Era un viernes por la noche. Recuerdo que me
quedé en casa, milagrosamente, negándome a asistir a todas las actividades
nocturnas de aquel día que pintaban ser divertidas y/o interesantes. Mas mi
alma no quería saber nada de salir otra vez, pues ya sabía que en este oficio
no “venía diferente la jugada”. ¡Lo mismo de siempre! ¿Lo mismo de siempre?
Vinitos más, tabacos menos, igualito a mi Santiago. Sí, como dice el zambón, “me
invitaron a salir y les dije que no a un puñado de amigos”… pero no por Aquella,
no esta vez. Sino por… ¿por Aquél? Sospechaba que sí, porque mi alma necesitaba
sosiego, y en el sosiego y en la quietud suele hallarse el Señor, amigo del
silencio. La semana -los meses- venía agitada, “apresurada” diría el tonadero,
y era menester un poco, al menos, de calma, de recogimiento, de ocio... Pero,
¡vaya día que tocó para ejercer el ocio deseado! Inicio del fin de semana: se
despiertan los demonios de la joda, de la farra, de la vida loca. Se respira en la atmósfera un aire
arsénico, arsénico para el alma contemplativa, pues todo convoca y atrae a la
diversión, a la dispersión, a la evasión feliz de una existencia gris y
aburrida. La existencia siempre fue
banal y superficial, solo se trata de saltar de una superficialidad a otra
mayor o distinta. Todo sigue siendo parte de lo mismo. No hay trascendencia. No
hay escapatoria por Arriba. No hay salida del laberinto... Y todas estas cosas
mi alma las sentía, o presentía, porque el ethos
no era favorable, porque era viernes a la noche y todo invitaba a la fuga, a la
huida de la casa exterior e interior…
En este contexto es lo que me sucedió lo que
relataré a continuación. Me hallaba, como decía, en casa un día viernes a la
noche, sin saber bien qué hacer porque habitualmente en mi agenda se hace un
espacio en blanco cuando arranca el fin de semana. Ese espacio en blanco se
rellena casi siempre con actividades sociales, eutrapélicas y no tanto. Pero
tuve que hacer algo, aunque los fantasmas de “allá fuera” me llamasen con voces
seductoras. Sin embargo, cual Ulises, me até al mástil de mi hogar y mi madre
para no ceder a la tentación. No importan tanto qué fue lo que hice al
principio y al medio de aquella noche, sino lo que pasó al final cuando tenía resuelto
orar e irme a la cama. Imaginen, el clamor, el susurro, el murmullo de la noche
en ciernes era inquietante. Mis pasiones lo sabían, sabían que el “finde” había
comenzado y que a ellas no se las había convocado aún. Los logismoi (“pensamientos intrusos”) revoloteaban en torno a mi alma
como temibles avecicas dispuestas a abalanzarse vertiginosamente sobre la presa
para comerla a picotazos, salvajemente. Turbación, intranquilidad, nerviosismo
eran las notas que sonaban en mi cuarto en aquellas altas horas. Hasta llegué a
pensar: “¿No hubiera sido mejor haber salido con mis amigos, aunque fuera una
joda parecida a otras, aunque se tratase más de lo mismo?” Porque para
encontrarme en una situación tan fea e incómoda, y hasta peligrosa como
aquella, hubiera sido mejor haberme escapado a la juerga, abandonando una vez
más los conatos a la suerte de una noche licenciosa y destemplada -también peligrosa…
¡Pero no! No podía ser que fuese tan flojo,
que no lograra permanecer un maldito viernes a la noche en casa. ¡¿En qué momento
me volví tan parrandero; desde cuándo me costó horrores “quedarme quedo” en mi
hogar; cómo fue que contraje esa enfermedad pagana de no saber habitar conmigo
mismo?! ¡Oh, diablillos nocturnos del jolgorio perpetuo, cómo os empeñáis en
arrastrar a las almas a vuestro festín inmundo y mentiroso! A la jarana,
plegaria pues. Y se hizo la luz y me puse a rezar, o a intentar hacerlo. Estando
en esto fue que oí una voz, en medio de la noche, que me resultó apenas
familiar. Todavía con algo de caos en mi interior, con la última bulla de los
diablos en retirada, pude reconocer finalmente quién era el que me interpelaba.
Y bien, no era otro que mi hermano y maestro Juan de la Cruz, quien se dirigía
mi alma en estos términos:
(El
siguiente diálogo -con ciertas licencias- es compuesto a partir de los Obras
Completas de San Juan de la Cruz de la
editorial Monte Carmelo-Burgos. La escena
se recrea en el rincón de un cuarto amplio donde se halla un pequeño oratorio,
con un icono de Cristo, una vela encendida y un incienso quemado.)
SAN JUAN DE LA CRUZ.- Quédese, pues, lejos la retórica del mundo; quédense las parlerías y la
elocuencia seca de la humana sabiduría, flaca e ingeniosa, de que nunca tú
gustas, y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor, de que tú
gustas, quitando por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que
tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo
que es seguir al dulcísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes
a él en la vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza
de su espíritu.
ALMA.- Así se habla, hermano, y verdaderamente
tus palabras son luz y amor para mí; pero, dime: ¿por qué me cuesta tanto
recogerme y contemplar al dulcísimo Jesús?, ¿por qué me canso de escucharle, de
servirle y de seguirle?
SJDLC.- El
alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa. No te canses, que no entrarás en
el sabor y suavidad de espíritu, si no te dieres a la mortificación de todo eso
que quieres. Cánsase y fatígase el alma con sus apetitos, porque es herida y
movida y turbada de ellos como el agua de los vientos, y de esa misma manera la
alborotan, sin dejarla sosegar en un lugar ni en una cosa.
A.- Es cierto. Tal vez todo se resuelve amando;
en definitiva todo es cuestión de amores. Lo que no me gusta tanto o no
entiendo bien es lo último que me dices…
SJDLC.- Y para mortificar y apaciguar las cuatro pasiones naturales, que son
gozo, esperanza, temor y dolor, de cuya concordia y pacificación salen estos y
los demás bienes, es total remedio lo que se sigue, y de gran merecimiento y
causa de grandes virtudes: Procure inclinarse siempre:
No a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;
No a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;
No a lo más gustoso, sino a lo que da menos gusto;
No a lo que es descanso, sino a lo que es
trabajoso;
No a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;
No a lo más, sino a lo menos;
No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y
despreciado;
No a lo que es querer algo, sino a no querer nada;
No a andar buscando lo mejor de las cosas
temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza
por Cristo de todo cuanto hay en el mundo.
A.-
¡Apa! Palabras duras y radicales me dices. ¿Acaso no puedes hablarme de la
mortificación de otro modo menos… fanático o extremoso?
SJDLC.-
Para venir a gustarlo todo, no quieras
tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo
en nada.
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en
nada.
Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en
nada.
Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde
no gustas.
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde
no sabes.
Para venir a lo que no posees, has de ir por donde
no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no
eres.
Cuando
reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
Porque
para venir del todo al todo, has de dejarte del todo en todo,
Y
cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
En
esta desnudez hallar el espíritu su descanso, porque no codiciando nada,
Nada
le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo,
Porque
está en el centro de su humildad.
A.- Nada, nada, nada…
SJDLC.- ¡Nada,
nada, nada, nada!
A.- Exageras, hermano. ¡Tu camino es
imposible! No estoy de acuerdo con lo que me aconsejas, decididamente.
SJDLC.- El
alma dura en su amor propio se endurece.
A.- ¡Otra vez vas a salirte con la tuya…!
Está bien, puede ser que no acepte tu planteo porque estoy endurecido pero es
que…
SJDLC.- El
alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente.
A.- ¿Manso? ¿Humilde?... ¿Cómo?
SJDLC.- Humilde
es el que se esconde en su propia nada y se sabe dejar a Dios. Manso es el que
sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo.
A.- “Sufrirme a mí mismo”, ¡ja, gran verdad!
Muy bien, pero ahora dime, eso de “enamoramiento”: ¿podrías explayarte más, por
favor?
SJDLC.- ¡Oh
llama de amor viva
Que
tiernamente hieres
De
mi alma en el más profundo centro!
A.- ¡Ah, hermano mío, que tus palabras son
tan encendidas, y mi oración es tan apagada y desabrida!
SJDLC.- Porque
muchos de éstos, engolosinados con el sabor y gusto que hallan en los tales
ejercicios, procuran más el sabor del espíritu que la pureza y discreción de
él, que es lo que Dios mira y acepta en todo el camino espiritual. […] Y así,
quieren sentir a Dios y gustarle como si fuese comprensible y accesible, no
sólo éste, sino también en los demás ejercicios espirituales, todo lo cual es
muy grande imperfección y muy contra la condición de Dios, porque es impureza
en la fe. Lo mismo tienen éstos en la oración que ejercitan, que piensan que
todo el negocio de ella está en hallar gusto y devoción sensible, y procuran
sacarle, como dicen, a fuerza de brazos, cansando y fatigando las potencias y
la cabeza; y, cuando no han hallado el tal gusto, se desconsuelan mucho
pensando que no han hecho nada. Y por esta pretensión pierden la verdadera
devoción y espíritu, que consiste en perseverar allí con paciencia y humildad,
desconfiando de sí, sólo por agradar a Dios. A esta causa, cuando no han
hallado una vez sabor en este u otro ejercicio, tienen mucha desgana y
repugnancia de volver a él, y a veces lo dejan; que, en fin, son, como habemos
dicho, semejantes a los niños, que no se mueven ni obran por razón, sino por el
gusto. Todo se les va a éstos en buscar gusto y consuelo de espíritu, y por
esto nunca se hartan de leer libros, y ahora toman una meditación, ahora otra,
andando a caza de este gusto con las cosas de Dios; a los cuales les niega Dios
muy justa, discreta y amorosamente, porque, si esto no fuese, crecerían por
esta gula y golosina espiritual en males sin cuento. Por lo cual conviene mucho
a éstos entrar en la noche oscura que habemos de dar, para que se purguen de
estas niñerías.
A.- ¡Ohhh! De a poco empiezo a entender…, a
entenderte. Me has hablado del amor y del enamoramiento, de la mortificación y
propia negación, de la oración (como nadie), y ahora de la fe. Veo, mejor
dicho, comienzo a ver cuáles son tus pilares y prioridades, a qué le das mayor
importancia en la vida espiritual. Te confieso que al principio tu lenguaje
causa espanto y rechazo, al menos a mí causó eso, pero a medida que me hablas
me doy cuenta que tu lenguaje es cordial -suave, claro, simple-, aunque recio y
viril. Tendrías que venir a visitarme más seguido para conocerte más y
comprender mejor tu itinerario y tu vida. Sé que aún te quedan muchísimas cosas
por decirme, tanto por enseñarme y aleccionarme , iluminarme y consolarme. Pero
por esta vez tengo ya bastante que rumiar y repasar a solas, ¿no cierto?
SJDLC.- En soledad vivía,
Y
en soledad ha puesto ya su nido,
Y
en soledad la guía
A
solas su querido,
También
en soledad de amor herido.
A.- ¡Dios mío, qué poeta eres! Y
qué sabio y qué santo… ¡Cuánto me queda por aprender de ti, de tus dichos y de
tu ejemplo! Solo que, y con esto puedes ir en paz para volver otra noche (en lo
posible, que no sea al término de la semana que no suelo estar por aquí), dame
una última respuesta que me pacifique, que me llene de consuelo, que me
conforte, que me anime a seguir buscando al Amado a pesar de o junto con, mis
innumerables miserias y pecados. Sólo esto te ruego, querido hermano, y luego
puedes marcharte…
SJDLC.-
¿Quién se podrá librar de los modos y
términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se
levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú,
Señor, con la mano que le hiciste?
No
me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en
que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo
espero. ¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu
corazón? Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los
justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios
y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es
mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y
todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la
mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza,
y alcanzarás las peticiones de tu corazón.