lunes, 28 de agosto de 2017

Crónicas de una peregrinación cristiana en la patria.





Como era costumbre en ellos, costumbre que por demás debían cambiar si no querían permanecer en el estado díscolo perpetuo, los autodenominados “Dinosaurios del Oeste” dejaban todo listo unos días antes, o más exacto, unas horas antes de la  partida. La aventura tenía los corazones de los andariegos -en potencia- con una expectación inusual, violenta, casi obsesiva. Todos querían marchar prestos, sin tantos rodeos ni preámbulos burgueses.
Mas la pregunta que a todos nos interesa es: ¿a dónde? ¿Cuál era el destino que les deparaba a estos andariegos? ¿De qué se trataba aquella aventura que a todos animaba (en la medida en que se puede animar a un dinosaurio)? Sabiendo esto sabremos si era menester tanta preparación y de qué manera había que alistarse ante tal travesía.
Pues bien, una peregrinación era lo que se avecinaba con una prisa nueva. Y no cualquier peregrinación sino una cristiana, templada con sacrificios y plegarias aunque sin ausentarse la camaradería y el buen humor. Sin embargo, hete aquí el viejo problema de los “dinos”; se quedaban sólo -y siempre- con la parte segunda: la del espíritu eutrapélico. ¿Y las fatigas? ¿Y el dolor? Eso no cabía ni mencionarlo en las cuevas cordilleranas.
Con un frenesí común en tales tretas fue que se arribó a la terminal mendocina desde donde partía nuestro colectivo. El viaje al Este nos sorprendería por sus interminables vueltas. Gracias al Cielo, en los jóvenes peregrinos era ya un sello la alegría y la despreocupación con que se tomaban todas las cosas. Esto no siempre era saludable pero en dicho caso de tolerar casi 20 horas de viaje, sí. Por esto mismo el camino se acortó, y sin sospecharlo, hallábanse los 8 amigos en la gigantesca Buenos Aires (o Ciudad de la Santísima Trinidad, como la llamaría un maestro).
Como fue dicho, el capítulo lo conformaban 8 caminantes -“caminantes” por puro romanticismo, pues poco sabíamos de largos trayectos a pie-. No relataremos en qué gastaron el tiempo los 8 paseando por la urbe babilónica. Lo importante es saber que ningún dinosaurio se perdió en el ajetreo capitalino y todos llegamos en tiempo y forma al punto de encuentro para dirigirnos a Rawson, pueblito que haría de partida para la peregrinación, propiamente.
Vale, con todo, hacer la salvedad que el grupo de los 8 dinosaurios hicieron 3 peregrinajes, a diferencia de la mayoría de los peregrinos del Este. Los muchachos de Los Andes supieron vivir con buen espíritu el viaje agotador de ida, con las travesías en la ciudad portuaria; realizar con éxito la caminata por la pampa bonaerense, más allá de los inconvenientes; y retornar a la comarca mendocina con buen ánimo y destreza. Tratándose de seres dinosaurianos, no es poca cosa tamaña hazaña.
Volviendo a las crónicas, nos encontramos ya en Rawson los 8 dinosaurios junto a otros capítulos. Son las 1 am. Gran parte de los viajeros nos sacan ventaja en sueño, aunque dicha ventaja para los dinosaurios no tiene relevancia. Tanto es así que al llegar a Rawson, en vez de acostarnos rápido como lo hicieron el resto de los que venían con nosotros, nos demoramos fumando unas pipas, disfrutando de la suave y fresca brisa campesina, y conversando con grandes amigos de pagos cercanos.
Hecho esto, como era de rigor, procedimos a dormir. Eran algo más de las 2 am. ¿Hora de levantada? 5.30 am. “¡Duro!”, atinó a murmurar un dino mientras desplegaba su aislante en la aulita rural. Y se hizo el sábado. Rawson seguía en las penumbras, lo cual tampoco molestaba a los dinosaurios tan amigos ellos de las tinieblas. Se arma el bello y marcial estandarte donde se leía: “La Guadalupana” con la estampa de Nuestra Señora en el mismo. ¿Y qué decir de la Cruz procesional? Ameritaría con justicia otras crónicas posteriores; la mejor Cruz de la "pere".





La misa inaugural, a las 7 am,  fue de una belleza singular. Los peregrinos de todas partes de la querida Patria se amotinaban en la hermosa iglesia pueblerina. Sería un monje el que celebrara aquella Liturgia, y que luego de la misma, bendeciría a todos los peregrinos con sus respectivos capítulos y estandartes y cruces, dispuestos a comenzar la ardua marcha que duraría 3 días con sus 2 noches. ¿La meta? La Basílica de Luján, a 100 km.
Como llovió furiosamente esa noche del viernes con sus pocas horas de descanso el sendero estaría todo embarrado. El clima, por su parte, era muy agradable e iría mejorando sobre la marcha. Así es que ya dejábamos el nostálgico pueblo de Rawson para adentrarnos en el campo con toda su magia contenida.
Al principio todo iba bien. Nuestro modesto capítulo -el más chico de los 20 que habían- cumplía con lo mandado. ¡Bah! En los cantos es de notar que estuvimos flojos aunque era de esperar en dinosaurios medio-monjes, medio-filósofos y medio-hippies. El Rosario con sus 15 misterios -“¿y los misterios de Luz?...”/“No, gracias, somos dinosaurios”- eran bien rezados. “Bueno, ¿pero los 3 meditaciones diarias las hacían al menos?”/“Nos bastó con la primera”, se animó a balbucear un dino. Como sea, fuimos los que mejor cultivamos el espíritu de fraternidad que también se nos pedía, y los que más cuidamos el clima de silencio y recogimiento -bueh… tampoco era un mérito esto ya que éramos pocos... pocos dinosaurios.
Poco a poco empezamos a notar que, más que capítulos parecidos, eran huestes élficas las que nos acompañaban en la marcha. Todos los dinosaurios conveníamos en lo mismo, aunque las reacciones ante tal novedad eran diversas según el estado del dinosaurio. El asombro ante la belleza del Criador nunca faltó. También la hermosura de los paisajes dejaba atónitos y mudos por varios kilómetros a los guadalupanos. Belleza nueva que cautivaba el corazón a cada paso dado.
También fuimos notando con algo de humillación -al menos este servidor- cómo empezaba el cuerpo a rebelarse y hasta quejarse con vehemencia. Es que el problema estaba en haber subestimado de antemano la fatiga de la caminata. Así es como llegamos al campamento justo antes del ocaso, no sin mucho esfuerzo y cansancio, para contemplar el magnífico atardecer y no para estirar las gambas como correctamente hacían los otros grupos. Los dinosaurios seguían presumiendo de sus fuerzas y de su lema: “cero estrés”.
Contar lo que aconteció esa primera noche en la finca localizada en Rivas, nos llevaría un buen tiempo. Todo era de maravilla. Vale apuntar que el campamento ostentaba mucha prolijidad y organización. Las tiendas de enfermería con sus hadas enfermeras, las de cocina con sus hadas cocineras, la Tienda de la Capilla pintoresca con sus ángeles invisibles, y hasta los mismos baños químicos con su limpieza y elegancia. No pudo el barro encharcado amilanar al grupo de Logística.
La cena fue un lujo y ya el fogón nos convocaba. Los 2 dinosaurios más viejos huían a la carpa. Los 2 más hambrientos iban tras la presa junto a las llamas. Los 2 comprometidos observaban de lejos. Y los otros 2 sencillamente disfrutaban -léase, contemplaban rostros angelicales-. Al final terminamos casi todos oyendo geniales tonadas jamás antes oídas, y pagando las mismas con whisky en petacas. "¡Todo lo bueno es cuyano, compadre!" me sentenciaba el guitarrero del Sur. Íbanse los pocos sobrevivientes a dormir pocas horas. Eran las 1 de la mañana y a las 4.30 nos levantaba "Tata, el Castigador de Chistes Fáciles".
Siendo aún de noche, se despegan los ojos dinosaurianos. Uno de los de mi carpa se advierte congelado por un descuido de la noche: se dejó la puerta abierta de la carpa. Los dinosaurios siempre empezaban a armar o desarmar las cosas varios minutos después de todos y siempre terminaban el trabajo primeros; era esto un arte aprendido. Por las mañanas sí que el frío de llanura jodía hasta al más machito. Pero... nada que el buen humor no supiese doblegar. Una vez todo listo, se disponen los peregrinos para desayunar entre fogatas y a prepararse para la Santa Misa, que ciertamente tuvo su belleza y conmoción a pesar del lacerante frío -o gracias a él mismo-.
Partíamos con el canto de las primeras calandrias y bajo la mirada de silentes totóras. Al inicio se arrancaba frígido pero paulatinamente el calor empezaba a hacerse valer. La jornada del día del Señor sería larga y bastante ardua. Más de 40 km nos quedaban por delante. ¿Llegarían los dinosaurios trasnochadores? Eso estaba por verse.
Hubo un susto ese día justo llegando al mediodía. Resulta que el jefe de capítulo de los guadalupanos (el mismo cronista de ahora) se contracturó la pata izquierda completamente. Al parecer eso que le acaeció era un castigo por tanta insolencia y 'canchereada' demostradas. Pero la Lujanita intervino, enviando a un ángel llamado Basilio para que cuidara a su paciente y  hiciera caminar. Los otros dinosaurios se retorcían con risotadas maliciosas y gritaban con desdoro: "¡Vean todos, il pellegrino della vita!".
Al final todos pudimos continuar el camino. Nos tocó cargar a la Lujanita para cruzar por la ciudad de Mercedes. Fue todo un honor y una emoción. Nadie sentía fuerzas físicas pero el espíritu sostenía nuestros cuerpos enclenques. O eran los mismos "Ángeles que velaban para que nuestros pies no tropezaran." Y arribamos al campamento, habiéndose ocultado el gran sol, con un pasión y una devoción inusitadas. CHRISTUS VINCIT, CHRISTUS REGNAT, CHRISTUS IMPERAT todos entonábamos con brío  y delirio divino al entrar en la finquita de la noche segunda, mientras familias enteras nos aplaudían orgullosas.
Caímos rápidamente en la cuenta de que las carpas de todos los grupos estaban hechas, menos las nuestras. Pensamos que era discriminación pero en verdad era un honor: ningún miembro de nuestro capítulo se rindió y fue llevado antes al campamento para hacer las carpas con anticipación. Luego del cigarro de llegada, 2 dinosaurios tuvieron ir a la enfermería para ser nuevamente atendidos por "Baso". El resto hizo bien lo suyo, montando las tiendas de campaña y acomodando las alforjas de provincianía. Al ratito un historiador nos dió una charla fabulosa que, al menos a este servidor, encendió sobremanera. Cuando quiso acordar este sujeto incendiado, hallábase sólo, sin la cobertura dinosauriana que lo cobijara. Tampoco se relatará qué hizo en esa noche estrellada aquel hombre encendido.
Érase el día lunes en el que debíamos llegar con gozo profundo a la Basílica de Luján. Molidos como estábamos, no deseábamos otro cometido. La levantada fue normal como la de la otra mañana. Quizás una mayor helada pero nada que alterara a los dinos que con un cordial quedaban hervidos por dentro. Reanudábamos la marcha, la última etapa, de unos 25 km. Al principio nada se veía más que los astros luminosos del firmamento. De aquí a lo que siguió necesitaríamos un poeta o un pintor que describiera aquello que nuestras pupilas peregrinas vieron. El alba con su lucero precursor, las cambiantes brisas, los diversos sonidos, los intensos aromas, los colores del horizonte. Místico inicio aquel del tercer día de andar.
La segunda parte de aquella mañana más que mística, fue mágica. Todos acordamos que ese tramo había sido el mejor, a pesar de lo hecho pedazos que estábamos. Nuestro estado era crítico al llegar a la parada de almuerzo. De nuevo el que subscribe fue el último en arribar, tratando de atrapar al Baso regenerador. Nos hallábamos en el segmento final, de unos 5 km. Debíamos estar a las 14 hs en Luján para entrar en procesión solemne a la bellísima Basílica rosada. Todos estábamos al límite del calambre mortífero. Sin embargo era tal el clima de vera Cristiandad que se respiraba por esas horas que nadie siquiera consideraba bajar los brazos. Jóvenes, niños, ancianos, mujeres, sacerdotes, todos partíamos con la voz en cuello gritando vítores a Jesucristo, a Nuestra Madre, a la Santa Iglesia y a la Religión Católica.
El momento tan esperado se aproximaba con punzante ansiedad. De lejos divisábamos las agujas góticas de la iglesia rosa. Nuestras almas querían volar y posarse sobre las gárgolas. Pero de pie habíamos partido y de pie teníamos que llegar. "Con pie decidido", agregaría Bilbo. Así fue como pasadas las 2 de la tarde atravesábamos el río Luján y encarábamos por la calle principal que daría a la plaza principal, cabe a la Basílica. Allí nos concentraríamos para formar una prolija línea y de este modo ingresar en orden a la misma Basílica. La Cruz de nuestro capítulo aveano tendría el gran honor de abrir la enorme procesión de casi mil personas. Aunque no lo crean, muchos dinosaurios rompieron en llanto de alegría y sagrada nostalgia al dar de bruces en el interior del templo vertical que a todos sobrecogía por su inmensidad y esplendor. No había dudas, el tiempo había retrocedido al siglo XIII.
¿Y qué decir de la Misa de cierre en la Basílica mayor de Argentina con un Obispo de a pie celebrándola? Nos parecía soñar. Cabían las lágrimas y un canto de gratitud desde lo hondo del corazón. Uno lograba saber algo más, saborear una pizca, aquello de san Pablo: los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que nos ha de ser revelada. ¡Qué felicidad se dibujaba en el rostro de tantísimos jóvenes argentinos, hijos de Dios y servidores de María!
Con todo, era la hora de emprender el tercer peregrinaje, mas esta vez con el cuerpo derruido. Aunque el espíritu siempre se mantenía en alto, tenso, tendido a nuevas aventuras. Los dinosaurios se despedían de los pocos amigos que tenían y agradecían profundamente a los organizadores de la excelente peregrinación. También fue toda una travesía la que vivieron los dinos para estar en la terminal de Retiro a la hora señalada (sí, obviaré que fuimos guardianes de 2 elfas uruguayas que tanto nos deslumbraron).

Y bien. Llegó el momento de darle un fin a estas sencillas crónicas, sabiendo que la historia continuó dentro del micro de vuelta junto a "Las Abuelas Raperas". Lo importante está, y ojalá el año que viene sea toda la aldea de dinosaurios del Oeste la que participe en la sacra peregrinación, y no sólo un escuadrón de insurrectos dinosauritos.



...NON NOBIS, DOMINE...
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7 comentarios:

  1. Al fin!! Las cronicas se dieron a conocer. Ciertamente que lo vivido en el este es indescriptible..pero pienso que este escrito se puede aproximar.

    Verdaderamente fue muy especial, una actividad digna de ser difundida y realizada. Con lo descripto en esta entrada, supongo que es suficiente para asistir en el 2018.

    Abrazo grande a todos los gallardos.
    Don Rionnes.

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  2. Don Ábila de la Mancha28 de agosto de 2017, 17:04

    Estimado Don Hilario:
    Que atrapante historia y cuan cierto lo de como se reconfortan los achaques físicos cuando el espíritu se rebalsa por la Gracia. Gratitud debe generarnos el tener tales actividades en nuestra Patria, y también la responsabilidad para que estas, no solo se mantengan, si no que se agranden.
    Por lo que dice quedaron varias anécdotas por contar, con impaciente agrado espero poder escucharlas o, porque no, leerlas!
    Abrazo grande
    Don Ábila de la Manchita, compañero de la agonía.

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  3. Querido cronista:
    Creo que su crónica capta y relata fielmente el 'ethos' espiritual, fraterno y dinosáurico con que vivimos 'la Pere'. Como hubiese dicho san Anastasio I de Jáchal, "¡que cosa TRSHEMEEEEEEEEEEEEEEENDA que jué' la pere esa!"
    Supongo que la tarea que nos queda a la héptada restante de peregrinos -todos, por lo demás, hombres aficionados a las letras- será la de continuar las crónicas con aquellos eventos dignos de ser contados.
    Me sumo a lo suyo y lo de Don Rionnes, y espero que el próximo año "La Guadalupana" sea una gran turba de dinosaurios que marche bajo el amparo de la 'Lupita' hacia los pies de la 'Lujanita'.

    Un gran abrazo,
    El hornero de Patmos


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  4. Mis oidos todavía escuchan rosarios, vivas y cantos. Mis ojos todavía ven estandartes, infinitas praderas y elfas. Mi paladar todavia saborea ese whisky que nos mantenía vitales y abrigados. Mi espiritu todavia se goza de haber vivido aquellas Misas, en especial la de la Basilica.

    Sin dudas, una aventura inolvidable para este escuadron de dinosaurios, de principio a fin.

    Y como usté bien dice querido relator, Dios quiera que el año que viene este grupo de dinosaurios se vea agrandado por mas dinosaurios de las montañas.

    Muchas gracias por estas cronicas.

    Abrazo Jurásico.

    +DOF

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  5. Muchas gracias "Dino" cronista!!!

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  6. Acepto la simpática metáfora, el lúdico tropo, la comparanza gráfica.Divierte y alecciona; es cierto. Pero no;por Dios que no. Ni son dinosaurios lo que han peregrinado, ni pertenecen al reino feral o al pasado que el cientificismo moderno categorizó en taxonomías materiales. Son Caballeros de la Orden Redentora de la Patria Cautiva. Son Reconquistadores del Santo Grial.Son los Herederos de las Semillas del Verbo. No pertenecen a períodos jurásicos ni a tiempos precámbricos, ni siquiera conocen las leyes de Cronos. Han elegido vivir en el Kairós de la Perennidad.Los abrazo con gratitud,admiración y renovada esperanza. ¡Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba Argentina!
    Antonio Caponnetto

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  7. Una peregrinación a Luján verdaderamente ecuménica que logra reunir en sus filas a cristianos de parroquia, a discípulos de los FFI y la OP, a amigos del Cristo Orante, a soldados del IVE, de Miles Christi y de Fasta, a un puñado de requetés de la FSSPX, a algún hijo de la Obra y de la ACS, y a algún que otro fiel de rito armenio o bizantino. Enhorabuena!

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