sábado, 10 de junio de 2017

Peñas como las de antes. (I)



En un rincón de la Comarca mendocina cuyo nombre no quisiera recordar, érase la recreación más noble y galante que caballero andante alguno pudiera encontrar. Érase un solaz del alma que alegraba y regocijaba el corazón peregrino agotado de riesgosas andanzas. Érase sencilla aunque milagrosamente una peña folclórica la que expandía graciosamente los pechos enamorados de Don Quixote de la Mancha y el Sancho Panza.

Los dos excéntricos contrarrevolucionarios habían dado a parar con los no menos excéntricos Gallardos sin Gala. Fue Don Hilario quien los viera de lejos sobre la entrada y los hiciera pasar a un mesón donde se encontraban reunidos algunos de los miembros de la comunidad GsG al amparo de tintos y empanadas de carne.

En eso de arribar los tres, el Quijote, el Sancho y el viejo Hilario al mesón de un rincón parecido, éste último es el que lanza con voz engolada y nervios tensos:

-Amigos, es hora que les presente a dos caballeros andantes que han aparecido mágicamente esta noche golpeando el portón para hallar una feliz acogida -y dándose vuelta, señala primero al Hidalgo.- Éste servidor es el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha -luego distingue al petiso Escudero- y éste otro servidor es el valiente fiel Sancho Panza. Ambos se unirán en nuestra eutrapélica ronda de gauchos matreros.

-A vuestro servicio, gentiles hombres -saluda con galanura el Hidalgo.- Mi fiel escudero Sancho y yo nos pondremos a merced vuestra para que podais contar con nuestra ayuda cuando lo juzgueis conveniente. Puesto que hemos estado dormitando por mucho tiempo en el letargo de somnolientos bostezos es que hemos decidido cabalgar de nuevo para intentar restablecer la cordura y la belleza perdidas de un tiempo dorado que quedó allá en la gloriosa Hispanidad.

Todos los Gallardos quedaron absortos ante el saludo inicial del Hidalgo y sintieron en sus corazones una secreta nostalgia que los envolvió en la más amarga de las melancolías. Con todo, no se apocaron por este efecto entristecedor del discurso manchego, y decidieron atender con ánimo y esmero a los recién llegados que estaban sedientos de buenos vinos pero, sobre todo, de justicia y de paz. Ah, y por supuesto, de una sabrosa y profunda compañía.

Después del saludo de los viandantes misteriosos, pasaron a presentarse uno a uno los hombres del mesón que carecían de galas aunque estuviesen bien ataviados. Por ejemplo, fue Dom Abubba quien se paró en primera instancia y presentándose con palabras tales como "Añorado y venerable Señor de la Mancha, es Ud. quien aterriza en nuestro mundo en el momento que más le necesitamos. Aquí Dom Abubba, el pálido Starets con su violín en ristre lo saluda reverentemente", se inclina con esfuerzo rozando su nariz al mesón de nogal, y por fin se vuelve a sentar dándole lugar a la presentación de Don Virula de los Gamos. Así continúa la manifestación de los GsG con algunos de sus miembros ante el asombrado y, al mismo tiempo, perplejo Quijote de la Mancha que temía que fuese todo una conspiración aunque en lo hondo de su corazón sintiera otra emoción. La insólita y tremenda emoción de haber hallado un tesoro inimaginable y completamente inmerecido. Pero esto acontecía ahora, que el Quijote y Sancho Panza eran los dos hombres más afortunados del universo. También lo eran los Gallardos siempre tan agraciados por la Dama Galadriel.

Se podría describir con mayor ahínco y exactitud la gravedad y la elegancia del primer impacto en dicho encuentro. No obstante, querrá el lector interesarse más sobre la peña cuyana que estaba en su culmen, y, antes que eso, saber cómo iba asimilando toda esta buenanueva el noble de la Mancha.

Por ello, toma nuevamente la palabra el Ingenioso Hidalgo con mucho respeto pero con mucha curiosidad, y pregunta con alma de niño:

-¿Podeis explicaros, benditos Gallardos, qué es lo que mis ojos están viendo y mis oídos oyendo?



-CONTINUARÁ-


Hilarious Erasmus.

1 comentario:

  1. Qué nostalgia me invade, qué tiempos aquellos en los que florecían los grupos folclóricos entre la juventud mendocina. Esa flor en el desierto está marchitando, de nosotros depende, de los jóvenes, que no muera. Debemos regarla con nuestro canto, con nuestra poesía, con nuestras serenatas, con nuestros fogones.

    Oiga Dios su plegaria a modo de relato, don Hilario, y haga resurgir y reverdecer el folclore en nuestra Patria, en desmedro siempre de la música sensual y pasional moderna.

    Atentamente,

    El Emigrante.

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