Estaban sentados todos contemplando con el oído las
perfectas notas y cadencias, los acompasados ritmos y rasguidos, las preciosas
letras que desprendían la voz y guitarra de Don Camilo. Me invitaron esta vez a
la guitarreada, pude charlar con el Hidalgo largo y tendido, y se quejaba de
ciertas reproducciones mías por escrito, pues decía que tenía que suavizar más
sus expresiones, que si no quedaba como un hombre colérico sin dominio. Cosa
con la que yo no estaba de acuerdo, pero bueno, siendo el Quijote, habrá que
seguir sus consejos…
Pero ahora no charlábamos, escuchábamos. Nos deleitábamos acabada
ya la jornada con un buen vino, y unos buenos quesos manchegos. Iban saliendo
de cuando en cuando algunos choricitos criollos, a modo de picada. Pero el
plato fuerte iba a ser un buen costillar vacuno. El asador era don Virula, tan
generoso y gaucho como siempre. De cuando en cuando untaba el costillar con
limón y ajo troceado. Cada vez que lo hacía, a los demás que observaban el
ritual, se les licuaba la boca y tragaban saliva. Iba dorándose la carne, e iba
absorbiendo los aromas del ajo y limón, que exquisito manjar sería luego al
comerlo. Esperaban todos con vino, como dije, el Viejo Isaías era el elegido.
Las chicharras cantaban al compás de la zamba o de la cueca. Bailaban los
mosquitos alegremente cerca de la luz. Las canciones les transmitían cierta
euforia, por lo que el jefe de los mosquitos, embriagado de alegría, decretó no
incordiar a los Gallardos esta vez, merecido lo tenían.
El asado ya estaba, pararon los rasguidos y se procedió al
partido del costillar. No había cubiertos y había muchas barbas, figuren la
situación. Los Gallardos, a veces y sólo entre ellos no se preocupaban por su
imagen, por el cuidado en las formas; hoy era uno de esos días. Habló Jimmy,
pues llevaban ya mucho tiempo sin hacerlo, como acostumbraban. Era un hábito
que habían adquirido de callar más que hablar, pues tras años de correcciones
fraternas, habían logrado hablar sólo para cuestiones que lo ameritaran; si las
palabras iban a ser fútiles, mejor callar, mejor escuchar al silencio de la
creación, mejor escuchar al Criador. Habló entonces Jimmy:
-Qué precioso es nuestro folclore. Cómo se diferencia de otros
muchos folclores en la poesía, realmente es bella y eleva el alma. Es un folclore
para cultivar a los que lo cultivan.
-Ciertamente, y es una pena que lo estemos relegando al
olvido –añadió don Hilario-. Y con “estemos” nos incluyo a nosotros porque no hacemos
lo suficiente para rescatarlo, pecamos de conformismo o de simplemente distinguir
que estamos perdiendo el folclore sin ponernos a la acción por recuperarlo. Y
tenemos la conciencia tranquila, eso es lo preocupante. Nos movemos en el plano
teórico y no en el práctico, y eso nos pasa con muchos otros temas. “La Patria
se desangra” decimos, pero ¿realmente hacemos algo por no sólo curarla sino
también por combatir aquello que le causa las heridas?; “los jóvenes se han
frivolizado” sentenciamos, pero ¿realmente hacemos algo por no sólo no ser
frívolos nosotros sino también “desfrivolizar” a los que nos rodean? Lo mismo
con el folclore. Quizá pequemos de individualismo, y de falta de preocupación
por el bien común. ¿Qué hubiera sido de la Argentina si San Martín hubiese sido
individualista? Me dan escalofríos.
Quedaron todos en silencio, cabizbajos, pues todos y cada
uno se veían denunciados, y con razón. Empezaba fuerte la conversación. Como
dije, los gallardos no mantienen conversaciones superfluas.
-Hay algunos pocos que hay que reconocer que sí hacen esa
labor de reconquista del terreno perdido, como el Palote –dijo don Virula.
-¡Es verdad, qué grande el Palo Borracho! Y también está Cilantro Berlín –comentó inocentemente
el Cazador.
Digo inocentemente, porque era el único que no había hablado
sobre el tema con el Hidalgo. El resto, en cambio, sí. Algunos estaban de
acuerdo, otros no, pero todos habían hablado con el Manchego y sabían lo que le
alteraba el tema.
Efectivamente, el Quijote se levantó alterado y agarrando su
costilla por la base gritaba señalando al pobre Jimmy. Lo
señalaba como cuando se señala a alguien reprochándole algo, es decir, agitando
la costilla. Como digo, de pie y costilla en mano gritaba el Hidalgo:
-¿¡Cómo que Cilantro Berlín!? ¿Estamos locos? ¿Cómo va a ser
ese tipo un reconquistador del folclore? ¡En todo caso un profanador de la
tradición!
-Don Quijote… -decía cariñosamente y a modo de reproche don
Virula, pues se preocupaba por su salud, y esto lo había alterado mucho.
El Manchego se sentó medio tosiendo, pues había dejado sus
fuerzas en las cuatro frases que había proferido. Asintió con la cabeza a don
Virula, queriendo expresar que le agradecía, que tenía razón en su observación.
Después bebió un buen trago de vino, como para aclarar la garganta. Mientras
tanto, el resto no decía palabra, temiendo por un lado que el Quijote
descargase su ira sobre el que hablase en contra, y por otro que esa descarga
de ira le hiciese ponerse a echar las cuentas del alma.
-Creo que ha llegado la hora de hablar del tema todos
juntos, tenemos que llegar a una conclusión –dije yo-. Yo estoy con el Quijote sobre Cilantro Berlín. Pero propongo, para no agriar el vino ni estropear el asado,
dejar la discusión para después de la cena, con las pipas y con los tragos.
Sí, he dicho tragos. Los alcoholes puros estaban reservados a
los Alcoholoquios. Por tanto, en el resto de momentos, siempre que se
ameritara, estaban todos de acuerdo en tomar tragos, por variar, y sobre todo
por dotar de una magia especial a los Alcoholoquios.
Comieron, comieron y bien. Plenos quedaron de carne, se
había destensado el ambiente, y hablaban loores de don Virula por el exquisito
manjar que había logrado. También hablaban de lo que había hecho cada uno
durante el día. Y así se fue acabando la carne, intentaban alargarla lo más
posible, pero no querían tampoco que se enfriara. Había que afrontar ese
debate, y el vino y la carne menguaban como un reloj de arena, llevando
inevitablemente a la tormenta. Era el Quijote quien más vorazmente comía, quizá
quisiera despachar la discusión cuanto antes para disfrutar del resto de la
noche.
-------Continuará-------
El Emigrante Nostálgico
¡Qué intriga!... me gustaría saber el por qué de las acusaciones del Manchego, quizá logre revertir mi pensamiento acerca del conocido Lisandro con quien he compartido muchos alegres momentos tradicionales. Habrá que analizar punto por punto los "pro y contra" del acusado.
ResponderEliminarAnsío la segunda parte, aunque no lo apuro, pues entiendo muy bien que aquella imbricada discusión no será fácil de poner en manifiesto.
Don Camilo
Qué tremendo! Se viene el debate, casi que tengo el entusiasmo de cómo si todos estuviéramos reunidos ahora mismo, a punto de comenzar vuelo en otra de esas charlas tan fructíferas, que comienzan rasante, hasta llegar al planear de cóndor, suave y con altura.
ResponderEliminarEsperamos la segunda.
Saludos, Don Virulana