-¡Qué bello!- exclamaba Don Camilo
para sus adentros.
Luego de una larga y agradable
noche de amigos y nieve, una vez más amanecía todo cubierto de blanco en
Mendoza. La nieve no había sido tan abundante como en años anteriores para la
misma época pero si lo suficiente para cubrir con pocos centímetros todo aquel
suelo bendito. En esta comarca este acontecimiento suele suceder una vez por
año, por eso, cuando esto sucede todo el paisanaje se llena de alegría y sale a
las calles a reencontrarse con la naturaleza. El gallardo sin gala observaba
absorto la Precordillera; sus talladas quebradas, rebordes, recortes y demás
eran muy conocidos por sus ojos; y ahora al verla toda blanquecina se llenaban
de placer y lágrimas sus pupilas. El sol se había escondido detrás de la gran
muralla haciendo que brillaran los picos más altos coronados de haces de luz
naranja; el cielo, claro aún, se hallaba sin nubes que para ese momento
hubieran sido rojas, estaba celeste puro y el lucero aún no se asomaba. Las
nubes nevadoras ya habían huido lejos.
-Pareciese que Dios mismo se tomó
la molestia de hacer que los niños de hoy en día vuelvan a jugar fuera de sus
computadoras o celulares- meditaba pensando en lo que Don Virula le enseñó en
casa... -no por casualidad esta hermosa nieve nos cubrió con su manto un Domingo, día en que todos pueden estar en
familia y salir a pasear- reflexionaba.
Mientras paseaba por su mente y sus
ojos se posaban en la gigante blanca llamada "de Los Andes" llegó a
su encuentro un viejo amigo: don Calixto Medina junto con don Hilario de Jesús
que paseaban por la ciclovía nueva de la vieja Godoy Cruz en la región de Los
Gamos en la cuaderna Este de la Comarca. Caminaban cuesta arriba por el puente
para transeúntes que en su ápice los bohemios como ellos lo utilizaron como
mirador. Allí, Camilo con su corcel de dos ruedas se alegró enormemente al
verlos llegar y los saludó con cariño. Ellos hicieron lo mismo. Alegres los
tres pelaron una botella de ron Havanna Club para calentar las heladas
gargantas y encendiendo sus respectivos cigarros comenzaron a contemplar la
montaña.
-Esto no se ve todos los días- dijo
Calixto con mirada perdida al horizonte, ese horizonte que siempre le atrajo
tanto.
-Así es, vi muchas montañas en mis
largas travesías por las Uropas pero ninguna luce tan donosa como la de mi tierra-
dijo don Hilario refregando su luenga barba canosa como quien trae a la memoria
muchas imágenes guardadas que los ojos han grabado.
Don Camilo callaba...
Al poco tiempo llegó don Virula
junto con don Ojota y Jimmy el cazador, riendo contentos como de costumbre, y
atrás a los pocos metros los seguía con trancos largos el conde del Godoy dueño
y oriundo de aquellos lares, de todos el más anciano. Todos saludaron con
abrazos y pitadas, y el pseudo-mirador poco a poco se fue poblando. De a ratos
guardaban silencio, de a ratos todos hablaban profundamente asombrados.
-Siempre
he quedado atónito ante tal espectáculo divino- rompió el de Los Gamos.
-Qué bueno que así sea, de lo
contrario usted estaría muerto- dijo con tono grave don Hilario, como queriendo
captar la atención de los gallardos.
-¿Cómo es eso, don barbudo?, no se
haga de rogar- exclamó don Ojota Fonsé sorprendido.
-Pues sí hombres, quien pierde el
asombro, quien no se contenta ante la belleza, quien no es capaz de detenerse
aún en esta calle para personas y bicicletas, ¡ese está muerto por dentro!-
explicó don Hilario un poco alterado por la pregunta de su amigo. Pero luego de
una breve pausa continuó con calma:
-Miren a su alrededor, o si
prefieren, miren hacia el Oeste, si no logran ver nada es porque están
muertos... Si no se les planta un lagrimón en la cara al ver el paisaje que
Dios moldeó hoy no están aptos para verlo a Él mismo en Cielo-
-Entonces, Hilario, ¿querés decir
que la Belleza es una preparación para los ojos que verán al mismo Criador con
todo su esplendor?- preguntó don Calixto tímidamente
-¡Exacto!- respondió efusivamente
-sin esta preparación que el mismo Dios manda, nuestra mirada no podrá elevarse
hacia Él, y al final de la jornada de nuestras vidas no estaremos preparados
para verlo cara a cara-.
Todos callaron...
Luego de tal descubrimiento todos
miraban con sonrisas de diferentes tamaños y formas en sus caras de mejillas
rosadas por el frío. Todos... menos don Camilo.
Nadie lo había notado, pues el
altar natural gigante que ante ellos se erguía se robaba celosamente todas las
miradas gallardas.
Al rato llegó retrasado Zaqueus de
la Guerma, pues sus pagos eran los más lejanos, y como obra de la Providencia
también había ido al "mirador" en busca de inspiración para algún poema.
Todos se alegraron de sobremanera al verlo venir a lo lejos. Él con su boina
negra de siempre y su pluma ágil saludó con cálido abrazo a cada uno. Justo
detrás venía también The Young Writer con su termo y su mate acompañado de
varios libros, como de costumbre.
-¡Qué maravilla!, ¡Qué hermoso
despertar en mi colchón y ver que afuera Dios mismo me había preparado uno más
grande!- dijo Zaqueus.
-Y qué alegría tenerlos a todos
aquí reunidos mis queridos amigos- acotó el Conde de Godoy que había estado silencioso,
siempre tan respetuoso y admirador de las cosas bellas.
-¡Es verdad, estamos todos aquí!,
¿falta alguien?- dijo de golpe Jimmy el
cazador
-¡Yo!- se oyó la voz fuerte del
mismo Hidalgo de la Mancha y su fiel Sancho que se acercaban por la cuesta del
puente. Y posteriormente todos los gallardos y amigos llegaron y se sumaban al
pelotón.
Todos se alegraron mucho y
comenzaron a destapar todo tipo de bebidas espirituosas y todo tipo de
artefactos que inciencian el alma (y los pulmones). Brindaron por su lejano
compañero el célebre Emigrante Nostálgico para que un día pueda volver por la
gracia de El de arriba a contemplar estas tierras con sus propios sentidos, y
pueda ungirla con sus cantos y poesías.
El día era perfecto, con el recuerdo
de último integrante traído al presente ya no faltaba absolutamente ninguno. La
felicidad era enorme.
-Don Camilo, ¡dígame que trajo con
usted a la Rubia, la Morocha o la Colorada!- preguntó don Virula que conocía
muy bien los nombres de las tres guitarras de don Camilo.
-Claro que sí- dijo con voz apagada
y sueñera di Benedetto.
Todos se voltearon sorprendidos al
escuchar su voz que sonaba tan melancólicamente.
-¿Qué sucede don C. acaso mal de
amores?- preguntó su amigo Calixto
-Nada de eso, mi china jamás haría
tal cosa ni nada parecido, ella siempre me espera y se alegra al oír mi voz y
yo con la suya...- comenzó a soñar don Camilo como siempre le pasaba cuando le
nombraban a su amada, algo similar a lo que le sucedía a Don Quijote cuando
nombraban a los caballeros andantes.
-Espere don Camilo, frene un poco-
cortó Hilario -cuéntenos que le trae tal pena, estando todos aquí tan
alegremente disfrutando de lo bello... no me diga que usted no se asombró al
ver la montaña, me extraña esa reacción tratándose de usted-.
-Nada de eso, querido Hilario-
repuso él -la montaña siempre me asombra y me asombrará durante mi vida por más
de que la vea todos los días, igual que el verdadero amor: no por ver a su
amada todos los días uno va a dejar de quererla-.
-Y vean ustedes- siguió -que no estoy apenado, estoy muy
alegre y si me ven llorar es por alegría, y más hoy que el Señor nos sorprendió
a todos con esta maravillosa vista y el encuentro “casual” que nos reunió a todos
en el mirador. Pero verán… me preguntaba qué hizo, qué hace, o más bien, qué NO
hace el hombre para no asombrarse ante lo cotidiano, o ante lo no cotidiano
como esta montaña tan evidente y deslumbrante… y ahí si se me apena el alma… Y esta
paradoja de que un puente angosto que cruza por encima de unos metros la calle
de la rotonda San Francisco de Asís lo hayamos convertido en mirador, es decir,
en lugar de detenimiento y contemplación para mí no es nada loco, pero para el
común de la gente es algo muy extraño…- decía él casi como reflexionando en vos
alta, confundiendo un poco a los oyentes.
-Pues bien, yo creo que el hombre
al alejarse de Dios pierde el asombro- sentenció Zaqueus con seriedad pero con
verdad a la vez.
-El asombro es el principio de todo
conocimiento,- dijo don Quijote -sin él no podemos deleitarnos en nada, pues
nada de lo que aprenderíamos nos sería agradable; y así no nos interesaríamos
por nada, y esto lleva a que un hombre sin nobles “intereses” o sin nobles
deseos y aspiraciones es un infeliz toda la vida. Y los infelices no llegan al
Cielo,… Él es Amor, por ende es felicidad perpetua y plena-.
Todos asintieron con sus cabezas
antes las palabras del sabio.
-Lo que sucede…- comenzó don Camilo
nuevamente -que estas bellas cosas me llevan a pensar en todo lo que el Tata
nos ha dado, nos da y nos dará… Seamos sinceros mis amigos, ¿acaso nos falta
algo?, ¿alguno puede decirle a Dios que le falta algo para poder llegar hasta
Él?... ¡No señores!, todos hemos recibido en abundancia, e incluso más, hemos
sido escogidos para su escuadrón de “defensores de la belleza” dándonos el don
del Asombro, que hoy día está muy perdido en los jóvenes... Pero retomando,
sabemos que “amarás a Dios sobre todas las cosas” y éste es el primero y
principal de los mandamientos…-.
-¿Y eso qué tiene que ver?-
interrumpió Sancho, que inmediatamente fue reprendido por su amo.
-A lo que voy, querido Sancho…-
continuó di Benedetto -que como dijo Santa Teresa: “obras son amores y no
buenas razones”, esto es: motivos nos sobran para amar a Dios, y se lo
agradecemos todas las noches, pero el amor se demuestra en obras, en hechos, en
acciones; entonces podemos tener mil motivos para amarlo (familia, amigos,
Patria, amor, etc.) pero debemos demostrárselo con obras, pues son la verdadera
expresión del verdadero amor. Y no es que lo hacemos por deber, sino por
necesidad, pues el amor es así: lo lleva al amante a hacer obras por su amado
para demostrarle su amor porque siente que el amor lo infla y le rebalsa del
pecho llevándolo al actuar en consecuencia…-.
-Por eso Cristo quiso morir en la
Cruz, podría haberlo hecho de una manera más leve, pero su amor infinito lo
llevó a morir en la muerte más salvaje que haya conocido la historia- aportó
don Hilario sabiamente.
-Eso lo entiendo- dijo don Ojota -pero
lo que no entiendo es el motivo de su pena, don Camilo-.
-Es verdad, no concluí lo que
estaba diciendo…- respondió él -Bueno pues… el motivo de mi pena es el que
reconozco que por Él no hago obras, es decir, hago exageradamente pocas,
insuficientes e imperfectas; y esto me turba el ánima pues “a quién más se le
dio, más se le pedirá” y a nosotros se nos dio todo y si no hacemos nada, como
yo, pues que más: ¡estamos perdidos!...-.
Todos comprendieron la gravedad de
sus palabras.
Luego de un breve silencio habló
don Virula:
-¡No se desanime!, en el levantarse
instantáneamente de todas las caídas está el heroísmo, y en el querer y en la
buena disposición vienen las acciones y las obras. No quiera cargar todo el
peso sobre sus hombros, pues “sin Mi nada sois”, es cuestión de insistir y
rogar por esa disposición incondicional para con Él, y “todo se dará por
añadidura”-.
Antes estas hermosas y
sencillísimas palabras que habían resuelto tan gran problema, todos sonrieron y
algunos hasta rieron llenos de gozo. Luego callaron mirando al Oeste, menos don
Camilo que ahora lleno de paz y felicidad desnudaba su guitarra “Lunita” (la
Morocha) para regar de versos aquella tierra amada.
Don Camilo di Benedetto