martes, 27 de junio de 2017

Trilogía: El Nuevo Anillo de Sauron (II)


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Luego de su alegre descanso, Don Viruleta regresó a su hogar con los suyos. Alegre comentó a sus padres sobre su nuevo objeto precioso. Estos, que siempre vieron como peligroso toda cosa que encierre poder, dijeron al joven: "Que bello objeto hijo, mas no olvides nunca que todo puede encerrar un peligro", a lo que poca importancia le dio. Siguió alegre sus días, y propagó entre sus amigos el uso del celular. No pasó mucho tiempo para que todos sus vecinos y amigos consiguieran el suyo. Una vez modernizados, los amigos comenzaron a enviarse fotografías, mensajes, audios y llamadas. Toda hacía que se divirtieran mucho a través de esto. Por momentos llegaban imágenes de Don Ojota pescando en el Rio Grande, o bien videos de sus primos tomando cerveza desde la otra Cuadrena, Don Jimmy por los bosques de Lothlorien con su elfa, Don Branca lo llamaba mientras cosechaba y tantas otras cosas. Todos estaban bien conectados y al tanto de todo. Era impresionante como Don Virula se enteraba de todo al instante, al tiempo que moría de ganas por estar allí. Día a día iba obteniendo más y más contactos. Hasta aquí, todo parecía marchar bien, mas, no por mucho tiempo.
Cierto día, el Viru, se levantó temprano como de costumbre, pero al sentarse en la cama, vió que tenía mas de 98 mensajes por contestar. Sin perder el tiempo comenzó a devolverlos, y sin dejar de observar su objeto precioso preparó rápido su desayuno y se sentó. Su madre lo saludó afectuosamente, pero el muchacho abstraído no contestó, lo cual, llamó mucho la atención de su viejita hobbit. Luego, siguiendo embobado como estaba, fumó su pipa en el jardín. Y si por esas cosas, su jardín se estaba prendiendo fuego, él no lo hubiera notado.
Describo este ejemplo, a modo de referencia, pues hay miles y muy graves. La cuestión es que Don Virula, poco a poco comenzó a dedicarle más y más atención. Las pipas mañaneras dejaron de ser un momento de ocio y contemplación, pues ahora prefería ponerse al tanto de la última novedad de sus amigos. En las comidas familiares, ya no comentaba nada, pues su celular no podía esperar, y lo que contara su padre sobre el trabajo en los sembrados, poco interesaba. Cuando por fin lograban reunirse los amigos, de pocas cosas hablaban, pues ya no habían grandes novedades, ni anuncios sorpesivos que llevaran a los amigos a grandes brindis ni discursos, Comenzaron a decaer las charlas íntimas con Don Ojota, con algún vino de por medio, pues sabían todo del otro al instante. Las bienvenidas de los viajeros comenzaron a tornarse un tanto aburridas, pues todos ya habían visto los videos, imágenes y escritos. Ya no había espacio para exagerar las historias, pues todo era corroborado por el precioso.
Y esto seguía creciendo, cada vez los iba absorbiendo más y más. Don Virula dejó de interesarse por las caminatas, los libros de papel, los mapas, sus poemas... Todo esto parecía aburrido ante tamaño objeto, esa pantalla brillante lo llamaba permanentemente. Siempre había un mensaje que leer. Las cosas corporales comenzaron a perder profundidad, solo la pantalla lo animaba. Los bosques se tornaron aburridos... Había perdido el contacto con la naturaleza. La comarca declinaba. Los chusmas aumentaban, y todo se sometía al juicio de la web. El enemigo iba cumpliendo su contienda, los hobbits comenzaban a estupidisarse, en especial las mujeres, que cada día se volvían mas vanidosas, y había una competencia brutal entre ellas por ver quién obtenía la foto mas aplaudida de la Comarca y la sombra del Tedio lo iba cubriendo todo. Sin Celular, las personas se sentían solas y aburridas. Solo la luz de la pantalla alimentaba sus ojos. Tan solo los adultos, lograban escapar al efecto, mas, no salían de su preocupación.
El Mal, comenzaba a frotarse las manos, pues comenzaba la segunda parte del plan: "THE INSEPTION". Esto consistía en una serie propagandas en la web donde subliminalmente se propagaba la cultura de lo feo, lo sensual y lo impuro: Mordor. Y los hobbits perdieron su arma de fuego: La pureza de las cosas: la inocencia del pensar, el amor al trabajo, el deleite de lo bello y el humor limpio.
Gandalf, aún no aparecía.


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Continuará...

Sobre Dialisandro (III)


Fue arduo el trabajo, y duró más de lo previsto, muchos habían ido a ayudar a reconstruir aquellas casas. Los hombres trabajaban, mientras las mujeres les acercaban agua fresca, e iban preparando comida abundante, un buen locro, pues habían de reponer fuerzas esos varones sudorosos por el trabajo. El Hidalgo descansaba de cuando en cuando, pues no estaba para esos trotes, pero don Camilo… Don Camilo lideraba con energía al grupo de trabajadores, trabajando él el primero y dando ejemplo. Todos se sentían invadidos por el entusiasmo que traía consigo Don Camilo. Dialisandro, sin embargo, ayudaba pero no con el vigor de Don Camilo. Las mozas del pueblo eran las encargadas del agua, así refrescaban a los trabajadores y les alegraban la vista, pues cada una era más grácil que la otra. Cantaban unas canciones, supongo que serían de Ramona Galarza, no oí bien, pero llenaban con su voz límpida el ambiente del pueblo. Así, había gran alegría en ese pueblo, se había formado espontáneamente un entorno cálido y tradicional. Todos disfrutaban con su labor, y se esmeraban en llevarla a cabo con presteza y perfección, pero con algazara. Ciertamente fue bonito ver aquello.

Al volver a las casas, rendidos, descansaron en las hamacas, en silencio. Pero no duró mucho, el silencio digo, pues Dialisandro propuso contar otra de sus historias, a lo que no pudieron negarse los otros dos, por entender que era descortés. Fue larga, muy entretenida, pero larga. Aprovecharon los anfitriones para sacar sus pipas, encender el tabaco y beber algo de whisky. Serían las siete de la tarde, pronto atardecería. Al acabar Dialisandro su amena historia, se pusieron todos en pie y, a propuesta del invitado, acordaron bañarse, preparar la cena y acostarse, pues había sido un día duro. Así hicieron, pues estaban destrozados físicamente. Sin embargo, por más que estuvieran de acuerdo, don Camilo y el Hidalgo sentían en el centro del corazón que otra vez perdían su rato de contemplación. Pero esto no se lo dijeron el uno al otro.

Al ir a la habitación, don Camilo procuró esta vez cerrar la puerta con llave y, presto, agarró el diccionario, buscó otra vez la letra “δ”, pasó por encima la palabra que hubiera visto por la mañana, y llegó a otra que le interesó más: “διαλύω: disolver, desatar, dispersar”, buscó con el dedo formas verbales distintas de ese mismo verbo, y se le iluminaron los ojos al encontrar el futuro “διαλύσω”. Dejó caer el diccionario y su mente empezó a hilar los hechos de ese día y el anterior con historias oídas al cura del pueblo.

-Será posible… No creo que… Parece que sí… Debo asegurarme.

Inmediatamente salió de la habitación con su billetera, y gritando dijo que iría al pueblo a comprar algo especial para esta cena, hubo un silencio otorgador por parte de los otros dos. Así partió. Pero al llegar al pueblo, fue directo a la casa parroquial. Golpeó fuerte. La enorme puerta de madera de roble parecía enclenque frente a los azotes de su puño.

-¡Padre! ¡Abra! ¡Es urgente!

Se abrió la puerta desde dentro, y se vio un clérigo de sotana, ancho en carnes, colocándose los lentes para mejor ver.

-¡Pero bueno, don Camilo! ¿A qué este escándalo? ¿Qué ocurre? Pasa dentro, justo sacaba el vermut para antes de comer.

Adentro pasaron, y se sentaron, y bebieron, y charlaron, y don Camilo le contó la situación, y callaron. Entonces habló el cura, quien alguna vez había sido exorcista de facto, no de iure, pues a cien leguas a la redonda no había otro párroco que él, y él en persona se encargaba de exorcizar.

-¿Cómo no viniste antes, Camilo? Es una situación grave, pero tendremos que estar seguros de que es así, no podemos presuponer nada. Dices que Dialisandro significa hombre disperso, ¿verdad?

-Así es, eso significa.

-Y que vino de Chile, ¿no? –Volvió a preguntar el sacerdote.

-Así es, eso nos dijo.

-Entonces estoy casi seguro de que se trata del demonio de la dispersión, un nuevo demonio que anda haciendo estragos por el mundo, por el mundo moderno, pues antes los hombres no se dispersaban tanto. Su tarea es simple: debe conseguir que no se haga la voluntad del Señor en las personas en el momento adecuado. Para ello suele tentar a los más avanzados, no con pecados burdos, sino con cosas buenas. Cosas buenas, pero que no “toca” hacer en ese momento. Así, a los buenos estudiantes los tienta con pasar días en ayunas, con hacer apostolado, con pasar largos ratos en la capilla, leer libros ajenos a la materia de estudio. A los que hacen retiros, ignacianos o cualquier forma de alejamiento del mundo para meditación, suele tentarlos con algo que no falla: planificar futuros y magnánimos apostolados (en vez de meditar) y que, por supuesto, rara vez llegan a concretarse. Así, consigue este vil demonio impedir que el estudiante estudie, que el orante ore, que el trabajador trabaje, en definitiva, impide que los hombres hagan lo que Dios quiere que hagan en ese momento exacto de su vida. Es sutil y engañoso.

-Tiene usted razón… -respondió don Camilo cabizbajo- Creo que ha buscado que el Hidalgo y yo no contemplemos ni las verdades naturales, ni las sobrenaturales, ni la belleza de la creación. Y para ello nos embaucó primero para rezar vocalmente hasta altas horas de la noche, para así no madrugar y contemplar o rezar mentalmente, en segundo lugar nos embrujó para hacer una obra de caridad, proponiendo hacerla justo en nuestro momento de estudio, y ello nos produjo excesivo cansancio físico como para poder luego por la tarde contemplar tranquilos la obra de nuestro Creador. Y pensaba que hacíamos bien…

-¡Anímate, hombre! Bien has hecho en acudir a mí, ahora me invitarás a cenar a tu casa, y veremos qué podemos hacer.

Acto seguido, el sacerdote colocóse una estola por debajo de la sotana, de forma que no se viera. Agarró un pequeño frasco de agua exorcizada, y se colocó la boina negra, presto a salir.

Y allá que llegaron. El Quijote había vuelto a cocinar, pero algo más simple esta vez: panceta ingente, huevos y papas fritas. Estaban ya sentados a la mesa, cuando entraron don Camilo y el cura. Al entrar el clérigo al salón de estar, donde comerían, Dialisandro palideció, pero intentó disimular, no fuera una simple coincidencia. El Quijote, contento, añadió un plato más, y un vaso con vino también.

Estando sentados los cuatro, bendijo el cura la mesa y comenzaron a comer. Estuvieron largo rato charlando y comiendo, riendo también, unos más que otros. Y lo que viene a continuación sucedió todo muy rápido, intentaré explicarlo con detalle, pero presten atención:

El páter metió su mano en el bolsillo buscando el frasco, y lo descorchó, todo dentro del bolsillo. Con un movimiento rápido lo sacó y roció a Dialisandro con unas gotas. En ese momento exacto don Camilo tanteó su facón en la cintura, sin desenvainarlo. Dialisandro, al haber sido mojado con ese agua, gritó, pero gritó de forma muy estridente, algo parecido a los nazgûl, e inmediatamente comenzó a proferir palabras en una lengua extraña, y esto lo hizo con voz muy profunda y ronca, y mirando con ojos penetrantes hasta el alma al cura, no sabría describirlo bien, pero esa voz no era humana, eso seguro. Acto seguido, mientras el Quijote escupía su vino por la nariz al ser sorprendido por la sucesión imprevista de los hechos, don Camilo desenvainó su facón y lo clavó en la mesa, atravesando la mano de Dialisandro, dejando así la mano inmovilizada.

El padre se puso en pie, y en voz baja y en latín, librito en una mano y agua exorcizada en la otra, profería una serie de oraciones para expulsar aquel demonio. El Quijote, raudo, viendo la Tizona y la Colada colgadas en el salón, se levantó para agarrar la primera. El endemoniado se revolvía, y estuvo a punto de deshacerse de su mano perforada por el facón, de no ser porque en dos segundos tenía la hoja del acero toledano rozando su cuello por delante, pues el Manchego estaba detrás suyo, prendiéndolo del cuero cabelludo con una mano, y sujetando la Tizona con la otra. Esto le impidió moverse.

Parecía que el padre terminaba, porque ya profería mandatos, y el último de ellos consistió en ordenar al inmundo demonio que saliera de ese cuerpo. Y así lo hizo, huyó despavorido, y allá que fue a perseguirlo el Arcángel san Miguel, lo pescó en Chile, refugio de muchos demonios, y desde allí lo expulsó de este mundo a las fosas del infierno.

El que antes fuera Dialisandro estaba exhausto, su nariz había reducido su tamaño a uno normal, uno menos judaizante. El padre se quedó con él, y tras enterarse de que no estaba bautizado, lo bautizó de inmediato con el nombre de Lisandro, que significa “hombre libre”. Lo educó en la fe y amor a la Patria, hoy Lisandro es de los mejores y más aguerridos católicos, todo un comando al servicio de Dios.


Don Quijote y don Camilo aprendieron la lección: “deja para después lo que Dios no quiere que hagas ahora”. Y así, juntos, sumaron una batalla en su haber, libertaron a Mendoza del demonio de la dispersión, y pudieron seguir creciendo juntos en sensibilidad, sabiduría y gracia, merced a la contemplación.


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El Emigrante Nostálgico

Fuego Sagrado

Reenvío un relato misterioso que me llegó con el correo de esta mañana. No me pregunten, pues no se quién es el autor.

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El fogón de despedida.

Hace un año, pues bien no recuerdo la fecha, en las tierras del oeste, la de montañas bravías, se llevó a cabo un evento importante, el cual voy a mencionar más tarde.
Enanos, elfos, humanos y algunos magos se reunían. Cada cual cumplía su función: unos arribaban con carretas llenas de comida, los otros bebida en abundancia, aquellos la leña y por último los que se dedican a la melodía, guitarras y bombos acarreaban sobre sus hombros.
Los primeros en llegar fueron los de la comida. Armaron un fueguito austero para calentar las parrillas y disponerse a armar todo el festín. Algunas complicaciones tuvieron, lloro el cielo y hasta un pino muerto... pero nada detuvo su faena.
Mientras todo sucedía, los enanos y los hombres más fuertes, iban y venían del bosque con sus hachas afiladas, trayendo el alimento del fuego ¡pues si! Esa noche nadie pasaría hambre ni sed, pues todo se daba en abundancia y de nada se carenciaba.
Por aquellas horas, en las que el astro dorado se esconde, y su amada luna emerge en la gran bóveda celeste. Todos se encontraban reunidos, mojándose los labios con alguna bebida, unos más entonados que otros, cantando y alzando himnos junto al fuego. Y debo mencionar que éste no era un simple fuego, pues ya era una hoguera; alimentada por grandes troncos que solo algunos corajudos enanos se atrevían a levantar. Ahora llegó el momento de aclarar vuestras mentes, seguro muchos de ustedes estuvieron aquel histórico día. Pues en esas tierras del oeste nació un himno de "despedida" ¡Hea! Pues claro que sí, ese evento importante era la gran despedida de don Macrocéfalo Hilario, también conocido como El Viejo. El cuál partía a las tierras "madres" por motivos especiales que manda EL de arriba.............
¡AL LADO DEL FUEGO..., AL LADO DEL FUEGOO! comenzó a vociferar uno de los participantes de aquella despedida. Luego ya no era uno, sino todos los presentes entonando dichas palabras.
Aquí, señores, comenzó la arenga fogonera. Arenga he dicho y eso es lo que es: un grito solemne y de tono elevado, pronunciado ante una multitud, con el fin de enardecer los ánimos... Ánimos que se estaban ahogando porque se aproximaba la "fuga" de un ser querido...
De:
Uno que estuvo ese día.

Sobre Dialisandro (II)


Se dispusieron a cenar. Si no recuerdo mal, don Quijote hizo “migas”, una comida típica manchega, tan sencilla como nutriente y llenadora. Esta comida tiene su origen en la época de la reconquista española, y se elabora con miga de pan seco, frito con grasa de cerdo y trozos de su carne (para distinguirse de los moros e identificar a los cristianos viejos), y también con alguna que otra verdura frita. Es un manjar pueblerino, hay que probarlo para saber cómo es. Pues bien, el Hidalgo preparó esto con mucho esmero, por un lado para agasajar al huésped, y por otro para saber si era cristiano viejo o más bien un turco o judío infiltrado. Quizá por esto último llenó rebosante su copa del espeso vino Malbec, producido con esmero y mimo por don Camilo en la misma finca y con los mismos viñedos que a la tarde contemplaran. Pasó la prueba. Ni moro ni judío, aunque esa nariz…

Se desarrolló la velada muy amena, entre cantos y whiskys, historias y pipas. Ya era medianoche, hora en la que solían declinar los huéspedes para levantarse con el sol y llevar a cabo su primera y más importante contemplación en el oratorio que tenían en el ala este de la casa, ad orientem. Pero estaban tan contentos por las historias y cantos que les costó cortar aquello. Por fin dijo don Camilo:

-Querido huésped, es hora ya de levantar campamento, mañana un día duro nos espera, y debemos recobrar fuerzas.

A lo que Dialisandro contestó:

-Tiene usted razón, sí señor, pero permítanme mostrarles una costumbre de donde yo vengo, que hacemos antes de dormir. Allí solemos rezar el rosario de veinte misterios antes de acostarnos, para implorar amparo durante la noche, y por último acabamos con un Via crucis, paseando por la estancia. ¿Qué son dos horas al día teniendo veintidós más para nuestro disfrute?

Estaban cansados los dos hospitalarios anfitriones, pero veían verdad en la última observación del invitado, así que, aceptando el reto, comenzaron a rezar sendas oraciones. Luego, a dormir. Tarde se fueron, eran casi las tres de la mañana.

A la mañana siguiente despertóse el Quijote sobresaltado al no haber oído cantar al gallo que todas las mañana se posara sobre su ventana y ver alta ya la luz del día. Corriendo fue a la habitación de don Camilo, que dormía también, y zarandeándolo bruscamente le gritó:

-¡Don Camilo! ¡La lectio divina!

Éste se levantó agitado, se quedaron tristes unos segundos por no haber podido cumplir con Dios como solían. Era la primera vez en seis meses que faltaban a dicha oración.

-No debimos acostarnos tan tarde, Hidalgo.

-¡Pero si no fue por diversión! Fue por oración que lo hicimos.

Como fuere, se vistieron y se presentaron en la cocina. Allí estaba Dialisandro con el desayuno preparado para los tres, esperándoles con una cálida sonrisa:

-Buenos días, caballeros. Me he permitido la imprudencia de prepararos un buen desayuno.

Ambos respondieron al saludo agradecidos por el detalle del invitado, así se les fue la tristeza por lo ocurrido antes. Desayunaron los tres vorazmente y don Camilo se levantó a lavar los platos y vajilla usada mientras decía:

-Soleado día el de hoy ¿eh? Dan ganas de agarrar pluma y papel y comenzar a describir las bellezas que Febo con su luz nos permite ver hoy.

Ciertamente, el día prometía. Las golondrinas eran las únicas nubes que en bandada se dirigían al norte, en esta época otoñal, en busca de climas más cálidos. Se iban todas ellas con sus crías ya nacidas, se podían distinguir por su volar impulsivo y atolondrado. Las mayores, pacientes, paraban de vez en cuando en un álamo o un roble para esperar a las aletargadas jóvenes que por no administrar bien sus fuerzas y no dejarse llevar por el viento se cansaban más rápido. Ya aprenderían la lección, tenían toda una vida por delante esas nóveles golondrinas.

-¿Podría esperar eso a la tarde? -Preguntó tímido Dialisandro- Me he permitido el lujo de comprometernos. Esta mañana, mientras dormían ustedes, llamó a la puerta una pobre señora, dijo que era de un pueblo cercano, y que anoche un temporal había destruido todas sus casas y construcciones de barro y paja. Ella llamaba pidiendo ayuda de varones que pudiesen colaborar en la reconstrucción. Y dije que por supuesto contara con nosotros tres. ¿Hice mal…? –Preguntó subiendo hombros y cejas Dialisandro.

-Por supuesto que no, respondió impulsiva y noblemente el Quijote, allí iremos. A las cuatro de la tarde será buena hora, creo que podemos sacrificar la siesta hoy, ¿verdad don Camilo? –Se dirigió a este último el Quijote con mirada cómplice, pues sus corazones ardían por ayudar al débil, y sabía que aceptaría sacrificar la dormilona posterior a la comida.

-Hay un problema… -continuó Dialisandro interrumpiendo las risas de sus anfitriones- Dije que allí estaríamos, pero me comprometí para las doce…, es decir, en una hora…

-Sea pues así… -dijo el Quijote, con incomodidad en su espíritu, pues no podrían estudiar, como todos los días, filosofía y otras ciencias. Pero inmediatamente se consoló diciéndose por dentro: "es por una buena causa".

Cada uno fue a prepararse y ataviarse convenientemente. Don Camilo se dirigió a su habitación cabizbajo, una mezcla de triste y pensativo. Algo no le cuadraba. Juraría que aquel nombre, Dialisandro, le decía algo. Ciertamente, don Camilo era un estudioso de las lenguas clásicas, además de otras ramas del saber. Fue a buscar su diccionario de griego para consultar una etimología posible de aquel nombre. Hojeaba las páginas, y las ojeaba también. Llegó a la “δ”, buscaba palabras... “διαλέγω, διαλέγομαι: hablar, escoger”. Era muy hablador Dialisandro, pero no es lo que buscaba. Siguió mirando. En eso tocan la puerta abierta de su habitación, y bruscamente cierra el libro.

-Don Camilo, quería pedirle unas medias limpias, pues no tengo… ¿Qué hacía usted? ¿Por qué esa reacción?

-Me ha dado usted un susto Dialisandro, estaba consultando el significado de “dialogar”, pues no entiendo por qué significa también “escoger”, algo que llevo pensando desde días atrás. –Atinó a decir pareciendo lo más normal posible- Aquí tiene un par de medias. Vamos a buscar al Quijote y partamos hacia ese pueblo. –Y diciendo esto, lo acompañaba poniendo su mano en la espalda del invitado, para hacerlo salir.





---Continuará---

lunes, 26 de junio de 2017

Dulcinea


-Calma, por favor, don Quijote –decía don Virula con impaciencia. –Cálmate y cuéntame, ¿qué has visto?

El Hidalgo comenzó a sosegarse, aunque seguía temblando, pero ahora ya podía decir más de dos palabras sin que la respiración le interrumpiese, no por cansancio, sino por sobrecogimiento ante lo que acababa de ver. Entonces balbuceó precipitadamente:

-Ella es… He visto a un ángel… No, ¡a Dulcinea! ¡He visto a Dulcinea compadre! ¡Oh! Hubiérasla visto… ¡qué encanto!

Don Virula, serio y sujetando a su amigo hechizado por los hombros, lo zarandeó y gritó:

-¡Por favor! ¡Dime cómo era! No tienes ningún derecho a regodearte en tu deleite sin hacerme partícipe de lo que has visto. Descríbeme cómo era esa mujer que dices que es Dulcinea.

El Quijote volvió en sí y entendió que su amigo había dicho algo muy cierto, entonces comenzó a describir:

-Vestía falda hasta la pantorrilla, con vuelos. La camisa, blanca y muy sencilla, la llevaba por dentro. Un pañuelo color rosa llevaba, y un nudo simple por delante se avistaba. Coronando todo ello, se cubría con un manto. Por último, un clavel blanco su cabello adornaba haciéndola exquisitamente frágil y galana. Vestida así, parecía preparada como para dar un paseo a la sombra de los álamos. Pero bordaba.

-Como hermosa y bella cascada descendía su pelo, contorneando sus hombros, cubriendo su pañuelo. El pardo color de su cabello largo captaba la atención de los ufanos pétalos, el aroma de su pelo ondeando al viento, inclinaba al sauce, conmovía al firmamento. Lo llevaba del izquierdo lado, lo mecía con ternura; dejándolo caer por delante, flameando zigzagueante iba a parar a su cintura. Y cantaba.

-Oro líquido era su voz. La perfecta dulzura de su timbre y la cadencia exquisita de su acento provocaban el silencio de jilgueros y calandrias, que atentos se deleitaban en un canto muy superior al suyo. Sus palabras ahuyentaban las penas de cualquier oyente, tal era el sonido de su voz prudente. Ulises escucharía sin atarse al mástil la voz encantadora de esta flor fresca, pues no habría peligro, esa boca no dice más que cosas veras, esas cuerdas sólo tienen pureza e inocencia.

-Gentil señora… Es toda ella un vaso de perfume. Como la miel que se derrama, así es su gracia. A su paso altanero quedan los girasoles aturdidos, pues ven que hay dos soles y, confusos, deciden a ella estar sometidos. Es talmente una rosa. Es el espejo de toda la hermosura en este mundo habida. ¡Qué digo espejo! ¡Es la hermosura misma!, ¡yo por ella doy mi vida!

Con estas palabras hablaba el Quijote. Su buen amigo don Virula embelesado lo miraba. Se hizo el silencio contemplador.

Al rato habló el de los Gamos:

-Amigo mío, sin duda esa hermosa dama es Dulcinea. Deberías volver de inmediato, ante ella inclinarte y ofrecerle tu espada.

El Hidalgo, aun temblando, vio verdad en aquel consejo, y decidió seguirlo. No era tarea fácil declarar el amor incondicional a una dama, una cosa es planearlo, otra ejecutarlo; o como se suele decir, del dicho al hecho hay muchas leguas. Por ello decidió no planear nada, y dejarse inspirar por el Altísimo. Y allá que fue. Seguía con su canto la deliciosa dama, y los pájaros en la ventana habían ocupado el lugar desde el que el Quijote observara.

Con paso firme se dirigió hacia la puerta de madera rústica. Allí se detuvo, inmóvil, pues le partía el alma interrumpir tan angélico canto. Pero debía hacerlo, así que golpeó tres veces, el primero titubeante, el segundo y tercero con más vigor, pues ya no había vuelta atrás. Se hizo el silencio. Sentía la mirada de los pájaros y el enfado de los árboles, el peso del firmamento sobre su espalda por haber acabado con la dicha que regocijaba a la creación entera. Pero volvió a golpear tres veces. Entonces se oyó desde dentro:

-¿Si?

A lo que el Quijote respondió con el corazón galopante y la voz temblorosa:

-Disculpe mi grácil señora, me llamo don Quijote, vengo de la Mancha, soy caballero, y me preguntaba si podía pasar y tener unas palabras con usted, si es de su agrado y no es inconveniente.

Después de unos segundos se oyó:

-Por supuesto, pase adentro noble caballero, la puerta está abierta.

El Quijote abrió la puerta y se dispuso a entrar, pero volvió a paralizarse al ver en persona a aquella señorita, sin cristal de por medio. Quedóse un rato sin poder hablar, quieto, contemplando. Aquella mujer tenía la piel de canela, fruto de largas y enamoradas miradas que el sol le profería día tras día. Tersa y suave era su mejilla. Sus pies la hamacaban como danzando, sus brazos delicados se agitaban bordando. Tenía grandes y verdes ojos entornados. Sus pestañas como pinceles se movían grácilmente al mirar trémulamente al varón que la observaba. Se sonrojaba.

Al ver a la dama en apuros, el Hidalgo reaccionó y dijo:

-Dulce señora, ¿es acaso usted una princesa prisionera de un dragón en este castillo encantado?

La doncella más se ruborizó, e inclinó la mirada hacia abajo, con una sonrisa tímida. El Quijote se maldijo por su torpeza en las palabras al incomodar más a la dueña de su corazón. Entonces, carraspeando dijo:

-Bella dama, lamento mis palabras si os han incordiado, mas no era mi intención. Sólo vengo a pediros la venia para ser mi estandarte.

-¿Cómo es eso? –Contestó la doncella- ¿Cómo seré vuestro estandarte?

-Siendo mi ideal en el combate, mi inspiración y mi fuerza, mi aliento de vida. Siendo mi dama por la que luchar, al modo en que Oriana lo fue para Amadís de Gaula, al modo en que Jimena lo fue para el Cid Campeador, al modo en que Blancaflor lo fue para Perceval, o Ginebra para Lanzarote. Os pido, señora, me concedáis ser vuestro paladín hasta que muera.

Mientras iba diciendo lo anterior fue genuflexionando una pierna hasta el suelo y colocando su espada clavada en tierra y prendida con ambas manos por el mango. E inclinando la cabeza dijo:

-Os ofrezco mi espada, bella Dulcinea.

La muchacha sintió regocijo interno y, aunque no se llamaba así, le agradaba aquel nombre que el Hidalgo profiriera, aceptó pues esa ingeniosa imposición del Quijote. Entonces se alzó y dijo:

-Antes de aceptar quisiera saber qué batallas lucharíais, ¿qué ideales tenéis caballero?

-Aparte de vos, graciosa dama, mis ideales son los propios de un caballero. Un caballero debe ser valeroso. Su corazón solo conoce la virtud. Su espada defiende a los desvalidos. Su fuerza sostiene a los débiles. Su palabra solo dice la verdad. Su ira se yergue sobre el malvado.

-Valeroso y noble caballero, será un honor para mí haberos de paladín. Nada me ensancha más el alma que un virtuoso soldado luchando por restaurar el orden en este mundo.

Entonces, tomando la espada del hidalgo por el mango, y tocando con la punta ambos hombros y finalmente la cabeza, pronunció estas palabras:

-Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, yo, vuestra dama Dulcinea, os nombro mi paladín, para que combatáis el mal habido en este mundo, y busquéis el bien perdido. Siendo así, os tendré en mis oraciones y pensamientos constantemente, mi fiel caballero, para que el Altísimo os asista en esta empresa que comenzáis.

Levantóse el Quijote con una lágrima que recorría serpenteante su mejilla y, mirando a los verdes ojos de su dama, exclamó:

-Mi preciada dama, Dulcinea…




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El Emigrante Nostálgico

Sobre Dialisandro (I)



La vista es sublime. Arriba el cielo azur, las verdes viñas abajo, y entrambos un sinfín de tonalidades. El marrón de la tierra va menguando su intensidad al pasar de la tierra al tronco de los álamos, y ese marrón, al llegar a las hojas se torna una mezcla de canela y rojizo, alazán y dorado. Los álamos se mueven dóciles a la brisa, que los hace hablar en un idioma tan suave y dulce… Sigue ascendiendo la mirada y se ve un añil difuminado, pero no es del cielo, es de la precordillera, que esconde su burdo marrón para reflejar el garzo del cielo; así es, el cóncavo firmamento puede contemplarse a sí mismo y admirarse en el suelo mendocino. Después, la albina cordillera, titánica, pero a la vez delicada en sus formas, bien esculpida por el Criador, se yergue altanera y vigilante en el horizonte. La canción dice “el cielo le hace ver la bandera nacional”, pero creo yo que no se ve en el cielo, sino en la blanca cordillera andina flanqueada por el azul del cielo y el de la precordillera, además y principalmente en el manto de nuestra Señora, al que nuestra cordillera nos recuerda diariamente.

Los álamos, esos baluartes tan bellos como fuertes que defienden a las viñas del viento inclemente que podría acabar con sus frágiles frutos. Junto a los álamos, un poco más al pie de la cordillera están también los pie de gallo, encargados de defender a las viñas, no ya del viento, sino de la intempestuosa nieve. Los viñedos son cuidadosamente mimados y protegidos por estos dos héroes que son el álamo y el pie de gallo, que llevan una vida sacrificada y curtida, en pos de Mendoza y sus vinos, en pos de los mendocinos. Gesta callada pero hercúlea la suya, como los monjes para con la Iglesia.

Desto hablaban Don Camilo di Benedetto y el venerable Hidalgo, cuando le viene a la testa al primero una canción con exquisita poesía titulada “Destino de pie de gallo”. Entonces, con la venia del Qujote, afinó la viola y comenzó a cantar:

Destino de pie de gallo
es mi destino Señor:
morir hundido en mi tierra
cacheteando el aluvión.

Destino humilde y hermoso
es mi destino Señor:
defender la tierra arada
la viña el huerto y la flor.

Que venga la correntada
que yo aguantare el cimbrón,
afirmado en mis tres patas:
Fe, esperanza y corazón.

Vida callada y sufrida
al aire libre y al sol,
quien me ve sabe que vivo
feliz con mi condición.
Cadenas de pie de gallo
formaremos, si Señor;
no destruirán mi Patria
el odio y el desamor.

Con alma de pie de gallo
cada cual en su función,
encauzará la corriente
por el camino hacia Dios.

Cargado con todo el peso
de la gaucha tradición,
inconmovibles seremos
aunque vengan en montón.

Es ese nuestro destino
hacer frente al vendaval,
para que a nuestras espaldas
la Patria florezca en paz.















Se hizo el silencio profundo y meditativo al acabar la canción. La poesía expresaba a la perfección el anhelo de ambos corazones, por ello no hacía falta añadir nada más. Se dispusieron a seguir contemplando la maravilla que, como bien dijo una vez Don Camilo, el Hacedor había estado pintando la noche anterior para que los mendocinos pudieran deleitar su vista en ella.

Habrían pasado quince escasos minutos cuando se ve aparecer por la alameda a un personaje con pobladas cejas y nariz prominente. Se dirigía hacia ellos, lo cual captó su atención. Llevaba bártulos de peregrino, al menos eso parecía. Al llegar a su lado se presenta con voz alegre y simpática:

-Buenos días, caballeros. Mi nombre es Dialisandro, vengo de Chile y esta noche no tengo techo en que tirarme, ni bocado que al vientre llevarme. ¿Serían ustedes tan amables de…

-Por supuesto –interrumpió generoso Don Camilo- ésta es nuestra casa y usted nuestro invitado. Mi compadre se llama don Quijote, es de la Mancha –al tiempo el Hidalgo inclinaba la cabeza en señal de saludo-, y un servidor se llama Don Camilo, un placer conocerlo.

-El placer es mío, gentiles señores.

Don Camilo le indicó la habitación en la que hospedarse y le ofreció un baño para asearse, cosa que el invitado aceptó gustoso. Mientras tanto, el Quijote siguió donde estaba, un poco molesto por que se hubiera interrumpido la contemplación en que estaba sumido. Intentó volver a contemplar pero ya no pudo, por lo que gruñendo fue hacia dentro para averiguar dese invitado que tanto le había perturbado el momento más deleitable de la tarde con su llegada. La contemplación ocupaba tres momentos del día en la rutina del Manchego y Don Camilo: a primera hora de la mañana contemplaban las verdades sobrenaturales con el rezo de la lectio divina; después del Angelus contemplaban las verdades naturales con el estudio del Estagirita y el Aquinate; y al atardecer contemplaban las cosas naturales, la naturaleza, los paisajes mendocinos que tanto elevan el alma. Ciertamente esta rutina fue elevándolos en conocimiento y gracia, y en sensibilidad también. Pero esa tarde se vio interrumpida la rutina, eso no agradaba mucho al Hidalgo que era muy refunfuñón (sería la edad).




---Continuará---

jueves, 15 de junio de 2017

Amante de la Luna


Luna querida, mi secreta amada. Hace poco te vi surgir de entre el horizontal confín de la tierra. Estabas sonrojada, era por los últimos piropos que te lanzaba el sol antes de ocultarse. ¡Qué amor te tiene el Sol! Tanto te ama que cada noche muere por dejarte respirar. Quise capturar tu belleza en una cámara, pero no tenía. Entonces me dije: “¿por qué querer enjaular a la bella luna en un aparato, pudiendo retenerla en mi memoria?”.

En efecto, la gentil memoria creada por Dios es algo extraordinario, pues al tiempo que retiene, idealiza. De lo bello, pasado el tiempo, deshecha lo feo, y queda algo más bello. De lo feo a la inversa.

Hay que hacer por dejar cosas sólo a la memoria, nada de fotos. Hay que aprender a degustar lo recordado, a fijar los detalles, a transmitirlos fidelignamente, aunque sean adornados levemente. Más valen mil palabras que una imagen para transmitir la belleza de algo. La tradición es oral, no visual, por algo será.

Intentaré transmitirles la belleza de la luna aquella tarde. Como dije, estaba sonrojada, y yo celoso, celoso del sol, que tenía la capacidad de ruborizar a mi amada. ¡Oh, señores! Hubiéraisla visto, estaba mi dama erguida y lozana, era del pueblo la más galana; simpática y grácil por el cielo se alzaba, donosa y preciosa se conservaba. Eterna belleza la de mi luna preciada, codicia de muchos, de algunos amada. Muchos anhelan poseerla, pocos quieren sólo verla. El bien está para poseerlo, pero la belleza… la belleza está para contemplarla. Que no se equivoquen los muchos, la Luna sólo puede ser amada y admirada. Pues también amo el horizonte, pero si me acerco lo pierdo. Hay cosas a las que, si me acerco, se desvanecen, la Luna es una de ellas, preguntadle a Neil Armstrong, pobre desgraciado.

La Luna iba palideciendo, quizá porque Febo marchaba ya. Pobre Luna frustrada, condenada siempre a perseguir al Sol y nunca alcanzarlo. Palidecía, digo, por ser consciente otra noche más de su desgraciada vida, pues nunca conseguiría lo que eternamente buscaba: su amado Sol. Sísifo era llamada a menudo, pero incluso Sísifo fue feliz, y la Luna también lo es, por lo menos mientras cree que puede alcanzar al Sol. Miento, hay dos veces al año, incluso hasta cinco, en que la Luna y el Sol se ven, se tocan, gozan de intimidad. Tales días son los de eclipses solares. En esos días el Sol lo es sólo para la Luna y la Luna sólo para el Sol. Para el resto del mundo, ni el Sol ni la Luna existen, para los codiciosos sobreviene la pobreza, para los amantes la desesperación.

Rielaba en el mar la Luna, así es ella, no tiene sombra, en vez de dejar sombra en las cosas, deja luz. Temblorosa luz que estremece al mar, indigno de reflejar tal belleza; temblorosa luz que da protagonismo a las aguas esta vez, más que al cielo. Pero las aguas coquetas y vanidosas no son conscientes de que su protagonismo les viene dado del cielo. Qué triste es mirar al mar en una noche sin Luna, pero más triste es amar sin esperanza alguna. Pobres amantes de la Luna, pues saben que nunca será suya; pobres poetas sin fortuna, vacíos se irán cuando su vida concluya.

Concluya también mi escrito, disperso y sin orden, lo admito. Pero salido, al fin, desde el centro; eso importa, es lo que importa, es lo que más importa en el amor, por lo menos en el que a la Luna tengo, ya en el resto de amores haré uso de razón, pero baste en éste lo salido del corazón.


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El Emigrante Nostálgico

lunes, 12 de junio de 2017

De gauchos y nobles



Le quedaba bien el poncho al Hidalgo. Estaba bien integrado entre los paisanos amigos de la comunidad GsG. Ahora contemplaba, escuchando el silencio, la belleza que el Criador tuvo a bien dejarnos en la naturaleza. Su mirar era profundo, meditabundo. Su barba, testigo de batallas, glorias y hazañas, estaba formada por blancos y largos alambres. Su barba era también desembocadura o confluencia de lágrimas, todas derramadas bien por fe, bien por esperanza, bien por amor. Fumaba. El humo de la pipa se adentraba en las profundidades de la barba para resurgir por la sotabarba, habiendo secado y aromatizado la misma. Le daba esto un aire castizo, indómito, viril; ríase John Wayne.

Estaba sentado a la orilla de un arroyo. Ya serían las cinco de la tarde, pero él se había levantado un poquito antes de la siesta para poner a enfriar la sandía en el agua saltarina, fresca y cristalina. Y ahí estaba, al amparo de un sauce llorón, recostado en un tronco añejo.

Justo en ese momento se acercó Don Jerónimo del Rey, y al ver al Quijote con esas pilchas, exclamó con entusiasmo:

-¡Miércole! ¡Parece usted un gaucho y todo!

Extrañado, preguntó el Manchego:

-¿Qué es un gaucho? -preguntó por inercia, pues seguía sumido en la contemplación.

Se acomodó en una piedra Don Jerónimo, prendió su pipa y dijo después de soltar bocanadas de humo gris, mirando al horizonte y con barbilla en alto, el siguiente apotegma:

-Un gaucho es un caballero andante argentino.

Se le iluminó la cara a don Quijote, pues la caballería andante ensanchaba su alma, era su modus vivendi, su modus operandi, su modus amandi. Y lo miró como pidiendo más detalles, pero Jerónimo se mantuvo en silencio, como haciéndose de rogar. El Hidalgo sin poder contener más su magnánimo corazón que ya palpitaba como un bombo legüero, exclamó:

-¡Hable ya! ¡No me tenga así! Sabe que estos temas me enardecen, no me haga sufrir y cuénteme bien.

Riéndose, dijo con calma Don Jerónimo:

-Primero abrimos la sandía, y después le cuento.

Dicho y hecho, agarraron la sandía, y de un golpe seco en una piedra la partieron en dos. Se veía el corazón de la misma más blanquecino, se podía intuir su dulzura sólo con verlo. Repartieron los pedazos equitativamente y comenzaron a degustar la más grande de las frutas. Mientras comían ese manjar de verano, preguntó el Quijote ya más apaciguado:

-¿Qué caracteriza a los gauchos?

Don Jerónimo, pensando, respondió:

-La nobleza e hidalguía.

-Ah, ¿son gente de alcurnia?

-No, al menos no de alcurnia de este mundo. Un monje rezante ha descrito muy bien qué es un hidalgo, y ha explicado que la hidalguía nos viene por filiación divina, por ser hijos de Algo, y que no entiende de sangre ni apellidos. El hidalgo es sobrio, es fiel y leal, es gallardo, sabe honrar y celebrar, es gentil y aplomado. El hidalgo es un noble. –Descendió a tierra y preguntó al Quijote:- ¿Quiere terminar mi sandía?, está deliciosa pero no puedo más.

Asintiendo, toma el de la Mancha la parte de del Rey, y siguió comiendo con algo de voracidad. Al rato preguntó:

-¿Qué entiende usted por noble?

-Muchas cosas, mi ingenioso Hidalgo -contestó presto mientras encendía de nuevo su pipa.- El noble es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene alma para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son los que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen. Son los capaces de obedecer, de refrenarse y de ver. Son los que odian la pringue rebañega. Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe.

-Entiendo… Es una nobleza más alta que la terrenal, es una nobleza celestial, es una nobleza trascendente y no inmanente, es una nobleza por virtud y no por títulos, es una nobleza más pura… -murmuró pensativo el Quijote- Verdaderamente eran buenos caballeros andantes esos gauchos. ¡Qué bravos!

-Ciertamente, son los exponentes de mi Patria. Lo precioso en esto es que todos podemos ser gauchos, donde y cuando sea. Lo que hace falta es ser héroe y justo, besar el suelo patrio y anhelar el cielo santo, hacer verdad y combatir la mentira, amar lo bueno y odiar lo malo, buscar lo bello y desechar lo feo…

-¡Y luchar contra gigantes! –interrumpió el Hidalgo Quixote.

-Y luchar contra gigantes… –repitió nostágico Don Jerónimo del Rey.


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El Emigrante Nostálgico

sábado, 10 de junio de 2017

Peñas como las de antes. (I)



En un rincón de la Comarca mendocina cuyo nombre no quisiera recordar, érase la recreación más noble y galante que caballero andante alguno pudiera encontrar. Érase un solaz del alma que alegraba y regocijaba el corazón peregrino agotado de riesgosas andanzas. Érase sencilla aunque milagrosamente una peña folclórica la que expandía graciosamente los pechos enamorados de Don Quixote de la Mancha y el Sancho Panza.

Los dos excéntricos contrarrevolucionarios habían dado a parar con los no menos excéntricos Gallardos sin Gala. Fue Don Hilario quien los viera de lejos sobre la entrada y los hiciera pasar a un mesón donde se encontraban reunidos algunos de los miembros de la comunidad GsG al amparo de tintos y empanadas de carne.

En eso de arribar los tres, el Quijote, el Sancho y el viejo Hilario al mesón de un rincón parecido, éste último es el que lanza con voz engolada y nervios tensos:

-Amigos, es hora que les presente a dos caballeros andantes que han aparecido mágicamente esta noche golpeando el portón para hallar una feliz acogida -y dándose vuelta, señala primero al Hidalgo.- Éste servidor es el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha -luego distingue al petiso Escudero- y éste otro servidor es el valiente fiel Sancho Panza. Ambos se unirán en nuestra eutrapélica ronda de gauchos matreros.

-A vuestro servicio, gentiles hombres -saluda con galanura el Hidalgo.- Mi fiel escudero Sancho y yo nos pondremos a merced vuestra para que podais contar con nuestra ayuda cuando lo juzgueis conveniente. Puesto que hemos estado dormitando por mucho tiempo en el letargo de somnolientos bostezos es que hemos decidido cabalgar de nuevo para intentar restablecer la cordura y la belleza perdidas de un tiempo dorado que quedó allá en la gloriosa Hispanidad.

Todos los Gallardos quedaron absortos ante el saludo inicial del Hidalgo y sintieron en sus corazones una secreta nostalgia que los envolvió en la más amarga de las melancolías. Con todo, no se apocaron por este efecto entristecedor del discurso manchego, y decidieron atender con ánimo y esmero a los recién llegados que estaban sedientos de buenos vinos pero, sobre todo, de justicia y de paz. Ah, y por supuesto, de una sabrosa y profunda compañía.

Después del saludo de los viandantes misteriosos, pasaron a presentarse uno a uno los hombres del mesón que carecían de galas aunque estuviesen bien ataviados. Por ejemplo, fue Dom Abubba quien se paró en primera instancia y presentándose con palabras tales como "Añorado y venerable Señor de la Mancha, es Ud. quien aterriza en nuestro mundo en el momento que más le necesitamos. Aquí Dom Abubba, el pálido Starets con su violín en ristre lo saluda reverentemente", se inclina con esfuerzo rozando su nariz al mesón de nogal, y por fin se vuelve a sentar dándole lugar a la presentación de Don Virula de los Gamos. Así continúa la manifestación de los GsG con algunos de sus miembros ante el asombrado y, al mismo tiempo, perplejo Quijote de la Mancha que temía que fuese todo una conspiración aunque en lo hondo de su corazón sintiera otra emoción. La insólita y tremenda emoción de haber hallado un tesoro inimaginable y completamente inmerecido. Pero esto acontecía ahora, que el Quijote y Sancho Panza eran los dos hombres más afortunados del universo. También lo eran los Gallardos siempre tan agraciados por la Dama Galadriel.

Se podría describir con mayor ahínco y exactitud la gravedad y la elegancia del primer impacto en dicho encuentro. No obstante, querrá el lector interesarse más sobre la peña cuyana que estaba en su culmen, y, antes que eso, saber cómo iba asimilando toda esta buenanueva el noble de la Mancha.

Por ello, toma nuevamente la palabra el Ingenioso Hidalgo con mucho respeto pero con mucha curiosidad, y pregunta con alma de niño:

-¿Podeis explicaros, benditos Gallardos, qué es lo que mis ojos están viendo y mis oídos oyendo?



-CONTINUARÁ-


Hilarious Erasmus.

viernes, 9 de junio de 2017

El "Calzonudismo": un virus en la amistad sincera.


Es sabido y experimentado de todos la pérdida o distanciamiento notable de un amigo por ennoviamiento, o mejor dicho, embobamiento. Esa sensación de lástima mezclada con rabia que genera en los amigos, todos la hemos sentido. Es un verdadero problema en las relaciones de amistad y es un tema tabú que subyace en el círculo de amigos, pero que nadie explicita no-sé-por-qué motivo. Hoy quisiéramos explicar, si nos permiten tan gentiles gallardos, pues creemos que ya hemos perdido algunos amigos, otros han estado al borde del abismo, y algunos han vuelto aleccionados de tal extravío. Por ello debemos tratar este tema a calzón quitado para ver cuál es el problema de raíz y las posibles soluciones, o al menos intentar caracterizar al calzonudo para evitar caer en dicha enfermedad.

Ahora bien, ¿quién o qué es el “calzonudo” también denominado como “trifón”, “calzonazo”, “correa” o sencillamente “dominado”? ¿Qué es el “calzonudismo”? Pasemos directamente a las características del calzonudo que nos iluminarán en el análisis de esta patología o virus tan extendido en nuestros días.

El calzonudo es aquel que, cuando tiene novia, desaparece del mapa. Por mucho que insistan en rastrear a su viejo camarada, los amigos veteranos sabrán que han sido desplazados de sus puestos privilegiados por una atractiva novata. Prefiere la absoluta y exclusiva compañía de su nueva novia a la de sus fieles y antiguos compañeros de batallas.

El calzonudo puede ser quien, por tratar de no desaparecer de la tierra pero a la vez queriendo estar siempre con su novia, la lleva siempre a todas las juntadas, sin discernir si es conveniente o completamente desubicado que esté ella sola con él y sus diez amigos varones, que se encuentran fumando habanos Cafe Crème y bebiendo whisky White Horse en una acalorada “Wiskitulia”.

El calzonudo es aquel que no sabe colgar una llamada entrante de la novia cuando está en presencia de caros amigos. Por esto, el compadre víctima del “calzonudismo” (mal que estamos analizando), será el centro de burlas y vituperios por parte de sus contertulios cuando se retira a mitad de un fogoso y divertido encuentro amical por no saber cortarle el llamado a la novia impertinente.

El calzonudo es aquel al que su novia ridiculiza o corrige en público, minando de esta manera su autoridad e insubordinándose al varón cual felino indómito. El hombre, futuro “caput familiae”, debe ir aprendiendo en el noviazgo a situar a su mujer en el lugar que le corresponde. Esta ubicuidad entre dos supone una lucha que requerirá capacidad de observación y, de nuestra parte, ser un hombre de acción (…y reacción).

El calzonudo, por lo general, es tímido, o bien, esquivo a la hora de conversar con sus íntimos sobre el noviazgo o simplemente sobre su chica. Esto sucede puesto que el compadre se sabe dominado y sometido por su novia quien, según el parecer de la pobre víctima en cuestión, podría estar espiando en algún rincón de la taberna. Más hacia el final diremos algo más de este infundado error ya que es más complejo de lo que aquí esbozamos.

Todos y cada uno de nosotros hemos visto alguno de estos síntomas en amigos ennoviados o embobados. Es cierto que bien pocos han sabido corregir fraternamente a su amigo calzonudo de esta patología, muchas veces por desconocer la naturaleza del calzonudismo, tantas otras por sutiles pero terribles respetos humanos. Veamos si podemos dar algunas simples y toscas pinceladas que sirvan como primera aproximación a un tema tan entreverado y neurálgico que interpela a cualquier gallardo.

Comencemos con decir que el varón y la mujer son dos criaturas pertenecientes al género animal, definidas específicamente como animales racionales. Varón y mujer son criaturas de la misma especie, pero diferentes. Dicha diferencia la marca su sexualidad que se traduce no sólo en una diferencia física, sino en una disposición natural a complementar con todas las potencias del alma la labor que por su sexualidad tiene en la perpetuación de la especie. Digamos que sería una segunda naturaleza. Así, la mujer tiene una afectividad más fuerte que la del varón que le hace ser más protectora con el niño que el padre, o bien ajustado, tiende a manifestar más dicha protección. No pondremos muchos ejemplos pues queremos ir al grano. Digamos a modo de resumen de todo lo que se podría decir que, en la familia, la mujer desarrolla los sentimientos de la prole mientras que el varón desarrolla la racionalidad. Ambos aspectos son fundamentales, ya que racionalidad sin sentimientos es un cerezo sin hojas ni flores, sin colores ni aromas; por el contrario, sentimientos sin racionalidad son las hojas y las flores del cerezo sin tronco ni raíces, informes y sin orden, y por lo tanto, carentes de belleza.

Por el pecado original, la naturaleza humana se ve herida. Pero el pecado original afecta de distinta forma al hombre que a la mujer. Grosso modo, digamos que por el pecado original el hombre tiende a poseer el cuerpo de la mujer y la mujer tiende a poseer el alma del varón. Esta diferente forma de afectación del pecado tiene sentido, pues la mejor forma de atentar contra la racionalidad (propia del hombre) es rebelar y desordenar las pasiones que ciegan el entendimiento y embotan los sentidos, lo que lleva al hombre querer poseer el cuerpo de la mujer. Por otra parte, la mejor forma de atentar contra los veros sentimientos (propios de la mujer) es darles poder de mando y decisión, cuando los sentimientos no están hechos para ello sino que es la razón la adecuada para esa labor, lo que desemboca en la avidez de la mujer por poseer el alma del varón. Muchos son los que sostienen que no es lo mismo tener en el trabajo a una jefa que a un jefe, pues la jefa asfixia con su control, mientras que el jefe da mayor libertad de ejercicio. ¿Y si tal mujer llega a ser jefe de estado? “K”agamos. También muchos son los que sostienen que, lamentablemente, hay más prostitutas que gigolos, puesto que a la mujer no le interesa tanto la posesión del cuerpo, mientras que al hombre desordenado y vicioso sí el de la mujer.

Toda esta introducción medio filosófica, medio teológica, ayuda a entender mejor la figura del calzonudo. El problema latente es una falta de virtud por parte del varón y de la novia, o dicho de otro modo, falta de dominio por parte de ambos. Ella pretende estar presente en toda la vida de él, manipular sus agendas y manejar todos los detalles, ante lo que él está dispuesto a ceder por un par de caricias, un beso apasionado y unas palabras ardientes. Hay una afectividad desordenada en todo esto, y los que pagan las consecuencias son los amigos. Sí señor, especialmente ustedes, los sobrinos del Tío Niebla.

Es impropio que la mujer esté en todas las juntadas de su novio con sus amigos, ya que estos necesitan desahogarse contando sus penas y sus alegrías, sus conflictos internos y sus sueños imposibles en un clima de intimidad y de libertad de espíritu. Si cualquier novia mete sus narices en tales capítulos, muy fácilmente se ganará el desprecio y el recelo del resto de los compadres. Quizá sea una mujer excelente, pero por su entrometimiento se reconocerá como la chusma, o peor, como la bruja enemiga de los muchachos. Así también, puede el mismo amigo de toda la vida ganarse el menosprecio y el enfado entre sus entrañables pares. Sin embargo, para que esto no ocurra (pues a nadie le gustaría que se tenga a la novia de uno cual serpiente venenosa, ni menos a uno se lo considere un real calzonudo), la pareja deberá estar en guardia. Aunque, a decir verdad, la tarea principal la tiene el varón que deberá corregir esto, conscientes de todos modos que mucho ayudará una compañera prudente y sumisa al lado. El varón debe saber decir: “¡No!” o “¡Basta, mi amor!”. Debe saber imponerse con fuerza aunque con inteligencia para mejor dirigir el noviazgo. El varón debe controlar sus pasiones y decidir con tranquilidad de espíritu cómo llevar su noviazgo sana y santamente. Esa autoridad que por orden natural y sobrenatural debe tener el hombre sobre la mujer, debe manifestarse sensiblemente en un sometimiento de la mujer a las directrices del varón. Y muchas más recetas podrían darse para cuidar el papel del hombre en una relación amorosa.

Antes de terminar, vale una pertinente aclaración. Muchos “correas” suelen justificar su actitud calzonuda y enamorada aludiendo a que se está en los inicios de tal relación amorosa; a saber, el enamoramiento. Es esta etapa siempre la más difícil para discernir si se es o no un auténtico dominado. Pero esta distinción entre genuino enamorado y verdadero trifón preferimos dejársela a algún gallardo que sea más ducho en tales distingos.

Finalmente, a modo de corolario, creo que es importante insistir en un punto del que hemos hablado antes; y es el derecho que tienen los amigos de conocer cómo es la novia, quién es, cómo lleva el noviazgo, etc. Por supuesto, para que no se nos malinterprete, esto no tiene por qué reñir con la intimidad lícita y debida en el noviazgo. Es un punto medio, fino. Hay que comprender que los amigos reales velan los unos por los otros porque verdaderamente se aman entre sí, y por lo mismo, se interesan en saber quién es la mujer que presumiblemente acompañará durante toda la vida al enamorado de turno. Con caridad y sencillez se debería hablar con los amigos sobre el noviazgo que uno lleva. Y hacerlo, primero, por compartir la enorme dicha que le embarga a uno en el alma; segundo, para simplemente dar un informe sano y saludable sobre la actual situación relacional; tercero y último, para buscar un consejo, un aliento o hasta alguna corrección. Hay que combatir denodadamente contra esa separación tajante y malhadada que algunos hacen de la relación que tienen con su novia por un lado y con sus amigos por otro. En fin, da para más, pero baste lo dicho por el momento.

¡Fuera esta esquizofrenia calzonuda!

¡Cuidemos el tesoro de la amistad!





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El Emigrante Nostálgico

miércoles, 7 de junio de 2017

De boliches y dragones, o los nuevos molinos de viento (II).



El infierno mismo se dibujaba ante los ojos del Caballero Andante. Era la oscuridad más siniestra con un sórdido ruido que removía las tripas y los huesos. Las artificiales luces multicolor tenían un efecto alucinante. Sí, efectivamente habían logrado entrar quién-sabe-cómo en las entrañas de la cueva del Dragón que vomita azufre.

Don Qujote y Sancho Panza eran incapaces de oírse el uno al otro. Habían caído en el hoyo del conejo y los dos estaban completamente desorientados. Por ello, se hicieron señas para salir afuera. Así lo hicieron, y estando un poco alejados del descontrol satánico, se tomaron un tiempo para recobrar los sentidos en fuga. Más calmo los dos, aprovecha el Hidalgo para disparar:

-Decidme, ¿qué diantres es ese maldito lugar? -y llenando de aire sus achacados pulmones, remata:- ¡Sancho, averiguadlo presto!

Sancho, bostezando para destaponarse los tímpanos, obedeció a su señor y fue rápidamente en busca de una respuesta. Al cabo de un rato, volvió con noticias.

-Mi señor, parece que este lugar es llamado "boliche" por estos lares, como nos advirtieron los jinetes del Dragón. Me han dicho que es un lugar para divertirse y conocer gente. Y hay más, piensan que aquí, en estos escalofriantes espacios, se puede conquistar al amor de la vida.

-¿A quién has preguntado, Sancho? ¿Qué clase de diversión es esta donde no se puede platicar con el amigo que se tiene en frente? Por ventura, ¿es que considerarán este sitio como escenario ideal para conquistar una dama quien carece de rostro por falta de luz natural? Deduzco, Sancho, que con “conocer” te refieres al sentido bíblico de la palabra, que es intimar pues la falta de pudor de las damas me ha dejado desconcertado. También la forma de bailar, ¿acaso no se reservan nada para sus maridos? O peor, ¿harían lo mismo en presencia de la Dama Galadriel? -y suspirando el Hidalgo con la mirada perdida, termina su reproche:- Ay, Sancho, Sancho, si conocieran a Nuestra Señora...

Efectivamente, Don Quijote y Sancho Panza habían conocido los boliches, lugares hechos para embotar los sentidos y darle rienda suelta a las pasiones más bajas. Lugares donde no cabe el pensar o el amar, siquiera el recrearse humano sino sólo el experimentar salvaje y el ambicionar pueril. Un lugar donde se rinde culto al sexo en formas camufladas y donde se venera a la diosa Vanidad. Muy concurrido por jóvenes pusilánimes que necesitan acallar su conciencia. Los nostálgicos Quijote y Sancho habían descubierto la moderna forma de bailar, que nada tiene que ver con la danza festiva que alegra el corazón. Ciertamente, para refutar la idea de progreso, bastaría con exponer la evolución que ha tenido el baile en los dos últimos siglos, o mejor dicho, la involución. Se ha perdido el decoro y la elegancia, la clase y el estilo, la dignidad e hidalguía que componían las danzas de antaño. Se ha perdido la nobleza y caballerosidad del varón, y la fineza y feminidad de la mujer.

Por eso, porque observaba el Quijote la ruina de la humanidad, es que exclama con vehemencia:

-Sancho, tened por cierto que este es el primer gigante contra el que vamos a luchar. Pero recordad, conveniente es que sea con la pluma, y si ha de ser con la espada usaremos la táctica del Zorro -y mirando con  los ojos llenos de brillo la luna, termina su arenga:- ¡Vamos, Sancho! ¡Acabemos con esto de inmediato!


Volvieron a entrar al boliche con ánimo brioso y observaron detenidamente que las luces móviles que habían en el sitio provenían de un cable negro que atravesaba la mitad del techo y que proseguía por una esquina de la sala hasta salir por una puerta. Atravesaron la puerta y vieron que aquel cable grueso acababa en una caja de electricidad.

-Sancho, hazte a un lado que haré pedazos este cachivache.

-Señor, tenga cuidado, que puede ser peligroso -responde el gordo asustado y empapado en sudor.

-Sancho, oídme, nunca dije que el oficio de caballero estuviese exento de peligros, pero vale la pena arriesgar la vida por restablecer la justicia y la cordura en este mundo rematadamente loco y cruel. Mas, no olvidéis carísimo, hagáis lo que hagáis es por Ella, la Dama, que todo lo ve y lo recompensa.

Acto seguido, arrancó los apretados cables con sus largas manos, lo que provocó que se electrocutara por unos segundos, haciéndole caer por tierra. Se oyeron gritos despavoridos que parecían mujeres pero eran hombres afeminados. Inmediatamente Sancho cacheteó a su señor para despertarlo del shock:

-¡Despierte, mi señor, despierte que vendrán por nosotros!

-Ayudadme , Sancho, que estoy temblando -tenía el de la Mancha todos sus pelos erigidos cual cactus del desierto. Pero recordando su misión, le ordena a su escudero:- Levantadme rápido y alcanzadme aquel fierro que iré a donde el bochinche para aleccionar a los rebeldes.

Entraron en la sala de nuevo, y don Quijote empezó a repartir fierrazos a troche y moche. Alguno cayo en la redonda cabeza de Sancho, pero así fue abriéndose paso hasta la puerta de salida. Justo antes de llegar a la salida, el Quijote soltó el fierro con una mano y el cogote de un turro con la otra, y se marchó disimuladamente entre el medio del caos y la confusión junto a su fiel compañero.

Caminaron y caminaron los justicieros hasta llegar a una esquina cualquiera, entre las muchas de la imprevista Mendoza. Se oía música desde la calle; un cartel ponía “Peña Cuyana”. Y preguntó Sancho que aún no salía de la excitación:

-Señor, ¿busco un palo?

-¡No, mi fiel escudero! -lo corta en seco el Hidalgo, y prosigue con diligencia:- Oíd, esta música ensancha el alma y regocija el espíritu. Observad, aquí bailan como Dios manda. Sentid, hay Musas en este lugar.

-Oled, que se me revuelve el estómago -interrumpió el Panza. Y agrega:- ¿Qué esperamos para entrar, mi señor? ¿No advierte que bien se está aquí? Mirad, allá hay gente comiendo...

-Empanadas, Sancho, allí dice "empanadas". Pues bien, vamos a recuperarnos de la batalla con el enemigo el Dragón.

-Buena idea, mi señor, Ud. teniendo siempre maravillosas ideas. ¡Cáspita!

Ambos seguían embelesados por la música que oían y sobrecogidos por la poesía de sus letras. Todavía hoy resuena en sus oídos aquellos versos de “Amémonos” y a menudo aquel vals sirve de oración para ofrendarle a la Dama Galadriel. Permanecieron un buen rato extasiados en silencio. Al menos Don Quijote, ya que Sancho estaba más interesado en conseguir una docena de empanadas calientes. En eso aparece un viejo, que al lado del Hidalgo, era más bien un muchacho con harta barba que se presenta así:

-¡Bienvenidos a la peña! Yo soy Hilario, el que la organiza junto a otros compadres -dijo esto el barboso con la voz ronca y los labios morados. Luego interrogó:- ¿Ustedes son?

-A su merced, Don Hilario -y haciendo una pequeña reverencia, se presenta al mismo tiempo:- Yo soy el ingenioso Hidalgo de la Mancha, que ha decido cabalgar de nuevo por la justicia y la paz en el Criador, junto a mi fiel escudero el valiente Sancho Panza.

-¡Salud, mi señor Don Hilario! -responde contento el noble panzudo que cargaba con dos empanadas en sus manos traseras.

Muy emocionado contesta a su vez el recién conocido Don Hilario de Jesús:

-Los esperabamos... ¡pasen, pasen!



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El Emigrante Nostálgico.