Se dispusieron a cenar. Si no recuerdo mal, don Quijote hizo
“migas”, una comida típica manchega, tan sencilla como nutriente y llenadora.
Esta comida tiene su origen en la época de la reconquista española, y se
elabora con miga de pan seco, frito con grasa de cerdo y trozos de su carne
(para distinguirse de los moros e identificar a los cristianos viejos), y
también con alguna que otra verdura frita. Es un manjar pueblerino, hay
que probarlo para saber cómo es. Pues bien, el Hidalgo preparó esto con mucho
esmero, por un lado para agasajar al huésped, y por otro para saber si era
cristiano viejo o más bien un turco o judío infiltrado. Quizá por esto último
llenó rebosante su copa del espeso vino Malbec, producido con esmero y mimo por
don Camilo en la misma finca y con los mismos viñedos que a la tarde
contemplaran. Pasó la prueba. Ni moro ni judío, aunque esa nariz…
Se desarrolló la velada muy amena, entre cantos y whiskys,
historias y pipas. Ya era medianoche, hora en la que solían declinar los huéspedes
para levantarse con el sol y llevar a cabo su primera y más importante
contemplación en el oratorio que tenían en el ala este de la casa, ad
orientem. Pero estaban tan contentos por las historias y cantos que les costó
cortar aquello. Por fin dijo don Camilo:
-Querido huésped, es hora ya de levantar campamento, mañana
un día duro nos espera, y debemos recobrar fuerzas.
A lo que Dialisandro contestó:
-Tiene usted razón, sí señor, pero permítanme mostrarles una
costumbre de donde yo vengo, que hacemos antes de dormir. Allí solemos rezar el
rosario de veinte misterios antes de acostarnos, para implorar amparo durante
la noche, y por último acabamos con un Via crucis, paseando por la estancia.
¿Qué son dos horas al día teniendo veintidós más para nuestro disfrute?
Estaban cansados los dos hospitalarios anfitriones, pero
veían verdad en la última observación del invitado, así que, aceptando el reto,
comenzaron a rezar sendas oraciones. Luego, a dormir. Tarde se fueron, eran
casi las tres de la mañana.
A la mañana siguiente despertóse el Quijote sobresaltado al
no haber oído cantar al gallo que todas las mañana se posara sobre su ventana y
ver alta ya la luz del día. Corriendo fue a la habitación de don Camilo, que
dormía también, y zarandeándolo bruscamente le gritó:
-¡Don Camilo! ¡La lectio divina!
Éste se levantó agitado, se quedaron tristes unos segundos
por no haber podido cumplir con Dios como solían. Era la primera vez en seis
meses que faltaban a dicha oración.
-No debimos acostarnos tan tarde, Hidalgo.
-¡Pero si no fue por diversión! Fue por oración que lo
hicimos.
Como fuere, se vistieron y se presentaron en la cocina. Allí
estaba Dialisandro con el desayuno preparado para los tres, esperándoles con
una cálida sonrisa:
-Buenos días, caballeros. Me he permitido la imprudencia de
prepararos un buen desayuno.
Ambos respondieron al saludo agradecidos por el detalle del
invitado, así se les fue la tristeza por lo ocurrido antes. Desayunaron los
tres vorazmente y don Camilo se levantó a lavar los platos y vajilla usada
mientras decía:
-Soleado día el de hoy ¿eh? Dan ganas de agarrar pluma y
papel y comenzar a describir las bellezas que Febo con su luz nos permite ver
hoy.
Ciertamente, el día prometía. Las golondrinas eran las
únicas nubes que en bandada se dirigían al norte, en esta época otoñal, en
busca de climas más cálidos. Se iban todas ellas con sus crías ya nacidas, se
podían distinguir por su volar impulsivo y atolondrado. Las mayores, pacientes,
paraban de vez en cuando en un álamo o un roble para esperar a las aletargadas
jóvenes que por no administrar bien sus fuerzas y no dejarse llevar por el
viento se cansaban más rápido. Ya aprenderían la lección, tenían toda una vida
por delante esas nóveles golondrinas.
-¿Podría esperar eso a la tarde? -Preguntó tímido
Dialisandro- Me he permitido el lujo de comprometernos. Esta mañana, mientras
dormían ustedes, llamó a la puerta una pobre señora, dijo que era de un pueblo
cercano, y que anoche un temporal había destruido todas sus casas y
construcciones de barro y paja. Ella llamaba pidiendo ayuda de varones que
pudiesen colaborar en la reconstrucción. Y dije que por supuesto contara con
nosotros tres. ¿Hice mal…? –Preguntó subiendo hombros y cejas Dialisandro.
-Por supuesto que no, respondió impulsiva y noblemente
el Quijote, allí iremos. A las cuatro de la tarde será buena hora, creo que
podemos sacrificar la siesta hoy, ¿verdad don Camilo? –Se dirigió a este último
el Quijote con mirada cómplice, pues sus corazones ardían por ayudar al débil,
y sabía que aceptaría sacrificar la dormilona posterior a la comida.
-Hay un problema… -continuó Dialisandro interrumpiendo las risas de sus
anfitriones- Dije que allí estaríamos, pero me comprometí para las doce…, es
decir, en una hora…
-Sea pues así… -dijo el Quijote, con incomodidad en su
espíritu, pues no podrían estudiar, como todos los días, filosofía y otras
ciencias. Pero inmediatamente se consoló diciéndose por dentro: "es por una buena causa".
Cada uno fue a prepararse y ataviarse convenientemente. Don
Camilo se dirigió a su habitación cabizbajo, una mezcla de triste y pensativo.
Algo no le cuadraba. Juraría que aquel nombre, Dialisandro, le decía algo.
Ciertamente, don Camilo era un estudioso de las lenguas clásicas, además de
otras ramas del saber. Fue a buscar su diccionario de griego para consultar una
etimología posible de aquel nombre. Hojeaba las páginas, y las ojeaba también.
Llegó a la “δ”, buscaba palabras... “διαλέγω, διαλέγομαι: hablar, escoger”. Era
muy hablador Dialisandro, pero no es lo que buscaba. Siguió mirando. En eso
tocan la puerta abierta de su habitación, y bruscamente cierra el libro.
-Don Camilo, quería pedirle unas medias limpias, pues no
tengo… ¿Qué hacía usted? ¿Por qué esa reacción?
Ciertamente desde que vi a ese tal Dialisandro ante mis ojos un extraño pensamiento me recorria la mente sin dejarla tranquila... No quiero extenderme aquí pues la tercera parte esta ya publicada y estoy ansioso de leerla.
ResponderEliminarQue se venga esa tercerita! Qué emoción!!
Don Camilo
Que buena historia Don Nostalgia, me ha dejado muy intrigado! A leer la tercera nomás
ResponderEliminarJimmy