LUNES SANTO
Jn XII, 1-11
Todo aquel que obra como María ante el Maestro vive pleno , y plenifica lo que rodea.
Todo aquel que piense y sienta como Judas, y no se cuide de los pobres, es ladrón -aun cuando no robe literalmente.
Todo aquel que ha sido resucitado -o lo será pronto- en el Señor, será reo de muerte -especialmente por los fariseos- y causa de división:
Todo Lázaro será motivo de fe y ocasión de escándalo, a la vez.
¡Dichoso el que, en su trato con Jesús y su Iglesia, sabe ser y hacer al mismo tiempo de Marta, Lázaro y María en Betania: servirá al Señor, comerá con Él y vive de Él! Amén.
MARTES SANTO
Jn XIII, 21-38
Jesús, ¿qué hace?, ¿cómo está? Está turbado, la está pasando mal mientras siga el traidor (y su diablo) en la Última Cena; desnuda así su corazón –sutil preanuncio de la desnudez de su Cuerpo sagrado en la Cruz– y declara con confianza cuál es su pena, su hondísimo dolor...
Los discípulos, ¿qué hacen? Se miran entre ellos desconcertados y se sienten abrumados ante el terrible incógnito.
El discípulo amado , ¿qué hace? Pues lo que hay que hacer, lo mejor que se puede hacer frente a estos casos o situaciones –y aun estados– donde el tremendo misterio de la luz y de las tinieblas en franco duelo se debaten ante sí –en sí–; Juan se deja amar y reposa entonces su existir en el pecho ya abierto del Amado.
Simón Pedro, ¿qué hace? Varias cosas hace, como acostumbra él, el impulsivo, sí, pero también el discípulo que más amó al Señor (cf. Jn 21,15); éste, primero, se impacienta por conocer la identidad del traidor entre los Doce, acaso intrigado y hasta atemorizado de la posibilidad de que él mismo lo sea –aunque en el fondo de su consciencia sabe que no es él, que no podría ser él justamente, ¡de ninguna manera!... y no se equivocaba al sentir así, no obstante... Cefas no aceptaba, por entonces, que era un inmaduro, un hijito (Jn 13,33) para saber aún lo que es la caridad en serio, y al no comprender que necesitaba de tiempo, espera, educación y paciencia para madurar su entrega incondicional, actúa por segunda vez movido de sus fuertes ímpetus, mas al mismo tiempo, por los nervios y tal vez por los miedos aún no confesados, que lo llevarán a manifestar de una vez su noble lealtad –quizás negando de esta manera locuaz la fatalidad, para su ardiente corazón, de tener que perder a su amado Señor, tan solo de hacerse a la idea de estar separado de su íntimo enamorado: el Maestro.
Judas Iscariote, ¿qué hace? Lo peor que se puede hacer y que lamentablemente todo ser humano, si es sensible y honesto, hace repetidas veces, o apenas en un desesperado momento en la vida de forma descarada y vil; este miserable traiciona –arquetípicamente "miserable" porque traiciona a Dios–, sin embargo antes comete un gravísimo error, en este caso irreversible, que es rechazar la amistad del Amor, del Hombre perfecto y perfecto Dios, no dejándose amar primero –al contrario de Juan– por el único Amigo auténtico y absoluto que hombre alguno puede tener, y que el Iscariote en frente tenía. ¡Qué noche oscura e impía!
Por último, Satanás, ¿qué hace? En el alma de aquel desertor entra frenéticamente y lo saca inmediatamente de allí: del Cenáculo, hogar de paz y de luz, espacio gratuito para el Ágape cristiano, lugar de encuentro con Jesús en medio de sus amigos y a la cabeza de sus discípulos, hábitat de comunión profunda e indescriptible, ethos apostólico de inconmensurable felicidad y de una nueva creación: una relación plena de libertad real para el servicio concreto al hermano necesitado en la verdad divina y en la asombrosa humildad señera de Aquel que les (y nos) había lavado los pies –incluso al amigo Traidor–: el Hijo del hombre y el Enviado del Padre: Jesús de Nazaret. Amén.
JUEVES SANTO
Ex. XII, 11-14
¿Cómo se recibe al Cordero sin mancha y sin defecto?
¿Cómo se vive la Pascua? ¿Cómo devenir un hombre pascual? ¿Cómo comulgar a
Cristo, y también, ser comulgados por
la Noche de Gloria?
El que no tiene mancha ni defecto es Él, el divino
Codero, no nosotros, los “manchados”. Para ser como Él hay que comerlo y
asimilarlo, incorporarlo. Justamente porque tienes miserias -manchas, defectos-
debes acercarte a Él -¡con confianza!- y recibirlo en tu corazón. Si fueras
puro y perfecto, pues ya no lo necesitarías -¡y Él tampoco a ti!. Entonces,
acércate a Él si te sabes hijo de Adán y Eva, pero fíjate bien cómo proceder. Las
indicaciones son precisas. No hay excusas para fallar. Ni hay pretexto alguno
para ser exterminando por el Ángel, para no evitar el castigo seguro.
Es inminente el Paso, siempre lo es. El paso
salvífico de Dios en nuestras vidas es irrevocable. A cada rato, día a día, se
produce el “Pesach” (o “Pésaj”). Y siempre, porque es una “institución perpetua” (v.14), fundada
por el mismo Yavhé.
Por eso, atiende hombre lo que se te pide. Escucha
bien. Mira con inteligencia.
Obedece las instrucciones a pie juntillas.
Meticulosamente (no escrupulosamente,
que es otra cosa). No son muchos los preceptos; son pocos y los justos, y Dios
los manda para la posteridad.
Y ¿qué es lo que manda? ¿Qué exige? ¿Qué desea?
Primero: está claro que comerlo a Él, el Señor Jesús. Segundo: comerlo de noche, en la noche de la Fe. En la noche de la fugacidad de esta
vida mortal, en este mundo pasajero de formas aparentes y engañosas, debes
comulgar el Pan blanco y bendito que es el Redentor. Aquel que rescató al
Pueblo elegido y lo liberó del país de Egipto, es el mismo que hoy se te
presenta y se entrega en forma de pan redondo y sin levadura, bajo la figura de
esa Hostia consagrada y pequeña que espera ser acunada en tu lengua y ensenada
en tu regazo. Abrazo que te ofrece por medio de estas especies el Señor de los
Ejércitos de ambos Testamentos, el mismo que continúa su obra liberadora, su
gesta divina, su epopeya celeste.
“Cómeme”, es la consigna del Amo, “y cómeme rápido”.
Tercera indicación: date prisa en
comer a la Víctima pascual. ¿A qué dar tantas vueltas? ¿Por qué tantos rodeos?
Acaba ya con los sofismas. Deja de pensar, apaga la mente insidiosa. Deja de
imaginarte cosas que no son, ni fueron ni serán.
Es Él. Él es el Ser. Él está allí, presente, como lo
estuvo ayer y como lo estará siempre: ¿acaso te asusta este Misterio? ¿Es que
no puedes so-portar la inconmensurable Paradoja de un Dios tremendo que con su
brazo poderoso hace prodigios increíbles en medio de los israelitas, y el de un
Dios frágil y aparentemente impotente con rostro de pan tierno y cotidiano…?
¡Oh, cristiano, apúrate en salvarte, apresúrate a
comer y beber la Eucaristía, apróntate con
tus lomos ceñidos, con tus pies calzados y con el bastón en tu mano (Ex. 12, 11)!
¡¡¡Eres peregrino, no lo olvides!!! Aunque se resista tu mente estrecha y
obstinada, aunque tu fantasía te confunda y te oprima, aunque inconscientemente
este humilde acto repugne tu orgullo y tu delirio de omnipotencia, tú ponte de hinojos
y oye esa Voz desconocida que te dice: “Abre
bien tu boca y Yo la llenaré”. “¿Por qué?”, seguimos insistiendo
porfiadamente. Porque “Yo soy el Señor
Dios tuyo, que te saqué de la tierra de Egipto” (Sal.81, 11).
Pero seguramente tú harías las cosas de otra manera,
diminuto mamífero, tú lo harías mejor...!
¡Callaos! ¡Basta ya! ¡Haced silencio! Ábrete a la
luz del misterio pascual que irrumpe en tu biografía: al misterio de luz por
excelencia, de una Luz eterna que brilla en medio de la noche, que triunfa
sobre las tinieblas de la muerte. Nace la Luz en tu noche existencial, noche
oscura y cerrada. Luz que vino a este mundo tenebroso y que el mundo no conoció
porque prefirió quedarse en la Oscuridad. Luz
amable que vino a los suyos a alumbrarnos a una nueva vida, rebosante, vida
eucarística, pero los suyos no la recibieron porque sus obras eran y son
malas: ellos se enamoraron de sus propias Sombras…
La Pascua, sin embargo, es
día memorable porque la Luz venció definitivamente. “Toquen la trompeta al salir la luna nueva, y el día de luna llena, el
día de nuestra fiesta” (Sal. 81,4). Luz que sabe a Trigo y huele a Vino sagrado. Luz adorable que se puede beber para ser iluminados en el interior,
hasta en los más recónditos rincones del alma replegada sobre sí se introduce
la luz que purifica. Luz que ceba todos los nervios que tensan y contraen los
cueros de nuestros corazones. Nada puede frenar la potencia de esta beatífica
luz. Nada puede desviar la determinación salvífica de semejante luz. Sólo
tienes que dejarte proyectar por ella. Sólo tienes que beberla con fruición,
comerla con ganas. Tal Luz es el Hombre Perfecto, el Hijo de Dios.
Comer y
beber al Crucificado, creyendo y sabiendo, sintiendo y percibiendo que la Luz
sin principio y sin ocaso está allí, y no en otra parte. Que este Cordero que
se nos pide comulgar de noche y de prisa será el mismo del Apocalipsis que,
como lámpara, iluminará a los elegidos, a aquellos que estén inscritos en el
Libro de la Vida del Cordero. En aquel entonces, la Ciudad de Dios no
necesitará ya más la luz del sol y de la luna (Ap. 21, 23.27). Y serán salvados
los que tengan el Nombre en la frente, en los labios y en el corazón: es la
única señal de los escogidos de antemano para la Gloria. En todo el ser habrá
de estar tatuado el Nombre-sobre-todo-nombre
ante el cual toda rodilla se dobla en tu infierno, en tu barro y en tu cielo,
glorificando así al Padre de Nuestro Señor Jesucristo (Filip. 2, 9-11). Sí, es una inmensa
paradoja, es un misterio realmente admirable.
Come y bebe al Hombre-Dios.
Come y bebe la Luz en la Obscuridad.
Come y bebe el Nombre de Jesús.
Como y bebe el Crucificado-Redivivo.
Sólo así tus dioses egipcios recibirán su justo
escarmiento por parte del Dios del universo. (Ex. 12, 12).
Amén. Aleluya.
HILARIO