martes, 27 de junio de 2017

Sobre Dialisandro (III)


Fue arduo el trabajo, y duró más de lo previsto, muchos habían ido a ayudar a reconstruir aquellas casas. Los hombres trabajaban, mientras las mujeres les acercaban agua fresca, e iban preparando comida abundante, un buen locro, pues habían de reponer fuerzas esos varones sudorosos por el trabajo. El Hidalgo descansaba de cuando en cuando, pues no estaba para esos trotes, pero don Camilo… Don Camilo lideraba con energía al grupo de trabajadores, trabajando él el primero y dando ejemplo. Todos se sentían invadidos por el entusiasmo que traía consigo Don Camilo. Dialisandro, sin embargo, ayudaba pero no con el vigor de Don Camilo. Las mozas del pueblo eran las encargadas del agua, así refrescaban a los trabajadores y les alegraban la vista, pues cada una era más grácil que la otra. Cantaban unas canciones, supongo que serían de Ramona Galarza, no oí bien, pero llenaban con su voz límpida el ambiente del pueblo. Así, había gran alegría en ese pueblo, se había formado espontáneamente un entorno cálido y tradicional. Todos disfrutaban con su labor, y se esmeraban en llevarla a cabo con presteza y perfección, pero con algazara. Ciertamente fue bonito ver aquello.

Al volver a las casas, rendidos, descansaron en las hamacas, en silencio. Pero no duró mucho, el silencio digo, pues Dialisandro propuso contar otra de sus historias, a lo que no pudieron negarse los otros dos, por entender que era descortés. Fue larga, muy entretenida, pero larga. Aprovecharon los anfitriones para sacar sus pipas, encender el tabaco y beber algo de whisky. Serían las siete de la tarde, pronto atardecería. Al acabar Dialisandro su amena historia, se pusieron todos en pie y, a propuesta del invitado, acordaron bañarse, preparar la cena y acostarse, pues había sido un día duro. Así hicieron, pues estaban destrozados físicamente. Sin embargo, por más que estuvieran de acuerdo, don Camilo y el Hidalgo sentían en el centro del corazón que otra vez perdían su rato de contemplación. Pero esto no se lo dijeron el uno al otro.

Al ir a la habitación, don Camilo procuró esta vez cerrar la puerta con llave y, presto, agarró el diccionario, buscó otra vez la letra “δ”, pasó por encima la palabra que hubiera visto por la mañana, y llegó a otra que le interesó más: “διαλύω: disolver, desatar, dispersar”, buscó con el dedo formas verbales distintas de ese mismo verbo, y se le iluminaron los ojos al encontrar el futuro “διαλύσω”. Dejó caer el diccionario y su mente empezó a hilar los hechos de ese día y el anterior con historias oídas al cura del pueblo.

-Será posible… No creo que… Parece que sí… Debo asegurarme.

Inmediatamente salió de la habitación con su billetera, y gritando dijo que iría al pueblo a comprar algo especial para esta cena, hubo un silencio otorgador por parte de los otros dos. Así partió. Pero al llegar al pueblo, fue directo a la casa parroquial. Golpeó fuerte. La enorme puerta de madera de roble parecía enclenque frente a los azotes de su puño.

-¡Padre! ¡Abra! ¡Es urgente!

Se abrió la puerta desde dentro, y se vio un clérigo de sotana, ancho en carnes, colocándose los lentes para mejor ver.

-¡Pero bueno, don Camilo! ¿A qué este escándalo? ¿Qué ocurre? Pasa dentro, justo sacaba el vermut para antes de comer.

Adentro pasaron, y se sentaron, y bebieron, y charlaron, y don Camilo le contó la situación, y callaron. Entonces habló el cura, quien alguna vez había sido exorcista de facto, no de iure, pues a cien leguas a la redonda no había otro párroco que él, y él en persona se encargaba de exorcizar.

-¿Cómo no viniste antes, Camilo? Es una situación grave, pero tendremos que estar seguros de que es así, no podemos presuponer nada. Dices que Dialisandro significa hombre disperso, ¿verdad?

-Así es, eso significa.

-Y que vino de Chile, ¿no? –Volvió a preguntar el sacerdote.

-Así es, eso nos dijo.

-Entonces estoy casi seguro de que se trata del demonio de la dispersión, un nuevo demonio que anda haciendo estragos por el mundo, por el mundo moderno, pues antes los hombres no se dispersaban tanto. Su tarea es simple: debe conseguir que no se haga la voluntad del Señor en las personas en el momento adecuado. Para ello suele tentar a los más avanzados, no con pecados burdos, sino con cosas buenas. Cosas buenas, pero que no “toca” hacer en ese momento. Así, a los buenos estudiantes los tienta con pasar días en ayunas, con hacer apostolado, con pasar largos ratos en la capilla, leer libros ajenos a la materia de estudio. A los que hacen retiros, ignacianos o cualquier forma de alejamiento del mundo para meditación, suele tentarlos con algo que no falla: planificar futuros y magnánimos apostolados (en vez de meditar) y que, por supuesto, rara vez llegan a concretarse. Así, consigue este vil demonio impedir que el estudiante estudie, que el orante ore, que el trabajador trabaje, en definitiva, impide que los hombres hagan lo que Dios quiere que hagan en ese momento exacto de su vida. Es sutil y engañoso.

-Tiene usted razón… -respondió don Camilo cabizbajo- Creo que ha buscado que el Hidalgo y yo no contemplemos ni las verdades naturales, ni las sobrenaturales, ni la belleza de la creación. Y para ello nos embaucó primero para rezar vocalmente hasta altas horas de la noche, para así no madrugar y contemplar o rezar mentalmente, en segundo lugar nos embrujó para hacer una obra de caridad, proponiendo hacerla justo en nuestro momento de estudio, y ello nos produjo excesivo cansancio físico como para poder luego por la tarde contemplar tranquilos la obra de nuestro Creador. Y pensaba que hacíamos bien…

-¡Anímate, hombre! Bien has hecho en acudir a mí, ahora me invitarás a cenar a tu casa, y veremos qué podemos hacer.

Acto seguido, el sacerdote colocóse una estola por debajo de la sotana, de forma que no se viera. Agarró un pequeño frasco de agua exorcizada, y se colocó la boina negra, presto a salir.

Y allá que llegaron. El Quijote había vuelto a cocinar, pero algo más simple esta vez: panceta ingente, huevos y papas fritas. Estaban ya sentados a la mesa, cuando entraron don Camilo y el cura. Al entrar el clérigo al salón de estar, donde comerían, Dialisandro palideció, pero intentó disimular, no fuera una simple coincidencia. El Quijote, contento, añadió un plato más, y un vaso con vino también.

Estando sentados los cuatro, bendijo el cura la mesa y comenzaron a comer. Estuvieron largo rato charlando y comiendo, riendo también, unos más que otros. Y lo que viene a continuación sucedió todo muy rápido, intentaré explicarlo con detalle, pero presten atención:

El páter metió su mano en el bolsillo buscando el frasco, y lo descorchó, todo dentro del bolsillo. Con un movimiento rápido lo sacó y roció a Dialisandro con unas gotas. En ese momento exacto don Camilo tanteó su facón en la cintura, sin desenvainarlo. Dialisandro, al haber sido mojado con ese agua, gritó, pero gritó de forma muy estridente, algo parecido a los nazgûl, e inmediatamente comenzó a proferir palabras en una lengua extraña, y esto lo hizo con voz muy profunda y ronca, y mirando con ojos penetrantes hasta el alma al cura, no sabría describirlo bien, pero esa voz no era humana, eso seguro. Acto seguido, mientras el Quijote escupía su vino por la nariz al ser sorprendido por la sucesión imprevista de los hechos, don Camilo desenvainó su facón y lo clavó en la mesa, atravesando la mano de Dialisandro, dejando así la mano inmovilizada.

El padre se puso en pie, y en voz baja y en latín, librito en una mano y agua exorcizada en la otra, profería una serie de oraciones para expulsar aquel demonio. El Quijote, raudo, viendo la Tizona y la Colada colgadas en el salón, se levantó para agarrar la primera. El endemoniado se revolvía, y estuvo a punto de deshacerse de su mano perforada por el facón, de no ser porque en dos segundos tenía la hoja del acero toledano rozando su cuello por delante, pues el Manchego estaba detrás suyo, prendiéndolo del cuero cabelludo con una mano, y sujetando la Tizona con la otra. Esto le impidió moverse.

Parecía que el padre terminaba, porque ya profería mandatos, y el último de ellos consistió en ordenar al inmundo demonio que saliera de ese cuerpo. Y así lo hizo, huyó despavorido, y allá que fue a perseguirlo el Arcángel san Miguel, lo pescó en Chile, refugio de muchos demonios, y desde allí lo expulsó de este mundo a las fosas del infierno.

El que antes fuera Dialisandro estaba exhausto, su nariz había reducido su tamaño a uno normal, uno menos judaizante. El padre se quedó con él, y tras enterarse de que no estaba bautizado, lo bautizó de inmediato con el nombre de Lisandro, que significa “hombre libre”. Lo educó en la fe y amor a la Patria, hoy Lisandro es de los mejores y más aguerridos católicos, todo un comando al servicio de Dios.


Don Quijote y don Camilo aprendieron la lección: “deja para después lo que Dios no quiere que hagas ahora”. Y así, juntos, sumaron una batalla en su haber, libertaron a Mendoza del demonio de la dispersión, y pudieron seguir creciendo juntos en sensibilidad, sabiduría y gracia, merced a la contemplación.


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El Emigrante Nostálgico

5 comentarios:

  1. Muy buenos sus tres relatos querido Emigrante. Ciertamente nosotros, empapados del modernismo hasta la médula, actuamos de veras pifiados. No por malos sino peor, por estultos e ignorantes. No comprendemos al Señor cuando nos exhorta a ser astutos, como los son los servidores del mal. Siempre viene bien recordarlo. Sepa que sus últimos escritos me hacen recuperar el entusiasmo del guerrero varonil, a expulsar toda condescendencia mínima con este mundo. Y es que no lo entendemos, no somos de este mundo, somos de una realeza celeste, quién no se comporta así, es como un caballero dubitativo y frágil del séquito templario.
    Le agradezco y le mando un saludo cordial.
    Suyo, Don Virulana de los Gamos

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  2. Recordado Emigrante,

    La forma y el fondo de esta seguidilla de entradas sobre "Dialisandro" me ha dejado absorto. El fondo pues porque lo que plantea es tan actual como antiguo. El infierno está lleno de divertidos. El hombre atomizado nunca tuvo tan buena reputación como hoy. Es necesario el agua bendita y una espada afilada para librar esta batalla ya avanzada. Y la forma, ¡qué le digo!, superior. Se va superando a trancos insospechados. Lo que hace la soledad de un emigrante y la hondura de una nostálgico.

    Mi felicitación y gratitud desde -¡oh, Cronos tortuoso!- tierras lejanas.

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  3. Don Virula y Don Hilario, caros amigos:

    Ciertamente es un problema muy actual el de la dispersión, quiero decir, más actual, pues como bien dice don Hilario, lo que se plantea es tan actual como antiguo. Hay que ir combatiendo primero con el pensar todos estos pecados, para entenderlos y desenmascararlos, y luego con el obrar, para erradicarlos. En esta linea van, creo yo, sus últimos esritos, don Virula, en la línea de desenmascarar un pecado tan normalizado como lo es el vicio al comunicador y las funestas consecuencias que ello trae consigo. Hay una retahíla de pecados de esta calaña, de pecados camuflados y normalizados, espero con la ayuda y fineza de ustedes ir desenmascarándolos en este blog, para mayor provecho del alma.

    Les agradezco sus comentarios. Quedo a su servicio,

    E.N.

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  4. Querido Emigrante,
    Quedé atónito con su Trilogía. Pocas palabras vienen a mi en este momento tan profundo. De más es decir que me gustó mucho, y tuvo un final inesperadísimo que me sorprendió de tal manera que un frío me recorrió el cuerpo. En verdad lo felicito, ha logrado conmover y remover mis fríos sentimientos.

    El tema que desenvolvió con su papel extendido es de sorprendente actualidad, sin querer repetir lo que en comentarios anteriores ya se dijo. Pero veo que el mundo es pequeño y que allí en la comarca donde se encuentra usted también está invadida por estos demonios ocultos que aquí vemos con frecuencia. Es tan difícil a veces verlos y tan engañosos son, que tristemente siempre caemos en sus finísimas (pero rígidas) redes, y como usted me advirtió cristianamente antes: "a cada cosa su lugar y su tiempo". Ahora veo el porque de sus palabras y comprendo la verdad patente que guardaban, le estoy muy agradecido y en deuda.

    Gracias de nuevo por la cordialidad de ser parte de su escrito. Aprecio enormemente el gesto.

    A vuestra merced,

    Don Camilo di Benedetto

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  5. Le agradezco don Camilo. Ha sido un placer compartir aventuras con usted. Me alegra que hayan sido de su agrado. Ciertamente, los pecados son los mismos siempre y en todo lugar, y todo lo que pueda mentar referido a estos lares, se aplicará simile modo a aquellos de allá.

    Dios quiera que algún día los lares desde los que escriba sean los mismos que los de allá.

    Un saludo,

    E.N.

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