En una tarde de verano, se
encontraba el Maleante con su gran amigo Oscuro, contemplando la caída de la
tarde, la cual, los sorprendía en una suerte de duda inquietante. Inquietante
en el sentido más estricto de la palabra, debido a que al Oscuro le habían
llegado relatos de travesías, en extremo peligrosas, que llevaba a cabo el
individuo que tenía sentado, a su lado, estupefacto, contemplando la caída del
sol.
-¿No
siente miedo? – irrumpió con firmeza el morocho.
-Ciertamente,
muchas veces lo tengo, ciertamente… – respondió el otro con tono preocupado,
pero como quien no encuentra salida a
semejante situación.
Los dos contemplaban, absortos, el
atardecer. Los rodeaba un miedo gigantesco, a querer perturbar tal escena, que
se les mostraba imponente.
El
Negro mirando a su amigo y recordando ese extracto, salido de boca del apóstol,
reflexionó. “Más el mal que no quiero, ese hago” y decidió callar.
-Pero
¿qué se puede hacer? – comentaba el malhechor, en un arrebato de
arrepentimiento.
-Por
lo pronto, no quedarse sin aliento. El quedarse sin aliento es lo que quiere
esta gente perversa, a la cual usted está sometido –exclamó en una suerte de
queja, como quien escupe un improperio.
-¡No
se deje vencer! - dijo en un tono enojado el mismo muchacho que segundos antes
pedía por su insistencia.
El Maleante, contemplaba a su
amigo. Sabía que tenía razón, pero los gustos que habían llegado a deleitar en
tales suburbios, lo habían dejado en tal posición que ya no tenía la voluntad
de responder. El muchacho se encontraba arrepentido, en su interior, no en sus
obras. La sensación, en su persona, era estrepitosa. Analizó su vida, en tan
solo unos segundos y llegó a su cabeza la única certeza de su vida… “VIVO
SUJETO A UNA VIDA SIN EMOCIONES”.
-Triste
momento padece, compadre. Por ahora solo contemple, la Verdad reposa en ese
ocaso del Sol- pronunció con profunda serenidad el Oscuro, mientras una lágrima
brotaba de sus ojos.
En
ese instante el muchacho, que había contemplado los confines del mal,
desvaneció ante la imagen que contemplaban sus ojos, y el Genio, eternamente
resplandeciente, potente y verdadero, lo había aplastado con su certeza.
Todo
lo que no había visto hasta aquel día sino solo en personas santas, que se
ocultaba en la mentira de su vida, que presentía y temía, todo eso, brillaba
ante su cara necia, que no quería reconocer como la Luz es luz y las tinieblas
son tinieblas.
La
saeta lo había traspasado y fue mortal. El golpe fue mortal. Quería escapar,
pero no tenía dónde.
Finalmente,
encandilado ante tremenda luz, exclamó empapado en un mar de lágrimas ante su
amigo:
-¡Gracias
por saber callar en momento tan oportuno!
Su
compañero lo miró y tiró una sonrisa un tanto picaresca y le dijo en tono
apacible:
-Este
momento es digno de un vino- con la intención de que su amigo empezara a
deleitar cosas dignas.
En
ese instante, los muchachos se levantaron y fueron en búsqueda de un lugar
donde pudieran retozar, para que el ladrón probara por primera vez tal elixir.
El Maleante Arrepentido
Don Maleante, creo que ésta es su primer intervención en el blog, de ser así: Bienvenido! Caso contrario sólo soy un inútil que le da la bienvenida a un viejolobo.
ResponderEliminar"Hay gran fiesta en el cielo cuando un pecador se arrepiente". Debo decirle que tiene una pluma muy minuciosa y espléndida! Espero que siga y siga y siga escribiendo.
Respecto al tema en cuestión, me pareció tan cierto, ¿cuántas veces hemos estado en semejante situación?
Más aún, la misericordia de Dios es justamente eso, amar nuestras miserias.
Gracias por tan bella reflexión y un abrazo grande!
Don Calixto
Estimado Maleante,
ResponderEliminarle doy cordialmente la bienvenida aunque yo no sea nadie para hacerlo.
Dicen por ahí que "nunca es tarde para arrepentirse" cuando se habla de pedir perdón al Señor; no olvide esa frase que dice "el hombre no se cansa de ofender a Dios, y Él no se cansa de perdonarlo"... Pues entonces, ¡¡¡ánimo!!! ¡Que de Maleantes arrepentidos está lleno el Reino de los Cielos!
Le mando un gran abrazo,
Don Camilo di Benedetto