Era aquella una mañana de sol alto, hace ya aproximadamente dos semanas a la fecha. Encontrábase el Corsario frente a su navío, entrando a la facultad por vez primera en un bellísimo día cercano al otoño. El aire era liviano y los pájaros sobrevolaban el firmamento; ofreciendo a la naturaleza su bello cantar, los árboles comenzaban a vestirse de naranja y rojo, una briza fresca le azotó la cara. Había agua en el suelo y las escaleras parecían brillar bajo los rayos del astro estrella.
Pero por muy hermoso que el día estuviese, cientos de carteles de asesino color taparon el sol, viciaron el aire y acallaron los trinos de las aves, cuando por fin el joven pirata pasó las grandes puertas.
En otro momento y dada una situación diferente, aquello podría hasta haber alegrado la mirada del joven marinero, gran admirador del color verde que nace en las hojas de las plantas mas pequeñas que, como un niño que se despereza en primavera, estiran sus brazos hacia arriba, abrazando así, su nueva vida; pero este verde no se parecía en nada a aquello.
Era un color monstruoso, digno de un pantano donde la corrupción y podredumbre son reinas, revestía las paredes de la facultad haciendo que estas lanzasen un inmundo olor a vómito que parecía filtrarse por todos los rincones.
El Corsario los miró con desagrado, miles de llantos de niños se le vinieron a la mente, inocentes victimas que habían sido asesinadas con la excusa de "el bien común", o por "una cuestión de salud pública". Miles y miles de pedidos de auxilio acallados por aquel color inmundo.
Un sentimiento desagradable para cualquiera, pero le esperaba una sorpresa más terrible dentro del curso pues, al entrar, notó que muchos alumnos, sus compañeros, vestían aquella putrefacta prenda, bellas señoritas se volvían entonces en pérfidos orcos, capases de asesinar a sus propios hijos por conveniencia, seres egoístas y perversos, deformes y malolientes que parecían ser demasiados. No entraré en detalles de lo que pensó en ese momento el joven pirata, pues ya muy bien descrito esta en el excelentísimo texto de Don Ábila "Un Día Nublado".
Sintió entonces La Soledad, hermana de las sombras, pues aquel trapo maldito inundaba la habitación y ningún soldado de celeste bandera parecía vivir en aquella cueva de orcos. ¿Como entonces podría combatir con semejante ejercito de alimañas? ¿Como podría vencer aquella ideología que pregonaba el asesinato y la sed de sangre? Aquella noche, en el Mar Desconocido, el Corsario rezó un rosario.
Pasaron algunos días y el joven Corsario ya estaba resignado a ser el único allí con pañuelo celeste; pero una mañana, dentro del micro, con los ánimos por el suelo y sumido en estas cavilaciones vio que una joven señorita subía al micro. Su cabello era dorado y sus ojos como la miel y supo haberla visto en otro momento, concluyó con rapidez de que se trataba de una de sus muchas compañeras la cual nunca había llamado su atención, pero en su mochila brillaba un tesoro de incalculable valor y que capto su mirada en el momento.
Se trataba de una prenda hermosa, adornada con diamantes y zafiros y el joven pirata quedó maravillado con la visión, aquella tarde volvió al Mar Desconocido pensando que, tal vez, aquella cueva de orcos que era el curso guardaba algunas personas que en silencio y "a escondidas" perfumaban todo a su alrededor.
Al día siguiente conoció a aquella gauchita de pañuelo celeste y, al preguntarle por su tesoro su respuesta fue "...traje el pañuelo porque había demasiado verde acá..." el Corsario supo entonces que se hallaba frente a la única persona en 92 alumnos que estaba dispuesta de todo corazón a salvar a la criatura más inocente y que no tenía miedo de pregonarlo a viva voz.
Historia cortita y sencilla que probablemente deje mucho que desear con la realidad, pero creo que ya se ha dejado bastante claro en este Bolg que, "así como una señorita de bellos ojos pero con pañuelo verde puede transformarse, a nuestros ojos, en un deforme orco, una de celeste pañuelo puede ser la más bella de las elfas" por lo que me concentraré más en resaltar la valentía y el convencimiento de esta bella señorita en particular.
Muchas veces los más firmes soldados han flaqueado en ponerse la celeste bandera, muchos prefieren pasar desapercibidos para no ser "tachados" pues el coludo les ha infundido el miedo al rechazo y así y para finalizar pongo el ejemplo de esta guerrera, semejante a Eowyn, quien ha demostrado no dejarse convencer por ello. Pues llevando esta hermosa prenda se puede hacer mucho.
Los animo a todos, compadres Gallardos, que vayan a sus mochilas y aten la celeste bandera pues embellece mucho el ámbito facultativo y como bien se ha dicho "LA BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO"
Paso a dedicar esta sencilla historia a R.C. y a Don Ábila en respuesta a los acontecimientos del "Día Nublado".
El Corsario Negro.