martes, 15 de agosto de 2017

Heroísmo, santidad y martirio en la actualidad.




"Mientras que la mayoría de los jóvenes de su edad malgastaban en placeres los más fecundos años de su vida, Arturo, educado por los cuidados maternales con miras de más noble ideal, estaba enteramente decidido a dar mejor empleo a los dones que de la providencia había recibido. Alma generosa, indignábase a la sola idea de no tener más mérito que el que dan los títulos y las riquezas, y estaba resuelto a no contentarse con esas frágiles ventajas, que nada añaden, según él se expresaba, al mérito personal. Quería que su vida fuese útil a su país y a la Iglesia, y varias veces le oímos desear la muerte en el campo de batalla, sirviendo una noble causa, como digno objeto de las ansias de un corazón de veinte años."

Una familia de bandidos en 1.793, María de Sainte-Hermine, p. 29.




     Don Hilario de Jesús, gracias al sencillo pero profundo consejo en materia contemplativa de un amigo meditabundo, había aprendido a cerrar los libros que estuviese leyendo cuando las Musas se lo inspiraban; así, liberado de la corriente turbulenta de una lectura fluida y apasionada, podía el Viejo dedicarse a rumiar tranquilamente lo ya leído. Por ello, aunque las inquietantes y conmovedoras Memorias de María de Sainte-Hermine lo habían cautivado de tal forma que no despegaba los ojos de las fogosas letras francesas, su corazón emocionado le susurraba que debía dejar de leer el tremendo libro que sostenía entre sus manos: Una familia de bandidos en 1.793Obediente a los dictados de un corazón a punto de hacer erupción cual volcán del Oeste argentino, cierra el volumen con su tapa épica, y se decide a prender una pipa para cavilar con mayor claridad, mientras el aromático humo del tabaco se impregnaba en cada rincón de su pieza monacal.
     Saludable fue que procediera de esta manera ya que preciosas perlas había recogido de las reflexiones ulteriores a dicha lectura. Todo esto lo guardó en el arcón de su interior y aguardaba la ocasión para compartir con sus amigos Gallardos tales pensamientos de joven insaciable. Y la tertulia no se hizo esperar, ya que ese mismo día a la noche recibía una repentina invitación de Don Rionnes para festejar la amistad y beber unos tubos de vino tinto. Así que el Barbudo, no conteniendo su ansiedad, toma su bolsito pipero de cuero bordó, con la "Peque" y la "Polaca" adentro, y se dirige a destino a la velocidad de un corcel pura raza.
     Así, como quien se estrella a una casa, va a parar Hilario al colorido bar de Don Rionnes. Éste, augurando la precipitación de su amigo, lo esperaba en la reja con una impasibilidad propia de bueyes orientados.
     -Don Rionnes -grita el Barbudo ni bien se bajaba del coche-, ¿cómo le va?
     -Don Hilario -contesta en un tono simple el Cachete-, bien, ¿y usted?
     -¡Pero muy bien!
     -¡Me alegro! ¡Adelante! -Y entran los dos hasta el fondo donde se hallaba la alargada taberna que solía hacer de refugio para los corazones ambiciosos.
     A decir verdad, Hilario era el último de los convocados que arribaba a una reunión ya avanzada, puesto que se podían ver los carozos de aceitunas en los platos y las botellas de vino a la mitad. Sentados en la rectangular mesa de cedro patagónico, hallábanse varios Gallardos con sus respectivas copas en mano. Abubba, Virula, Ojota, Zaqueus, Emigrante, Marqués, Camilo y Calixto componían la velada. Saluda con calma el Viejo a todos sus amigos pues las cavilaciones de la jornada lo habían apaciguado notablemente. Luego toma asiento, arrebata el vino que se hallaba al centro de la tabla, y comienza con un cigarro para humear a sus vecinos -esta costumbre era propia del Barbudo que antes de lanzarse a las pipas se aclimataba con pocos cigarrillos, y estando una vez con las pipas, pasaba de tabacos aromáticos al intenso "latakia" para no abandonarlo hasta terminada la eutrapelia-.
     -Veo que trae en su alforja espiritual una idea ha desenvolver... -Deja escapar el intuitivo Don Virula, mientras que con la mano derecha se acomodaba su desafiante bigotito utilizando el pulgar y el índice.
     -Usté tá engualichao, compadre -le responde de súbito Hilario sacándose apenas el cigarro de la boca-, pero tiene razón. Necesito comunicarles mis eufóricas reflexiones de esta tarde.
     -¿Le sirvo más para que luego no se detenga durante la marcha? -preguntaba el atento Calixto con el botellón al ristre.
     -¡Por favor! -contesta con la copa extendida el Viejo, y al contemplar cómo la cascadita colorada copaba su cristal, íbase disponiendo con agilidad para desenvainar sus desvelos; desvelos de su siesta ritual. Y bebiendo sólo un sorbo para humedecer el gargero, empieza:- Resulta que este libro me ha dado de qué pensar, che -y golpea con violencia el libraco Una familia de bandidos que había apoyado sobre la mesa, y cierra la exclamación:-, como suelen hacer los buenos libros. También mucho que rezar, como saben hacer los escritos genuinamente católicos. Como sea, se los recomiendo vivamente -completa la frase cortando en seco.
-Perooo..., ¿no veo dónde está el tema ha desarrollar o el resumen de sus reflexiones diurnas? -interroga el Marqués de Godoy que por breves instantes estaba presente en la reunión y por otros momentos era raptado en su imaginación hacia lejanas tierras.
     -¡Cierto, Flaco! -exclama Hilario como volviendo en sí, y pensativo, se preguntaba:- ¿Cómo se puede sostener en alto el espíritu heroico y noble si la sociedad en la que vivimos no nos pone a punto? O dicho de otro modo, ¿cómo saber uno si la Fe que se posee es tal como para estar dispuesto a derramar la sangre por la Religión, si nada en nuestro mundo nos provoca furiosamente o nos pone a prueba violentamente?
     Ahora si que se empezaba a generar en la sala un ethos que sacudía a todos de la apática tranquilidad con que habían llegado aquella noche. Este disparo había provocado las más diversas reacciones. Unos rápidamente sacaban un cigarrillo de sus cajitas; otros actualizaban sus propios "tics" como acariciarse la pera vellosa o meterse el dedo en la oreja; otros tantos se preparaban un buen "ferné"; y todos, sin exclusión, trataban de hallar una respuesta convincente que brotase del cerebro o del pecho inflamado. Fue el Emigrante, que dejando pasar unos necesarios segundos, vuelve hacer rodar la bola:
     -Interesante cuestionamiento, compadre, no obstante me da curiosidad el saber cómo ha arribado a semejante conclusión.
     -Bien... -continúa Hilario:- Resulta que estos relatos basados en hechos reales me conmovieron hondamente. Y fruto de esa conmoción, exteriorizada en lágrimas (¡no les miento!), fue que yo mismo me hacía estas preguntas que les hice recién. Estos vandeanos, como miles y miles de cristianos más, han vivido bajo el Terror del Príncipe de este mundo, que en su época se llamó "Revolución francesa". ¿Cómo es que ellos pudieron vivir a la altura de las circunstancias; cómo es que ellos mantuvieron el espíritu altivo impregnado de la más profunda caridad evangélica; de dónde les vino la fuerza, no sólo para combatir al enemigo brutal, sino para perdonarlo con magnanimidad? ¡Cuántos ejemplos tenemos así; cuántas vidas de mártires y de héroes han pasado por nuestra historia! Sin embargo, el corazón permanece en la más burguesa mezquindad... -senteció el Viejo con un semblante apesadumbrado.
     Todos los caballeros presentes se miraban entre sí con sus rostros lleno de perplejidad. En la mirada de cada uno se leía una cierta incomodidad en el tópico tratado. También comprendieron que lo que traía Hilario, aquella noche, era verdaderamente una bomba. Esta vez fue otro, Don Camilo, el que removía las aguas quietas:
     -Oiga, ch´amigo, no se me vaya a desanimar de esa forma que no es esa la cura -y con un ingenuo optimismo, avanza cándidamente el menor de Los Gamos-. Se me hace que a todos aquí nos pasa lo que usted Hilario nos cuenta; cuando nos enteramos de historias heroicas que nos incendian el alma, nos ahogamos en preguntas, inquietudes, dilemas... Creemos alcanzar una respuesta, por ejemplo sobre el martirio, y sin embargo se nos es ido aquel pensamiento al volver a los quehaceres. Por momentos brilla la luz en nuestro cuarto y un gozo indescriptible nos invade, mas muy pronto todo eso desaparece y la tristeza de una vida sin sobresaltos nos espanta y entristece...
     En esto se mete el Emigrante que ya era puras llamas en sus adentros:
     -Discúlpeme, buen Camilo, pero estoy deseoso de aportar algo más que puede ser útil. -Y apagando su quinto purito "Al Capone" sobre el cenicero con forma de mate enorme, arroja con aplomo:- Bien ha descrito Camilo la naturaleza de estos fenómenos, ordinarios en lectores asiduos y apasionados. Ya es un buen signo que esto nos suceda al leer novelas ejemplares o relatos edificantes, y no es menos feliz que los libros que se escogan a la sazón sean buenos y católicos. Otro día, en verdad, podríamos discutir sobre qué libro es bueno o no, y cuál es católico o no. Pero en este caso hagamos la salvedad, y, por supuesto, confiemos en que el libro que nos propone Hilario para una lectura deleitosa y provechosa sea tal cosa, y no un bodrio interminable. Habiendo aclarado esto, considero que la clave está en leer con animosidad el texto de turno pero sin que las reflexiones seguidas a la lectura estén manipuladas con sentimientos polarizados. Ejemplo: si me he involucrado demasiado con la traición de un justo cualquiera, corro el riesgo de extraer dicha historia de las letras muertas y proyectarla sobre el mundo real que me circunda; entonces me quedo con que todos son traidores o con que no quedan justos sobre la tierra  o cualquier otra idea disparatada. Se debe aprender a sumergirse en los geniales escritos, pero luego saber salir y quedar seco, digamos, dispuesto para un análisis desafectado. -El Emigrante volaba con celeridad y costaba un tantico seguirle en zaga.
     -Veo a dónde va y de dónde viene... -agrega con cierta agudeza el Starets que dejaba con pericia una brasa sobre el aluminio agujereado que coronaba su cachimba compañera; y sigue diciendo:- Paréceme un arte este de entrar por un libro a otros tiempos gloriosos y volver del mismo sin conflicto que nos aguarde. Más difícil aún es rememorar las exploraciones hechas en aquel tiempo de otro tiempo y lograr sustraer argumentos que nos iluminen el porvenir. ¡Ay, si tan sólo nos ejercitásemos más en esto que venimos trayendo a cuento, tal vez nuestros espíritus planearían en alturas insospechadas! Sea ésta, tan sólo una manera entre varias, de alimentar y conservar el espíritu noble y los magnánimos sentimientos; incluido ese grandísimo ánimo de querer ofrendar la vida por los altos ideales y bendecir a los que nos persiguen. -Así finaliza su discurso Dom Abubba para seguir entrándole al arguile oriental.
     -Ahora cobra más sentido la frase de la Señorita Prim, aquella que "los libros que uno lee te van configurando". -Acota un silencioso Ojota que tenía la bella costumbre de escuchar más y hablar menos cuando se trataban temas serios.
     -Sí, buena mención Morocho... -comentaba el no menos silencioso Zaqueus que oía todo con suma atención, tanto que se le ocurre adivinar el quid de la cuestión, explicando:- Sin embargo, no creo que el tema neurálgico que plantea Hilario se resuelva a pura lectura inteligente de grandes joyas de la literatura. ¡No! ¡Somos cristianos, primero (nos aleccionaría el Pálido Letón)! Por ello, el remedio a estos males de la apatía al heroísmo, la falta de cultivo de la magnanimidad, la ausencia de pasión por la virtud, la no atracción por los testimonios de santidad y el nulo deseo ardiente de martirio, se halla en la oración. Claro que todo lo anterior ayuda pero no es lo central. Es sólo en la oración donde uno alimenta el arrojo y la esperanza. Es sólo en la oración donde el espíritu se agranda, la nobleza de ánimo despunta y la fortaleza se ensancha. Porque es el Dios de los Ejércitos quien nos transmite este valor, quien nos regala la gracia del martirio y quien nos lleva a los Lugares Altos. -Así hablaba el de La Guerma, y cuando éste abría la boca, no cabía el estar distraído, puesto que lo que decía ya lo había procesado en el abismo de su alma.
Hacía mucho tiempo que los Gallardos no conversaban en torno a un tema tan interesante y tan necesario para jóvenes cristianos. Más de uno, si es que no todos, era imperiosamente interpelado con dicho problema. Con todo, aún no llegaba el momento del silencio para darse a meditaciones individuales. Había más miga en el sanguche; más jugo en la naranja.
     -Permítaseme -completaba Hilario la idea del último interlocutor-, a propósito de lo que acaba de agregar el Chacrista con gran tino, leerles sólo un párrafo de los muchos que abundan en el libro comentado acerca de la oración -y sacando los anteojos que llevaba en su chaqueta, comienza a leer el Viejo con voz emotiva-:

"Os refiero estas cosas a fin de que entendáis que Dios, a proporción de las pruebas, concede sus auxilios. Por tanto, no hay que dejarse dominar por el temor ni perder la confianza al venir la persecución. Allí estará la gracia, en el momento oportuno, dispuesta a hacernos posible lo que parece imposible a la naturaleza; es a saber: las confiscaciones, la prisión y hasta la muerte más cruel. Lo que debemos hacer, al amenazarnos cualquier peligro, es preparar nuestro corazón con una vida pura y acudiendo frecuentemente a la oración -y con lentitud, termina de leer el párrafo, para darle realce a la frase final:- LOS QUE BIEN ORAN, JAMÁS SERÁN APÓSTATAS."

     Don Hilario deja el libro otra vez en la mesa y se saca los lentes para guardarlos en su minúsculo bolsillo. Todos deseaban huir a sus celdas para orar y para gritarle al Señor como los Apóstoles: ¡Auméntanos la Fe! Es que tal vez, y sólo tal vez, la raíz de la enfermedad era una vez más ésta de la falta de Fe. Tanto los vandeanos, como los mártires de todos los tiempos y lugares, creían con una fuerza tal que los lanzaba a las más osadas acciones que jamás ser humano haya alguna vez contemplado. Un Poeta diría: "la fe les quemaba el acento" y por eso morían gritando viva Cristo Rey.
     -Bello y luminoso es lo que nos comparte -oíase de las penumbras a un Virula envuelto en humo-, bello es... Tuve la dicha de leer tal libro tiempo ha, y puedo vociferar como lo hace el Viejo: ¡tremendo! Y es muy cierto que la autora, testigo primero de todo lo que relata, inunda el libro de una robusta piedad cristiana. Casi que a uno no se le debe ni puede escapar la luz sobrenatural que esplende a cada vuelta de hoja de ese bendito libro. Yo me quedo, a pesar de todo, con la exquisita y extrema misericordia de Genoveva que perdonaba a sus enemigos y se jugaba enteramente la vida con tal de arrebatarle al Enemigo unas cuantas almas para el Cielo a través del amor y de la bondad. Quizá sea la compasión la nota más característica (y menos percibida) en el hidalgo, en el caballero cristiano. Pero bueno, deben leer el libro para saber quién es la hermosa Genoveva -Finaliza ahora el mayor de Los Gamos que, al parecer, estaba completamente concentrado en la plática alada.
     -¡Perdón! -intercepta un impetuoso aunque observador Calixto-. Pero ocurre que podemos estar cayendo en una irrealidad si no hacemos notar urgentemente que la realidad que hoy nos toca, no difiera tanto de la de antaño en La Vendeé. ¿A qué voy con esto? Que podríamos pensar, de algún modo, que aquellos vandeanos eran afortunados al poder expresar su Fe hasta el extremo, derramando la sangre, ya que eran perseguidos con la guillotina o con la pólvora del Anticristo. Mas, acaso, ¿no somos nosotros también perseguidos en el siglo oscuro que nos cierne? ¿Acaso es sencillo en la actualidad conservar la Fe y dar testomonio de Ella sin miramientos? Y, ¡atención!, hoy día se nos persigue desde afuera y... -bajando un poco la voz, agrega:- desde adentro.
     -¡Buen punto, Medina! -vuelve a arremeter un pensativo Emigrante- Pero válgame discernir lo siguiente. Lo que usted nos cuestiona es verdad y tiene razón: corremos el gran peligro de lamentarnos de que nuestra Fe es tibia y nuestro corazón es apocado al compararnos con los bienaventurados mártires de ayer. Pero esto que hacemos es bueno ya que nos lleva, no al desánimo y a la inacción, sino a buscar los problemas y a encontrar una solución; cosa que, desde luego, hemos venido haciendo. Mas, sin embargo, su oportuna objeción me da pie, nos da pie, para vislumbrar que la persecución que sufren los cristianos hoy es mucho peor por la escalofriante eficacia de las camufladas guillotinas que utiliza el Malo y sus secuaces para apagar la Fe de los corazones creyentes y erradicar sin ruido las huellas de Cristo sobre la faz de la tierra. Eso respecto a los ataques exteriores. Y con relación al ataque desde adentro que usted se anima a mencionar, también es algo grande a considerar. Antaño los traidores eran pocos y siempre se los agarraba con las manos en la maza. Hoy?... -y meneando la cabeza el enfurecido Nostálgico, remata:- Los traidores nos dirigen. El combate, muchachos, ya no es a cara descubierta, y por eso se necesita de más inteligencia y de mayor audacia.
     -¡Comparto! -estima nuevamente el De Godoy- Y por eso soy de la idea que estas tertulias son impostergables. Ya vimos varios remedios contra el peligro del aburguesamiento entre nuestras filas. Éste es uno más a tener bien en cuenta y que no deberíamos relegar al olvido. Díganme, ¿quién no sale iluminado y reconfortado de estos encuentros amicales? ¿Quién es el que se aburre, prefiriendo mantener una conversación chata y vana durante toda la noche? No digo que no debamos distendernos con alguna que otra chanza o tema de diversión. Sin embargo, ojo con la inclinación continua al jolgorio cuando nos juntamos; máxime cuando el grupo es grande.
     -¡Es tal cual como dice el Largo! -habla por fin un callado Rionnes que estaba contento de que se generaran semejantes charlas en su aposento- El problema del número en las juntadas no es menor y debemos atenderlo si no queremos vernos forzados a ser siempre selectos en las invitaciones. Por supuesto, sin negar que esto de invitar a veces, a algunos, y otras, a otros, sea algo malo o insano. Todo lo contrario. Pero sí sería lo ideal, lo apetecible, que todo el grupo entero participase animosa y activamente de un tema serio, profundo y elevado. La clave para mí está en saber moverse entre "el mundo de lo Serio" y el mundo, digamos, del chiste fácil. Que los que disfrutan de la joda perpetua sepan adaptarse al debate sano y necesario. Y que los gravosos discutidores aprendan de recrearse con buen humor entre bromas y chapuceos... pero ya me fui mucho del tema y sospecho que ya llegó la hora de recluirse en vuestras celdas. -Se levanta Don Rionnes, no sin severo esfuerzo, para atizar un poco el fuego de su chimenea que comenzaba a languidecer.
    Ésta era la señal para que todos se fueran marchando de la taberna cantando bajito. Aunque, en la verdad de las cosas, nunca acontecía aquello ya que siempre se quedaban dos o tres Gallardos liquidando los pocos "culitos" de vinos que quedaban estancados en las botellas y conversando en una atmósfera de intimidad mucho más agradable.


3 comentarios:

  1. Estimado Hilario,

    Grande fue mi sorpresa al leer el contenido del texto, pues ese tema había estado en mis pensamos algunas horas antes de su publicación.

    Creo del comentario de Calixto, que es cierto que aún hoy estamos expuestos a peligros exteriores o interiores, pero ninguno conlleva el inminente final de un mártir. Es por eso, pienso rápidamente, que nos damos el lujo de ceder ante estos que nos acechan, pues ante una amenaza como las de antes, desconozco qué dará más miedo, si la muerte misma o flaquear en nuestra fe. Pues esa, en caso de que elijamos bien, sería la última decisión que tomemos, como podría serlo cualquiera de las que tomamos todos los días, pero, neciamente, no es considerado.

    Sin embargo, releyendo mi comentario, llego a pensar que quizás el coludo ha logrado en mí, desestimar el peligro que él trae y así entonces me dé más temor un hombre con una espada una vez, que el mismo diablo matando de a poco sutilmente todos los días.

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  2. Carísimo don Hilario,

    No sé sinceramente qué decir en este comentario, pero sentía la necesidad de escribirlo. No sé qué decir, no porque no tenga nada que decir, sino porque conforme iba leyendo su escrito se me iban ocurriendo matices que agregar o aclaraciones que hacer, pero siempre se me adelantaba ese impertinente Emigrante.

    Con esto quiero decirle que, además de transportarme mágicamente a los sucesos por su exquisita forma de redactar, me he transportado sobre todo porque ha adivinado en cada momento lo que hubiera dicho, y me ha dejado con la boca abierta.

    En cuanto al contenido de su escrito, me ha parecido muy actual y oportuno. Es cierto que estamos medio-adormecidos porque no vemos de frente al enemigo. Este enemigo carece totalmente de nobleza, es un enemigo sibilino y tramposo. Y eso nos va minando, pues no estamos en guardia como debiéramos. Por esto, muchos dicen que preferirían vivir en una sociedad comunista que en una liberal, porque al menos el comunista va frontalmente contra el católico.

    Pero a pesar de la añadida dificultad que esto supone para el combate contra el enemigo, no debemos escudarnos en excusas cobardonas, ¡no caigamos ahí! Para no hacerlo están los Gallardos, que se dedican a inflamar el corazón en amor a Cristo, y eso conlleva necesariamente un igual inflamado odio hacia el mal. Y, con estos escritos como el suyo, también algunos Gallardos se dedican a quitar la máscara al enemigo, y alumbrarlo y señalarlo con linternas para que todos lo vean en la oscuridad actual.

    Sin más, le agradezco este escrito tan profundo y cierto, y enlazando con una publicación de las últimas, "no nos dejemos estar durmiendo".

    Un fuerte abrazo viril,

    E.N.

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  3. Carisimo Hilario, por fin detuve el reloj y dedique el tiempo necesario para leer tan grandioso texto.

    Es cierto, como usted dice, el martirio que sufrimos hoy en occidente, me animaria a decir que es mas peligroso que el de los siglos anteriores. Ya que antiguamente y actualmente en oriente mataban el cuerpo a causa de la Fe, en nuestra miserable sociedad lo que buscan matarnos es el alma...¿como? se preguntaran algunos. Bueno, basta con mirar un cartel en la calle o prender 5 minutos el televisor.

    Le dejo un abrazo grande y recuerde que "si quiere venir el enemigo, que venga, le presentaremos batalla".

    Don Rionnes.

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