martes, 27 de junio de 2017

Sobre Dialisandro (II)


Se dispusieron a cenar. Si no recuerdo mal, don Quijote hizo “migas”, una comida típica manchega, tan sencilla como nutriente y llenadora. Esta comida tiene su origen en la época de la reconquista española, y se elabora con miga de pan seco, frito con grasa de cerdo y trozos de su carne (para distinguirse de los moros e identificar a los cristianos viejos), y también con alguna que otra verdura frita. Es un manjar pueblerino, hay que probarlo para saber cómo es. Pues bien, el Hidalgo preparó esto con mucho esmero, por un lado para agasajar al huésped, y por otro para saber si era cristiano viejo o más bien un turco o judío infiltrado. Quizá por esto último llenó rebosante su copa del espeso vino Malbec, producido con esmero y mimo por don Camilo en la misma finca y con los mismos viñedos que a la tarde contemplaran. Pasó la prueba. Ni moro ni judío, aunque esa nariz…

Se desarrolló la velada muy amena, entre cantos y whiskys, historias y pipas. Ya era medianoche, hora en la que solían declinar los huéspedes para levantarse con el sol y llevar a cabo su primera y más importante contemplación en el oratorio que tenían en el ala este de la casa, ad orientem. Pero estaban tan contentos por las historias y cantos que les costó cortar aquello. Por fin dijo don Camilo:

-Querido huésped, es hora ya de levantar campamento, mañana un día duro nos espera, y debemos recobrar fuerzas.

A lo que Dialisandro contestó:

-Tiene usted razón, sí señor, pero permítanme mostrarles una costumbre de donde yo vengo, que hacemos antes de dormir. Allí solemos rezar el rosario de veinte misterios antes de acostarnos, para implorar amparo durante la noche, y por último acabamos con un Via crucis, paseando por la estancia. ¿Qué son dos horas al día teniendo veintidós más para nuestro disfrute?

Estaban cansados los dos hospitalarios anfitriones, pero veían verdad en la última observación del invitado, así que, aceptando el reto, comenzaron a rezar sendas oraciones. Luego, a dormir. Tarde se fueron, eran casi las tres de la mañana.

A la mañana siguiente despertóse el Quijote sobresaltado al no haber oído cantar al gallo que todas las mañana se posara sobre su ventana y ver alta ya la luz del día. Corriendo fue a la habitación de don Camilo, que dormía también, y zarandeándolo bruscamente le gritó:

-¡Don Camilo! ¡La lectio divina!

Éste se levantó agitado, se quedaron tristes unos segundos por no haber podido cumplir con Dios como solían. Era la primera vez en seis meses que faltaban a dicha oración.

-No debimos acostarnos tan tarde, Hidalgo.

-¡Pero si no fue por diversión! Fue por oración que lo hicimos.

Como fuere, se vistieron y se presentaron en la cocina. Allí estaba Dialisandro con el desayuno preparado para los tres, esperándoles con una cálida sonrisa:

-Buenos días, caballeros. Me he permitido la imprudencia de prepararos un buen desayuno.

Ambos respondieron al saludo agradecidos por el detalle del invitado, así se les fue la tristeza por lo ocurrido antes. Desayunaron los tres vorazmente y don Camilo se levantó a lavar los platos y vajilla usada mientras decía:

-Soleado día el de hoy ¿eh? Dan ganas de agarrar pluma y papel y comenzar a describir las bellezas que Febo con su luz nos permite ver hoy.

Ciertamente, el día prometía. Las golondrinas eran las únicas nubes que en bandada se dirigían al norte, en esta época otoñal, en busca de climas más cálidos. Se iban todas ellas con sus crías ya nacidas, se podían distinguir por su volar impulsivo y atolondrado. Las mayores, pacientes, paraban de vez en cuando en un álamo o un roble para esperar a las aletargadas jóvenes que por no administrar bien sus fuerzas y no dejarse llevar por el viento se cansaban más rápido. Ya aprenderían la lección, tenían toda una vida por delante esas nóveles golondrinas.

-¿Podría esperar eso a la tarde? -Preguntó tímido Dialisandro- Me he permitido el lujo de comprometernos. Esta mañana, mientras dormían ustedes, llamó a la puerta una pobre señora, dijo que era de un pueblo cercano, y que anoche un temporal había destruido todas sus casas y construcciones de barro y paja. Ella llamaba pidiendo ayuda de varones que pudiesen colaborar en la reconstrucción. Y dije que por supuesto contara con nosotros tres. ¿Hice mal…? –Preguntó subiendo hombros y cejas Dialisandro.

-Por supuesto que no, respondió impulsiva y noblemente el Quijote, allí iremos. A las cuatro de la tarde será buena hora, creo que podemos sacrificar la siesta hoy, ¿verdad don Camilo? –Se dirigió a este último el Quijote con mirada cómplice, pues sus corazones ardían por ayudar al débil, y sabía que aceptaría sacrificar la dormilona posterior a la comida.

-Hay un problema… -continuó Dialisandro interrumpiendo las risas de sus anfitriones- Dije que allí estaríamos, pero me comprometí para las doce…, es decir, en una hora…

-Sea pues así… -dijo el Quijote, con incomodidad en su espíritu, pues no podrían estudiar, como todos los días, filosofía y otras ciencias. Pero inmediatamente se consoló diciéndose por dentro: "es por una buena causa".

Cada uno fue a prepararse y ataviarse convenientemente. Don Camilo se dirigió a su habitación cabizbajo, una mezcla de triste y pensativo. Algo no le cuadraba. Juraría que aquel nombre, Dialisandro, le decía algo. Ciertamente, don Camilo era un estudioso de las lenguas clásicas, además de otras ramas del saber. Fue a buscar su diccionario de griego para consultar una etimología posible de aquel nombre. Hojeaba las páginas, y las ojeaba también. Llegó a la “δ”, buscaba palabras... “διαλέγω, διαλέγομαι: hablar, escoger”. Era muy hablador Dialisandro, pero no es lo que buscaba. Siguió mirando. En eso tocan la puerta abierta de su habitación, y bruscamente cierra el libro.

-Don Camilo, quería pedirle unas medias limpias, pues no tengo… ¿Qué hacía usted? ¿Por qué esa reacción?

-Me ha dado usted un susto Dialisandro, estaba consultando el significado de “dialogar”, pues no entiendo por qué significa también “escoger”, algo que llevo pensando desde días atrás. –Atinó a decir pareciendo lo más normal posible- Aquí tiene un par de medias. Vamos a buscar al Quijote y partamos hacia ese pueblo. –Y diciendo esto, lo acompañaba poniendo su mano en la espalda del invitado, para hacerlo salir.





---Continuará---

2 comentarios:

  1. Ciertamente desde que vi a ese tal Dialisandro ante mis ojos un extraño pensamiento me recorria la mente sin dejarla tranquila... No quiero extenderme aquí pues la tercera parte esta ya publicada y estoy ansioso de leerla.
    Que se venga esa tercerita! Qué emoción!!

    Don Camilo

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  2. Que buena historia Don Nostalgia, me ha dejado muy intrigado! A leer la tercera nomás

    Jimmy

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