Érase una vez un
Cuervo que sobrevolaba las montañas y colinas de la región. Cavilaba en su
interior, desilusionado y herido por una pena sin fin. Pero, ¿qué pena era esa
que taladraba su espíritu? Sería acaso la tristeza de su continua soledad? O
tal vez su monótona vida, llena de rutinas y costumbres siempre fijas e
inamovibles?
Sea como fuere,
el cuervo seguía con su cabeza hundida mientras planeaba sobre el río seco. Se
posó de pronto en la rama de un árbol cercano, que gracias a su completa
desnudez, ofrecía un amplio y cómodo refugio para las aves del cielo. La estepa
desértica no recordaba para nada a lo que alguna vez la quebrada del Cuervo
supo ser. Los colores lúgubres del gris de los bosques y el blancuzco del cielo
sellaban el desolador paisaje. Ni siquiera los cerros se liberaban de aquel
azote de frialdad. Con sus cauces sedientos y su ausencia de nieve en las
cumbres, parecían más bien la guarida de algún animal terrible y salvaje.
Una lágrima
brotó en los ojos del cuervo, y enderezando su cuerpo y mirando al vacío,
entonó este canto:
Adonde
has ido, hermosura tan nueva y tan antigua,
Que
me has dejado huérfano en la niebla y la fatiga
Adonde
has ido, mi luz y mi alegría,
Que
me azota el dolor y la agonía
Si no
has de volver algún día,
Pues
al menos que deje de esperarte,
Porque
más duele en vano morir en vida
Que
para siempre, morir en un instante
Y abriendo sus alas negras
azabache, emprendió un largo viaje hacia el lado de las llanuras, tan temidas
por estos pájaros, acostumbrados al relieve cordillerano. Alejándose de la
quebrada, ya a unos cientos de metros, giró el cuervo su cuello y vio cómo se
ponía el sol sobre las colinas de su hogar. Permaneció impávido en su vuelo,
aún ante tan sublime escenario.
Sabe Dios cuanto voló el cuervo. No
sabemos si por días, semanas, o meses. Cuando tenía sueño, bajaba a dormir en
algún rincón escondido; cuando tenía hambre se alimentaba de lo que encontrara
en el camino. No tenía pensado frenar en ningún momento, pero un día, una
bandada de palomas se cruzó en su camino, sufriendo el cuervo muchos golpes en
su pecho y en sus alas. Mientras caía desde gran altura, comenzó a
desvanecerse. El último recuerdo que tuvo fue chocar contra el tronco de un
inmenso ombú y caer al suelo.
Abriendo mareado los ojos, se
encontró con una mirada risueña de una canaria que lo miraba detenidamente,
apoyada en su pecho. Pegando un alarido “chaja, chaja”, el cuervo se levantó
rápidamente, forzando a la canaria a volar hasta una rama del magnífico ombú.
-¿Se puede saber qué hacías?-
inquirió bruscamente el cuervo.
-Lo mismo iba a preguntarte. Has
entrado a mis dominios sin pedir permiso- contestó con suficiencia la canaria.
-Emm, yo…eso no viene al caso! No
tenías porqué asustarme de ese modo.-
La canaria, mirándolo fijamente,
dijo:
-Tienes importantes heridas en tus
alas. También tu pecho necesita de tratamiento inmediato, así que te llevaremos
a mi casa-.
A regañadientes, el cuervo aceptó,
dado que su mismo cuerpo le advertía que ni remotamente podía continuar el
viaje en ese estado. Acompañado por la
canaria, emprendieron lentamente el camino hacia el nido de la misma.
Al parecer, el ombú ya mencionado no era el
único de aquel paraje. Otros dos se alzaban en medio de un gran bosque a la
vista del cuervo. Era un gran espectáculo discurrir por aquellos caminos
escondidos de la luz del sol, salvo por algunos rayos que se filtraban entre
las copas de los árboles. El silencio que reinaba en aquel lugar era
ensordecedor para el de negras plumas; la atmósfera que reinaba en ese sitio
tenía algo distinto a cualquier lugar que nuestro cuervo conociera.
-Llegamos-, dijo de pronto la canaria,
señalando con su ala derecha un nido de barro muy grande que apoyaba en una
gran rama de álamo. –Mira, allí vienen mi hermana, junto con su marido y sus
polluelos.-
Como terminó de decir estas
palabras, dos aves grandes y otras dos muy pequeñas planearon sobre otra rama
del álamo y se detuvieron allí.
-Hola! Soy la canaria mayor-dijo
entonces la hembra recién llegada.-Este es mi marido, el pájaro carpintero.-
Este último hizo un ademán de
saludo con su pico y el cuervo lo devolvió secamente. Al ingresar en el nido,
empezaron a aparecer muchos canarios-al menos 7 más, según contó el cuervo-. La
canaria contó con detalle la historia de porqué el, el cuervo, había terminado
en sus territorios. El cuervo la observaba hablar; no había duda que la canaria
estaba dotada de gran hermosura: sus alas bien cuidadas, su pico negro, y sus
redondos ojos conformaban una figura deslumbrante que el cuervo no había
apreciado a primera vista.
El que parecía ser el jefe de la familia, un
canario con los dedos de sus patas sumamente gruesos, inmediatamente guió al
cuervo hacia un pequeño lecho de ramas y le indicó que allí descansara un rato,
hasta que consiguieran las vendas necesarias para curarle las heridas.
Nuestro amigo cerró los ojos,
acomodose en el lecho de ramas, y se quedó profundamente dormido. Cuando abrió
los ojos, ya caía la tarde y el bosque comenzaba a despertar con el canto de
todas las aves que lo poblaban. En una rama cercana, la canaria buscaba algo
para comer:
-Ya era hora que te levantaras! Han
pasado cuatro horas desde que te acostaste. Puedes ayudarme a recolectar
algunas bayas.
El cuervo, ruborizándose un poco,
contestó:
-No sabía que había pasado tanto
tiempo. Déjame ayudarte, por supuesto-.
Y comenzaron a buscar alimento
juntos. La conversación fue surgiendo con naturalidad y esa tarde, la canaria y
el cuervo se hicieron buenos amigos. Al finalizar el día, el cuervo, que estaba
contando su historia, concluyó diciendo:
-Así que desde hace ya varios años
vivo solo y triste en mi quebrada. No encuentro en las cosas que me rodean algo
que me de paz y tranquilidad. Disculpa si he abierto demasiado mi alma ante ti,
pero pienso que puedes entenderme.-
La canaria, esbozando una sonrisa,
hundió sus redondos ojos en los del cuervo y dijo:
-Es triste lo que te sucede. El
ansia de felicidad lo lleva cada ser viviente en lo más íntimo de su corazón y
es lógico que la busque a su alrededor. Las cosas que nos rodean, sin
embargo, pierden la novedad, y como dice
el refrán, la costumbre genera desprecio. Por eso cada tanto me gusta irme de
estos dominios durante algunos días, para poder extrañarlos y volverme a
sorprender de su belleza.
Asombrado por la profunda reflexión
de la canaria, el cuervo exclamó:
-Vaya sabiduría la tuya! Sin
embargo, falta en mi vida algo más para hacerla feliz que la hermosura de mi
quebrada. Los cuervos somos aves solitarias y debiéramos estar a gusto como
tales, pero sinceramente no me encuentro satisfecho con lo estanco de mis días,
y lo gris de mi rutina ha llegado a entristecerme. –
-Pues entonces has venido al lugar
indicado. Somos muchos aquí y estarás de lo más cómodo. De todos modos debes
quedarte al menos una semana para que se sanen tus alas y puedas emprender el
regreso.
La familia de la canaria era de lo
más generosa. Siempre había excelente comida y el cuervo fue recibido de la
mejor manera. Los días fueron pasando y la amistad con la canaria, creciendo.
El último día, el pájaro carpintero, que venía siguiéndolos de cerca, llamó al
cuervo para hablar con él:
-Se ve que has entablado una buena
relación con la canaria menor. Ella parece estar muy pendiente de ti, por
cierto. ¿Qué dices acerca de esto?
El cuervo, sin atemorizarse por lo
extraño de la situación, respondió:
-La pequeña canaria es muy amigable
conmigo, es cierto. Tiene una gran generosidad y me hace divertir mucho, lo
cual es una tarea difícil. Me parece una gran ave.-
El pájaro carpintero, arrimándose
un poco al cuervo, adoptó un tono entre sugerente y amenazador:
-Me parece muy bien lo que dices,
más debo aclararte algo. Ella viene de sufrir mucho una relación con un pájaro
de estos lugares. Aunque por fuera no lo parezca, por dentro está lastimada y
está recuperándose. Por eso te pido que tengas mucho cuidado con ella; si estás
pensando en algo serio que pueda surgir de su amistad, te pido que te
comprometas y la cuides. Si no vas a hacer eso, prefiero que te alejes cuanto
antes y no que luego la hagas pasar por otro dolor.-
El cuervo, sorprendido por la
sinceridad del pájaro carpintero y por el hecho de que fuera él y no alguien de
la familia el que le dijera esas palabras, tardó unos momentos en contestar:
-Entiendo perfectamente lo que
dices; procuraré, en caso de que algún día se dé algo más que esta amistad,
cuidarla con mi vida y hacerla feliz siempre.-
El pájaro carpintero, inclinando su
cabeza en gesto de aprobación, se despidió y emprendió el vuelo hacia su
cercano hogar.
El día en que el cuervo debía
regresar a su quebrada, salió a dar un último paseo con la canaria. No dijeron
nada mientras volaban por largo rato. Entonces la canaria rompió el silencio,
para sorpresa del cuervo, con un magnifico canto:
No es
azar lo que te trajo aquí
Es
buscar lo que te falta a ti
Que a
la casualidad la alabe el necio
Que a
la fortuna la esgrima el tonto
Nosotros
debemos poner acento
En
luchar por esto a cualquier precio.
Y así como así, el cuervo y la
canaria se despidieron con una tierna mirada en algún cielo cercano a los
bosques. Mientras se alejaba, el de negras alas volvió su vista atrás,
contemplando muy contento, como la canaria flotaba en su lugar mientras lo
seguía con la mirada.
El camino de regreso fue muy
agradable. El cuervo retornó cantando y riéndose solo, recordando su estancia
en territorios canarios. Cuando ya estaba llegando a la quebrada, cercano al atardecer,
pudo observar como el sol se ocultaba tras los montes. Quedó detenido el
cuervo, observando el majestuoso espectáculo que yacía frente a sus ojos.
Al terminar el mismo, y ya llegando
a su hogar, el cuervo frenó en seco su vuelo, atónito. Los bosques habían
reflorecido, el rio que supo ser seco era ahora una abundante corriente que se
trasladaba en silenciosa armonía; las cumbres de las montañas, nevadas, de un
color blanco inmaculado. La primavera había llegado.
El cuervo dejó caer una lágrima de
dicha en el suelo. ¿Qué había sucedido, que tanto había cambiado? Lo que había
sucedido es que el cuervo había recuperado el asombro.
Oh Cuervo! Sus letras han calado en lo mas profundo de mi sentir. Prefiero no extenderme en el comentario y contemplar una y otra vez esta esperanzadora historia.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte. Don Rionnes.
Estimado Marqués de Godoy, también conocido como Ave Cuervo, me ha dejado profundamente asombrado.
ResponderEliminarEs cierto que lo bueno se hace esperar y su demorada aparición así lo testifica. Alza en vuelo su plumaje negro por estas latitudes con un agilidad y un encanto singulares. Ha sabido captar toda la atención de un lector fascinado por relatos bellos y veros. Ha sabido expresar con frescura y lirismo una experiencia pletórica de dicha en su vida. Entonces debo alegrarme por tres razones. 1) Por su conversión; vaya si esto no es motivo de festejo y de contento por parte de todos sus amigos o "Aves del Oeste". 2) Por su estreno en la bitácora que tanto anhelábamos -ojalá no nos deje sin más-. 3) Por su pluma brillante de cuervo planeador.
Y siguiendo la historia del relato, espero que ese Cuervo y esa Canaria se vuelvan a encontrar en algún otro paraje pero ya para no volverse a separar jamás.
¡Que viva el amor de los vientos! ¡Que vivan los quesos y la Comarca del Este!
Con mi pluma y mi plumaje lo saluda,
Hilarious, el Tero Néptico.
Estimado Marqués:
ResponderEliminar¡Un verdadero espectáculo!... Así, tanto su relato como el escenario que generó en mi imaginación con lujo detalle gracias a su magnífica descripción. Realmente ud. hizo volar con alas sanas un planear profundo y sereno por los misterios más recónditos de los bosques de nuestros pensamientos y de nuestras vidas.
El asombro, tan presente en nuestro cavilar cotidiano no debe perderse jamás, como bien usted explicó. Mas una vez perdido, solo unas alas de providencia "venidas del Cielo" nos pueden hacer remontar el vuelo como su generosa canaria. Y como bien dijo don Rionnes en uno de sus escritos, no debemos desesperar ante la caída y las heridas. No deseo extenderme pues su cuento es tan claro y preciso que cualquier agregado en un comentario queda de más. Sin mucho más le digo que me ha sido de gran agrado todo: su relato, sus poesías y sus símbolos.
Le agradezco enormemente su entrada, surca por alturas muy altas. Le mando un abrazo grande,
Don Camilo, el Zorzal Cantarino