jueves, 28 de marzo de 2019

El Único Pañuelo Celeste


     Era aquella una mañana de sol alto, hace ya aproximadamente dos semanas a la fecha. Encontrábase el Corsario frente a su navío, entrando a la facultad por vez primera en un bellísimo día cercano al otoño. El aire era liviano y los pájaros sobrevolaban el firmamento; ofreciendo a la naturaleza su bello cantar, los árboles comenzaban a vestirse de naranja y rojo, una briza fresca le azotó la cara. Había agua en el suelo y las escaleras parecían brillar bajo los rayos del astro estrella.
     Pero por muy hermoso que el día estuviese, cientos de carteles de asesino color taparon el sol, viciaron el aire y acallaron los trinos de las aves, cuando por fin el joven pirata pasó las grandes puertas.
     En otro momento y dada una situación diferente, aquello podría hasta haber alegrado la mirada del joven marinero, gran admirador del color verde que nace en las hojas de las plantas mas pequeñas que, como un niño que se despereza en primavera, estiran sus brazos hacia arriba, abrazando así, su nueva vida; pero este verde no se parecía en nada a aquello.
     Era un color monstruoso, digno de un pantano donde la corrupción y podredumbre son reinas, revestía las paredes de la facultad haciendo que estas lanzasen un inmundo olor a vómito que parecía filtrarse por todos los rincones.
     El Corsario los miró con desagrado, miles de llantos de niños se le vinieron a la mente, inocentes victimas que habían sido asesinadas con la excusa de "el bien común", o por "una cuestión de salud pública". Miles y miles de pedidos de auxilio acallados por aquel color inmundo.
    Un sentimiento desagradable para cualquiera, pero le esperaba una sorpresa más terrible dentro del curso pues, al entrar, notó que muchos alumnos, sus compañeros, vestían aquella putrefacta prenda, bellas señoritas se volvían entonces en pérfidos orcos, capases de asesinar a sus propios hijos por conveniencia, seres egoístas y perversos, deformes y malolientes que parecían ser demasiados. No entraré en detalles de lo que pensó en ese momento el joven pirata, pues ya muy bien descrito esta en el excelentísimo texto de Don Ábila "Un Día Nublado".
     Sintió entonces La Soledad, hermana de las sombras, pues aquel trapo maldito inundaba la habitación y ningún soldado de celeste bandera parecía vivir en aquella cueva de orcos. ¿Como entonces podría combatir con semejante ejercito de alimañas? ¿Como podría vencer aquella ideología que pregonaba el asesinato y la sed de sangre? Aquella noche, en el Mar Desconocido, el Corsario rezó un rosario.
     Pasaron algunos días y el joven Corsario ya estaba resignado a ser el único allí con pañuelo celeste; pero una mañana, dentro del micro, con los ánimos por el suelo y sumido en estas cavilaciones vio que una joven señorita subía al micro. Su cabello era dorado y sus ojos como la miel y supo haberla visto en otro momento, concluyó con rapidez de que se trataba de una de sus muchas compañeras la cual nunca había llamado su atención, pero en su mochila brillaba un tesoro de incalculable valor y que capto su mirada en el momento.
     Se trataba de una prenda hermosa, adornada con diamantes y zafiros y el joven pirata quedó maravillado con la visión, aquella tarde volvió al Mar Desconocido pensando que, tal vez, aquella cueva de orcos que era el curso guardaba algunas personas que en silencio y "a escondidas" perfumaban todo a su alrededor.
     Al día siguiente conoció a aquella gauchita de pañuelo celeste y, al preguntarle por su tesoro su respuesta fue "...traje el pañuelo porque había demasiado verde acá..." el Corsario supo entonces que se hallaba frente a la única persona en 92 alumnos que estaba dispuesta de todo corazón a salvar a la criatura más inocente y que no tenía miedo de pregonarlo a viva voz.

     Historia cortita y sencilla que probablemente deje mucho que desear con la realidad, pero creo que ya se ha dejado bastante claro en este Bolg que, "así como una señorita de bellos ojos pero con pañuelo verde puede transformarse, a nuestros ojos, en un deforme orco, una de celeste pañuelo puede ser la más bella de las elfas" por lo que me concentraré más en resaltar la valentía y el convencimiento de esta bella señorita en particular.
Resultado de imagen para marcha pro vida     Muchas veces los más firmes soldados han flaqueado en ponerse la celeste bandera, muchos prefieren pasar desapercibidos para no ser "tachados" pues el coludo les ha infundido el miedo al rechazo y así y para finalizar pongo el ejemplo de esta guerrera, semejante a Eowyn, quien ha demostrado no dejarse convencer por ello. Pues llevando esta hermosa prenda se puede hacer mucho. 
     Los animo a todos, compadres Gallardos, que vayan a sus mochilas y aten la celeste bandera pues embellece mucho el ámbito facultativo y como bien se ha dicho "LA BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO"  


Paso a dedicar esta sencilla historia a R.C. y a Don Ábila en respuesta a los acontecimientos del "Día Nublado".


    El Corsario Negro.

jueves, 21 de marzo de 2019

Allí está el pobre...

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"Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.  Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado..."
[Lc 16, 19-31].

"Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos."
[Lc 14, 12-14].

"Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis."
[Mc 14, 7].

"Dios ama a los pobres y en consecuencia ama a los que aman a los pobres."
San Vicente de Paul.

"De tanto sufrir, esta cristiana [Clotilde] llena de vida y de fuerza ha comprendido que, sobre todo para la mujer, no existe más que un medio de estar en contacto con Dios, y que ese medio, enteramente único, es la POBREZA. No la pobreza fácil, interesante y cómplice que le da limosna a la hipocresía del mundo, sino la pobreza difícil, indignante y escandalosa a la que es preciso socorrer sin ninguna esperanza de gloria y que no tiene nada para dar a cambio."
León Bloy, La Mujer Pobre.

"Fue un amante. Enamorado de Dios y enamorado en realidad y de verdad de los hombres, cosa que entraña una vocación mística mucho más singular. Un enamorado de los hombres es casi lo contrario a un filántropo...Del filántropo puede decirse que ama a los antropoides. Pero como san Francisco no amó a la humanidad sino a los hombres, así tampoco amó la cristiandad sino a Cristo... 
su religión no era algo así como una teoría sino algo así como unos amores."
G.K.Chesterton, San Francisco de Asís.



Allí está el pobre...
¡Ojo! Un cruce de miradas bastaría para encadenarte. No lo mires, pues. 

-"Pero es que me atrae..." -"¿Te atrae? ¿Qué tiene de atractivo? No es más que un pobre."

-"Sí, pero... pero es que me conmueve." -"¡No! No te dejes conmover. ¡Ay, esa palabra, quítatela de tu boca! Ese sentir, ¿de dónde te viene? Tienes fiebre."

Sin embargo, el pobre sigue allí, sentado en medio de la plaza, junto a la fuente. 

Está solo, desorientado, como un perro abandonado. Su mirada se pierde, arriba, abajo, a los costados. 

¿Qué persigue?  ¿A quién busca? ¿Será que olfatea mi inquietud y mi curiosidad? ¿Oirá el palpitar de mi corazón en la oscuridad? ¿Estará excogitando mis lejanos pensamientos? 
Nerviosismo. Ansiedad. Miedo.
Allí está el pobre que mete miedo sin hacer nada, siendo inocuo, un completo impotente.
Temo entrar en comunión con él.
Quisiera hablarle pero no puedo. No podría -si es que deseo mantenerme intacto-. Me va a herir si mi acerco, no con algún cuchillo artero, sino con su sola presencia. Me lastimaría el alma. Por eso le dejo ir. 
¡Que se vaya! ¡Fuera de mi vista, oh torturador de mi espiritual burguesía! A mi mesa interior no invito a los pobres ni a los débiles ni a los discapacitados. Prefiero comer solo aunque cómodo. Limpios mis vestidos de púrpura y lino. Sin sangre ajena, sin vino a compartir. 
¡Uf, qué susto! ¡Casi...! El pobre pasó cerca mío, pero no me tocó ni me habló ni me miró. De haberlo hecho, me hubiera comprometido. Hubiera cercenado mi libertad individual, mi cálida tranquilidad, al leve roce.
¡Que no me molesten los pobres, os lo ruego! Estoy bien así.
¡Cuidado! Fíjate que allí viene de vuelta. ¡A escabullirse! Huye. No aparezcas, no expongas tu corazón. Nada de sentimientos.
Los pobres son peligrosos. Podrían cambiar tu vida radicalmente.
Los pobres sólo importunan; tú ya tienes tu vida armada.
No malgastes ni un minuto de tu precioso tiempo con esa gente indigente e indeseable.
Obsérvalo, no tiene modales, no tiene ningún arreglo. Insulta a todo el que pasa a su lado. Se droga delante de niños y ancianos. Grita como un loco desesperado. Mira mal a todo el mundo. Anda sucio, harapiento, con mal olor. Es un borracho perdido.
Guarda con ese pobre y con cualquier pobre.

Estamos rodeados de Lázaros que nos mendigan.
Mendigan nuestra atención, nuestro tiempo, nuestra intercesión.
Mendigan un poco de compañía, una sencilla conversación.
Mendigan una mirada de aprobación, una sonrisa...
¡tan sólo una sonrisa!
(¿Por qué celebramos sin invitados?
¿Por qué nos encerramos?
¿Hay felicidad en banquetear a solas por el mundo?
¿Hay vida -vida feliz- si me cierro en mi relación con los demás, que pobres son todos?)
Mía es la decisión.
La coraza me la pongo o me la saco a mi antojo.
Si has de entrar en comunión con tu prójimo, prepárate para ser vulnerado. Te harán pedazos el corazón.
No hay "seguro de vida" que salve tu recinto interior: te desvalijarán la casa entera.
Y tú que ilusamente no reluces tu reloj para decir la hora por miedo a que te lo roben. ¿¿¿Un mísero reloj???
Hasta la última fibra de tus entrañas son capaces de robarte los miserables si tú bajas la guardia.
Crees que la cuestión está en si te piden "una monedita".
¡Oh, insensato! Rico encubierto, aunque tus bolsillos estén rotos.
No sólo una moneda sino que te sacarán todo el tesoro que guardas internamente si osas abrir tu mano.
Abriendo las manos, tu apertura total corre peligro.
Tratar con los pobres es siempre un riesgo letal.
¡No te la juegues!
Piensa en tus asuntos y sigue adelante, o cambia de vereda.
Por ello, presta atención por dónde andas, con quién te rodeas, cómo obras. 
Un mínimo error y serás presa de la maldita compasión.
La compasión es una incurable lepra que se contagia lentamente, inadvertidamente cuando tratas más de la cuenta con los marginados de la sociedad.
La compasión es un mal irrevocable.
Si deseas tener una relación con los que menos tienen (ya que algo de ONG social no viene mal para el status), que ésta sea cuidadosamente aséptica.
Sé prudente.
La solidaridad y la beneficencia tienen sus límites bien claros. Te pasas de éstos y no hay vuelta atrás:
la caridad es irremediable.

¡Allí hay otro pobre!
¡Corre! 

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DEUS EST DEUS PAUPERUM
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sábado, 16 de marzo de 2019

Soy Zamba: relato de una manifestación (I).



No es fácil poder decirles todo lo que siente mi alma,
cuando desde una guitarra se va encendiendo una zamba,
trepa que trepa y se queda anidada en mi garganta.

Facundo Saravia, No hay nada como una zamba.

Viñador de zambas...


Ernesto Cabeza, Tiempo dorado.


El cielo de aquella tarde lucía su color Tormenta melancólica como si se hubiese enterado Urano de antemano de la convocatoria que ya se estaba realizando -después de tantos sainetes- en la nunca tan apreciada Estancia De La Guerma. El sitio no podía haber estado mejor escogido. Era tanto el rejunte de belleza que uno quedaba como atónito, hechizado, o incluso con un cierto temor inexplicable. Aquel caserón antiguo -100 años, quizás- de alargada galería cuyas terminaciones coloniales de su techo alto suscitaban curiosidades arquitectónicas y estéticas, era la misma querencia encarnada.  Su jardín mágico, rebosante de hermosura, se caracteríza, entre otras cosas, por las variadísimas especies de plantas, plantines y árboles (algunos únicos en su taxonomía -como más tarde explicaría el botánico Camilo- como es el Gingko Biloba). Pero el sector elegido dentro de semejante hábitat repleto de duendes y de hadas, fue el legendario rincón donde se encuentra el solitario y enorme Sauce Llorón. Fiel como siempre, este mítico árbol procedente de la raza de los Ucornos (seres fantásticos de Tolkien cuyo poder era envolverse en sombras para no ser visto) nos dió cobijo una vez más bajo sus estiradas gotas de tristeza ancestral. El alimento sería unos simples ravioles -que no todo es carne en la vida- al disco, cuidadosa y fraternalmente cocinados por el anfitrión de casa al campo. Y la bebida -ch´amigo, eso no se pregunta- sería exclusivamente el post-diluvial OINOS (vino), que de fernet, gin y la mar en coche estamos saturados.

Pues bien, hasta aquí insuficientemente descrito el contexto. Pero, ¿y el motivo de la reunión ansiada cuál sería? La zamba. Tiempo ha que viene siendo un tanto desatendida en los encuentros amicales y compadreros, y eran pocos los que veían este desarreglo y padecían esta carga incomprensible para el común de los mortales. ¿Sufrir porque no se puede contemplar una zamba ociosamente? ¿Inquietarse porque no se puede el alma saciar de oír innumerables zambas, una tras otra, sin alteridades de ningún tipo, sin menoscabo a ella que nos ilumina y deleita? Cosas de incurables zamberos; cosas que se van perdiendo. Por ello es que decidimos actuar y detectar "locos por la zamba" que quisieran únicamente escuchar y cantar zambas durante horas y horas, reunidos desde la hora del crepúsculo hasta que el pathos zambero diga: Basta por hoy, sigamos en otra ocasión...

Así las cosas, ethos y pathos zamberos se daban cita para poder acoger a un puñado de "viñadores de zambas". Zaqueus, Virula e Hilario arribaron juntos a la Estancia con algunos tubos caros de vino mendocino. A la zaga de estos tres, venían silbando los medianos Camilo y Ábila que traían la comida preseleccionada. Sin muchos preámbulos en charlas vulgares o elevadas, se dispusieron los guitarreros a afinar sus violas con cancioneros de pura zamba, mientras que el resto (Hilario y Ábila) preparaba el ambiente descorchando tintos y apurando algún mate rabioso. Y también, éstos se dedicarían a ir anotando minuciosamente los nombres de los temas, a veces los nombres de sus autores, e irían puntuando cada uno de ellos. El criterio para puntuar era sencillamente: la hondura y la belleza de la letra, la fuerza y el encanto de su musicalidad, y finalmente cómo se había ejecutado y cuánto había herido dicha zamba. Cada uno en su puesto, a las 19:00hs sonó el "pri!!!" inicial que dio comienzo a la farrita zambera.

Sucedió, entonces, que un tal Tincho se sumó a la ronda, y pidó una chacarera. Fue excomulgado inmediatamente de la velada y se volvió a su casa desconcertado.

Luego de eso, apareció un tal Pancho que, sediento y angurriento, pidió un "ferné" para beber. También fue excomulgado sin conmiseraciones.

Mientras se iba yendo, cae otro personaje desconocido, Chongo, que empezó escuchando tímidamente una zamba, pero segundos después le tiró un comentario a uno de los miembros del comité zambero. Finalizó la zamba y lo expulsamos sin piedad del círculo zambista.

Después se aproximó intempestiva y torpemente un tal Cacho que, ignorando la zamba al vuelo del momento, prendió un parlantito con una sórdida cancioncilla "órquica" (de Orco). Fue echado a las patadas porque, encima de sacrílego, opuso resistencia haciéndose el guapo.

Por último, se presenta humildemente un hombre mayor, de 60 o 70 años (en verdad, parecía que tenía siglos de edad), con barba blanca, casi amarillenta; todo él vestido gauchamente aunque sus pilchas ya estaban rotosas y roídas. Pero conservaba aun una elegancia y una dignidad cautivantes. Su apostura era hidalga, pero su semblante era un pozo de dolor y desdicha. Su sola presencia oprimía el corazón, y al mismo tiempo, lo reconfortaba y lo curaba. Era un ser especial. ¿Quién sería? En esto, toma la palabra Zaqueus, abrazando su guitarra compañera, y lo interroga:

-Amigo, ¿quién es usted que llega sin invitación a mi hogar y se sienta silenciosamente entre nosotros, intimidándonos sobremanera?

-Yo soy Zamba. -Su voz era profunda como un aljibe y punzante como una lanza.

-¿Zamba?... ¿y de dónde vienes y hacia dónde te diriges?

-Del corazón de esta tierra argenta. Ustedes me han despertado de un largo letargo.

Se hizo un silencio infinito, estremecedor, y luego de un logrado esfuerzo habla ahora Virula:

-Zamba, dinos, ¿qué te ha traído hasta aquí? ¿Cómo es que te hemos despertado? ¿Por qué dormías? ¿Donde queda ese corazón desta tierra que mencionas? ¿Cuál es tu propósito entre nosotros, oh venerable Zamba que irrumpes misteriosamente para colmarnos, para calmarnos como fieras ante el divino Orfeo?

Se interrumpió el canto, se detuvo el rasguear lastimero, y todos prendieron sus cigarros o sus pipas. Rellenaron los copones y se acomodaron en sus asientos simpáticos. El sujeto llamado Zamba toma asiento él también, prendiendo su chala y bebiendo primero un largo sorbo de mate rabioso, tibio a esa instancia. Y luego exclama con brío arrebatador:

-Silencio les pido,
silencio les exijo,
pues no suelo hablar mucho
ni menos con un pucho,
pero ustedes me obligan
a que cuente mi pobre vida
de melancólico eterno
y de poeta extremo.
Pocos ya me escuchan,
¡poquísimos, la pucha!,
como si mi voz no embelesara
ni mi andar gracioso no abrasara.
Mi nombre es Zamba
y fui parida en esta tierra,
mi estirpe es señera, romántica,
culta, guapa y antiquísima.
No me sintió el arpa y la lira de David,
pero vaya si lo hubiera echo reír,
o llorar o danzar o soñar
potenciando el alma para amar.
Intensamente.
Yo tengo el secreto de la nostalgia.
Que no es otro que el secreto de la vida.
Yo he andado caminos recogiendo enseñanzas
para vivir con poesía; para hacerse uno poema.
Soy Zamba el de las esperanzas brindadas,
el de las canciones suspirantes,
el de las manos cálidas,
el de los abrazos deliciosos.
El éxtasis está en mí
y yo lo doy al que me busca y me quiere;
sin medida lo doy, a puro derroche.
Me dono al que me invoca
y no ando regateando tanto requisito.
Solo pido pasión. Pasión por mi historia,
por mi compañía liberadora.
Pido la contemplación, el silencio oportuno,
el suspiro a su turno,
la atención amante, delicada.
Pero adelante, amigos míos,
ahora sé que ustedes me aman,
y me prefieren.
Me quedaré con ustedes,
si así lo desean,
y nos iremos en zambas
hasta que nos sonría el alba.
     
                                           ----------------------CONTINUARA-------------------------

Fuego en "El Reino sobre la Montaña" (I parte)



    Camino a las altas cumbres del oeste se hallaba un peregrino. Transcurría uno de los más crudos días de invierno, y el clima lo hacía notar. Caía una feroz nevada, la cual dejaba el paisaje y todos los alrededores completamente blancos. Incluso el dique que ahora lejos se divisaba era una gran plataforma de hielo, donde algún habilidoso cómo Alcandora Tuk hubiese podido desplegar fenomenales piruetas.



    Si uno se remontase a vuelo de cóndor, solo hubiese divisado sobre la extensa blancura una pequeña mancha amarronada que ascendía lentamente, resistido por los intensos copos de nieve que le helaban el poncho que lo envolvía; y a su lado su fiel mascota, un pastor alemán llamado Pampa, al que los íntimos conocían como Betún (sepan disculpar su fanatismo), que dejaba una pequeña huella a su lado. El resto era todo hielo y nieve.

    No se recordaba un temporal tan potente en las últimas 3 décadas en la pre-cordillera andina. No se divisaban caminos, arbustos ni rocas. Cada paso que daba aquel caminante requería elevar la rodilla sobre su cintura, para que luego se enterrase la misma entre la blanca escarcha. Era un andar lento y exigente, pero el lugar que aguardaba al casi congelado viajero lo mantenía concentrado en aplicar todos sus esfuerzos para llegar a destino.




    Luego de días de viaje y penosas horas, alcanzo una lomada, subió por ella y al vencerla, contempló a su alrededor y logro divisarlo. Ahí se encontraba, por fin… Después de tantas historias y relatos oídos que allí sucedieron, después de tanto esfuerzo y sacrificio tenía ante sus ojos el añorado Reino sobre la Montaña. Aquel mítico lugar lo habitaba Dom Abubba, el Starets, pero solo en especiales ocasiones. Unos dicen que solo llevaba a los más cercanos a buscar la verdadera paz interior, algunos que es morada de mahometanos convertidos a la fe cristiana que buscan refugio al ser perseguidos a muerte por sus compatriotas; otros que sólo grandes compositores musicales tenían la dicha de entrar en las habitaciones de aquel palacio para interpretar las más extrañas y maravillosas piezas musicales; incluso algunos aniquilan su existencia diciendo que es un invento de un loco bigotudo que seguramente alucina por los tabacos árabes que consume y toca rock&roll con un palo sobre una caja de madera a la que llama Violín en medio de un descampado en Vallecitos. Dejaremos que la verdad de aquel lugar la de a conocer su dueño, pues quien hoy escribe no viene a hablar de los encantos de aquel particular espacio, sólo a transmitir lo que allí puedo comprender, contemplar y transformar de su interior.


    Las energías del peregrino eran cada vez más escazas, mientras más se acercaba más arduo se le hacía cada paso. Pudo por fin llegar al umbral de aquella rústica construcción que mucho no pudo describir porque la mayor parte se cubría de nieve. Cuando sus fuerzas casi ya lo abandonaban, logro el viajero hacer sonar el Gong del pórtico de la entrada con su último suspiro. Luego se desplomó sobre la nieve y borrosamente distinguió los ladridos de su mascota y una pequeña figura parada a su lado, la cual exhalaba humo por la boca, a causa de la condensación de su respiración y la temperatura bajo cero que azotaba el lugar… pero el cansancio lo venció y se desmalló sin poder emitir ni oír una palabra de quien lo recibía.

    Horas más tarde despertó envuelto en frazadas sobre una alfombra al lado de una gran chimenea. Cuando tomo conciencia pudo entender más claramente la situación. Su grueso poncho cuyano goteaba colgado sobre una silla, su boina se calentaba al lado de un caldero donde el anfitrión había dejado calentando una sopa. Su fiel mascota dormía cómodamente a sus pies; ya se sentía más renovado, sus manos habían dejado atrás el color morado a causa del frío y ya podía articular con facilidad los dedos.



    Cuando pudo enderezarse, miro al otro lado de la chimenea y se encontró con un hombre de mediana estatura, sentado como indio dándole la espalda, que se balanceaba de lado a lado moviendo una larga pinza con una brasa en su punta con su brazo derecho como si fuese el arco de un violín. Su cabeza levemente se apoyaba sobre la izquierda en un botellón azul de una muy extraña etiqueta, sobre el cual hacía cruzar perpendicularmente el “arco”. Cualquier extraño que se encontrara con aquella escena hubiese dicho que estaba frente a un chiflado pasado de copas. Pero obviamente no se trataba de eso. Cualquier gallardo entendería lo que estaba pasando. En un movimiento veloz aquel personaje soltó la pinza y la botella para recoger una pluma de águila canadiense, remojarla en un tarrito de tinta y trazar unos raros grafitis sobre un papiro lleno de líneas horizontales. Pues claro, Dom Abubba estaba componiendo. El ya renovado viajero comprendió lo que sucedía y no emitió ningún comentario ni realizó movimiento alguno.

    Nuevamente el rítmico personaje se balanceaba de lado a lado con la pinza (que aún tenía en la parte superior una brasa) sobre la botella azul, la cual por cierto ya casi no tenía líquido. Repitió aquella escena dos, tres veces más. El peregrino seguía inmóvil viendo aquella extraña, pero fascinante situación. Hasta que, en un momento, el artista se quedó totalmente quieto. Sin voltear la cabeza dijo con una voz grave - “Estimado Don Ábila…grato es tenerte en mi hogar. Pasaste por agua y nieve, pero en tu corazón hay fuego”-. Sin decir más siguió balanceando su brazo, pero cada vez con movimientos más lentos y menos largos.



    Una hora después se encontraban frente a frente El Starets y el De la Manchita, entre ellos un mediano pero muy confortable fuego, que expulsaba su humo por la antiquísima chimenea. El menor de ellos bebía de la sopa que se calentaba en caldero, mientras el mayor de gran bigote y larga barba fumaba de su arguile. Cuando terminó de alimentarse el visitante, Dom Abubba se cruzó, hizo una reverencia y a modo maronita beso el hombro de su huésped, el cual respondió con el mismo gesto. Le dejó la manguera del oriental aparato para degustar uno de los más ricos tabacos libaneses.

    Contemplando el fuego, Dom Abubba comenzó a hablar con su pesada voz:

 - “Gran amigo, bueno es al fin recibirte en “El Reino sobre la montaña”. Entiendo que mi lechuza mensajera te dejó mi carta, y como fiel discípulo acudiste a este encuentro. Debes haber tenido una gran travesía para llegar hasta este ancestral lugar. Pocas veces llamo a un encuentro en estas duras épocas del año con el crudo invierno que se desata “over the west lands”.

    Espero que hayas seguido al pie de la letra mis instrucciones. Si es así, tu peregrinación fue silenciosa y meditaste sobre los cuatro elementos… tierra, aire, agua y FUEGO. Don Virula, el poeta, mucho os ha instruido en la trascendencia de los elementos. Y muchos de los gallardos transitan transformaciones en su interior a través de ellos.

    Siguiendo con mis normas, no debéis haber expresado sonido más que la oración de Nuestro Señor Jesucristo; tu deber como peregrino.

    Veo también, siguiendo al pie de la letra los requisitos de mi llamado, que has venido sólo, pero acompañado. Pocos hubiesen entendido aquella instrucción- continuaba diciendo con grave voz mientras acariciaba el lomo de la fiel mascota del joven peregrino, sin quitar su mirada sobre las tenues llamas que iluminaban rojizamente su rostro-.

    ¡Ah! y espero que no hayas hecho caso omiso a mi última petición"- le dijo y Don Ábila saco de su morral un mediano paquete que envolvía tabaco de narguile, una bombilla de mate y un CD de Ray LaMontagne. Y nuevamente se iluminaba el rostro del violinista, ya no por el fuego si no por el regocijo de los víveres que le entregaban.


    Y continuó diciéndole con su bajo tono de voz volviendo la mirada hacia la chimenea:

    “Como gallardos de la primera edad siempre nos concierne la evolución de los jóvenes escritores. Dulce es para el corazón de los viejos que ustedes renueven su sed de belleza ¡Oh splendor formae! – exclamó manoseando y renovando la curva forma de su bigote afrancesado-.

    Que te haya citado en pleno invierno mendocino en medio de las montañas no es por un mero capricho. Debes haber sufrido a través de la tierra empinada, el violento aire, y el agua que de los cielos en lluvia y nieve cae. Espero que los elementos se hayan hecho carne en tu peregrinar, sabiendo que aquí encontrarías el último, aquel que inquietaba el corazón de Aurelius Augustinus Hipponensis y arrebataba de celo a Francisco Xavier en su pecho.

    Pero no lo encontrarías de manera sufriente en este “Reino sobre la Montaña”. Me ha hecho comprender, según vuestras correspondencias, que viviste un episodio con el fuego. Espero que aquel suceso te haya hecho padecer, pero un padecimiento cristiano. Sufrimiento que a los ojos del mundo es desgracia y probablemente motivo de lamento también para los hombres de fe, pero con la certeza que Dios Padre lo haya permitido para renovar las gracias y los corazones de su Pueblo.
Dicho suceso tiene que haber logrado en ti meditaciones sobre el fuego y lo sobrenatural."




    Y dándole lugar al De La Mancha, cerro diciéndole:

"¡Cuéntame ahorra aquella experiencia en el fuego!  Para que pueda ver yo, caro discípulo, si habéis sido renovado en tu interior, y si tu gallardía se ha reformado por el dolor, y si la dicha tuvieses, por el amor a la belleza ¡Oh quae visa placent!"


    Dando una pitada del exquisito tabaco, tomó la palabra Don Ábila diciendo: …




-Continuará-


Don Ábila de la Mancha

jueves, 14 de marzo de 2019

El Regalo del Sargento Conner

El reloj marcaba las 1900 horas. Don Virula manejaba temeroso y a gran velocidad su auto anfibio color verde oscuro; era este un coche leal que poseía desde antaño, alargado y de baja estatura, que en su piel se reflejaban las heridas recibidas en grandes batallas. Su nombre, era sencillamente "el coco" dado a su similar con el reptil que se destina para las billeteras. Ventanilla baja, por donde escapaba presuroso el humo de un clásico chesterfield, y como era de costumbre, la ceniza volaba yendo a decorar el viejo tapizado del vehículo. En la radio sonaba "Avenida las Camelias", una de las marchas favoritas de nuestro  conductor.
Iba rumbo al norte, esquivando autos en la costanera, mientras de reojo veía las centelleantes aguas doradas del río. Atravesando el área fundacional, se sumergió en las tenebrosas tierras oscuras, donde no llega la luz del mediodía... ni el gas, ni las cloacas, y el agua está contaminada. Mas esto no lo amedrentaba, pues ese día iría a ver a un gran amigo. El Sargento Conner era morocho, y tenía una estatura similar a la de un abeto, brazos fornidos, semblante duro, cejas espesas y mirada cruel. Le faltaban tres dedos que había perdido en la segunda guerra mundial, a causa de las esquirlas de una granada aliada que cayó en su trinchera. Tenía también un pie de palo, que obtuvo luego de que defendiera el monte Dos Hermanas, y la cicatriz de una puñalada que había recibido en La Tablada. Toda su figura, atemorizaría a cualquier ciudadano. Ahora estaba retirado, y por las mañanas manejaba un taxi y por las tardes era curandero de mascotas. Así se ganaba el pan, como tristemente lo hacen muchos de nuestros veteranos de guerra. La Patria recompensaba una vez más a sus mayores enamorados. Sin embargo, este oficial, por más malo que aparentara, tenía el corazón blando por las vicisitudes. Bastaba oír el tono de su aguda voz para perder cualquier miedo. Era alegre y triste a la vez, fuerte y tierno, y podía amar a los suyos con la misma intensidad con la que disparara una ametralladora. Pasaba mucho tiempo en soledad, costumbre que había obtenido a causa de la prisión domiciliaria años atrás. Y recordaba en su guarida aquello que tanto le inflaba el pecho. Sin embargo, a la hora de compartir con sus amigos, se gozaba, y no andaba quejándose o reclamando los honores que debería tener. Sabía exactamente hasta donde llegaba su amor a la Patria, y parte de su secreta gloria, era que iba a seguir amándola sin recibir nada a cambio.

Imagen relacionada
(Sargento Conner arresta a tres marines británicos)

Por fin llegó Don Virula al portal de su modesto cuartel, y golpeó la puerta. Casi no había terminado de golpear, cuando bruscamente se abrió y la mole oscura del sargento, firme y digno, saludó primero con la mano rígida en la sien, y luego se la estrechó fuertemente a su amigo (que le dolió).
-Adelanteeee camarada- dijo, estirando la "e", pues aún hablaba como si estuviera arengando la tropa, y siguió:
 - Son las 1925 horas, cinco minutos después de lo acordadoooo, pensé que no iba a venir-
- ¿Cómo le va Sargento Conner? Por supuesto que vine- respondió, y atravesando el umbral, salió a una salita pequeña compuesta por dos sillones, una mesa redonda con un cenicero y una ginebra, y por último, dos veladores que colgaban de la pared.  La sala estaba en penumbras y las cortinas cerradas, flotaba humo de cigarrillo en el ambiente. Sin perder tiempo, el flaco abrió las cortinas y la ventana, y se sentó, Conner se encandiló un poco, pero aceptó la decisión de su invitado.
-¿Sigue sin tomar Ginebra Don Virula?- Preguntó, a lo que respondió:
- Si, whisky por favor-

El morro y el palillo comenzaron a platicar enérgicamente, y como siempre sucedía, terminaron hablando de la milicia, las tradiciones de caballería y los años dorados del ejército que no volverán. Hasta que al fin, Don Virula, que conocía al milico, le preguntó:
- Mi Sargento, lo noto preocupado, e intuyo que no me escribió por código morse por el simple hecho de conversar un rato-.
El grandote, mirando por la ventana, de pié y bien rígido, respondió:
- Claro que no cadete, claro que noooo - y haciendo una pausa, como quien toma valor, prosiguió:
- Lo he convocado al cuartel, a las 1920 horas, para hacerle una entrega de honor-  Dijo, y calló.
El flaco, se quedó tieso. En sus años había visto al Sargento tan conmovido, que no volvía la vista para que no se vieran sus lágrimas. Pero esperó a que el veterano pudiera continuar con su discurso. Finalmente con la voz semi quebrada y casi gritando, dijo:
- Como podrá ver cadeteee, en estas paredes tan queridas, se encuentran los recuerdos de mi mocedad, cuando aún no perdía el vigor ni la puntería. Todos estos trofeos conservo con orgullo. Pero llega la hora, en que el hombre debe abandonar incluso sus apegos más queridos, para seguir curtiendo el alma. Es por eso, que lo he elegido a usted, dado a que la fuerza y el honor, aún no abandonan su espíritu. Procederé en este mismo instante, sin titubear, a entregarle mi más preciado don-
Sacando una caja grande de madera envuelta en una bandera argentina, Conner miró esta vez fijo a los ojos al huesudo. Con movimientos marciales, abrió la tapa, y sacó de allí una vieja campera militar.
Fue en ese instante que Don Virula comprendió lo que significaba todo y el grado del valor del regalo que le hacían. Sin dudar, se puso de rodillas y abrió los brazos. Entonces, sintió como era abrigado por el sargento. Aquella campera verde, lucía en su etiqueta el 1982 de su fabricación, y aún tenía olor a pólvora.
Lo último que se oyó decir esa tarde fue "Que este símbolo me lleve a una muerte gloriosa"

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Don Virulana de Los Gamos