo sé que hay muchos que no caen en este error, ahora recuerdo uno que tal vez en este blog todos conozcan. Estoy hablando del P. Brown que logra aceptar esta imposibilidad o mejor dicho esta paradoja o tal vez este misterio y por eso cuando explica su método dice:

“Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es meterme dentro del asesino... en verdad... ¿No ve usted que esto es mucho más que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino” .

En Chesterton la mirada es in toto, en el todo. Se desenvuelve en una psicología integral de la persona. La piensa como él piensa y por eso puede acercarse aún más a ella. No es un objeto externo donde cabrían elucubraciones matemáticas, es él mismo en la posibilidad de cometer un crimen. Su pensamiento no es meramente intelectual o analítico, es hondamente vivencial. Para el P. Brown, y lógicamente para Chesterton, cabría este párrafo precioso de Unamuno que dice:

“Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida.”

Por ahora agregamos que para adentrarse en estos temas es necesario dejar de lado la concepción problemática de la vida y dar lugar al Misterio de la vida. No sería prudente cansar al lector, por lo que  más adelante seguiremos profundizando sobre estos temas. Paciencia, querido amigo…


viernes, 26 de enero de 2024

Frívolo, Flojo y Furioso.

Abel Grimmer


Del libro El Evangelio de Jesucristo. (1957)

Por el Padre Leonardo Castellani.

Mt 13, 1-23; Mc 4, 1-20; Lc 8, 4-15

La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas “del Reino” que Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente Cristo las improvisó en diferentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los rabbíes trashumantes eran improvisadores, como nuestros payadores; y tomaban pie de cualquier cosa que vieran para sus poemas, o recitados de estilo oral, mejor dicho.

Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó, a pedido de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque interpretó las más fáciles; o será que nos parecen fáciles a nosotros, porque ya están explicadas autoritativamente.

Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres Evangelios el turbador pasaje que llaman “la motivación de las parábolas”, en el cual el Salvador siendo preguntado, por un fariseo probablemente: “¿Por qué les hablas en parábolas?” contesto en suma con esta salida: “¡Para que no entendáis!”. Pero para que no entendieran ¿no era lo más práctico callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y barato es callarse la boca.

Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía ensenan que es decir las cosas al revés; como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es que ironía es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; como cuando Cristo le dijo a Nicodemus: “Tú debes saberlo bien, que eres Maestro de la Ley.” La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco desarrollados. No se puede decir esto ni de la ciudad de San Juan ni del Maestro Calderón de la Piragua, que es de origen inglés. Pues bien, Cristo tenía el sentido del humor pese al juicio contrario de Cronin en Las llaves del Reino.

Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indirecto; y además es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría haber respondido en estilo directo más o menos: “Yo predico como debo predicar, es la forma más adecuada que existe para enseñar verdades estrictamente religiosas; es decir, misterios; en la forma que ya profetizara de mí el Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su Recitado Sexto... Yo sé perfectamente y de antemano que vosotros, oh fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de tropiezo y una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis perderos. Unos saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos que es difícil, otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino para los “chinos”... “para esa maldita plebe que no conoce la Ley”, como dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes. Pero yo no por eso voy a dejar de predicar como corresponde... y como a mí mejor me parece y place, ¡últimamente, caramba!... Ustedes no me pagan mis prédicas, yo predico como mejor me parece...”.

Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de responder larga y directamente, respondió breve e incisivamente: “Hablo así para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta:para que viendo no veáis –porque vosotros os dáis de muy videntes y sois ciegos– y oyendo no oigáis; porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese modo no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan... Para eso hablo en parábolas.”

Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para que no se cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno le dice a su hijo: “Vos vas a acabar en la cárcel.” Prever lo que va a pasar no siempre es desearlo; y decirlo de antemano con gran fuerza a fin de ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en Nínive con el Profeta Jonás.

En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres clases de semillas malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en quienes se malogra “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso. Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y así hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden simbolizar en Don Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren personajes históricos y no legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe y Napoleón, para no salir de nuestros tiempos.

Nuestros hechiceros tiempos se especializan en la fabricación en serie de hombres frivolos –con venia del galicismo–, que en español se dice: livianos, casquivanos, volanderos, botarates, pueriles, no desarrollados. El biólogo Carrel dice –quizá con exageración– que la gran mayoría de la población de EE.UU. no está desarrollada psíquicamente más allá de la edad mental de 14 años.

No lo sé. Lo dudo. Quiera Dios que nosotros hayamos llegado siquiera a los 12.

En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera, porque ella pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es sembrada en la calle. Ellos pueden hablar de Dios y aun saber el Credo, como Don Juan; pero lo Religioso está amputado e ellos; o mejor dicho, está atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del “pecadorazo español”, como cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que “cree fuerte y peca fuerte” de Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigotazos, sus desplantes, sus bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica incluso entre los 'feminoides”. Por eso entiende tan rápidamente a la mujeres en lo superficial; porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio está lleno de malos pensamientos y pequeñas porquerías; pero no peca, hablando en serio; el pecado es una cosa seria y no es lo mismo ser pecador que chico malcriado. Las que pecan serían en todo caso las mujeres que lo siguen, como el caburé no tiene la culpa que las gorrionas se le vayan encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa Margarita, por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de inocencia... Es una mujercita un poco corrompidita; la prueba es que se hace la bobito. Quizá nos equivoquemos ¿no?

Fausto si peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila y tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus fuerzas. Fausto es el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético y lo religioso –es capaz del amor y no solamente del deseo–: pero en el cual la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por tanto no quiso obrar conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablotiene más trabajo, pero también más cosecha. Con los primeros, “las aves del aire fuliginoso” se limitan a comerse las semillas antes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo demoníaco, que en Don Juan está oculto, aquí se hace visible.

El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como fagocitada y convertida en fermento de acción... y desesperación. Lo demoníaco es aquí inmediato: no necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento de acción mundana, por supuesto, no de acción interna, que es la verdadera acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hombres a presión, esos hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas –ruinosas– en la Historia (“Gigantes viri famosi” los llama el Génesis) como Napoleón Primero o Hitler, son en el fondo hombres religiosos; pero su religiosidad está desviada. La Semilla cayó entre Espinas.

Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabundia: si no puede pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una pasión; símbolo poderoso que creó el Medioevo para significar el mismo disperso y errabundo pueblo judío.

Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra Cristo y que ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera corriente, sino extraordinaria y horrorosa; pero no llega a postrarse ante el Muerto a pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual, que es el manantial de la religiosidad, en vez cae volverse fe se vuelve angustia.

Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el Remedio. Ashaverus se convertirá al final; el que no se convierte nunca es Fausto: Goethe se equivocó al hacer convertir a Fausto en su Segunda Parte. De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se convirtió nunca, que nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse porque entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto que sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.

Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo mismo que un Caifás convertido.

En nuestros chapuceros tiempos modernos hay de todo, como en las revistas argentinas: hay el Desesperado, hay el Dubitante y hay el Distraído-Divertido; o si quieren de otro modo, existen el Afiebrado, el Amputado y el Atrofiado, los tres tipos que previó Cristo. Pero como hemos dicho, nuestra época se especializa en este último; lo mismo que las revistas argentinas: en el Divertido-Distraído.

Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra, que son el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en pocos da el 100 por uno, los cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado. Éstos son los hombres que hacen todas las cosas que predican; que tienen una fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan son oídos en este mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El Ciendoblado es el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia, sabe lo que es renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el martirio. Y cuando habla del Amor de Dios, dichoso él, sabe lo que es el Amor.

Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es “calle”. El diablo ha inventado un Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una “autoestrada”. Ha hecho que todo se vuelva calle y trocha, hasta el hogar, hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse uno, todo es para caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmente, todas las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado al Sembrador a tomar el arado y convertirse en Arador.

“Los pecadores me araron el lomo”, dice el Profeta David profetizando los azotes de Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de tomar el azote y ararnos a nosotros, paraque nos salvemos aunque sea “tanquam per ignem”, a través del fuego. Peor es nada.

La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a Europa, paciencia; por lo menos me puede convertir a mí...

lunes, 22 de enero de 2024

Montaña: Soberanía, Sociedad y Destino.

 

Nanga Parbat


«Y subió a la montaña, y llamó a los que Él quiso, y acudieron a Él.»
Mc 3, 13 

 

Montaña, escenario de llamadas superiores.
Montaña, ámbito de recurrentes epifanías.
Montaña, marco ideal de fundaciones.

Montaña...
Ethos preferido del Maestro.
Instancia de escucha y decisión.
Desafío supremo; seguimiento absoluto.

Hay que subir, elevarse y escalar: son las primeras condiciones del Rabí Montañés.
Abandonar los bajíos existenciales y ponerse en movimiento a lo trascendente. Atacar las cumbres que van apareciendo en los caminos de la vida. Aclimitarse durante días, a veces temporadas, en lugares altos y desolados. Avizorar las zonas de muerte. Aceptar los límites, y al mismo tiempo, probarlos. Probarse. Resistir con alma y cuerpo el ascenso fatigoso, arduo,  aun terrible. Hay Alguien que espera en la cima, que llama desde Arriba: consuelo y confianza de todo montañero. Él optó por ese lugar de encuentro, de comunión profunda y decisiva. Por algo será... ¡Amemos la montaña, pues!

Hay Vida donde parece no haber vida.
Hay Vida en espacios donde nada crece.
Hay Vida en la muerte..., "Sociedad en la nieve".

Hoy casi nadie cree en los milagros. Porque dejan de rastrear y buscar, porque no la ven, ni siquiera con la última tecnología. La Posmodernidad ya ni vibra ante el heroísmo -sólo lo consume detrás de una pantalla, para luego digerirlo y olvidar. No hay voluntad de rescatar a los que viven, a los que a pesar de todo cargan con su existencia, a los que sobreviven en un mundo totalmente adverso y hostil, en un extraño sitio rodeado de peligros y demonios.

Es difícil perseverar en los aviones caídos. El hombre ha sido diseñado para volar y viajar por los cielos, cruzando fronteras, desafiando al tiempo y al espacio. Pero ¡qué desastre si cae de la altura a la que está llamado! ¡Qué desgracia si se estrella contra rocas desconocidas! Y, sin embargo, tales accidentes parecen ser más frecuentes en esta época. La consigna es no desesperar, ¡no desanimarse! A veces son necesarios ciertos aterrizajes violentos, estrepitosos. Humillantes. Aunque nuestras existencias estén rotas, abiertas a la intemperie, sin comida y sin cobijo, todavía es posible el milagro. Es posible también seguir confiando en el poder y la gloria del espíritu humano. El alma es todopoderosa cuando quiere. La comunidad de corazones puede lo imposible si se lo propone. Es cuestión de fe, de entrega incondicional, de servicio recíproco. De lúcida cooperación y de fino discernimiento. De cor-aje. Se juega la vida y la muerte en el corazón del Ande. Por eso "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos".

El Amor mayor, no obstante, es el que atrae a tales elevaciones... Él da, pero también exige. Sabe lo que podemos, hasta dónde podemos. No pedirá de más, pero pedirá todo. Todo el ser ha de elevarse allí donde Él se encuentre. Subir y bajar, ascender y descender, bordear moles de piedra y adentrarse en la espesura: puesto que toda cordillera, cada altura, tiene sus variadas formas y curiosos perfiles, sus trampas y sus grandes dificultades, sus grietas mortales y sus rincones oscuros, sus abismos abruptos y sus múltiples extremosidades. De ahí que se prueben tantas cosas en la montaña del Señor. Muchas habilidades se han de activar y cultivar en el ascenso, aprendiendo a cada paso, aprendiendo de los errores, corrigiendo multitud de cuestiones, y las coordenadas... Detectando los fantasmas que habitan en las montañas: alucinaciones, "males de altura", imprudencias fatales, ambiciones desmedidas... Agonía y éxtasis de una aventura extraordinaria. Llevo de crampones la oración y la belleza; y de piqueta, la santa confianza.

Dios quiere que subamos, sí, pero la meta siempre es Él. No la cima, no muchas veces. No la cima que creíamos. No los objetivos y las metas que pensábamos. Podemos llegar a olvidarnos de porqué subimos, a qué subimos, hacia Quién nos dirigimos. Subimos a la montaña no para estar en la montaña tampoco sino para hallarlo a Él y permanecer con Él. Y Jesús está ya en el camino, él es el Camino del ascenso, de todos los circuitos existentes, de rutas posibles... e imposibles. Él es nuestra Montaña. Es bueno, es sabio, ir descubriendo Sus huellas en cada mojón del sendero, en cada confortable campamento, en cada valle árido como en cada veguita, en cada afilado peñón, e incluso en los glaciares y seracs más temibles. Es hermoso el hecho mismo de caminar, ir caminando, tomando consciencia de su Presencia en la montaña (tal vez con ocho pisos y oficinas dentro),  de cómo nos llama y quiere que le sigamos, que acudamos a Él, que le hagamos compañía en los altos limpios.


Vallecitos

En la majestuosa naturaleza rocosa se da la inaudita misión, acontece la insólita vocación en terrenos sublimes. Es en la desacostumbrada situación extrema donde abundan los riesgos y en donde la única seguridad sigue siendo Él; su Voz a través de furiosas ráfagas de viento, de tormentas sorpresivas, de continua nevisca insoportable... En semejantes parajes, en apariencia inhumanos, en donde tanto cuesta encontrar las vías de acceso para continuar la marcha, allí, el Señor del Universo revela su Soberanía eterna. Allí se desvela su celeste querer completamente misterioso, insondable, supraracional. Allí, el designio divino se muestra totalmente incomprensible, irrastreable, abrumador...

La Gracia, desde entonces, tiene voz de montes y collados y su ropaje es ropaje de nieves eternas. Un silencio andino susurra el secreto del Gran Rey de las montañas. Y las serranías de la Palestina del siglo primero se me antojan cercanas, tangibles. Me apropio de la escena. En un pequeño versículo: ¡todo el itinerario! Me incorporo en las subidas, con los Doce, con María, también con la Magdalena. Lo busco con el impetuoso Cefas, porque "todos los buscan" a fin de cuentas.  Persigo su fuerte olor como sabueso de los cerros. ¡Es mi Presa, más también mi Cazador!

Subió a la montaña... y sigue subiendo.
Llamó a los que quiso... y sigue llamando.
Vinieron con Él... y siguen viniendo al encuentro del Amigo de las Montañas.

¿Siguen? 

¿Viven?

¡VIVEN!


H.

lunes, 15 de enero de 2024

Nueva creación, nueva creatura.

 Mc 2, 21-22

A Evangelio: cuerpo nuevo, mentalidad nueva, corazón nuevo.

El Evangelio tiene que necesariamente hacer reventar la personalidad antigua; la bestia pasada y pesada de cargas y rutinas -convencionales, insulsas, extenuantes, absurdas...
Se pierde la Gracia al tiempo que se derrama y extravía aquel "buen nombre" que intentaba atolondradamente y cándidamente acoger la Buena Noticia: el nombre de aquel hombre viejo debe morir, aquella reputación mundana del Yo vanidoso tiene que perecer antes de la decisión total y del riesgo seguro por vivir el Evangelio completo: el vino fuerte y fresco que revitaliza todo el ser. Y que salva.

Siempre habrá tirantez, siempre habrá tensión extrema, siempre el conflicto y hasta la contradicción en el hombre interior que busca pero que no acaba de rasgar ese ropaje de miserable bufón que lleva desde la temprana adolescencia, de quitarse por fin el vestido viejo de su existencia -creyente, social, ideológica, afectiva...-, de desnudarse a la vista del mundo en la plaza pública ofreciendo un espectáculo digno de lástima mas también digno de gracia e incluso de escándalo. Una escena que cause risa y confusión, sí, y furias contenidas... Por saberse desnudo, pero antes por haberse animado a arrojar lejos de sí el aspecto andrajoso y lamentable de una indumentaria que no es hecha a la medida de uno, de una vestimenta inferior al hijo del hombre creado a imagen de Dios. Porque más ridículo y patético, profundamente trágico, es el continuar zurciendo el vestido viejo con retazos de paño nuevo; con arranques creativos que se frenan, con instintos santos que no se siguen como fiel sabueso de olfato distante, con tímidas reformas de hábitos esenciales, con impulsos vitales que no logran sostenerse ante el opresivo Cronos, y, sobre todo, con aspiraciones absolutas que no devienen estilo y destino humano y divinos.

Así transcurren los días y los años como vino joven y poderoso que amenaza con estallar y echar a perderlo todo: fervor del Espíritu que se va apagando e historia personal que corre el peligro de la frustración y del rechazo subterráneo a la sostenida Gran Propuesta: la entrevista Jauja. Posibles y terribles pérdidas de una desatención a las llamadas superiores de la Consciencia. Negligencia blanda y sombría que no permite el ingreso de lo incondicional y supremo en lo cotidiano y pequeño. Triste escenario -¿¡y posible!?- de haber fallado al Propósito único e irrepetible de la propia biografía a fuer de continuas dudas, de incertidumbres mal asumidas y, fundamentalmente, del repetido aplazo a una Conversión que cada vez se torna menos impostergable -que nunca lo debió ser- y cada vez, más ardientemente perentoria.

El despojo radical es tan irrevocable como el cambio permanente.
La plaga del prejuicio se termina con la apertura valiente y sincera a lo distinto, y con la sacrificada aceptación de la Realidad -la propia y lo que hay.
La infecunda rigidez estructural se detiene -o se enfrenta- con la renovación y reivindicación de la singularidad de la persona humana, hija amada de Dios.
Tal perspectiva choca con la lógica de la ilustre mundanidad, o la del severo Fariseo de turno.
Es tan revolucionaria esta posición como usar odres nuevos para vinos nuevos o de ofrecer el vino mejor al final de las Bodas..., son las ocurrencias de un Maestro danzante que cautiva y enamora a cada paso, con su sola presencia, con sus infinitas locuras...

Y detrás está siempre la diabólica Tentación que obstaculiza el ascenso y la transformación: el angosto camino ascendente y la metamorfosis del nuevo Tabor.
Es la primordial Tentación que subrepticiamente nos adhiere más a la piel el vestido viejo y rotoso que impide la auténtica liberación.
Es la Tentación que refuerza los cueros viejos; demonios del odre ajado que no retiene el vino puro del Reino de los cielos, que es inminente, más aun, que está presente.

¡En vano sufres, alma mía, la rotura de lo nuevo con lo viejo!
¡Sal de aquella vil hendidura!
Deja de zurcir ansiosamente... la misma lastimadura.
Deja el cuero feo y viejo que te angustia.
¡Rompe el rancio odre que en nada aprovecha!
El vino de la parábola, si no se renueva, se envenena.
La vid añosa, que no se poda y se cuida, se vuelve cargosa y apestosa.

Nueva creación: nueva creatura.


H.