Después de un largo periodo de pluma dormida, The Young Writer decidió retomar esta bitácora. No quiso hacer grandes elucubraciones, ni sentidos poemas. Tan solo compartirles (con los que no pudo compartir) unos hechos extraños ocurridos ya hace unos meses, y querer dejar guardado y sentado, este risueño relato (del que tuvo que participar, obligado por su puesto...). Y quienes ya lo hayan leído o vivido en carne propia, re-cordar, que trayendo nuevamente del corazón, puedan suspirar una risa de las aventuras locas de una obediencia ciega y un Padre bondadoso.
(Explicación preliminar: la situación es una suerte de competencia a modo de Disputatio, donde se presentan temas, se objetan y debaten, y nuestros amigos se habían enlistado, pero también a último momento, habían claudicado).
El ultimátum era claro, las altas
jerarquías habían apelado al recurso indiscutible de la obediencia ciega y
segura, no había vuelta atrás. Cualquiera fuera el discurso mejor armado, el
suceso más trágico o la excusa más baja, no iban a cambiar el reloj que ya
había empezado a contar. El brazo no iba a torcer. La decisión ya estaba
tomada, iban a participar. Ellos que en el tiempo previsto no habían ni mirado
una hoja del largo temario (excepto un noble miembro), eran lanzados a la larga
aventura de preparar en unos pocos días, lo que otros equipos ya habían
previsto en algunos meses. Ellos que eran asiduos en el dejarse estar, y
sobreestimar la situación, reconocían ahora que efímeros son los días al pasar.
No se asustaron, sino que al
contrario, aceptaron la justa sentencia y la futura humillación que traería el
no haber estudiado en tiempo y forma, según la palabra que habían dado. Noblesse
oblige! Pero no se rendirían sin antes dar batalla, porque ellos
tenían un poder, al que solo faltaba poner en aceite y buenas condiciones. Un
poder tan maléfico para ciertos asuntos, pero tan necesario para otros. ¡Tenían
la verborragia!!! ¡Eran el grupo de los verborrágicos! A quienes palabras
innecesarias no les faltaban, y frases armadas les sobraban. Guitarreros por
naturaleza, no cavilaban un segundo la idea de hablar -sin razón en la mayoría
de los casos-. Era un grupo heterogéneo, aunque en solución de continuidad. Lo
conformaban seis integrantes, de variadas procedencias, edades, carreras y
situaciones. Habían 2 enanos: el primero con barba, de edad avanzada, con el
tema a medio preparar pero con un coraje sin igual. Su tema era el más médico,
eso de órganos y tejidos, donde las dudas abundan y la ética duda. El segundo
enano, era uno imberbe, de la casta de los benjamines pero con un brío potente;
osado en la batalla y sin falto de chistes, comentarios perdidos y risa
contagiosa. Había un tercer personaje a cuyas hazañas, que hacía con relativa
frecuencia, las habían bautizado “flepeadas” [defínase como cualquier acto en
contra de todo sentido y razón, que tiene como fin no tener fin], era por así
decirlo, el más lanzado a la providencia del grupo: ni charla, ni objeciones
preparadas (una flepeada más). También se encontraba un narigón, de ánimo
ansioso y con las ganas de no sufrir nada humillante, que en rápida pensada
ayudaba a dilucidar algunas objeciones.
El quinto era negro, contador de carrera, cuyo tema era el más viscoso
(cuestiones teológicas y demás urdimbres) pero tenía la cintura de pensar las
mejores herejías, como se verá más adelante. Y el último miembro, el más noble
y responsable, con su tema preparado y estudiado, cargaba el enorme peso de 5
mochilas sin remedio; era el más prudente, en relación a su temática.
De la institución a la que
pertenecían partían dos grupos a competir, a saber, éste que describimos y otro
más, donde las condiciones eran más favorables: estaba conformado por gente
responsable y respetuosa, conocida por su estudiosidad constante y preparación
en tiempo y forma. Eran los verdaderos “candidateables”, aquellos números a cuales
se les juega toda la apuesta; en contra del otro grupo el cual figura número
43, un número arriba de los apostables en una quiniela de 42. Además, partía un
pequeño rejunte de personas, que no competía, pero que hacía del mejor apoyo en
la retaguardia, era la “hinchada”, el apoyo moral.
Y partieron en viaje a las
tierras donde se iba a llevar a cabo la querella. El grupo uno, preparado y
tranquilo, viajaba con serenidad. El dos, en tandas se lamentaba y estudiaba lo
que podía y en otras se reía de la situación aceptando ya la derrota. Llegó la
hora de descansar, arribó la noche, que permite afianzar conocimientos en la
memoria (cuando se han adquirido); aunque no era el caso del grupo 2. La
mayoría de ellos (no está contado el más prudente) sin haber terminado de leer
siquiera la bibliografía prescripta, sin tener las charlas preparadas o pensado
cualquier objeción, comenzaron la fatigosa empresa de permanecer en vela al
lado de mates, hojas, lapiceras y susurros. Ahora sí, el temor de una
humillación o el deseo de dar al menos un poco de batalla ardía en sus
corazones. Pasaban las horas y el escuadrón seguía en pie. Algunos, con la
cabeza sumergida en sus hojas trataba de sacar el mayor provecho de una lectura
apresurada, otros caminaban de una punta a la otra tratando de hilvanar algunas
oraciones con las que formar un discurso, y los más adelantados pensaban
frustradamente en silogismos, objeciones y maneras de hacer caer a algún
contrincante. En parte, lograron lo que en 60 días habían pospuesto indeterminadamente,
era algo, aunque minúsculo y pequeño, podía dar batalla. Resonaron las 3:30 y
ya el primero cayó en sueño, la levantada era a primera hora: 7:30 se rezaba la
misa. Por lo que se agotó la noche y de su jugo de tiempo brotó alguna que otra
gota provechosa.
Fueron a competir… dos salas
separadas por apenas unas puertas, delimitaban el ring de dos arenas. Una de
ellas con 4 grupos contrincantes y la otra (donde estaba este grupo de
malandras) con 5. Cada batallón tomo su posición y una vez sentado el jurado,
comenzó la contienda. Cabe aclarar, que la “hinchada”, ni dudó qué arena
elegir: “¿Iban a gastar su tiempo de viaje para ver a los trasnochados? Ni
dudarlo!”; y partieron en tonel a la arena más llamativa, dejando algunos
fieles reservistas, dignos de renombre. En la arena de nuestro querido grupo de
irresponsables, la suerte presidió el sorteo de los números y se empezó por
“existencia e inmortalidad del alma”. El expositor pertenecía a un grupo
rejunte con algunos exseminaristas, típica malicia de avanzados personajes en
teología y filosofía sobre una gran masa de estudiantes de las carreras más
variadas. Dado el discurso, pasaron las diferentes objeciones hasta que fue el
turno del enano Jelly (turno 4 en la repartija). Airoso de lo que había
preparado, espetó a su contrincante con toda la seguridad, la cual fue
rápidamente derrumbada al aceptar noblemente la contra-respuesta correcta. Pasó
al frente el grupo dos, sacó sobre y salió “Conquista de América”, el tema del
estudiante de medicina ufanado con la historia. Disertó el disertante con una
charla más que aburrida, y el galeno, con ganas de destruirlo formuló confiado
una larrrguísima objeción, seguro en su invento destructor, la dijo en atmósfera
de superioridad... pero rápidamente el contrincante la desbarató: desaprobaba
en oratoria, pero sacaba dieces en deducciones. Siguieron las discusiones hasta
el próximo tema.
Ya el ánimo de nuestro querido
grupo de zaparrastrosos iba decayendo, en dos rondas ya habían perdido la
discusión de 2 ataques. Era el turno del tercer grupo y salió a luz el tema más
aquinatístico, viscoso, solo para personas con duro estómago: “Cristo causa de
nuestra salvación”. Llegado el turno de objetar, se paró el integrante al cual
apodaban el “de las villas” (algo así como de Las Casas), hizo una urdimbre de
sus más antiguos conocimientos de filosofía mezclados con un cinismo único y
con esto brotó.. brotó una herejía! Una de las herejías más complejas y
controvertidas que se hayan escuchado, era claramente una falacia de
consecuencia, pero tan dura era que terminaba rezando: “Cristo no es Dios..”
seca y sin trago la conclusión. Cuestión que, la cara del defensor no
encontraba facies, y se armó un aguerrido debate que fue felicitado por un cura
al cual le gustaban las contiendas verbales y fue aplaudido por el público. Era
sabido, el punto era para el hereje… Se terminó la tercera ronda y ahora sí, el
turno de exponer era el de nuestros protagonistas. Se alzó tembloroso el del
tema americano y rezando a todos los santos, a Santa Rita la de los imposibles
y balbuceando la oración de Jesús, rogó por el sobre que tenía escondida la
prudencia. Alargó el brazo, titubeó entre elegir y sacó uno del medio. Lo abrió
con parsimonia, casi de manera ritual, y leyó como sacando un billete de la
billetera: “Vir… Virtu.. Virtud de la Prudencia!!”. Quedó atónito, y una
sonrisa asomó en su rostro, al fin tenían algo de ventaja. Era el tema del que
apodaban “del Barranco”, el más prudente, el que había estudiado, en quien
ponían toda su salvación al menos por ahora. Pasó el orador y danzaron sus
palabras en una correcta concentración de explicaciones, ejemplos, tipos,
subtipos, ordenes, poemas y conclusiones. El salón se llenaba cada vez mas de
oyentes que venían a escuchar semejante exposición (la otra arena ya había
finalizado). Fue la mejor exposición de todas, equilibrada y completa, se llevó
todos los puntos que se refieren al discurso. A los “verbora” se les quemaban
las entrañas de alegría, estaban con gozo pleno, súbitamente habían cobrado
fuerzas para ejercer mayormente su virtú: la verbócitas. Su amigo, su fiel
compañero, los había despertado del sopor. Sin embargo, aunque bellas las
palabras, ahora debían enfrentarse al juicio de los adversarios. Empezaron los
ataques, y el orador se defendió con uña y garra de cada sofisma, y el grupo
entero, iluminado por quién sabe qué musa, ayudaba en cuestiones de premisas y
ordenes lógicos. En este momento, recién vislumbraban una pequeña luz de
clasificación.
Llegó el ultimo sobre por descubrir
y vio la luz el tópico de “Trasplante y donación de órganos”, de dueño el enano
barbudo. Pasó la oradora, defendió su alcázar, hasta llegado el momento del
grupo 4, los “verborragic”. Era la última objeción en aquella arena, con ella
se podía sumar algunos puntos para la clasificación o tan solo terminar ahí la
competencia y beber un buen café o dormir unas siestas (tan necesario para
nuestro sufrido grupo). El barbudo, experto en ejercicios físicos, no tenía más
que una objeción que le había pasado un amigo al cual apodaban “Il nono”,
medico de vocación, integrante del grupo de los responsables. El narigón,
dudaba de la simplicidad de dichas premisas, pero al no poder razonar otras, se
entregó (nuevamente) a la providencia. Le pidió la palabra al barbiespeso y,
rogando que sus mínimos conocimientos en embriología y ética no lo abandonen,
se lanzó a tomar el micrófono. El razonamiento era sencillo, pero tenía tanta
carga emocional al poseer la palabra “aborto”, que el contrincante no pudo dar
réplica segura. Punto para nuestros actores.. Se llamó a medio tiempo, era el
momento de contar y decidir qué grupo pasaba y qué grupo quedaba.
Si había esperanza en nuestros
queridos amigos, era poca, aunque suficiente. O hay esperanza, o no lo hay.
Algo les gritaba en su interior -capaz su continua verborragia- que habían
clasificado, para nada era seguro.. Llamó a concilio el jurado, y después de un
largo discurso, anunció su sentencia: “Pasan a la final, el grupo 1 y el grupo
4”. ¿Y quiénes eran esos grupos? Se preguntará usted. Eran el grupo Templarios
de Nuestra Señora, de los rejuntes de exreligiosos y el grupo San Bernardo de
Clairvaux. Si mi amigo, no se asuste. Los bernardinos eran nuestros queridos
esperanzados. Pasaban a la final! Quién lo creería, el grupo sin remedio y
probabilidad pasaba a la final. De no creer… Ni les cuento la alegría del grupo
4, estaban extasiados, tomaban café para no desfallecer y se daban presurosos
consejos para la final que se vaticinaba.
¡Y qué final! De cada fase habían
clasificado dos tropas, por ello serian cuatro catervas en total. Los dos
grupos de la misma institución se verían las caras en la última batalla…
Se siguió de la misma manera que
la primera parte, cada grupo se numeraba, sacaba un tema y se defendía ante
cada embate. Ahora con la pequeña diferencia que había solo una objeción, del
grupo que seguía en numeración. Los bernardinos obtuvieron el número UNO y el
otro grupo de Avemvum, llamado Nuestra Señora de Guadalupe, obtuvo el CUATRO. A
entender, unos eran los primeros y los otros los últimos.
El jurado ahora conformaba una
mesa larga y el público había aumentado de tamaño. Empezaba la última fase. Del
grupo uno se levantó nuevamente el médico-histórico y rogando (nuevamente),
aunque ahora que sea su tema el que salga, cogió un sobre de tres: el del
medio, siempre dudó de los extremos. Extrajo la tarjeta que contenía:
“Trasplante y extracción de órganos”. Le cedió el lugar al enano Verdini, que
sin cavilar, respiró fuerzas y se lanzó a dejar todo en aquella ultima batalla.
Habló... Habló correctamente sus 8:30 minutos (máximo son diez) y se dejó
confiado al jurado. Ahora venía lo importante, la defensa, contra el grupo de
los templarios. La objeción, según recuerdan algunos testigos fieles del hecho,
y según lo que han visto y oído, declaran:
“Las
amputaciones son hechos ilícitos,
el
trasplante de órganos es una amputación
por
lo que el trasplante de órganos es ilícito.”
Mientras terminaban de objetar,
el narigón rumiaba cada premisa en su mente. Algo no le cerraba, llamaba a su
memoria términos médicos como ablación, amputación o extirpación. Y salió a la luz, lo susurró la musa que pasó
corriendo para que las monjas no la vean; le pidió la palabra al expositor para
que le otorgue el permiso de defender, y agarrando el micrófono explicó la
falacia en su contenido: “de consecuencia y anfibología”. ¡Los templarios
aceptaron la derrota!
Estaban extasiados, habían
logrado sobrevivir al menos unos cuantos minutos en la final, y se mantenían
vivos hasta el próximo combate, que era con su grupo de amigos. Pasaron los
otros temas, los “templa” se explayaron sobre la materia del “Sacramento de la
reconciliación”, por medio de un moreno que hablaba más de la experiencia
sentimental que de la razón y que descarrilaba en herejías a cada esquina.
Pasaron los que estaban en tercer lugar y hablaron sobre la Prudencia, y fueron
objetados por el grupo guadalupano. Donde la chica “de la Cámpora” hizo un
razonamiento sofista que hizo temblar. Metió el subjetivismo y el relativismo,
¡palabras innombrables en dicho ambiente! Pues claro, los puntos fueron para
ella, los objetados de suerte pudieron imaginar alguna respuesta.
Había llegado el momento de la
última exposición, era el turno del grupo Avemvum 1, los guadalupanos. Por certeza
era claro que debían ganar. Se levanta un representante, toma un sobre y
desempolva un viejo tópico: “La conquista de América”. Era la carta de
recomendación de dicho grupo, preparado por uno de los personajes más ávidos en
el tema, casualmente amante de la Historia, y refutador nato, era el querido
Chalo, “el Bauzá”.
¡Explotó una discusión en el
convento de los bernardinos! No había chanches de ganar, si Don Bauza exponía
el tema de mejor manera que los demás concursantes, las probabilidades de ganar
eran nulas. Al ya saber que no tenían un destino alternativo, resolvieron a voz
unánime, hacer la objeción bien fácil (pues no habían objetado y eran últimos
en hacerlo), regalar los puntos: el objetivo nuevo era que -al menos- algún
grupo de Avem se lleve la victoria. Comenzó el orador con estridente poesía y se
llevó la atención toda del público presente. Corrió veloz sobre los sucesos
históricos y defendió con consistencia la hazaña hispana. Los bernardinos
estaban resueltos, “perdimos muchachos”. Ya terminando las últimas palabras,
una última poesía, mas cautivante que la entera exposición. Pide muchas
gracias, y resuena un largo repiqueteo de aplausos… ¡Aunque algo sucedió! Al
sentarse el poeta y al observar la monja de blanco casquete nevado su frio
reloj, clamó fuertemente el tiempo que duró en hablas: 7:39 minutos.
Los bernardinos con cara de
espanto llamaron nuevamente a concilio y cambiaron irresolutamente su decisión,
veían ahora un halito de esperanza, un suspiro de salir a flote. El Ver-dini había
discurrido en hablar 1 minuto más que Don Bauzá, por lo que eran más puntos a
contar. Tenían ahora su reserva que valoraban: una exposición más larga, una
defensa bien ganada. Tan solo les quedaba atacar, y era su turno, no lo iban a
desperdiciar. La última jugada, la última batalla, la última estrategia en una
guerra de desgaste, quien ganara podría adquirir el título de apologeta.
Cargaron fuertemente sus mentes con silogismos, premisas, relaciones, mentiras,
sofismas y toda clase de trampas a la razón. En menos de un minuto (tiempo
estipulado en reglamento para inventar una objeción) fraguaron al crisol del
mentir histórico un engaño venenoso. Ahora si, en sus rostros vislumbraban la
luz. Aunque igual no ganaran, ellos habrían dado todo en el campo, su honor
estaba en juego, su ¡Palabra! (su palabra de ganar) se medía en cada segundo.
Se levantó el cumpleañero del día anterior, y expresó su regalo inspirado.
Sabía que atacaba a su amigo, y al más confiado, pero no podía dejar ir la
situación tan fácil. Abrió lenta y pausadamente su boca para proferir estas
palabras:
“Según las Leyes de las
Indias, los indios adquirieron la potestad de ser hijos de Castilla, en
libertad y equidad,
la Conquista es una
estrategia por la cual se somete a un enemigo o se tratan de imponer
forzadamente ciertas ideas a hombres extranjeros.
Por lo que, lo sucedido
en América, fue más una Guerra Civil que una Conquista”.
Empezó el conteo, los
guadalupanos tenían 1 minuto para preparar réplica alguna. Los bernardinos,
extasiados, ahora caían en la cuenta que estaban desafiando a un estudiante de
las leyes y a una estudiante de historia, la temida “Cámpora”. Se esperaba un
debate seguro, y se respiraba un aire de contienda. Los ojos miraban presurosos
aquellos dos personajes que de pie se desafiaban, era la eterna lucha entre médicos
y abogados. El jurista comenzó por dilucidar la confusión entre términos de
Conquista y Guerra Civil, aunque sin dar resultado. El galeno sabía muy bien
donde estaba el error de su sofisma, por lo que no se enredó en discusiones
sobre términos legales (sabiendo que no era su campo, si se metía perdía), tan
solo trataba de defender la veracidad de su razonamiento: “Si son hijos de
España, al atacarlos, o al hacerles la guerra como decía de Vittoria, es guerra
Civil, porque es entre compatriotas”. Era una objeción tramposa, porque hasta
ese momento era todo verdadera, sin meollo, sin tramoya. Se aclararon los
términos de Conquista y Evangelización, aunque sin llegar a puerto. Turno era
de finalizar el debate. Ya casi rendidos los guadalupanos, sin encontrar la
causa de error, emergió el momento de romper la trampa. Y con sorpresa, como
cazador que se sorprende de haber hecho bien su estrategia, habló el formulador
y dio a conocer su secreto: el engaño estaba en la primera premisa, a primera
vista parece algo verdadero e histórico, pero no lo es. Los indios no adquirieron
la potestad de ser hijos de Castilla en igual condición a cualquier español de
aquel entonces, sino como dicen las Instrucciones de Castilla, las Leyes de las
Indias y escritos de Isabel: “Que sean tratados como tales [como hijos de
Castilla]…”, se pedía eso, por ello al no ser compatriotas en todo su sentido
legal, no fue una guerra civil, sino que una conquista. Un estrepitoso aplauso
sonó en el ambiente tenso y abrumador, el debate se daba por terminado, no
había lugar a replica, porque según el jurado fue justa la astucia. Los puntos
iban para los verborrágicos. El jurado se llamó a silencio para definir los
ganadores.
Mientras tanto los bernardinos no
caían en su cuenta, se habían animado a azuzar a los lobos y habían vencido con
una suerte de providencia inigualable. No podían caer a la realidad, pues la
realidad misma les parecía un sueño. Desde el momento en que “Barrancos” había
sido llamado a disputar, y no otro, ya les parecía extraño. Que sus objeciones
tan intrincadas y engañosas hayan surgido en los mismísimos minutos de
competición y no en largas horas de preparación, ya les sonaba a mano de
arriba. O yendo más aun, se preguntaban qué hizo el personaje de las flepeadas
para no tener que discutir, ni formar objeción alguna, ya que no tenía nada, más
que unas 10 carillas leídas del tema. Eso es cierto mi amigo! Su tema no figuró
en ninguna de las instancias. Se preguntaban y no encontraban más que risa
mezclada con sueño.
Seguían cavilando ideas hasta que
el jurado llamó la atención del público para declarar la sentencia definitiva,
el ultimátum. Sus corazones ardían, y ahora, después de tanto, tenían al menos
una esperanza crecida. Comenzó el jurado por agradecer y felicitar.
Seguidamente nombró el segundo puesto: “el grupo 3, de las Pompas”. Aplausos,
sosiego, risas y silencio.
Era el turno de establecer el
primer puesto. “¿Seremos nosotros?”, se preguntaban con inocente osadía.
“¿Acaso seremos nosotros los merecedores de aquel título, que defendimos con
uñas y dientes?”. Abrió sus finos labios la hermana Nieves, para declarar los
ganadores del primer puesto. “¿Merecemos esto?”, se terminaban de preguntar
cuando la religiosa con micrófono encendido clamó en suerte de plegaria: “El
primer puesto es para el grupo 1, San Bernardo” Estallaron los aplausos. El
grupo boquiabierto no hizo más que en tierno abrazo, darse calor de alegría y
agradecimiento. Ellos que había sido los más desastrosos, ellos que cargaban
con el gran peso de la humillación, ahora cargaban el peso del título. Ellos
que pospusieron días y días, hasta ser obligados a ir, ahora demostraban en
suerte de desafío, a la obligación que les habían impuesto. La sonrisa era el
común de sus caras. Habían aprendido a obedecer, al menos en parte. De arriba
había venido la ayuda.
Y como le dijo cierto personaje a
este pequeño narrador: “la obediencia siempre gana…”
Y no erraba, sino que tenía
razón.
The Young Writer
(22/05 día de Santa Rita
de Cascia, patrona de los imposibles)
Magno relato!!
ResponderEliminarLe felicito Young Writer! Ya había llegado a mis oídos está proeza por boca de don Hilario, pero no con tan épicas y bellas palabras.
La verdad es que conforme iba leyendo, parecía que estuviese entre el público viendo la hazaña de los verborragicos, y se me ha escapado incluso alguna que otra carcajada, y a varios de mi familia también (me he permitido el lujo de leerles su escrito en la sobremesa de la comida del Domingo).
Lo felicito nuevamente, espero más anécdotas del estilo, un fuerte abrazo.
E.N.
Muy bueno querido Young Writer!!
ResponderEliminarSi bien lo leí en cuanto usted lo terminó y dio a conocer, esta vez también ha logrado cautivarme de manera tal como lo hizo la primera vez. Se me puso la piel de gallina en cada momento en que la mano de El de arriba los ayudaba con tanta evidencia y fuerza.
Gracias por compartir su relato, si no lo recuerda a mí (sabrá Dios porque, quizá mi falta de verborragia jaja) no me llamaron para obedecer a ciegas como a usted y a nuestros queridos amigos les sucedió cuando decidimos dar de baja nuestro equipo para la famosa "Disputatio". Me alegré muchísimo al enterarme de tamaña osadía y tan noble título que el "petiso morocho" ganó por segunda vez consecutiva.
Me fascinó su escrito, siga así!! Abrazo grande!
Don Camilo
Querido Young, tuve las mismas sensaciones que Don Camilo. La vitalidad de sus crónicas son tales que logro que volviera a ponerme nervioso en el momento de realizar mi objeción, llenarme de tranquilidad al momento que salio el tema del prudente, y estar rebalsante de gozo al momento que nos anunciaron justos ganadores. Si, justos, pues no hicimos ningun tipo de trampa y dentro de la competición sacamos el mayor puntaje. Lo "injusto" quizá fue que la mano divina jugo en nuestro favor en todo momento, pero no podemos definir como injusto al que es la Justicia.
ResponderEliminarFue un placer haber vivido tamaña aventura con este grupo de verborragicos.
Esta historia es digna de ser contada a nuestros nietos.
Gran abrazo.
+Don Ojota Fonsé
Siempre recordado Joven Escritor,
ResponderEliminarYa extrañaba su espada con tinta en la punta. Este escrito suyo yo lo había leído cercano al evento en cuestión; es decir, fresquito y recién cocinadito. Pero me tomo el tiempo para volverle a hacer saber por este medio la grandeza y la intensidad de su escrito que a tantos ha cautivado.
Mas, ¡ánimo Young Writer!, no deje que su pluma caiga en el letargo de los perezosos...
Lo esperamos pronto,
Hilario.