INTROITO
Fui a visitar, una mañana, a mi querida Galdrima, la madre de mi madre. Era una típica mañana de invierno, en la que los valles se tornan grisáceos y se desprende del cielo un chubasco que empapa los arbustos y los pastizales, dando esa sensación de que el mundo se ha entristecido. Bueno, en fin, ese fue el motivo de visitar a la vieja Galdrima. Llegué como empañado a la puerta del viejo jacarandá, arcaica morada de mi abuela. Sacudí una de las ramas, ya que en invierno sus frutos secos suenan como la cola de la temida serpiente "Crotalus durissus", conocida como cascabel.
Quién es, preguntó la vieja haciendo sonar su bastón contra las raíces del árbol.
Alcandora, dije con la mandíbula bailando, ya que el frío me tenía estremecido.
Inmediatamente abrió el postigo e hizo señas de que entrara. Al verme con las manos violetas y el cuerpo casi como saltando, me ofreció una taza de chocolate caliente y unos pastelitos. Luego siguieron los mates que dieron pie a una larga conversación. No es mi interés contarles lo charlado, pero sí algo que sucedió cuando ella fue a calentar más agua. Se levantó de la silla y a sus pies se veía un viejo libro plateado.
Al instante se escuchó el pitido de la pava y supe que la vieja estaba por volver. Retorné a mi lugar en la mesa y sentándose ella, sin titubear y con el libro en mis manos, le pregunté: ¿Galdrima, sabia de los arboles, qué estáis leyendo? Se produjo un silencio rotundo, solo el crujir de las ramas del viejo árbol se oían. La vieja miró el libro unos instantes y noté una clara sensación de nostalgia en su rostro, luego se le fueron empañando los ojos hasta que desbordaron las lágrimas. Corrí a abrazarla e interrumpí el silencio diciendo como cuando de niño: ¿Qué sucede Mamama?. Me miró secándose las lágrimas y comenzó a relatar los últimos años de vida de mi abuelo.
Alcandora, pequeño, tu no lo sabes, pero... pero tu abuelo no sólo fue un extraordinario aventurero. Los últimos tres años de vida se la pasó encerrado en la copa del árbol, lugar de preferencia para escribir sus aventuras. No dejaba que nadie entrase y siempre se le escuchaba hablar solo. Desde entonces nunca volvió a ser el mismo.
Tuve la oportunidad de verlo dos veces en esos largos tres años. Él, fijaba la mirada en mi rostro, se acercaba lentamente y me besaba la frente, pero no decía palabra alguna. El resto de las veces cuando yo marchaba a los valles en busca de hierbas medicinales y de víveres, él escapaba y se abastecía con toda clase de comidas y bebidas para poder estar el mayor tiempo encerrado. Luego, en los días de primavera cuando cumpliría 109 años, no lo escuché más. Pasó un día, luego dos, hasta que decidí ir a la cúspide de mi hogar, allí, donde sus frondosas hojas se tornan violetas y las ramas se vuelven delicadas. Me atreví a entrar en su despacho y lo único que encontré fue este plateado libro. Los muebles ya no estaban, el cuarto: totalmente vacío, mi viejo marido había desaparecido…
Luego me dijo: Toma pequeño nieto, yo no he encontrado en este libro a tu abuelo. Tan solo tiene escritas unas pocas hojas y lo único que he entendido es que la cordura de tu abuelo se ha ido, dejando en este libro su locura.
La vieja guardó el libro en mi alforja, se levantó, se dirijo a la cocina, prendió el fuego y empezó a preparar el almuerzo. En cuanto a mí: pensaba que conocía, en su totalidad, a mi abuelo. Pues había tenido la oportunidad de escuchar varias aventuras, narradas por él mismo, en mi pequeñez, y varias también las leía mi madre por las noches, antes de entrarme en sueño. Sin embargo, al parecer, cuando le llegó la vejez, su cabeza empezó a entrar en diferentes mundos. Él ya no viajaba, o mejor dicho, viajaba estando sentado. A dónde, no lo sé. Verdaderamente se habrá vuelto loco, me preguntaba una y otra vez, o quizá en sus aventuras descubrió algo que nunca pudo explicar y por eso perdió la cabeza. Tantas preguntas no podían quedar sin respuesta. Por lo que, inmediatamente, me adentré en la biblioteca y guardé todos los escritos “del loco” en mi alforja.
Algunos eran relatos de sus aventuras, otros, investigaciones sobre las hierbas, tabacos, bebidas, insectos y demás seres que se encuentran en la naturaleza. Al adentrarse la noche la alforja parecía reventar. Me despedí amablemente de Galdrima y partí rumbo a los valles del oeste, donde se encuentra mi acogedora morada.
Han pasado varios años desde aquel día nublado en el que visité a la vieja. Tuve el tiempo necesario para leer cada uno de los escritos y ahora he decidido sacar a la luz las primeras páginas del libro plateado. No dejan de ser palabras de un alocado hombre que pasó su vida descubriendo nuevos mundos, pues le decían el "Colón de los planetas”. Pero venga, ya todo este preámbulo se ha tornado largo. Les dejo las dos primeras hojas del “incompleto” libro “PAPEL Y TINTA”:
Alcandora, pequeño, tu no lo sabes, pero... pero tu abuelo no sólo fue un extraordinario aventurero. Los últimos tres años de vida se la pasó encerrado en la copa del árbol, lugar de preferencia para escribir sus aventuras. No dejaba que nadie entrase y siempre se le escuchaba hablar solo. Desde entonces nunca volvió a ser el mismo.
Tuve la oportunidad de verlo dos veces en esos largos tres años. Él, fijaba la mirada en mi rostro, se acercaba lentamente y me besaba la frente, pero no decía palabra alguna. El resto de las veces cuando yo marchaba a los valles en busca de hierbas medicinales y de víveres, él escapaba y se abastecía con toda clase de comidas y bebidas para poder estar el mayor tiempo encerrado. Luego, en los días de primavera cuando cumpliría 109 años, no lo escuché más. Pasó un día, luego dos, hasta que decidí ir a la cúspide de mi hogar, allí, donde sus frondosas hojas se tornan violetas y las ramas se vuelven delicadas. Me atreví a entrar en su despacho y lo único que encontré fue este plateado libro. Los muebles ya no estaban, el cuarto: totalmente vacío, mi viejo marido había desaparecido…
Luego me dijo: Toma pequeño nieto, yo no he encontrado en este libro a tu abuelo. Tan solo tiene escritas unas pocas hojas y lo único que he entendido es que la cordura de tu abuelo se ha ido, dejando en este libro su locura.
La vieja guardó el libro en mi alforja, se levantó, se dirijo a la cocina, prendió el fuego y empezó a preparar el almuerzo. En cuanto a mí: pensaba que conocía, en su totalidad, a mi abuelo. Pues había tenido la oportunidad de escuchar varias aventuras, narradas por él mismo, en mi pequeñez, y varias también las leía mi madre por las noches, antes de entrarme en sueño. Sin embargo, al parecer, cuando le llegó la vejez, su cabeza empezó a entrar en diferentes mundos. Él ya no viajaba, o mejor dicho, viajaba estando sentado. A dónde, no lo sé. Verdaderamente se habrá vuelto loco, me preguntaba una y otra vez, o quizá en sus aventuras descubrió algo que nunca pudo explicar y por eso perdió la cabeza. Tantas preguntas no podían quedar sin respuesta. Por lo que, inmediatamente, me adentré en la biblioteca y guardé todos los escritos “del loco” en mi alforja.
Algunos eran relatos de sus aventuras, otros, investigaciones sobre las hierbas, tabacos, bebidas, insectos y demás seres que se encuentran en la naturaleza. Al adentrarse la noche la alforja parecía reventar. Me despedí amablemente de Galdrima y partí rumbo a los valles del oeste, donde se encuentra mi acogedora morada.
Han pasado varios años desde aquel día nublado en el que visité a la vieja. Tuve el tiempo necesario para leer cada uno de los escritos y ahora he decidido sacar a la luz las primeras páginas del libro plateado. No dejan de ser palabras de un alocado hombre que pasó su vida descubriendo nuevos mundos, pues le decían el "Colón de los planetas”. Pero venga, ya todo este preámbulo se ha tornado largo. Les dejo las dos primeras hojas del “incompleto” libro “PAPEL Y TINTA”:
¡Se me ocurrían tantas cosas! Más, no podía escribirlas. ¿Cómo, me preguntaba una y otra vez, es posible plasmar las ideas en un papel; cómo centrarme en una sola, habiendo tantas merodeando por mí cabeza?
_¡Quizá debas concentrarte! Susurró suavemente la voz de mi conciencia.
_¡No! Gritaba algún diablillo en mi mente. No debes plasmar las ideas, pues serán nada en el papel. Nadie las entenderá. Cada uno entiende según lo vivido, según la experiencia.
¿Qué quieres decir con esto? Pregunté rápidamente.
_¡No hagas caso a este pensamiento! Decía la conciencia. Caerás en un pozo muy profundo... El hoyo del relativismo.
Silencio y dejad que este malvado, según crees, se exprese.
_ Pues en este momento, comenzó diciendo el pensamiento, estás escribiendo todas estas tonterías. Pero lo más ridículo es que no sabes qué idea quieres plasmar...
_Claro que lo sabe, interrumpió la conciencia.
Paciencia, amiga conciencia, él no sabe lo que estamos tramando. Dejad que hable para poder terminar esta idea.
Y e diablillo continuó diciendo:
_ Decía que no sabes qué idea quieres plasmar. Aunque lo supieras, nadie la entendería, o muy pocos, quizá.
Esto lo digo porque, como tú sabes, una idea surge en la mente como fruto de la contemplación de la realidad. Pues en este caso, si las personas no han contemplado lo que tú, entonces no podrán entender dicha idea.
_¡Falacias, mentiras, tonterías! Escápate de nuestra mente, estúpido pensamiento. Gritaba la conciencia.
Conciencia y diablillo siguieron discutiendo por largo rato. Yo escuchaba. Nada podía hacer, más que escabullirme en el ruido de los cascabeles del viejo árbol, silenciando a ambos. Pero esto no era lo que quería, pues deseaba escuchar. Escuchar silenciosamente en el silencio.
Quedé tildado, como dicen algunos, unos quince minutos, o eso creo. Volví en mí y comencé a escribir, reconstruyendo lo que habían hablado estos personajes:
_ Claro está, dijo la conciencia. Asunto terminado.
Espera, vayamos despacio, que no he sujetado aún la pluma.
_ Cierra los ojos y concéntrate, exclamó la conciencia.
Creo que eso ya me lo has dicho, dije un poco desconcertado. Al parecer estaba dando vueltas, una y otra vez, la misma idea en mí cabeza...
¡Lo recuerdo! Exclamé.
Conciencia argumentaba, que plasmando las ideas podemos hacer que los demás contemplen la realidad. Pues ese papel que contiene la idea no es más que un espejo de la realidad o una ventana que apunta hacia la misma.
Por otro lado el diablillo decía que nadie puede contemplar correctamente la realidad y por ende nadie logrará representarla de manera adecuada en un papel.
A esto la conciencia le muestra dos pinturas. La primera era una flor dibujada por un niño, mi nieto tal vez. La segunda, una obra de Velázquez. Ambos han reconocido y contemplado la realidad, pero solo uno tenía el talento de representarla. La realidad material es, quizá, la más sencilla de representar. Pero la realidad del dolor, amor, muerte, sentimientos, en fin, la realidad intangible o abstracta, sólo puede ser representada por unos pocos hombres de talento.
El pensamiento del diablillo iba desapareciendo con cautela de mí mente, a medida que hablaba la conciencia. Pues sus argumentos eran válidos y no daban cabida al falaz destructor de escritores.
Aclaró, también la conciencia, que es importante el talento y la virtud de poder representar la realidad. De lo contrario podría confundir a muchos y no ver una flor, sino un garabato en un papel.
Luego la conciencia se dirigió a mí diciendo:
"Carísimo mío, sé que dudas de vuestro talento. Está bien que dudes, pues has escrito largo rato y no veo nada claro en estas palabras. Más, que esto no te frene e intenta volver a las épocas en que todo lo dejabas tan bien plasmado, en las amarillentas hojas de papel. El talento y la virtud se alcanzan con la práctica.
Claro está que algunos no están hechos para esto. Puede ser, o no, tu caso. Por la edad quizá, no lo sabemos. Pero eso lo descubriremos con el tiempo."
Dejé pluma y papel sobre el decrépito escritorio. Quedé sentado pensando otro rato...
_¡Claro! Gritó alegre la voz de mi mente, interrumpiendo el silencio interior. Has logrado escribir.
Despertose el diablillo y dijo:
_ Has escrito, después de largo tiempo, eso está claro. ¿Pero... qué has dicho?
_ Descúbrelo tú mismo, entre carcajadas decía la conciencia, pues claro está. Asunto terminado.
No he dicho nada, solo he pensado. Y tú, sí tú, pequeño, te estás adentrando en el barullo de mi mente.
Gospodin Caputrrabid
Rápidamente di vuelta la hoja para seguir leyendo las alocadas palabras, empero no había nada escrito en ellas. Mejor dicho, lo escrito desaparecía. Como si mágicamente la tinta del plateado libro se mezclase con el humo que brotaba de mis narices, luego de haber dado una bocanada de pipa, dejando desnudas las arcaicas láminas de papel. Volví perplejo a las primeras páginas para transcribir en mi cuaderno lo que había leído, pues temía que también ellas desaparecieran del viejo libro. Coloque el último punto y… ¡Si, las palabras comenzaron a desvanecerse! La tinta cayó al piso como si el libro llorara unas espesas lágrimas negras. Abrí el cajón del escritorio y deposite, en un frasquito de cristal que estaba dentro, la mayor cantidad de tinta que pude. Luego sucedieron una serie de eventos que ya tendrán su momento de ser revelados.
Pero en fin, sin mas nada que decir, esas, nada más y nada menos que esas, queridos míos, fueron las palabras colocadas en las dos primeras hojas del misterioso libro de plata. Quizá, el viejo, verdaderamente perdió la cordura, y mi experiencia fue.... simplemente “un sueño”. Pero yo se que esto no se trata de sueños o mentiras. La tinta está en el frasco y lo transcrito, escrito está. Ésta es la verdad.
"PAPEL Y TINTA" |
A.T