Era un día invernal en las tierras de Godoy
Cruz en la región de Los Gamos. La luz que Febo regalaba hacía camuflar el frio
que azotaba aquellos verdes prados y altivos álamos. Se encontraban en la
rotonda de San Francisco de Asís bajo un gran árbol conversando dos gallardos,
con boinas en sus cabezas. Uno de ellos era Don Camilo di Benedetto, con su
“Lunita”, el otro Don Ábila de la Mancha (sí, Ábila con b mayor) que maniobraba
el pequeño fuego que habían preparado, no tanto para defenderse del frio (para
lo cual ambos estaban “emponchados”) sino para que este sacase brasas para
humear su arguile, tradición familiar que lo acompañaba a toda reunión.
Había un atípico silencio, extraño en esas
regiones donde el pasar de los gentiles es constante, que hacía que las
melancólicas notas salidas de “Lunita” resonaran largamente mientras los
gallardos buscaban la amarga boca del mate para poder contemplar dichosos la
pared nevada del Oeste. La cordillera se mostraba imponente como de costumbre,
pero aquel día me atrevo a decir que parecía haberse elevado algunos metros y
esto generaba una rara sensación en aquellos paisanos que con la mirada perdida
conversaban.
-Estoy preocupado cumpa- exclamaba don
Ábila, con una expresión amarga.
-Siempre lo estamos…- respondió Don Camilo,
callando la guitarra para recibir el mate- pero dígame amigo mío, ¿qué lo trae
tan distraído hoy?
- Estoy preocupado por mi ingratitud- dijo
el de la Mancha dejando caer la mirada. – No puede ser que, con tantos dones recibidos,
con tantas gracias que el Eterno se
gustó en darnos, no pueda yo tener un dialogo constante con Él, un diálogo bello, profundo y sincero-.
Y Don Camilo absorto le dijo – Creo saber
qué es lo que te apena compañero, yo suelo pensarlo también. Sientes que son
cortas las palabras, con poca llegada y que dejan a uno con gusto a poco-.
–
Exactamente – sintiéndose comprendido exclamaba Don Ábila- y me apena más aún
la falta de constancia… ¿cómo puede ser que fallemos en hablarle a Aquel que es
amor, a Aquel que por amor vino y por amor murió?
Y así sonaban apenados aquellos gallardos,
cuando el sol comenzaba a despedirse dejando un hermoso tinte colorado en el
cielo. Las montañas de los Andes tuvieron otro aspecto al recibir al sol en sus
espaldas, y las ramas de los arboles recibían los últimos destellos dorados en
sus elevadas copas; el lugar se tornaba algo más oscuro, no tenebroso sino más
acogedor. Una pequeña brisa pasajera provocó que las llamas de la fogata
crecieran y el rostro de los jóvenes brillase. Aquel bello paisaje de pronto
comenzó a consolar a los amigos, por lo que Don Camilo comenzó a puntear y Don
Ábila renovó las brasas de su “pipa árabe”.
En ese momento, sorpresivamente, paseando
con rosario en mano iba orando un humilde y trabajador starets del famoso
Castell del Monte. Era un viejo y arrugado cura, de mano temblorosa y cabellera
canosa, llamado Elvirilacio, famoso por su sencillez y constancia en su deber.
Los gallardos asombrados salieron al camino
a saludar al anciano. Estos aprovecharon para contarles su angustiosa
preocupación. El de sotana sonriendo les respondió con vos consoladora y
paternal: ¡Queridos jóvenes! La oración puede ser bella de muchas maneras,
dicha por grandes tiólogos o por humildes viñateros, por grandes maestros o por
inocentes niños. Pero tiene que ser bien de uno- decía el anciano sin levantar
mucho la mirada- es un diálogo de hijo a Padre.
Y levantado el corvo dedo índice les ordenó:
- ¡Pero queridos jóvenes! Si amamos a alguien, ¿cómo puede ser que no esté
presente en todo nuestro trajinar? Oren con sus palabras, pero oren todos los
días. Se alimentan con comida para el cuerpo todos los días, alimenten su alma
con la oración-.
Sin despedirse continuó la marcha el
anciano, moviendo las cuentas del rosario entre sus callosos dedos. Los dos
amigos quedaron atónitos, habían recibido un simple mensaje, pero profundo al
mismo tiempo.
Se
quedaron un momento en silencio reflexionando y luego retomaron su charla con
alegría, concluyendo que no importa que tan elaboradas sean las palabras, la
sencillez es el modo muchas veces de agradecer, pedir perdón y pedir
intercesión al Padre.
Con otro ánimo el di Benedetto comenzó a
hacer gemir a la prima y llorar a la bordona. Muchas tonadas y recitados
sonaron, entre aquellos como fruto de inspiración se escucharon las siguientes
líneas:
Al Padre de los cielos, en
mis rezos le agradezco
que hermosas hizo las flores, sus capullos y
pétalos
Al Tata Dios bendigo, cuando mirando aquellos
cerros,
veo que majestuosas son sus cimas, sus caminos
y senderos
Gracias le doy al Padre
Eterno, al contemplar el inmenso firmamento,
con sus estrellas pálidas y su luna cual
lucero
Alabado sea su Santo Nombre, que en su amor
imperecedero,
nos dejó a la sin mancha, como máma del cielo
¿Y qué he hecho yo para merecerlo?
¿Cómo le respondo al que
dejó la vida en un madero?
Injusto es mi trato, hombre de barro fui
hecho,
me seduce el mandinga... yo caigo en su juego
Pero Virgencita querida, a tus manos me
encomiendo,
para que guíes mis pasos y me conduzcas al
Cielo…
Continuaron copleando, cuando a la junta se
le sumo Don Calixto Medina, provisto de vino de sus pagos, y Don Virula, bien
provisto como de costumbre de buenos cigarros. Y otra tarde se perdió, donde
los gallardos se desbordaron de charlas, risas, copas y pitadas, mientras las
cuerdas de fondo traían las costumbres del pago en sus cantares…
Don Ábila de la Mancha.
Excelente don Ábila!
ResponderEliminarQué preciosa reflexión sobre la oración, bonito tema para inaugurar su entrada al blog.
Qué bellas descripciones, no sé si forma o no parte usted de dicho grupo, pero me da que los domingueros literarios tienen una sensibilidad fina para la descripción, pues tanto don Calixto, como don Camilo cómo usted, posibilitan en mi que pueda casi tocar los paisajes y momentos que en sus escritos describen.
Le agradezco sus palabras y espero más de usted!
Un abrazo,
E.N.
Estimadísimo Emigrante Nostálgico!
ResponderEliminarLe agradezco el comentario, y me alegra que valore las escasas palabras de este humilde gallardo.
Estoy a la espera de otro de sus Alcoholoquios, con los importantes tópicos que tanto nos hacen reflexionar, y que tan bien desdobla con su ágil pluma.
Un gran abrazo a la distancia.
Don Ábila
Don Ábila de la Mancha, con "B", va hacia Ud. una cálida y contenta bienvenida.
ResponderEliminarEs bueno que Ud. nos aleccione con su sabiduría traída del Oriente, aprendida entre los imponentes cedros del Líbano. Me alegra que un Gallardo más con corazón inquieto y sediento se sume a la barca GSG. Dios lo bendiga por ello y ojalá se dé una vuelta más seguida por estos pagos.
Le dejo mi saludo oriental,
Hilarious.
PS: me da una gran curiosidad le elección de su nombre; espero que este sábado en la estancia de Los Gamos me devele el secreto.
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ResponderEliminarSublime Don Ábila! Desde ya, mi fervorosa bienvenida. Lo felicito por su primer escrito, que tan bien representa tantos hechos de orden cotidianos, en que los gallardos somos cautivados por una sana nostalgia. Por otra parte, cómo olvidar las grandes enseñanzas de San Elvirilacio, cura como los de antaño, que ni un huracán podría impedir que cumpla con su asistencia espiritual. Una aguja en un pajal.
ResponderEliminarLo saluda con buen ánimo,
Don Virula