lunes, 24 de julio de 2017

Subterráneos en un Sueño

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Cierta noche Don Virula tuvo un sueño muy particular que lo dejó atónito durante mucho tiempo, hasta que lo pudo comprender. Soñó que de pronto estaba en una casa extraña y desordenada en medio de una gran ciudad. Colgado del cinturón, poseía una vaina con una espada de doble filo. Allí dentro, habían cosas que le resultaban muy familiares, aunque no se detuvo a pensar en eso. La casa estaba repleta de gente que iba y venía. Todos hablaban como gritando, como si estuvieran exaltados por algún acontecimiento. Aturdido por la situación, buscó una salida y no la encontró; solo había una pequeña ventana. Al mirar por ella, contempló una ciudad llena de caos. Había música, sonidos de autos, vendedores gritones, llantos y un sinfín de ruidos. Como en todo sueño, no se detuvo a pensar en nada, y volvió a mirar dentro de la casa. Esta vez, descubrió que en el centro del salón principal, había una pequeña mesita que tenía sobre ella un libro cerrado y una maceta con tierra, sin planta alguna. Casi por impulso caminó hasta el centro y abrió el libro. Esto le produzco una turbación inesperada, el texto estaba escrito en otro idioma ininteligible, y apenas se lograba divisar la tinta. Al detenerse sobre el texto, notó con pesar que la ciudad entera, y más aún la gente dentro de la casa, gritaba con más fuerza y el caos aumentaba. Sin embargo, percibía que una voz profunda trataba de hablarle, más no lograba oírla bien. No sabía si estaba imaginando, o de veras la sentía. Enojado por todo, volvió a tratar de interpretar el libro, mas en ese mismo instante, dos alterados hombres de la casa lo derribaron de un empujón. Esto fue motivo suficiente para entender que aquella gentuza no quería que hojeara el misterioso libro. Una vez más, lo volvió a intentar, pero esta vez atento, había visto venir a un hombre con un puñal, y en el momento que lo quiso apuñalar, Don Virula con un rápido movimiento lo derribó con su espada. Tras caer al suelo, la ciudad entera gritó con ira, como en señal de guerra. Así se las tuvo que ver Don Virula con la gente de la casa, hombres y mujeres arremetían contra él y éste los derribaba al filo de la espada. Tras un largo combate, logró el Viru que la gente le tome miedo, y se apartaron de él, mirándolo despectivamente. Por fin, cansado como estaba, vio que reinó un gran silencio en la ciudad. Luego de descansar un poco, y pasada la agitación, sintió deseo de volver a observar el libro, ahora con tranquilidad. Más seguía sin entender. Comenzaba a pensar que no tenía sentido, cuando sintió de nuevo esa voz que quería hablarle, mas descubrió que aún era sofocada por otros ruidos que no había prestado atención.
Allí quedó en silencio, tratando de descifrar de dónde venía aquel ruido, hasta que pudo descubrirlo. No venía ni de afuera ni de adentro, mas bien, bajo la casa. Así nomás como estaba, buscó la puerta que lo guiara al sótano. No le fue difícil encontrarla; en una pequeña puerta de un rincón, descendía una escalera de madera en espiral que se perdía en las penumbras.
Antes de bajar, tomó un palo, y enrolló sobre el un trozo de tela empapado en aceite y encendió su nueva antorcha. Ahora si, estaba listo para descender.
Si antes había bullicio, inexplicable es el griterío que habitaba en aquel cuarto oscuro. Apenas si su antorcha iluminaba medio metro, la oscuridad era como un humo espeso. Aquellas voces y ruidos, si bien eran más fuertes, poseían una realidad distinta. Provenían como del más allá. Con asombro se dio cuenta que reconocía casi todas las voces. Escuchó la de familiares, amigos, enemigos y ruidos de situaciones que donde él había estado. Nuevamente encontró una ventana, y al mirar por ella vio una ciudad llena de recuerdos, y todos poseían movimientos y sonidos, como si estuvieran ocurriendo en presente. Al volverse al interior de la casa, se turbó sobremanera al encontrar en el centro lo siguiente: Una mesita, con un libro y una maceta llena de tierra, sin planta alguna. Cómo explicar lo agobiado que comenzó a sentirse, le caían lágrimas por el miedo a no entender nuevamente aquel libro. Pero fue, y lo abrió. Casi no lograba leer, más una luz de esperanza le encendió el corazón. Si bien no entendía lo que el texto decía, notaba ahora que las formas de las palabras le insinuaban algo, algo muy serio e imponente, como si fuera un secreto de mundial importancia. Cuando quiso mirar más de cerca, aquel sótano y su misteriosa ciudad, estalló en ruidos, tan fuertes, que hacían vibrar el ambiente. Y fue derribado. Su antorcha rodó por tierra, yendo a parar lejos de él. A tientas, sentía Don Virula puñetazos en su rostro y en el cuerpo, más, lleno de furia, desenvainó su espada, y comenzó a descargar terribles golpes a su alrededor. Sin ver, sentía cómo sus enemigos caían gritando de espanto y dolor. La guerra continuaba, y Don Virula pensaba hasta cuándo iban a durar sus fuerzas. Y cuando ya no daba más, gritó con una fuerza desconocida, y como si el mismo trueno tuviera voz, hizo callar aquel misterioso mundo, y así, quedó todo en silencio.
Casi arrastrándose buscó lo que quedaba de su antorcha y se acercó al libro para mirarlo otra vez. Tras largas horas, presintió que nunca lograría entender el texto, mas, en aquel momento, volvió a sentir aquella voz que le hablaba, pero nuevamente era tapada por un par de rechinares extraños, como de animales. Otra vez, el bullicio ascendía desde abajo.
Un tanto desorientado, descubrió nuevamente otra escalera, que bajaba a lo oscuro. Y allí fue. Nada de los ruidos anteriores competía con esto. Eran ruidos casi imperceptibles, sin embargo, para el oído atento, poseían un tono tan agudo, que ensordecían el tímpano, dando la sensación de que este iba estallar. Eran emitidos como por unos animales voraces, malignos. Y vio otra ventana. Esta vez se observaban todos los deseos pasionales que Don Virula poseía. Todos gritaban y se retorcían como bestias salvajes. Automáticamente volvió la vista al cuarto para ver la misma imagen, del libro y la maceta. Al abrirlo, notó lleno de temor que las letras tenían una tenue luz propia, y que esta vez si entendía las palabras, mas no aún el significado de las frases. En ese mismo instante, sintió que unas garras le hirieron el pecho, y cayó con sangre al suelo. Las bestias aumentaron sus chillidos. Sabía Don Virula por su estado, que de esta no se salvaba, sin embargo presentó batalla. Se puso de pié y derribó unas cuantas bestias, pero cayó otra vez al suelo, al sentir unos colmillos fríos en su espalda. Todo llegaba a su fin, tomó de su bolsillo el rosario que portaba e invocó el auxilio de la Virgen Madre de Dios. Al oír la súplica, las bestias chillaron de espanto y se llenaron de odio. Don Virula se desmayó, pero alcanzó a ver cómo una Dama llena de luz y esplendor, pisaba la cabeza de aquellas bestias.

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Al abrir los ojos, escuchó Don Virula con sorpresa aquella voz que lo atraía. Esta vez sonaba sin estorbos. Entendió Virula que debía bajar nuevamente y así lo hizo. Al llegar, todo era tranquilo y el libro permanecía en el medio. Con temor Don Virulana lo abrió, y al hacerlo cayó por el suelo, invadido de un gran temor. Las letras brillaban como llamas candentes, y esta vez si lo entendía. No tuvo que leer nada, el libro mismo le hablaba con voz de trueno y cascada.
Don Virula nunca recordó cuánto tiempo pasó en aquella situación, pero cuando todo calló nuevamente, vio que el libro se había cerrado. Al costado, en la maceta, había crecido un brote. Al costado de la mesa, había un agujero oscuro en el suelo, sin escalera.
Poco a poco comenzó a escuchar ruidos que provenían desde los cuartos de arriba y la agitación comenzaba a reanudarse lentamente.
Fue allí, donde escuchó una voz hermosa que le dijo:
-Es tu decisión, o resistes con la espada en la puerta, o tomas el brote y saltas con él más abajo-.
En el momento en que Don Virulana había tomado una decisión, despertó del sueño, y se encontró solo en su habitación. Al costado, en su mesa de luz, yacía la Santa Biblia.

"El que nunca hace silencio, jamás podrá escuchar"

Don Virulana de los Gamos

3 comentarios:

  1. ¡Qué sublime y sutil escrito!

    Don Virula, me ha dejado sinceramente sin palabras. Creo que ha retratado la lucha espiritual de todo Gallardo, de todo hombre. Me siento muy aludido en esa lucha contra el bullicio exterior, en esa lucha contra la memoria e imaginación, en esa lucha contra las pasiones.

    De verdad le digo que me ha iluminado el día con este escrito, rápido después de comentarle esta entrada, iré a la capilla a rezar un poco y meditar sus tan acertadas palabras. Perdónenme de el resto de Gallardos si no leo ahora sus publicaciones nuevas, pero es que esta requiere de meditación por mi parte. Cómo decía San Ignacio, detente allí donde fructifiques en la meditación.

    Un fuerte abrazo, amigo.

    E.N.

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  2. Querido Virula:
    ¡Magnífico escrito el de usted!, realmente sorprendente. He sentido un escalofrío en cada batalla.

    Su escrito posee un trasfondo tan hondo y a la vez tan cierto como los subterráneos y sus voces gritonas. He hallado muchísimo "jugo" para exprimir en estas líneas tan bien redactadas que me siento obligado a releerlo una y mil veces para comprender más acabadamente todo su ancho significado teológico y humano al mismo tiempo. Me enorgullece ver el avance que está teniendo este blog por medio de sus aguerridos gallardos.

    ¡Quiera la Dama de las Damas no dejarnos desfallecer jamás!

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  3. ¿Es que uno debe demorar tanto tiempo para elogiar un escrito tan hermoso y profundo a la vez?
    ¿Se puede ser tardo para hacerle saber a un Gallardo que su pluma no es una pluma cualquiera?

    Como fuese, lo felicito Don Virula por su poderoso y colorido escrito que, mas que arrastrarnos a los subterráneos de un sueño, nos ha despertado con violencia e inteligencia. También, más que un sueño -si es que en verdad lo que le acaeció fue un sueño-, ha sabido describir con frescura lo que a todo orante incipiente le sucede en la fase inicial de la oración: la DISPOCICIO, la disposición del corazón en pugna.

    Para meditar... ¡gracias!
    Hilario.

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