"¿Cómo escribir sobre esta maravilla que, por mucho, excede mi inexperta y limitada pluma?" Pensaba Zaqueus mirando la hoja en blanco. Pero su corazón conmovido no iba a permitir que pase ese día sin contarlo y que se lleve con él todas las emociones que sentía. Dejandose llevar por aquel mágico recuerdo escribió las siguientes líneas:
Ni por asomo imaginó Zaqueus, lo que ocurriría algunas horas más tarde al adentrarse en los pagos de Los Gamos. Estaba todo perfectamente organizado, decenas de asientos minuciosamente acomodados al rededor del, aún no encendido, maderaje estratégicamente armado. Todos esperaban, expectantes, a que el anfitrión, Don Camilo, diera inicio a la prometedora peña. Hilario abría exageradamente sus ojos, al punto que parecía que iban a saltar de su rostro, para dar énfasis a lo que le decía:
"¡Sin duda alguna, Zaqueus! Como decía Tolstói: Nada hay para los jóvenes tan indispensable como la compañía de las mujeres inteligentes"
Zaqueus asentía en silencio, imaginando que esa sería, otra vez, una noche para lamentar con su amigo ruludo, el Viru , la falta de mujeres en sus vidas. Muy equivocado estaba.
No pasó mucho tiempo hasta que Di Benedetto invitó a todos a tomar asiento. La gente se iba acercando al fuego pero Zaqueus y Don Hilario se quedaron alejados conversando. De a poco comenzaron a sonar los cantos y las melodías, fue entonces cuando Zaqueus escuchó un sonido que lo dejó helado. Siguió escuchando intentando de descifrar qué era, hasta que se dió cuenta. "¡Esas guitarras no lloran! Por el contrario, pareciera que festejan" Pensó sorprendido mientras se volteaba para descubrir quién tocaba, y ahí los vió por primera vez. Era Don Camilo, cantando junto a su "china", sentados uno junto al otro tocaban cruzando miradas y largando carcajadas. Una leve sonrisa fue la reacción de Zaqueus, alegrandose por su amigo.
Continuó charlando con Don Hilario de pie en segunda fila mirando de lejos a los cantores, hasta que se acercó el del cumpleaños a decirles algo. Zaqueus intentó concentrarse en sus palabras pero fue en vano, Don Camilo se había acercado arrastrando consigo un aroma de lo más extraño, que desorientó todos los sentidos del pobre de La Guerma que, invadido por aquellas fragancias, se encontraba a sí mismo atónito, incapaz aplicar algun tipo de resistencia ante esa fuerza que lo anulaba completamente. Recién cuando Don Camilo se marchó pudo volver en sí y entonces Hilario le explicó todo lo que había dicho su amigo, en resumen dijo que debían ir a integrarse a la ronda y ambos estuvieron de acuerdo en obedecer, pues a eso habían ido. Fueron caminando con paso seguro pero, ni bien puso un pie dentro de aquel círculo de sillas, volvió a ser invadido por ese aroma. Esta vez era más fuerte y sus sentidos flaquearon en un instante, sus piernas apenas podían soportar su peso y su mirada se había perdido en un negro infinito. Perdiendo el equilibrio alcanzó tocar con una mano un banco antes de caer y se desplomó sobre este. Agitado giraba rápidamente su cabeza, pero el negro de su visión era total y rotundo. Lo único que lo relajaba por momentos era que todavía sentía el cigarrillo en sus manos, y escuchaba un lejano sonido parecido a un canto. Pasaron algunos minutos hasta que pudo tranqulizar su respiración, la vista nublada impedía que reconozca a la gente, pero logró identificar la risa de Hilario, sentado a su lado. De a poco iba recuperando sus sentidos, pero aún se respiraba ese aroma, sólo que ahora podía degustarlo percatandose de que era exquisito, no podía identificar qué cosas lo integraban, pues su olor cambiaba por otro constantemente, iba saltando de uno a otro deteniendose durante cortos períodos de tiempo, y cada uno de ellos era delicioso. Se acercó con paso aún tembloroso al fuego para ver si alguien estaba quemando algo que pudiera ser la fuente del olor, pero era un fuego común y corriente que le hizo arder los ojos. Algo estaba sucediendo, mas todavía no sabía qué.
Resignado volvió a su lugar y comenzó a cantar con el resto disfrutando, pero cuando sus sentidos se acomodaron del todo, pudo verlo con claridad. Allí estaba Don Camilo, igual que antes, cantando con aquella niña, pero algo había cambiado. El aroma que había tomado los jardines de Los Gamos, parecía salir del cuerpo de estos, con fuerza, aumentando cuando ambos se miraban a los ojos y sonreían llenos de alegría. Los ojos del anfitrión, clavados en los de ella no dejaban de mirarla en ningún momento y, tan solo una milésima de segundo de esa mirada expresaba más que cualquier poema escrito. Su voz cantaba y no era la voz de un cantor relatando una historia, sino que era su corazón hablando y reviviendo el contenido de la canción en ese preciso momento por ella. Sus manos tocaban la guitarra y no eran ritmos y notas vacías de cargamento, por el contrario, cada arpegio, cada acorde era representación del más profundo sentir de este Romeo, viajando directamente al corazón de su Julieta.
Zaqueus no tuvo dudas, eso era amor. Lo intangible se había hecho presente. Tan presente como cada uno de los invitados, pero, incomparablemente, más protagónico. Era quién regía la noche, desde la selección de las canciones a cantar, hasta los temas a charlar en cada pequeño grupo formado en la gran reunión.
La noche siguió y los enamorados emanaban amor, cautivando lo más profundo del corazón de Zaqueus. Unas horas más tarde vió a lo lejos a Julieta, pero a su lado no estaba Romeo, sino que el Viru charlaba alegremente con ella. Corrió como un niño entusiasmado para presenciar aquello y, sentandose junto al melancólico, se quedó a escuchar la charla. Si lo había sorprendido el efecto que causó en él mismo el amor de aquella noche, boquiabierto lo dejó escuchar a Don Virula, influenciado por aquello, contando a la donosa de su hermano sobre su infancia, como si fueran ya cuñados, y ella con una ancha sonrisa opinaba y luego les hablaba de Don Camilo, poniendo los pelos de punta de los dos amigos que escuchaban emocionados. El Viru y ella reían compartiendo cuentos y Zaqueus seguía perdiendose en el aroma que se respiraba en el ambiente. Demasiado fue para su sensible corazón cuando los enamorados se pusieron de pie y comenzaron a bailar al son de una zamba, entrelazandose con sus pañuelos, y, descolocado, tuvo que secar, con la manga de su abrigo, una lágrima que había logrado escapar y corría por su mejilla. Alzando la copa brindó por aquella noche y aquel amor aún prohibido.
Don Zaqueus.
Mi muy querido Zaqueus,
ResponderEliminarYa lo felicité desmesurada y efusivamente por privado pero quería hacerlo también públicamente por nuestro querido Blog para que vea y vean la enorme gratitud que ha producido en mi y en mi queridísima china leer su flamante escrito sobre aquella noche tan mágica como fue la que aconteció aquel sábado en mi estancia en pagos de Los Gamos.
Ha logrado tan poética como perfectamente describir cada detalle con una delicadeza exquisita propia de su ágil pluma. Gestos como éste no se olvidan, y es más, se deben "pagar" (aunque en verdad creo que no tiene precio alguno) porque significa mucho más para quien va dedicado tan noble y profundo "cogollo".
Cuando me mencionó que aquella mismísima noche épica de guitarras, vinos, amigos y un gran fogón era digna de un sentido escrito no pensé que lo decía en serio. Ahora veo que no era sólo un fogón el que ardía iluminando a todos sino que había uno aún más ardiente en su corazón; que al contemplar aquel vero amor que tenemos con mi amada Dulcinea, que quiera Dios por su Gracia y su "benedetta Provvidenza" podamos llegar juntos hasta Él algún día, encandiló nuestras almas con este escrito tan bello y gratificante para ambos.
Como le dije ya: "quien halla un amigo, halla un tesoro", y estas dos perlas que usted me da hoy (su amistad y su escrito) son un tesoro inmensurable que sobrepasa todo valor. Le estoy altamente en deuda y agradecido, creo que está más que claro ya, pero no quiero dejar de mencionarlo.
Compadre me encomiendo a sus oraciones, como yo lo encomiendo a ud. en las mías. Y como reza aquella hermosa tonada sentida cuyana: "siga regalando su ternura, que mucho en esta vida le dio Dios".
Le mando un gran abrazo amical,
Atte.:
Don Camilo di Benedetto (y Cía.)
¡Don Zaqueus! La verdad... ¡qué noche aquella!
ResponderEliminar¡Qué extasiados estábamos! ¡Cuánto nos conmovía la escena de los Romeo y Julieta cuyanos!
Se pasó Don Camilo con su peña en la amable estancia de Los Gamos. Y vaya manera de presentar a su paisana entre los amigos, también. La comadre, bien plantada.
Salud a los tres y que se repita esto otra vez,
Hilariado.
Oh aquella fue una noche legendaria... el brillante Zaqueus mejor no lo podría haber plasmado. Espero tengamos otro plenilunio como aquella noble velada.
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