Mt 5, 3-20:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los pobres...
Por ser los mejores amigos de Jesús.
Por conocer y acompañar al Cristo Pobre.
Por haber oído a Dios quien dijo: Ego sum pauper.
Por saberse favorecidos por el Altísimo.
Por haber descubierto la predilección que el Padre les tiene.
Porque procuran abandonarse totalmente en Sus manos.
Porque fueron alzados de la basura por Yahveh.
Porque han creído que el reino que Cristo inauguró era para ellos.
Porque rechazan tener como propio siquiera un alfiler.
Porque han comprendido que ni el propio cuerpo les pertenece.
Porque desean quebrantar sus más íntimas inclinaciones.
Porque molestan a la gente decente de este mundo.
Porque gritan el Cielo con sus vidas desprendidas.
Porque carecen de pretensiones y ambiciones desmedidas.
Porque quieren volver a su estado natural.
Porque son invisibles a los hombres pero importantes a los Ángeles.
Porque son desesperadamente libres.
Porque son eternos.
Bienaventurados los mansos...
Por haberse enamorado de Aquel a quien oyeron decir: Aprendan de Mí, que soy manso.
Por ser aquellos que añoran el primer Edén: la tierra ordenada de Adán.
Por ser hermanos de todas las criaturas.
Por ser los custodios de la antigua melodía de la Creación.
Porque lograron poseerse, dándose sin medida.
Porque lo esperan todo de lo Alto.
Porque albergaron sólo una inquietud: domesticar al Dios salvaje.
Porque hacen temblar a los demonios con la fuerza del Cordero.
Porque la serenidad que poseen sacude los cimientos del orbe.
Porque la dulcedumbre que manifiestan confunde a los mortales.
Porque suavemente sedujeron al Rey y pisotearon a los prepotentes.
Porque la violencia que tienen no es de este mundo ni para este siglo.
Porque arrancaron de raíz todas las pasiones perturbadoras.
Porque son tan despreciables como los pobres pero encantadores a los ojos de los Santos.
Porque son divinos conquistadores.
Bienaventurados los que lloran...
Los que lloran por sus pecados día y noche.
Los que son “pinchados” en el alma por Dios.
Los que gimen como los pecadores del Evangelio.
Los que se deshacen en lágrimas como el Padre Anatoly de Ostrov.
Los que se dan un buen llanto sin miramientos.
Los que se atreven a llorar desconsoladamente por el pecado del mundo.
Los únicos que entendieron esta vida como un Valle de Lágrimas.
Los que se deleitan en el Cristo lloroso.
Los que se recrean en la Virgen lacrimosa.
Los que lloran a escondidas por los escándalos de la Iglesia.
Los que lavan la tierra de sus crímenes con sus benditas lágrimas.
Los que lloran por lo que realmente hay que llorar.
Los que conocen el poder de las lágrimas evangélicas.
Los llorones para un mundo que desconoce el país de este sagrado llanto.
Porque a estos se les prometió que cada lágrima derramada, por Él será enjugada.
Y porque reirán tanto, tanto, tanto...
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia...
Hambrientos y sedientos por la Santidad.
Por otra justicia que no está en los tribunales.
¡Esos "intensos"!
Los hombres de deseos como el Profeta Daniel.
Los insatisfechos.
Los insaciables.
Los inquietos.
Los movedizos.
Los inconformes.
Los apasionados.
Los vehementes.
Los fogosos.
Los volcánicos.
Los buscadores.
Los buceadores.
Los andariegos.
Los caminantes.
Los peregrinos.
Los aventureros.
Los insoportables.
Los atormentados.
Los trastornados.
Los impertinentes.
Los inoportunos.
Los incorrectos.
Los insurrectos.
Los enfermos.
Los “locos por Cristo”.
Los que quieren desquitarse por el Reino.
Los que quieren ajustar cuentas con Dios como el vaquero trapense.
Los que no van a parar...
...hasta dar con el Rostro de Jesucristo;
El único que sacia el corazón herido.
Bienaventurados los misericordiosos...
Los que nunca van a estar de moda
(Aunque se diga lo contrario).
Esos seres angelicales.
Los que intuyeron que Dios es Amor.
Los que cayeron en la cuenta del Amor sin límites.
Los que padecen la misma patología trinitaria.
Los que cargan con un peso universal.
Los que aprendieron a mendigar.
Los que se reconocieron hijos pródigos.
Los que acogieron el imperativo del Maestro de ser misericordiosos como el Padre
(Sin resistencias).
Los obedientes a la divina orden: “Misericordia quiero, no sacrificios”.
Los miserables con los miserables.
Los escandalizantes encubridores de la miseria.
Los nuevos Atlas que sostienen el cosmos.
Ellos serán alcanzados por el Compasivo de una manera fascinante, inconcebible.
Triunfal.
Bienaventurados los limpios de corazón...
Porque ven.
Porque se ven en Su Corazón.
Porque lo ven todo.
Porque son los auténticos videntes.
Porque son puro ojos.
Porque se sentarán entre Querubines y Serafines.
Porque son como niños bienamados.
Los pequeñuelos con capucha.
Los que hurtaron la luz del Tabor.
Que han sido “cotransfigurados” con Cristo.
Que han “codescendido” al infierno con Cristo.
Porque ascenderán con Él entre aclamaciones.
Porque tendrán las mejores moradas en la casa del Padre.
Porque se parecen a la Madre de Jesús.
Porque viven alegres.
Bienaventurados los que trabajan por la paz...
Aquellos que no tienen un lugar seguro en la tierra.
Aquellos que no son comprendidos ni siquiera en su propia Casa.
Aquellos que se atraen enemigos secretamente.
Aquellos que despiertan hostilidades desconocidas.
Aquellos cuya presencia desafía y altera el orden establecido.
Aquellos cuyo grito de guerra es: Pax!
Aquellos feroces combatientes que han llegado al lugar de reposo.
Aquellos que prefieren al Cristo crucificado antes que al Cristo de los látigos.
Los que se asemejan al Dios de la Paz.
Felices ellos por ser hijos en el Hijo.
Porque son llamados por su verdadero nombre.
Porque siguen a Jesús siempre obediente al Padre.
Porque su trabajo es el más digno y excelente.
Porque aceptaron de buen grado los consejos evangélicos.
Porque son familia de la Santa Trinidad.
Porque viven la comunión de los Santos.
Porque por su paz de corazón convierten a multitudes.
Porque están reconciliados consigo mismo.
Porque reconcilian a los hombres en la verdad y en la caridad.
Porque unen cielo y tierra.
Porque están tranquilos con Dios y con la Virgen.
Porque aman hasta el extremo.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia...
Por vivir una justicia mayor que los fariseos.
Por vivir esa justicia superior que permite el ingreso al reino de los cielos.
Por vivir la justicia que se besa con la paz y con la gloria.
Porque cuestionan a los "justos" que encarnan la letra y se olvidan del espíritu.
Porque son perseguidos por los fariseos y los escribas de turno.
Porque son excomulgados por la norma y la rúbrica.
Porque detectan y fustigan las tradiciones humanas.
Porque la verdadera justicia la encontraron sólo en la vida de Jesús.
Porque se obsesionaron con el Evangelio.
Y lo vendieron todo para comprar este campo donde yace el tesoro escondido.
Y lo despreciaron todo con tal de conocer a Jesucristo.
Y esta locura de vivir por Él y para Él les trajo innumerables molestias sin fin.
Perseguidos.
Humillados.
Abatidos.
Injuriados.
Calumniados.
Incomprendidos.
Destratados.
Maltratados.
Despreciados.
Menospreciados.
Olvidados.
Incomprendidos.
Aplastados.
Golpeados.
Malheridos.
Marginados.
Abandonados.
Odiados.
Aborrecidos.
Por un Nombre que está sobre todo nombre.
Por una Buena Nueva que supera toda feliz noticia.
Por un Espíritu que sopla donde quiere.
Por una Revelación que revoluciona todo y a todos.
Por una Cruz fiel que sostuvo la Salvación preanunciada.
Por una Madre amable y admirable.
Por una Iglesia que es Madre y Maestra, Esposa y Doncella.
Por la Jerusalén celeste.
Por la Eternidad.
Bienaventurados los humildes, los silenciosos y los orantes.
Porque Dios es Humildad.
Es Silencio.
Es Oración.
Bienaventurados, felices, dichosos sean los: «bienaventurantes».