Nota introductoria: Queridos amigos, luego de algunas leídas y re-leídas de algunos de sus escritos anteriores, me atrevo a compartir una vieja charla que tuve con mi querido abuelo, allá por los 90 cuando apenas tenia 19 años.
Espero que pueda servir de ayuda para todos los gallardos.
Don Rionnes.
Pasadas ya las 19:30, horario en el cual la clase debía ser finalizada, el profesor Massini no era capaz de percibir el cansancio y hambre de sus alumnos, proseguía con animosidad y entusiasmo hablando de Aristoteles y sus ideas sobre la realidad, el pensamiento y la palabra. Recuerdo que dibujaba un cuadro comparativo entre el triunvirato griego y los filósofos del siglo xvi, cuando se dio cuenta del horario y pidiendo disculpas dio por finalizada la lección.
Salí rápido de la clase camino a la parada del colectivo, era lunes, me había comprometido a pasar por lo de mi abuelo paterno a tomar un te irlandés. Por un momento pensé irme a casa, estaba agotado y a decir verdad, no estaba con el animo suficiente para ir a visitarlo, mi abuelo (Dr Rionnes) era un anciano de 87 años, medio sordo y un poco pedante.
Sin embargo, estos pensamientos de faltar a dicha cita, desvanecieron como las hojas en invierno al recordar las palabras de un viejo amigo, que siempre insistía en que cuando el hombre recupere el valor de la palabra empeñada, podrá decirse que es un hombre con agallas y madurez suficiente para llevar a cabo grandes empresas.
Camine rumbo a la parada del 94, baje en Patricias Mendocinas y Pedro Molina, compre tabaco para la pipa y partí hacia mi destino.
Al tocar la puerta, me atendió Hilda, la ama de llaves. -El Dr esta en su escritorio esperándote, me dijo la amable señora, dejándome pasar. Pidiendo permiso, adentre en la casa y dejando el abrigo en el armario, los pocos apuntes tomados sobre la mesa, seguí a Hilda que me acompañaba hacia la oficina.
Al entrar, siempre quedaba admirado por el buen gusto del anciano. No se trataba de un escritorio lujoso ni con grandes cosas, era mas bien un cuarto modesto, con las paredes despintadas, una pequeña ventana que daba vista al jardín, una lampara que daba la luminosidad justa, no encandilaba y permitía una agradable visión. Un escritorio amplio de madera, sobre el una balanza representando la justicia y una foto de su esposa, ya fallecida. El viejo, siempre vestido de traje y corbata. Sobre sus manos tenia un libro y una pluma plateada, de los años 60, tal vez inglesa o francesa. Pero seguro no era de industria nacional. Frente al escritorio una inmensa e imponente biblioteca, a su costado un gran cuadro del Quijote y Sancho. Los libros estaban ordenados por autor y de acuerdo a su tema, sobre el ala izquierda una chimenea bien rustica, con unos pocos libros alrededor, cuyos títulos estaban tapados, supongo que no servían. y esperaban ser quemados en las llamas.
-Abuelo, me dijo Hilda que pasara- le dije, interrumpiendo su lectura. Silente y sin mucha gracia, bajo su libro debajo de los ojos, me hizo un gesto indicando que me siente, y continuo leyendo las tragedias de Séneca.
Recuerdo que hice caso, y quede mudo ante la indiferencia mostrada por el anciano. Pasaron 10 minutos y la situación era la misma, el seguía leyendo y yo, con la mano que sostenía mi mejilla esperaba y buscaba la mentira mas agradable, para retirarme sin ofenderlo. Cuando ya tenia en la punta de la lengua la mentira a recitar, el viejo, como adivinando mis intenciones, cerro el libro despacio y mirándome a los ojos llamo a Hilda pidiéndole dos Bewley´s tea y unas almendras, demostrando que tenia bien presente mis gustos.
El anciano se paro, tomo su bastón y camino hacia una pequeña caja buscando su pipa. Ahí fue cuando me atreví a romper el silencio y le pregunte mirando la foto de mi abuela ¿como has vivido estos últimos años sin ella?
-¿Como dijiste nene? estoy viejo y ya no escucho bien, respondió mi abuelo.
Cuando iba a repetir la pregunta, entro Hilda con el pedido y señalando que el te ya tenia azúcar, se retiro despacio.
Los he vivido de la misma manera que lo hacia antes de que partiera, dijo el viejo antes de que repitiese mi interrogación, dejando de manifiesto que mi pregunta había sido escuchada.
La muerte no es nada, continuo diciendo. Ella solo se ha ido a la habitación de al lado. Ella sigue siendo ella y yo sigo siendo yo. La sigo llamando por el nombre de siempre y lo hago como siempre lo hice, no con un tono triste. Sigo riendo de lo que reíamos juntos. La vida es lo que siempre ha sido ¿Porque estaría ella fuera de mi mente, simplemente porque no esta a la vista?
Ella me esta esperando justo del otro lado del camino, si Dios me lo permite, volveré a encontrar su ternura acentuada.
Con los ojos vidriosos quise cambiar de tema para no entrar en llanto, y sacando mi nueva pipa, mire a mi abuelo para ver su reacción, apenas tenia 19 años y necesitaba su aprobación para encender el tabaco.
-Asique fumas, me pregunto seriamente.
-Si, dije tímidamente, guardando la pipa debido a la incomodidad que me causo aquel comentario.
-Adelante, no la guardes, fumando te encuentras con una amistad profunda con tu pipa, esa es una señal, de que estas por el correcto sendero, si ya entablaste una relación con ella, no la abandones nunca.
Sonreí y maravillado por la escena de estar fumando junto a mi abuelo, procedí a preguntar.
-Abuelo ya vas a cumplir 88 años ¿como has logrado perseverar en la fe, ante tantos pecados, desilusiones, habiendo caído tantas veces y poder llegar integro a tu edad?
-Nose hijo, me respondió, como quien quiere evitar una conversación.
-¿Podes poner mas esfuerzo en tu respuesta? le pregunte de manera desafiante.
Sorprendido por mi inquietud, me hablo con sus ojos fijos clavados en los míos, el sabio me dijo que: el hecho de no poder acostumbrarse a la propia miseria, es, al mismo tiempo un honor y una preocupación. El hombre se ha quedado como un príncipe desposeído, y sin prestigio, por culpa de sus primeros padres. Pero en el fondo de su alma, siempre conserva el sentimiento de la nobleza de origen y de la inocencia que debería poseer. Hijo, mientras estemos aquí abajo, es necesario que nos soportemos siempre a nosotros mismos, hasta que Dios nos lleve al cielo. Ya que si algún día habitamos la Patria Celeste, sera solo por su misericordia y no por nuestros pocos o ningún merito.
Nunca pensemos que mientras estemos en esta vida, podremos vivir sin imperfecciones, eso es imposible.
-Entonces, pregunte, ¿siempre seré un pecador?
- La purificación ordinaria del cuerpo y del espíritu, se lleva a cabo poco a poco, es necesario tener paciencia, no debemos turbarnos nunca. Solo podrás decir que ya no eres un pecador cuando ocurran 2 cosas: te mueras y te salves. Me respondió el anciano, mientras echaba mas tabaco a su larga pipa.
-¿Y los santos? pregunte, ¿que hay de San Pedro, San Ignacio, San Agustín, etc...cometían muchos pecados?
- Los mas santos no son los que cometen menos errores, sino los que tienen mas coraje, mas generosidad, mas amor, los que no temen tanto algún tropiezo. Los únicos que no son heridos son los que nunca combaten; en cambio los que luchan ardientemente contra el enemigo, son los mas golpeados.
- ¡Claro! dije, ellos eran santos por levantarse rápido.
- Cuando ellos o nosotros pecamos, no nos levantamos, sino que Dios es quien nos levanta. Si supiésemos bien lo miserables que somos, en vez de sorprendernos porque caemos, nos sorprenderíamos de estar de pie.
En ese momento quede mudo, se hizo un silencio profundo, las palabras del viejo me habían penetrado en lo mas profundo del alma. Luego de unas largas pitadas, recuerdo que le hice le siguiente pregunta: -Abuelo, ¿hay que estar tristes cuando pecamos?
-Luego de un extenso suspiro, cansado de tantas preguntas, me hablo de la tristeza buena y la mala. Me dijo algo así como que la primera tiene que dejar el lugar a la segunda. Y que la tristeza mala, siempre va a ser mala, que Dios no estaba en el terremoto.
-Si abuelo, es cierto, yo comúnmente suelo enfadarme ante las imperfecciones y ponerme triste por no rezar lo suficiente.
-Mi niño, que no reces lo suficiente, es la causa de tus pecados. Humillarse por las propias miserias es algo bueno, que pocas personas comprenden. Inquietarse y enojarse es algo que todo el mundo conoce y que es malo. Mirando el cuadro del Quijote, casi de memoria me recito aquellos versos majestuosos de Cervantes: ´´Haz de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el mas difícil conocimiento que puede imaginarse, del conocerte saldrá el no querer hincharte como la rana, que quiso igualarse con el buey´´.
El cuarto ya era una niebla por el humo, casi no se veían las figuras, cuando mire mi reloj y me di cuenta de que el tiempo paso como un rayo, mi madre debía estar preocupada por no saber noticias mías. Recuerdo que me levante rápidamente y le agradecí a mi abuelo con un fuerte abrazo.
El viejo limpio su pipa, me tomo de las manos y marcando una pagina, me obsequio un libro de tapa bordo.
Debo confesar mi falta de no haberlo abierto hasta hace dos meses, con el viejo que me mira desde el cielo. Luego de 10 años todos los dias abro el libro en la pagina 70 y de puño y letra tengo su frase grabada en mi corazon. ´´Todos somos pecadores. Vive como puedas. Solo trata de no pecar demasiado´´
Don Rionnes.
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ResponderEliminarQue bello recuerdo, Don Rionnes, ha compartido con estos gallardos.
ResponderEliminarCuan cierto aquello de la mala tristeza que, cuando creemos estar en lo más bajo de nuestro mal uso de la libertad, confirma que siempre podemos hundirnos más, y, en algunos casos, para peor, osamos jactarnos interiormente del rechazo que tenemos por el pecado.
"Señor, bríndame un corazón sabio, pues creo poseerlo"
Lo saluda atentamente, Zaqueus.
Querido Don Rionnes:
ResponderEliminarHa sido muy lindo empezar la semana leyendo su escrito, tengo que agradecerle. Me ha hecho adentrarme en la historia y acompañarlo, escuchando de los que mas saben. Tema muy importante para todo católico el no caer en la soberbia de no perdonarse a uno mismo lo que Dios ya nos perdonó antes de que lo hiciéramos, y que como usted bien dijo, sea El el que nos levante cuando caigamos.
Gracias nuevamente por su escrito
Saludos cordiales, Jimmy.
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ResponderEliminarDon Rionnes, gracias por su escrito.
ResponderEliminarLa verdad que es un tema interesante el que desarrolla. Tema neurálgico que, precisamente, a los jóvenes con buenas intenciones suele turbar. Ya lo dijeron y ninguno duda que la raíz de todo este problema está en el orgullo humano de no saberse barro. La luz para que veamos con claridad lo que somos, haciéndonos humildes por ello, procederá siempre de una oración continua y echa con un corazón de niño. También son los escrúpulos los que muchas veces en esta cuestión suelen jugar una mala pasada. Por eso no basta tan sólo la oración confiada, sino también una formación seria de la ciencia sagrada, de la Escrituras, un estudio elemental del hombre, y mucha reflexión empapada de plegarias y penitencias. Cosas que a uno se le ocurren...
En cuanto a la tristeza seguida al pecar, dicen las Escrituras en no-me-acuerdo-qué-parte, que luego de pecar sigue la amargura. Mons. Straubinger comenta algo luminoso al respecto, y aunque no recuerda con exactitud la idea, apuntaba a que no es malo sentirse amargo, vacío, alicaído por haber fallado, no obstante no nos debe llevar esto a la bronca desordenada o al hundimiento depresivo. Un poco de amargor, sí, pero feliz de celebrar la Misericordia Infinita una vez más. Lo que sucede es que, como siempre, una paradoja se nos instala en la cosa. Mas, para saber cómo enfrentar esta paradoja sin desanimarnos o desorientarnos, se requiere de mucha tarea y mucha fatiga; ser constantes, piadosos y sensatos. Más cosas que se me ocurren...
Va mi abrazo, Rionnes.
Hilario.