No es fácil poder decirles todo lo que siente mi alma,
cuando desde una guitarra se va encendiendo una zamba,
trepa que trepa y se queda anidada en mi garganta.
Facundo Saravia, No hay nada como una zamba.
Viñador de zambas...
Ernesto Cabeza, Tiempo dorado.
El cielo de aquella tarde lucía su color Tormenta melancólica como si se hubiese enterado Urano de antemano de la convocatoria que ya se estaba realizando -después de tantos sainetes- en la nunca tan apreciada Estancia De La Guerma. El sitio no podía haber estado mejor escogido. Era tanto el rejunte de belleza que uno quedaba como atónito, hechizado, o incluso con un cierto temor inexplicable. Aquel caserón antiguo -100 años, quizás- de alargada galería cuyas terminaciones coloniales de su techo alto suscitaban curiosidades arquitectónicas y estéticas, era la misma querencia encarnada. Su jardín mágico, rebosante de hermosura, se caracteríza, entre otras cosas, por las variadísimas especies de plantas, plantines y árboles (algunos únicos en su taxonomía -como más tarde explicaría el botánico Camilo- como es el Gingko Biloba). Pero el sector elegido dentro de semejante hábitat repleto de duendes y de hadas, fue el legendario rincón donde se encuentra el solitario y enorme Sauce Llorón. Fiel como siempre, este mítico árbol procedente de la raza de los Ucornos (seres fantásticos de Tolkien cuyo poder era envolverse en sombras para no ser visto) nos dió cobijo una vez más bajo sus estiradas gotas de tristeza ancestral. El alimento sería unos simples ravioles -que no todo es carne en la vida- al disco, cuidadosa y fraternalmente cocinados por el anfitrión de casa al campo. Y la bebida -ch´amigo, eso no se pregunta- sería exclusivamente el post-diluvial OINOS (vino), que de fernet, gin y la mar en coche estamos saturados.
Pues bien, hasta aquí insuficientemente descrito el contexto. Pero, ¿y el motivo de la reunión ansiada cuál sería? La zamba. Tiempo ha que viene siendo un tanto desatendida en los encuentros amicales y compadreros, y eran pocos los que veían este desarreglo y padecían esta carga incomprensible para el común de los mortales. ¿Sufrir porque no se puede contemplar una zamba ociosamente? ¿Inquietarse porque no se puede el alma saciar de oír innumerables zambas, una tras otra, sin alteridades de ningún tipo, sin menoscabo a ella que nos ilumina y deleita? Cosas de incurables zamberos; cosas que se van perdiendo. Por ello es que decidimos actuar y detectar "locos por la zamba" que quisieran únicamente escuchar y cantar zambas durante horas y horas, reunidos desde la hora del crepúsculo hasta que el pathos zambero diga: Basta por hoy, sigamos en otra ocasión...
Así las cosas, ethos y pathos zamberos se daban cita para poder acoger a un puñado de "viñadores de zambas". Zaqueus, Virula e Hilario arribaron juntos a la Estancia con algunos tubos caros de vino mendocino. A la zaga de estos tres, venían silbando los medianos Camilo y Ábila que traían la comida preseleccionada. Sin muchos preámbulos en charlas vulgares o elevadas, se dispusieron los guitarreros a afinar sus violas con cancioneros de pura zamba, mientras que el resto (Hilario y Ábila) preparaba el ambiente descorchando tintos y apurando algún mate rabioso. Y también, éstos se dedicarían a ir anotando minuciosamente los nombres de los temas, a veces los nombres de sus autores, e irían puntuando cada uno de ellos. El criterio para puntuar era sencillamente: la hondura y la belleza de la letra, la fuerza y el encanto de su musicalidad, y finalmente cómo se había ejecutado y cuánto había herido dicha zamba. Cada uno en su puesto, a las 19:00hs sonó el "pri!!!" inicial que dio comienzo a la farrita zambera.
Sucedió, entonces, que un tal Tincho se sumó a la ronda, y pidó una chacarera. Fue excomulgado inmediatamente de la velada y se volvió a su casa desconcertado.
Luego de eso, apareció un tal Pancho que, sediento y angurriento, pidió un "ferné" para beber. También fue excomulgado sin conmiseraciones.
Mientras se iba yendo, cae otro personaje desconocido, Chongo, que empezó escuchando tímidamente una zamba, pero segundos después le tiró un comentario a uno de los miembros del comité zambero. Finalizó la zamba y lo expulsamos sin piedad del círculo zambista.
Después se aproximó intempestiva y torpemente un tal Cacho que, ignorando la zamba al vuelo del momento, prendió un parlantito con una sórdida cancioncilla "órquica" (de Orco). Fue echado a las patadas porque, encima de sacrílego, opuso resistencia haciéndose el guapo.
Por último, se presenta humildemente un hombre mayor, de 60 o 70 años (en verdad, parecía que tenía siglos de edad), con barba blanca, casi amarillenta; todo él vestido gauchamente aunque sus pilchas ya estaban rotosas y roídas. Pero conservaba aun una elegancia y una dignidad cautivantes. Su apostura era hidalga, pero su semblante era un pozo de dolor y desdicha. Su sola presencia oprimía el corazón, y al mismo tiempo, lo reconfortaba y lo curaba. Era un ser especial. ¿Quién sería? En esto, toma la palabra Zaqueus, abrazando su guitarra compañera, y lo interroga:
-Amigo, ¿quién es usted que llega sin invitación a mi hogar y se sienta silenciosamente entre nosotros, intimidándonos sobremanera?
-Yo soy Zamba. -Su voz era profunda como un aljibe y punzante como una lanza.
-¿Zamba?... ¿y de dónde vienes y hacia dónde te diriges?
-Del corazón de esta tierra argenta. Ustedes me han despertado de un largo letargo.
Se hizo un silencio infinito, estremecedor, y luego de un logrado esfuerzo habla ahora Virula:
-Zamba, dinos, ¿qué te ha traído hasta aquí? ¿Cómo es que te hemos despertado? ¿Por qué dormías? ¿Donde queda ese corazón desta tierra que mencionas? ¿Cuál es tu propósito entre nosotros, oh venerable Zamba que irrumpes misteriosamente para colmarnos, para calmarnos como fieras ante el divino Orfeo?
Se interrumpió el canto, se detuvo el rasguear lastimero, y todos prendieron sus cigarros o sus pipas. Rellenaron los copones y se acomodaron en sus asientos simpáticos. El sujeto llamado Zamba toma asiento él también, prendiendo su chala y bebiendo primero un largo sorbo de mate rabioso, tibio a esa instancia. Y luego exclama con brío arrebatador:
-Silencio les pido,
silencio les exijo,
pues no suelo hablar mucho
ni menos con un pucho,
pero ustedes me obligan
a que cuente mi pobre vida
de melancólico eterno
y de poeta extremo.
Pocos ya me escuchan,
¡poquísimos, la pucha!,
como si mi voz no embelesara
ni mi andar gracioso no abrasara.
Mi nombre es Zamba
y fui parida en esta tierra,
mi estirpe es señera, romántica,
culta, guapa y antiquísima.
No me sintió el arpa y la lira de David,
pero vaya si lo hubiera echo reír,
o llorar o danzar o soñar
potenciando el alma para amar.
Intensamente.
Intensamente.
Yo tengo el secreto de la nostalgia.
Que no es otro que el secreto de la vida.
Yo he andado caminos recogiendo enseñanzas
para vivir con poesía; para hacerse uno poema.
Soy Zamba el de las esperanzas brindadas,
el de las canciones suspirantes,
el de las manos cálidas,
el de los abrazos deliciosos.
El éxtasis está en mí
y yo lo doy al que me busca y me quiere;
sin medida lo doy, a puro derroche.
Me dono al que me invoca
y no ando regateando tanto requisito.
Solo pido pasión. Pasión por mi historia,
por mi compañía liberadora.
Pido la contemplación, el silencio oportuno,
el suspiro a su turno,
la atención amante, delicada.
Pero adelante, amigos míos,
ahora sé que ustedes me aman,
y me prefieren.
Me quedaré con ustedes,
si así lo desean,
y nos iremos en zambas
hasta que nos sonría el alba.
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Querido Don Hilario! Vaya manera la suya de plasmar aquella velada... De principio a fin fue la zamba la protagonista, lo demás meros actores de reparto. Lo felicito por su entrada, tuvo mucha cautela para sacar del corazón lo que esa noche dejó, ni más ni menos. Le mando un abrazo grande desde la Guerma. Suyo, Zaqueus
ResponderEliminar"Es música del gauchaje
ResponderEliminarmadre de todas las danzas
alarido de mi tierra
nacida de sus entrañas
la zamba es como una niña
una niña enamorada"
Así siguen los versos con los que introdujo esta entrada. Y vaya que la zamba enamoró a los presentes, si hasta el gran sauce alargó las ramas para bailarse una.
Sé que le quedan muchas cosas que contar de aquella hermosa velada, por lo que le imploro ¡continúe caro amigo!
Siempre estimado Don Hilario! Saludos desde el eterno Godoy, El manchego.
Mi viejo amigo Hilario, hacía años que en cuyo no ocurría nada igual. Cada zamba fue descendiendo en espiral hasta sumergirnos en los torrentes oscuros de la nostalgia y la belleza, en un tiempo cereal. Espero anhelante, fumando en silencio, que se venga la segundita nomas.
ResponderEliminarSuyo,
D.V.