jueves, 3 de agosto de 2017

¡Obedecer es Imposible!

Después de un largo periodo de pluma dormida, The Young Writer decidió retomar esta bitácora. No quiso hacer grandes elucubraciones, ni sentidos poemas. Tan solo compartirles (con los que no pudo compartir) unos hechos extraños ocurridos ya hace unos meses, y querer dejar guardado y sentado, este risueño relato (del que tuvo que participar, obligado por su puesto...). Y quienes ya lo hayan leído o vivido en carne propia, re-cordar, que trayendo nuevamente del corazón, puedan suspirar una risa de las aventuras locas de una obediencia ciega y un Padre bondadoso.

(Explicación preliminar: la situación es una suerte de competencia a modo de Disputatio, donde se presentan temas, se objetan y debaten, y nuestros amigos se habían enlistado, pero también a último momento, habían claudicado).



El ultimátum era claro, las altas jerarquías habían apelado al recurso indiscutible de la obediencia ciega y segura, no había vuelta atrás. Cualquiera fuera el discurso mejor armado, el suceso más trágico o la excusa más baja, no iban a cambiar el reloj que ya había empezado a contar. El brazo no iba a torcer. La decisión ya estaba tomada, iban a participar. Ellos que en el tiempo previsto no habían ni mirado una hoja del largo temario (excepto un noble miembro), eran lanzados a la larga aventura de preparar en unos pocos días, lo que otros equipos ya habían previsto en algunos meses. Ellos que eran asiduos en el dejarse estar, y sobreestimar la situación, reconocían ahora que efímeros son los días al pasar.

No se asustaron, sino que al contrario, aceptaron la justa sentencia y la futura humillación que traería el no haber estudiado en tiempo y forma, según la palabra que habían dado. Noblesse oblige! Pero no se rendirían sin antes dar batalla, porque ellos tenían un poder, al que solo faltaba poner en aceite y buenas condiciones. Un poder tan maléfico para ciertos asuntos, pero tan necesario para otros. ¡Tenían la verborragia!!! ¡Eran el grupo de los verborrágicos! A quienes palabras innecesarias no les faltaban, y frases armadas les sobraban. Guitarreros por naturaleza, no cavilaban un segundo la idea de hablar -sin razón en la mayoría de los casos-. Era un grupo heterogéneo, aunque en solución de continuidad. Lo conformaban seis integrantes, de variadas procedencias, edades, carreras y situaciones. Habían 2 enanos: el primero con barba, de edad avanzada, con el tema a medio preparar pero con un coraje sin igual. Su tema era el más médico, eso de órganos y tejidos, donde las dudas abundan y la ética duda. El segundo enano, era uno imberbe, de la casta de los benjamines pero con un brío potente; osado en la batalla y sin falto de chistes, comentarios perdidos y risa contagiosa. Había un tercer personaje a cuyas hazañas, que hacía con relativa frecuencia, las habían bautizado “flepeadas” [defínase como cualquier acto en contra de todo sentido y razón, que tiene como fin no tener fin], era por así decirlo, el más lanzado a la providencia del grupo: ni charla, ni objeciones preparadas (una flepeada más). También se encontraba un narigón, de ánimo ansioso y con las ganas de no sufrir nada humillante, que en rápida pensada ayudaba a dilucidar algunas objeciones.  El quinto era negro, contador de carrera, cuyo tema era el más viscoso (cuestiones teológicas y demás urdimbres) pero tenía la cintura de pensar las mejores herejías, como se verá más adelante. Y el último miembro, el más noble y responsable, con su tema preparado y estudiado, cargaba el enorme peso de 5 mochilas sin remedio; era el más prudente, en relación a su temática.

De la institución a la que pertenecían partían dos grupos a competir, a saber, éste que describimos y otro más, donde las condiciones eran más favorables: estaba conformado por gente responsable y respetuosa, conocida por su estudiosidad constante y preparación en tiempo y forma. Eran los verdaderos “candidateables”, aquellos números a cuales se les juega toda la apuesta; en contra del otro grupo el cual figura número 43, un número arriba de los apostables en una quiniela de 42. Además, partía un pequeño rejunte de personas, que no competía, pero que hacía del mejor apoyo en la retaguardia, era la “hinchada”, el apoyo moral.

Y partieron en viaje a las tierras donde se iba a llevar a cabo la querella. El grupo uno, preparado y tranquilo, viajaba con serenidad. El dos, en tandas se lamentaba y estudiaba lo que podía y en otras se reía de la situación aceptando ya la derrota. Llegó la hora de descansar, arribó la noche, que permite afianzar conocimientos en la memoria (cuando se han adquirido); aunque no era el caso del grupo 2. La mayoría de ellos (no está contado el más prudente) sin haber terminado de leer siquiera la bibliografía prescripta, sin tener las charlas preparadas o pensado cualquier objeción, comenzaron la fatigosa empresa de permanecer en vela al lado de mates, hojas, lapiceras y susurros. Ahora sí, el temor de una humillación o el deseo de dar al menos un poco de batalla ardía en sus corazones. Pasaban las horas y el escuadrón seguía en pie. Algunos, con la cabeza sumergida en sus hojas trataba de sacar el mayor provecho de una lectura apresurada, otros caminaban de una punta a la otra tratando de hilvanar algunas oraciones con las que formar un discurso, y los más adelantados pensaban frustradamente en silogismos, objeciones y maneras de hacer caer a algún contrincante. En parte, lograron lo que en 60 días habían pospuesto indeterminadamente, era algo, aunque minúsculo y pequeño, podía dar batalla. Resonaron las 3:30 y ya el primero cayó en sueño, la levantada era a primera hora: 7:30 se rezaba la misa. Por lo que se agotó la noche y de su jugo de tiempo brotó alguna que otra gota provechosa.

Fueron a competir… dos salas separadas por apenas unas puertas, delimitaban el ring de dos arenas. Una de ellas con 4 grupos contrincantes y la otra (donde estaba este grupo de malandras) con 5. Cada batallón tomo su posición y una vez sentado el jurado, comenzó la contienda. Cabe aclarar, que la “hinchada”, ni dudó qué arena elegir: “¿Iban a gastar su tiempo de viaje para ver a los trasnochados? Ni dudarlo!”; y partieron en tonel a la arena más llamativa, dejando algunos fieles reservistas, dignos de renombre. En la arena de nuestro querido grupo de irresponsables, la suerte presidió el sorteo de los números y se empezó por “existencia e inmortalidad del alma”. El expositor pertenecía a un grupo rejunte con algunos exseminaristas, típica malicia de avanzados personajes en teología y filosofía sobre una gran masa de estudiantes de las carreras más variadas. Dado el discurso, pasaron las diferentes objeciones hasta que fue el turno del enano Jelly (turno 4 en la repartija). Airoso de lo que había preparado, espetó a su contrincante con toda la seguridad, la cual fue rápidamente derrumbada al aceptar noblemente la contra-respuesta correcta. Pasó al frente el grupo dos, sacó sobre y salió “Conquista de América”, el tema del estudiante de medicina ufanado con la historia. Disertó el disertante con una charla más que aburrida, y el galeno, con ganas de destruirlo formuló confiado una larrrguísima objeción, seguro en su invento destructor, la dijo en atmósfera de superioridad... pero rápidamente el contrincante la desbarató: desaprobaba en oratoria, pero sacaba dieces en deducciones. Siguieron las discusiones hasta el próximo tema.

Ya el ánimo de nuestro querido grupo de zaparrastrosos iba decayendo, en dos rondas ya habían perdido la discusión de 2 ataques. Era el turno del tercer grupo y salió a luz el tema más aquinatístico, viscoso, solo para personas con duro estómago: “Cristo causa de nuestra salvación”. Llegado el turno de objetar, se paró el integrante al cual apodaban el “de las villas” (algo así como de Las Casas), hizo una urdimbre de sus más antiguos conocimientos de filosofía mezclados con un cinismo único y con esto brotó.. brotó una herejía! Una de las herejías más complejas y controvertidas que se hayan escuchado, era claramente una falacia de consecuencia, pero tan dura era que terminaba rezando: “Cristo no es Dios..” seca y sin trago la conclusión. Cuestión que, la cara del defensor no encontraba facies, y se armó un aguerrido debate que fue felicitado por un cura al cual le gustaban las contiendas verbales y fue aplaudido por el público. Era sabido, el punto era para el hereje… Se terminó la tercera ronda y ahora sí, el turno de exponer era el de nuestros protagonistas. Se alzó tembloroso el del tema americano y rezando a todos los santos, a Santa Rita la de los imposibles y balbuceando la oración de Jesús, rogó por el sobre que tenía escondida la prudencia. Alargó el brazo, titubeó entre elegir y sacó uno del medio. Lo abrió con parsimonia, casi de manera ritual, y leyó como sacando un billete de la billetera: “Vir… Virtu.. Virtud de la Prudencia!!”. Quedó atónito, y una sonrisa asomó en su rostro, al fin tenían algo de ventaja. Era el tema del que apodaban “del Barranco”, el más prudente, el que había estudiado, en quien ponían toda su salvación al menos por ahora. Pasó el orador y danzaron sus palabras en una correcta concentración de explicaciones, ejemplos, tipos, subtipos, ordenes, poemas y conclusiones. El salón se llenaba cada vez mas de oyentes que venían a escuchar semejante exposición (la otra arena ya había finalizado). Fue la mejor exposición de todas, equilibrada y completa, se llevó todos los puntos que se refieren al discurso. A los “verbora” se les quemaban las entrañas de alegría, estaban con gozo pleno, súbitamente habían cobrado fuerzas para ejercer mayormente su virtú: la verbócitas. Su amigo, su fiel compañero, los había despertado del sopor. Sin embargo, aunque bellas las palabras, ahora debían enfrentarse al juicio de los adversarios. Empezaron los ataques, y el orador se defendió con uña y garra de cada sofisma, y el grupo entero, iluminado por quién sabe qué musa, ayudaba en cuestiones de premisas y ordenes lógicos. En este momento, recién vislumbraban una pequeña luz de clasificación.

Llegó el ultimo sobre por descubrir y vio la luz el tópico de “Trasplante y donación de órganos”, de dueño el enano barbudo. Pasó la oradora, defendió su alcázar, hasta llegado el momento del grupo 4, los “verborragic”. Era la última objeción en aquella arena, con ella se podía sumar algunos puntos para la clasificación o tan solo terminar ahí la competencia y beber un buen café o dormir unas siestas (tan necesario para nuestro sufrido grupo). El barbudo, experto en ejercicios físicos, no tenía más que una objeción que le había pasado un amigo al cual apodaban “Il nono”, medico de vocación, integrante del grupo de los responsables. El narigón, dudaba de la simplicidad de dichas premisas, pero al no poder razonar otras, se entregó (nuevamente) a la providencia. Le pidió la palabra al barbiespeso y, rogando que sus mínimos conocimientos en embriología y ética no lo abandonen, se lanzó a tomar el micrófono. El razonamiento era sencillo, pero tenía tanta carga emocional al poseer la palabra “aborto”, que el contrincante no pudo dar réplica segura. Punto para nuestros actores.. Se llamó a medio tiempo, era el momento de contar y decidir qué grupo pasaba y qué grupo quedaba.

Si había esperanza en nuestros queridos amigos, era poca, aunque suficiente. O hay esperanza, o no lo hay. Algo les gritaba en su interior -capaz su continua verborragia- que habían clasificado, para nada era seguro.. Llamó a concilio el jurado, y después de un largo discurso, anunció su sentencia: “Pasan a la final, el grupo 1 y el grupo 4”. ¿Y quiénes eran esos grupos? Se preguntará usted. Eran el grupo Templarios de Nuestra Señora, de los rejuntes de exreligiosos y el grupo San Bernardo de Clairvaux. Si mi amigo, no se asuste. Los bernardinos eran nuestros queridos esperanzados. Pasaban a la final! Quién lo creería, el grupo sin remedio y probabilidad pasaba a la final. De no creer… Ni les cuento la alegría del grupo 4, estaban extasiados, tomaban café para no desfallecer y se daban presurosos consejos para la final que se vaticinaba.

¡Y qué final! De cada fase habían clasificado dos tropas, por ello serian cuatro catervas en total. Los dos grupos de la misma institución se verían las caras en la última batalla…
Se siguió de la misma manera que la primera parte, cada grupo se numeraba, sacaba un tema y se defendía ante cada embate. Ahora con la pequeña diferencia que había solo una objeción, del grupo que seguía en numeración. Los bernardinos obtuvieron el número UNO y el otro grupo de Avemvum, llamado Nuestra Señora de Guadalupe, obtuvo el CUATRO. A entender, unos eran los primeros y los otros los últimos.

El jurado ahora conformaba una mesa larga y el público había aumentado de tamaño. Empezaba la última fase. Del grupo uno se levantó nuevamente el médico-histórico y rogando (nuevamente), aunque ahora que sea su tema el que salga, cogió un sobre de tres: el del medio, siempre dudó de los extremos. Extrajo la tarjeta que contenía: “Trasplante y extracción de órganos”. Le cedió el lugar al enano Verdini, que sin cavilar, respiró fuerzas y se lanzó a dejar todo en aquella ultima batalla. Habló... Habló correctamente sus 8:30 minutos (máximo son diez) y se dejó confiado al jurado. Ahora venía lo importante, la defensa, contra el grupo de los templarios. La objeción, según recuerdan algunos testigos fieles del hecho, y según lo que han visto y oído, declaran:

“Las amputaciones son hechos ilícitos,
el trasplante de órganos es una amputación
por lo que el trasplante de órganos es ilícito.”

Mientras terminaban de objetar, el narigón rumiaba cada premisa en su mente. Algo no le cerraba, llamaba a su memoria términos médicos como ablación, amputación o extirpación.  Y salió a la luz, lo susurró la musa que pasó corriendo para que las monjas no la vean; le pidió la palabra al expositor para que le otorgue el permiso de defender, y agarrando el micrófono explicó la falacia en su contenido: “de consecuencia y anfibología”. ¡Los templarios aceptaron la derrota!

Estaban extasiados, habían logrado sobrevivir al menos unos cuantos minutos en la final, y se mantenían vivos hasta el próximo combate, que era con su grupo de amigos. Pasaron los otros temas, los “templa” se explayaron sobre la materia del “Sacramento de la reconciliación”, por medio de un moreno que hablaba más de la experiencia sentimental que de la razón y que descarrilaba en herejías a cada esquina. Pasaron los que estaban en tercer lugar y hablaron sobre la Prudencia, y fueron objetados por el grupo guadalupano. Donde la chica “de la Cámpora” hizo un razonamiento sofista que hizo temblar. Metió el subjetivismo y el relativismo, ¡palabras innombrables en dicho ambiente! Pues claro, los puntos fueron para ella, los objetados de suerte pudieron imaginar alguna respuesta.

Había llegado el momento de la última exposición, era el turno del grupo Avemvum 1, los guadalupanos. Por certeza era claro que debían ganar. Se levanta un representante, toma un sobre y desempolva un viejo tópico: “La conquista de América”. Era la carta de recomendación de dicho grupo, preparado por uno de los personajes más ávidos en el tema, casualmente amante de la Historia, y refutador nato, era el querido Chalo, “el Bauzá”.

¡Explotó una discusión en el convento de los bernardinos! No había chanches de ganar, si Don Bauza exponía el tema de mejor manera que los demás concursantes, las probabilidades de ganar eran nulas. Al ya saber que no tenían un destino alternativo, resolvieron a voz unánime, hacer la objeción bien fácil (pues no habían objetado y eran últimos en hacerlo), regalar los puntos: el objetivo nuevo era que -al menos- algún grupo de Avem se lleve la victoria. Comenzó el orador con estridente poesía y se llevó la atención toda del público presente. Corrió veloz sobre los sucesos históricos y defendió con consistencia la hazaña hispana. Los bernardinos estaban resueltos, “perdimos muchachos”. Ya terminando las últimas palabras, una última poesía, mas cautivante que la entera exposición. Pide muchas gracias, y resuena un largo repiqueteo de aplausos… ¡Aunque algo sucedió! Al sentarse el poeta y al observar la monja de blanco casquete nevado su frio reloj, clamó fuertemente el tiempo que duró en hablas: 7:39 minutos.

Los bernardinos con cara de espanto llamaron nuevamente a concilio y cambiaron irresolutamente su decisión, veían ahora un halito de esperanza, un suspiro de salir a flote. El Ver-dini había discurrido en hablar 1 minuto más que Don Bauzá, por lo que eran más puntos a contar. Tenían ahora su reserva que valoraban: una exposición más larga, una defensa bien ganada. Tan solo les quedaba atacar, y era su turno, no lo iban a desperdiciar. La última jugada, la última batalla, la última estrategia en una guerra de desgaste, quien ganara podría adquirir el título de apologeta. Cargaron fuertemente sus mentes con silogismos, premisas, relaciones, mentiras, sofismas y toda clase de trampas a la razón. En menos de un minuto (tiempo estipulado en reglamento para inventar una objeción) fraguaron al crisol del mentir histórico un engaño venenoso. Ahora si, en sus rostros vislumbraban la luz. Aunque igual no ganaran, ellos habrían dado todo en el campo, su honor estaba en juego, su ¡Palabra! (su palabra de ganar) se medía en cada segundo. Se levantó el cumpleañero del día anterior, y expresó su regalo inspirado. Sabía que atacaba a su amigo, y al más confiado, pero no podía dejar ir la situación tan fácil. Abrió lenta y pausadamente su boca para proferir estas palabras:

“Según las Leyes de las Indias, los indios adquirieron la potestad de ser hijos de Castilla, en libertad y equidad,
la Conquista es una estrategia por la cual se somete a un enemigo o se tratan de imponer forzadamente ciertas ideas a hombres extranjeros.
Por lo que, lo sucedido en América, fue más una Guerra Civil que una Conquista”.


Empezó el conteo, los guadalupanos tenían 1 minuto para preparar réplica alguna. Los bernardinos, extasiados, ahora caían en la cuenta que estaban desafiando a un estudiante de las leyes y a una estudiante de historia, la temida “Cámpora”. Se esperaba un debate seguro, y se respiraba un aire de contienda. Los ojos miraban presurosos aquellos dos personajes que de pie se desafiaban, era la eterna lucha entre médicos y abogados. El jurista comenzó por dilucidar la confusión entre términos de Conquista y Guerra Civil, aunque sin dar resultado. El galeno sabía muy bien donde estaba el error de su sofisma, por lo que no se enredó en discusiones sobre términos legales (sabiendo que no era su campo, si se metía perdía), tan solo trataba de defender la veracidad de su razonamiento: “Si son hijos de España, al atacarlos, o al hacerles la guerra como decía de Vittoria, es guerra Civil, porque es entre compatriotas”. Era una objeción tramposa, porque hasta ese momento era todo verdadera, sin meollo, sin tramoya. Se aclararon los términos de Conquista y Evangelización, aunque sin llegar a puerto. Turno era de finalizar el debate. Ya casi rendidos los guadalupanos, sin encontrar la causa de error, emergió el momento de romper la trampa. Y con sorpresa, como cazador que se sorprende de haber hecho bien su estrategia, habló el formulador y dio a conocer su secreto: el engaño estaba en la primera premisa, a primera vista parece algo verdadero e histórico, pero no lo es. Los indios no adquirieron la potestad de ser hijos de Castilla en igual condición a cualquier español de aquel entonces, sino como dicen las Instrucciones de Castilla, las Leyes de las Indias y escritos de Isabel: “Que sean tratados como tales [como hijos de Castilla]…”, se pedía eso, por ello al no ser compatriotas en todo su sentido legal, no fue una guerra civil, sino que una conquista. Un estrepitoso aplauso sonó en el ambiente tenso y abrumador, el debate se daba por terminado, no había lugar a replica, porque según el jurado fue justa la astucia. Los puntos iban para los verborrágicos. El jurado se llamó a silencio para definir los ganadores.

Mientras tanto los bernardinos no caían en su cuenta, se habían animado a azuzar a los lobos y habían vencido con una suerte de providencia inigualable. No podían caer a la realidad, pues la realidad misma les parecía un sueño. Desde el momento en que “Barrancos” había sido llamado a disputar, y no otro, ya les parecía extraño. Que sus objeciones tan intrincadas y engañosas hayan surgido en los mismísimos minutos de competición y no en largas horas de preparación, ya les sonaba a mano de arriba. O yendo más aun, se preguntaban qué hizo el personaje de las flepeadas para no tener que discutir, ni formar objeción alguna, ya que no tenía nada, más que unas 10 carillas leídas del tema. Eso es cierto mi amigo! Su tema no figuró en ninguna de las instancias. Se preguntaban y no encontraban más que risa mezclada con sueño.

Seguían cavilando ideas hasta que el jurado llamó la atención del público para declarar la sentencia definitiva, el ultimátum. Sus corazones ardían, y ahora, después de tanto, tenían al menos una esperanza crecida. Comenzó el jurado por agradecer y felicitar. Seguidamente nombró el segundo puesto: “el grupo 3, de las Pompas”. Aplausos, sosiego, risas y silencio.

Era el turno de establecer el primer puesto. “¿Seremos nosotros?”, se preguntaban con inocente osadía. “¿Acaso seremos nosotros los merecedores de aquel título, que defendimos con uñas y dientes?”. Abrió sus finos labios la hermana Nieves, para declarar los ganadores del primer puesto. “¿Merecemos esto?”, se terminaban de preguntar cuando la religiosa con micrófono encendido clamó en suerte de plegaria: “El primer puesto es para el grupo 1, San Bernardo” Estallaron los aplausos. El grupo boquiabierto no hizo más que en tierno abrazo, darse calor de alegría y agradecimiento. Ellos que había sido los más desastrosos, ellos que cargaban con el gran peso de la humillación, ahora cargaban el peso del título. Ellos que pospusieron días y días, hasta ser obligados a ir, ahora demostraban en suerte de desafío, a la obligación que les habían impuesto. La sonrisa era el común de sus caras. Habían aprendido a obedecer, al menos en parte. De arriba había venido la ayuda.

Y como le dijo cierto personaje a este pequeño narrador: “la obediencia siempre gana…”
Y no erraba, sino que tenía razón.




The Young Writer

(22/05 día de Santa Rita de Cascia, patrona de los imposibles) 



4 comentarios:

  1. Magno relato!!

    Le felicito Young Writer! Ya había llegado a mis oídos está proeza por boca de don Hilario, pero no con tan épicas y bellas palabras.

    La verdad es que conforme iba leyendo, parecía que estuviese entre el público viendo la hazaña de los verborragicos, y se me ha escapado incluso alguna que otra carcajada, y a varios de mi familia también (me he permitido el lujo de leerles su escrito en la sobremesa de la comida del Domingo).

    Lo felicito nuevamente, espero más anécdotas del estilo, un fuerte abrazo.

    E.N.

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  2. Muy bueno querido Young Writer!!

    Si bien lo leí en cuanto usted lo terminó y dio a conocer, esta vez también ha logrado cautivarme de manera tal como lo hizo la primera vez. Se me puso la piel de gallina en cada momento en que la mano de El de arriba los ayudaba con tanta evidencia y fuerza.

    Gracias por compartir su relato, si no lo recuerda a mí (sabrá Dios porque, quizá mi falta de verborragia jaja) no me llamaron para obedecer a ciegas como a usted y a nuestros queridos amigos les sucedió cuando decidimos dar de baja nuestro equipo para la famosa "Disputatio". Me alegré muchísimo al enterarme de tamaña osadía y tan noble título que el "petiso morocho" ganó por segunda vez consecutiva.

    Me fascinó su escrito, siga así!! Abrazo grande!

    Don Camilo

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  3. Querido Young, tuve las mismas sensaciones que Don Camilo. La vitalidad de sus crónicas son tales que logro que volviera a ponerme nervioso en el momento de realizar mi objeción, llenarme de tranquilidad al momento que salio el tema del prudente, y estar rebalsante de gozo al momento que nos anunciaron justos ganadores. Si, justos, pues no hicimos ningun tipo de trampa y dentro de la competición sacamos el mayor puntaje. Lo "injusto" quizá fue que la mano divina jugo en nuestro favor en todo momento, pero no podemos definir como injusto al que es la Justicia.

    Fue un placer haber vivido tamaña aventura con este grupo de verborragicos.

    Esta historia es digna de ser contada a nuestros nietos.

    Gran abrazo.

    +Don Ojota Fonsé

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  4. Siempre recordado Joven Escritor,

    Ya extrañaba su espada con tinta en la punta. Este escrito suyo yo lo había leído cercano al evento en cuestión; es decir, fresquito y recién cocinadito. Pero me tomo el tiempo para volverle a hacer saber por este medio la grandeza y la intensidad de su escrito que a tantos ha cautivado.

    Mas, ¡ánimo Young Writer!, no deje que su pluma caiga en el letargo de los perezosos...

    Lo esperamos pronto,
    Hilario.

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