martes, 11 de julio de 2017

El folclore y Cilantro Berlín (I)

Estaban sentados todos contemplando con el oído las perfectas notas y cadencias, los acompasados ritmos y rasguidos, las preciosas letras que desprendían la voz y guitarra de Don Camilo. Me invitaron esta vez a la guitarreada, pude charlar con el Hidalgo largo y tendido, y se quejaba de ciertas reproducciones mías por escrito, pues decía que tenía que suavizar más sus expresiones, que si no quedaba como un hombre colérico sin dominio. Cosa con la que yo no estaba de acuerdo, pero bueno, siendo el Quijote, habrá que seguir sus consejos…

Pero ahora no charlábamos, escuchábamos. Nos deleitábamos acabada ya la jornada con un buen vino, y unos buenos quesos manchegos. Iban saliendo de cuando en cuando algunos choricitos criollos, a modo de picada. Pero el plato fuerte iba a ser un buen costillar vacuno. El asador era don Virula, tan generoso y gaucho como siempre. De cuando en cuando untaba el costillar con limón y ajo troceado. Cada vez que lo hacía, a los demás que observaban el ritual, se les licuaba la boca y tragaban saliva. Iba dorándose la carne, e iba absorbiendo los aromas del ajo y limón, que exquisito manjar sería luego al comerlo. Esperaban todos con vino, como dije, el Viejo Isaías era el elegido. Las chicharras cantaban al compás de la zamba o de la cueca. Bailaban los mosquitos alegremente cerca de la luz. Las canciones les transmitían cierta euforia, por lo que el jefe de los mosquitos, embriagado de alegría, decretó no incordiar a los Gallardos esta vez, merecido lo tenían.

El asado ya estaba, pararon los rasguidos y se procedió al partido del costillar. No había cubiertos y había muchas barbas, figuren la situación. Los Gallardos, a veces y sólo entre ellos no se preocupaban por su imagen, por el cuidado en las formas; hoy era uno de esos días. Habló Jimmy, pues llevaban ya mucho tiempo sin hacerlo, como acostumbraban. Era un hábito que habían adquirido de callar más que hablar, pues tras años de correcciones fraternas, habían logrado hablar sólo para cuestiones que lo ameritaran; si las palabras iban a ser fútiles, mejor callar, mejor escuchar al silencio de la creación, mejor escuchar al Criador. Habló entonces Jimmy:

-Qué precioso es nuestro folclore. Cómo se diferencia de otros muchos folclores en la poesía, realmente es bella y eleva el alma. Es un folclore para cultivar a los que lo cultivan.

-Ciertamente, y es una pena que lo estemos relegando al olvido –añadió don Hilario-. Y con “estemos” nos incluyo a nosotros porque no hacemos lo suficiente para rescatarlo, pecamos de conformismo o de simplemente distinguir que estamos perdiendo el folclore sin ponernos a la acción por recuperarlo. Y tenemos la conciencia tranquila, eso es lo preocupante. Nos movemos en el plano teórico y no en el práctico, y eso nos pasa con muchos otros temas. “La Patria se desangra” decimos, pero ¿realmente hacemos algo por no sólo curarla sino también por combatir aquello que le causa las heridas?; “los jóvenes se han frivolizado” sentenciamos, pero ¿realmente hacemos algo por no sólo no ser frívolos nosotros sino también “desfrivolizar” a los que nos rodean? Lo mismo con el folclore. Quizá pequemos de individualismo, y de falta de preocupación por el bien común. ¿Qué hubiera sido de la Argentina si San Martín hubiese sido individualista? Me dan escalofríos.

Quedaron todos en silencio, cabizbajos, pues todos y cada uno se veían denunciados, y con razón. Empezaba fuerte la conversación. Como dije, los gallardos no mantienen conversaciones superfluas.

-Hay algunos pocos que hay que reconocer que sí hacen esa labor de reconquista del terreno perdido, como el Palote –dijo don Virula.

-¡Es verdad, qué grande el Palo Borracho! Y también está Cilantro Berlín –comentó inocentemente el Cazador.

Digo inocentemente, porque era el único que no había hablado sobre el tema con el Hidalgo. El resto, en cambio, sí. Algunos estaban de acuerdo, otros no, pero todos habían hablado con el Manchego y sabían lo que le alteraba el tema.

Efectivamente, el Quijote se levantó alterado y agarrando su costilla por la base gritaba señalando al pobre Jimmy. Lo señalaba como cuando se señala a alguien reprochándole algo, es decir, agitando la costilla. Como digo, de pie y costilla en mano gritaba el Hidalgo:

-¿¡Cómo que Cilantro Berlín!? ¿Estamos locos? ¿Cómo va a ser ese tipo un reconquistador del folclore? ¡En todo caso un profanador de la tradición!

-Don Quijote… -decía cariñosamente y a modo de reproche don Virula, pues se preocupaba por su salud, y esto lo había alterado mucho.

El Manchego se sentó medio tosiendo, pues había dejado sus fuerzas en las cuatro frases que había proferido. Asintió con la cabeza a don Virula, queriendo expresar que le agradecía, que tenía razón en su observación. Después bebió un buen trago de vino, como para aclarar la garganta. Mientras tanto, el resto no decía palabra, temiendo por un lado que el Quijote descargase su ira sobre el que hablase en contra, y por otro que esa descarga de ira le hiciese ponerse a echar las cuentas del alma.

-Creo que ha llegado la hora de hablar del tema todos juntos, tenemos que llegar a una conclusión –dije yo-. Yo estoy con el Quijote sobre Cilantro Berlín. Pero propongo, para no agriar el vino ni estropear el asado, dejar la discusión para después de la cena, con las pipas y con los tragos.

Sí, he dicho tragos. Los alcoholes puros estaban reservados a los Alcoholoquios. Por tanto, en el resto de momentos, siempre que se ameritara, estaban todos de acuerdo en tomar tragos, por variar, y sobre todo por dotar de una magia especial a los Alcoholoquios.

Comieron, comieron y bien. Plenos quedaron de carne, se había destensado el ambiente, y hablaban loores de don Virula por el exquisito manjar que había logrado. También hablaban de lo que había hecho cada uno durante el día. Y así se fue acabando la carne, intentaban alargarla lo más posible, pero no querían tampoco que se enfriara. Había que afrontar ese debate, y el vino y la carne menguaban como un reloj de arena, llevando inevitablemente a la tormenta. Era el Quijote quien más vorazmente comía, quizá quisiera despachar la discusión cuanto antes para disfrutar del resto de la noche.



-------Continuará-------

El Emigrante Nostálgico

2 comentarios:

  1. ¡Qué intriga!... me gustaría saber el por qué de las acusaciones del Manchego, quizá logre revertir mi pensamiento acerca del conocido Lisandro con quien he compartido muchos alegres momentos tradicionales. Habrá que analizar punto por punto los "pro y contra" del acusado.

    Ansío la segunda parte, aunque no lo apuro, pues entiendo muy bien que aquella imbricada discusión no será fácil de poner en manifiesto.

    Don Camilo

    ResponderEliminar
  2. Qué tremendo! Se viene el debate, casi que tengo el entusiasmo de cómo si todos estuviéramos reunidos ahora mismo, a punto de comenzar vuelo en otra de esas charlas tan fructíferas, que comienzan rasante, hasta llegar al planear de cóndor, suave y con altura.
    Esperamos la segunda.
    Saludos, Don Virulana

    ResponderEliminar