sábado, 8 de julio de 2017

Alcoholoquios: la ginebra


-¡Te repito que lo que argumentas no tiene ninguna lógica! –gritaba don Hilario al Quijote.

El tema de la ginebra había elevado a decibelios muy altos dicho debate. Pero era normal, los gallardos discutían a voz tendida siempre, por mínimo que fuese el tema. Mas eso no repercutía en su robusta amistad. Se cuenta que incluso a veces, en momentos de embriaguez, llegaban a las piñas, como si de enanos de las montañas se tratase. Así ocurría que no había amanerados entre ellos, huían despavoridos de su viril compañía, pues podían resultar dañados u ofendidos, cosa que un gallardo era capaz de soportar muy bien. Y eso pasaba hoy, estaban muy acalorados, sobre todo el Hidalgo, don Virula y don Hilario, que eran los que debatían. El resto escuchaba con tensión y atención la batalla verbal que allí se libraba a causa de la ginebra.

El salón en el que estaban era de la casa del Manchego. Propiamente no era un salón, era más bien una “cocinilla”, un habitáculo típico manchego. La cocinilla se suele situar en el sótano de la casa, y es un espacio grande, del largo y ancho de la casa. Tiene chimenea propia y brasero. También tiene un pequeño hornillo para cocinar rápidamente algo para comer mientras se charla. Lo más característico quizá sea la barra, detrás de la cual se encuentra apilada con gran veneración la distinta gama de alcoholes para servir. Es un habitáculo pensado única y exclusivamente para estar con amigos, para disfrutar y charlar. Allí estaban todos ellos, sentados en los sillones individuales, en posición semicircular, mirando hacia las llamas crepitantes, a la luz de las mismas. El humo era espeso ya, y flotaba serpenteante por el aire, como cuando no hay ni una brizna de aire y el humo tiene libertad para trazar el camino que le plazca. Algunos vaciaban ya su consumida pipa, limpiaban su hornillo y soplaban por la boquilla para expulsar las virutas de tabaco que pudieran quedar. Luego volvían a llenar la pipa con tabaco fresco y, con fósforo, la prendían mientras aspiraban. Los vasos estaban ya medio-vacíos, por lo que se propuso rellenarlos. El Hidalgo, por ser el anfitrión, se puso a esa tarea. Fue a buscar a la barra las respectivas botellas y llenó con tequila el vaso de Jimmy, con brandy el de don Camilo y con whiskey el suyo. La botella de ginebra la dejó en la mesa y, mirando a los dos consumidores de la misma, dijo con sorna:

-Sírvanse ustedes, no quiero ser ocasión de pecado.

En un acto de templanza se mantuvieron en silencio, y el de los Gamos agarró la botella y sirvió para los dos, haciendo que quedase pleno y rebosante de ginebra el vaso de ambos. Bebieron en silencio todos, se había tensado más aún el ambiente. El Hidalgo sabía que la pelota estaba picando en su lado, y que debía responder a la acusación de don Hilario de Jesús de que los argumentos del caballero de la triste figura estaban faltos de lógica. Se puso éste último la pipa en la boca, mordiéndola con las muelas, como para hablar sin sacársela a la vez que fumaba.

-Quiero que se me entienda bien –comenzó el Manchego-, no digo que ninguna de las cosas que consumimos deba ser inglesa. Eso es inevitable dada la globalización actual, y es cierto que hay cosas que son inglesas y son de mejor calidad que otras hechas aquí, y a la inversa igual. Ello hace que se tienda a importar las cosas que no se puedan producir aquí, y lo entiendo, y no estoy en contra. De estarlo sería un nacionalismo cerrado, pero entiéndanme, en caso de estar totalmente a favor de la globalización sería un internacionalismo apátrida. Y sé que ninguno de ustedes lo son, no va por ahí mi argumentación, era sólo por puntualizar.

Tomó un sorbo de su Macallan y volvió a colocarse la pipa entre muelas. Y prosiguió después de varias bocanadas del denso humo:

-Una cosa es consumir por necesidad, otra por rutina, y otra por ocasiones de relevancia. Yo sostengo que hay que cuidar qué se consume en las ocasiones de relevancia, que son las que quedarán en la memoria, que son las que con más mimo recordaremos, que son las importantes. El modo de consumir en las ocasiones especiales marca una personalidad, un carácter, un modus operandi. Según festejemos, análogamente viviremos. Así quien celebra yéndose de boliches, vivirá de una forma; quien celebra guitarreando, vivirá de otra; quien no celebra… bueno, podría decirse que quien no celebra no vive.

-Creo que tiene razón el Hidalgo –añadió el Cazador.

-Ahora bien –continuó el Quijote con premura, pues no había acabado su argumentación-, vista la importancia de cuidar los momentos especiales, habrá que ver dónde encasillamos al beber, o al consumir alcohol. Todos aquí bebemos, ¡qué digo!, todo buen católico bebe. Y, ¿por qué esa afirmación tan fácil a nuestros labios? ¿Es que todo católico chupa? No creo, pero se asume que si el católico ha de ser alegre, ha de saber festejar, y por ello recurre al alcohol como viejo compañero de alegrías, sin excesivos excesos, pero a él recurre. Y cabe indagarse, ¿para qué bebemos? –Preguntó retórico el Quijote- Unos dicen que para celebrar, otros que para ahogar penas, otros que para meditar, como nosotros ahora. Bueno, digamos que son los tres motivos fundamentales por los que todo hombre de bien bebe ¿no?

Asintieron todos, algunos con movimiento de cabeza, otros simplemente con silencio otorgador.

-Entonces el alcohol consuela a los afligidos –siguió-, acompaña a los alegres y potencia a los pensadores. Se podría decir eso ¿verdad?

-Así es –dijo don Virula.

-Bien, aclarado esto, aquí viene el quid de la cuestión –dijo el Manchego-: ¿de verdad vamos a comprarle a los ingleses bebidas para consolarnos, para alegrarnos, para meditar? ¿Enserio vamos a consumir productos ingleses o de sus monstruosos hijos norteamericanos para nuestros momentos más especiales? Ni que sólo existiesen alcoholes ingleses o norteamericanos. ¿Qué dirían los caídos en Malvinas? ¿Qué diría Blas de Lezo? Pensarían que traicionamos a la Patria y a la Iglesia, o igual no traicionarlas, pero sí despreciar la labor de tantos mártires y héroes.

-Pero los ingleses no siempre fueron anglicanos –replicó don Hilario-. Tuvieron una época primera católica, y muy católica de hecho, grandes caballeros hubo en esas tierras antes del anglicanismo.

-Eso es cierto, pero la ginebra la inventan los calvinistas holandeses allá por el siglo XVI, a finales. Y luego se extiende sobre todo por los países nórdicos, potenciándose en la Inglaterra anglicana. No hay excusa, la ginebra es protestante hasta la médula –dijo taxativamente el Quijote.

-Y repito lo que dije antes –continuó-: no estoy en contra de consumir productos ingleses, pero sí de consumirlos para los momentos únicos de los argentinos. Que se compre papel higiénico inglés, o pañales, o inodoros, que para eso nos sirven esos piratas, pero no para alegrarnos, ni consolarnos, ni ayudarnos a meditar. Teniendo tanta variedad de ricos alcoholes, elegir la ginebra no me parece adecuado. Porque además, el gusto en los alcoholes de esta gradación se educa, a nadie le gusta de primeras una bebida espirituosa, sino que a base de consumirla va adquiriendo el gusto por ella. Entonces, ¿por qué educar el gusto en la ginebra protestante pudiendo educarla en el resto de alcoholes católicos? Por ejemplo, el ron se inventa en Cuba, cuando Cuba era parte de la España católica, es una destilación de la caña de azúcar. El Cognac y el Brandy, en Francia e Italia respectivamente, en su católica etapa también, aunque su origen se cree que fue en el siglo XII. El tequila lo mismo que el ron, en la México española del siglo XVII, se obtiene del agave. Y el whiskey… el whiskey lo inventan monjes irlandeses en el siglo XV, baste decir que se llamaba antes “aqua vitae”, y que se obtiene de la cebada o del trigo, como la cerveza…

-No sabía eso, ¡qué interesante! –dijo sincero don Virula.

-Por eso digo, no cuesta nada fomentar el consumo de bebidas católicas para ahogar penas, para celebrar o pensar. Hay que educar el paladar. Y sólo digo que no bebiendo ginebra en los momentos de festejo, como vivimos según festejamos, viviremos menos a la inglesa, menos a la protestante y más a la católica –sentenció el Hidalgo.

Quedaron todos en silencio. Pensando. Mirando las llamas ya menguantes, saboreando las palabras del Quijote. Ya se habían vaciado los respectivos vasos. Entonces, en silencio (para no interrumpir el pensar de los Gallardos), el Quijote llenaba los vasos de brandy, tequila y whiskey. Y, con magnanimidad, agarró la botella de ginebra para llenar los vasos de don Hilario y don Virula, pero el primero dijo sin dejar de mirar el fuego:

-No. No quiero ginebra. Póngame “aqua vitae”, no quiero ser apátrida ni apóstata.

-Lo mismo para mí –dijo el de los Gamos, también sin dejar de mirar las llamas.

Una alegría cristiana se encendió en el interior del Manchego como una llama. Ello le esbozó una disimulada sonrisa, la sonrisa que se esboza cuando uno sabe que los ideales de uno y sus amigos se van estrechando. Agarró el Macallan de 12 años y les sirvió generosamente. Luego se levantó y tiró la botella inglesa a la basura, después escupió sobre ella y volvió a su sillón. Así permanecieron largo rato, sin prisas, meditando, meditando a la católica hasta que don Camilo hizo hablar a la encordada y se armó la guitarreada.



(Muchos me reprocharán el reproducir temas tan espinosos, o el exponer las diferencias entre los Gallardos sin Gala, pero me limito a describir lo que yo he visto en los muchos Alcoholoquios a los que se me convocó con ese fin. Además, serán diferencias, pero que siempre se solucionan a la postre, porque los Gallardos todos son muy fieles a la verdad, y allí donde la vieran, allí se adhirieran, por lo que sus debates siempre, y digo siempre, producen como resultado una mayor unidad y cohesión en el pensar entre ellos)
---------------------

El Emigrante Nostálgico

2 comentarios:

  1. ¡Superior! ¡Aplastante, como un tubo del sabroso Mac Callan bien bebido (léase, a la católica)! Y cómo serán las ocurrencias de las Musas que precisamente esa "agua de vida" fue la que se bebió en el reencuentro entre Jens y un servidor peregrino. Lo que aconteció esa noche mágica entre tales Gallardos ameritaría otra entrada...
    Pero volviendo a ese maldito líquido turbio, me ha puesto en serias dudas Manchego de renunciar para siempre a tal combinación -antaño feliz- entre la Ginebra y la Tónica. Tal vez la clave será en distinguir momentos, loable tarea también digna y posible entre cristianos -reunirse siempre en boliches no es de distinguidos-. No obstante, me quedaré degustando una vez más este escrito tan amable y gracioso aunque no por ello aleccionador y veraz, con un copón hasta la mitad servido de un delicioso y mítico Viejo Isaías. Quizás la ausencia del vino en tal entreverado embate se deba a que susodicha bebida es superior a cualquier alcohol tabernario. Ergo, su publicación es un vino "de altura".

    No nos deje sedientos pues queremos más...
    Con gallardía le saluda,
    Hilarious.

    ResponderEliminar
  2. Querido y venerado don Hilario,

    Le prometí este escrito, y aquí lo tiene. Me alegra que haya sido de su gusto. Como bien dice, la clave está en distinguir momentos. En cuanto a lo del vino, coincido plenamente, y ameritaría otra publicación. Por qué será que, existiendo la cerveza (pues se inventó en Egipto), Cristo usara como bebida predilecta para sus milagros el vino. Algo de divino tendrá ese líquido... Y con respecto al Viejo Isaías, estamos faltos de ese combustible por estos pagos, hable con el AVE Caesar para que nos traiga un par de botellas a su venida.

    Una pena me embargó el alma con su ausencia, pues fueron gratos momentos los vividos con usted, y bonitas y veras charlas las habidas con usted. Espero que algún día podamos de nuevo tirarnos de las barbas y charlar, y beber, y enojarnos, y cantar.

    Me alegra que se encuentre usted bien y con amigos, celebrando. Siga así, que eso es bueno.

    PD: Releyendo un escrito suyo "Peñas como las de antes (I)", me preguntaba cuándo publicará usted su segunda entrada, pues la espero con ansia.

    ResponderEliminar