A fines de diciembre del segundo milenio se podía
ver a Don Alcandora, de la dinastía Tuk, en sus aposentos escondidos en las
viejas montañas del oeste. Los días pasaban y este pequeño travieso no
conseguía salir de su apretado agujero o mejor dicho del verde y rocoso Valle
que lo rodeaba, ya que a veces rondaba por ahí con amigos bebiendo y fumando
sus clásicos "armaditus". Pero nunca lograba explorar nuevas tierras.
.
En una tarde templada y serena decidió trepar hasta la cima de la conocida montaña arquera, de la cual se podía vislumbrar los límites del Valle y las rutas que se apartaban del mismo. Llegado a la cumbre se sentó sobre la roca alta, encendió su vieja y longeva pipa y descorchó un "viejito”, con un pup que retumbó en toda la quebrada, mientras meditaba en aquellas viejas rutas y pensaba hacia dónde se dirigían.
En una tarde templada y serena decidió trepar hasta la cima de la conocida montaña arquera, de la cual se podía vislumbrar los límites del Valle y las rutas que se apartaban del mismo. Llegado a la cumbre se sentó sobre la roca alta, encendió su vieja y longeva pipa y descorchó un "viejito”, con un pup que retumbó en toda la quebrada, mientras meditaba en aquellas viejas rutas y pensaba hacia dónde se dirigían.
Fue en ese momento que detuvo la mirada en la vía "cafuel", la que va rumbo al este. No por la ruta en sí, sino por lo que había en ella. Se podía distinguir una cantidad aproximada de cien caballos, todos amarrados a un sólo carro de color rojizo, lo que causó una intriga en el corazón del travieso Tuk. Se preguntaba quién necesitaría tal cantidad de cuadrúpedos para arrastrar tan sólo un carro que no parecía ser tan pesado. Miles y miles de ideas se le pasaron por la cabeza, hasta que optó por bajar la montaña y espiar un poco la situación. Pues sí, era un pequeño travieso, pero sin grandes travesuras.
Luego de dos horas y media de descenso se
aproximó al carro y se ocultó tras unos floreados arbustos. Se escuchaban
risas, guitarras, bombos y hasta se podía sentir el aroma a brancatelli, bebida
típica de los humanos farreros. Como estaba a unos treinta metros no podía
distinguir quiénes eran estos alegres peregrinos, por lo que se fue arrastrando
entre los matorrales y las rocas hasta quedar a unos cinco metros de ellos. Fue
en ese instante cuando reconoció a Don Compás de V.Castillo y al enano Bombadir
junto a otros dos personajes que en ese momento no alcanzó a vislumbrar pero
bien oía sus voces. El travieso había escuchado rumores de que estos hombres
eran grandes aventureros y que todos los años concretaban un viaje hacia
tierras desconocidas. Y todo los rumores tomaron sentido, ya que estaban
hablando, un poco en tono de discusión, sobre una aventura que llevarían a cabo
y los preparativos para la misma. Emocionado el pequeño Tuk quiso acercarse aún
más, pero las debilitadas piedras que tenía a sus pies comenzaron a golpear
entre sí, ocasionando minuciosos chasquidos.
¿Quién anda ahí? Preguntó, en tono sereno, uno de los peregrinos.
El pequeño sin vergüenza se vio tan asustado que pensó lo mejor sería salir del escondrijo y explicar su situación.
Se puso de pie, cuál portero esperando el penal y dijo tembloroso:
Estaba en la cima de aquella montaña y al ver semejante cantidad de caballos me atreví a descender hasta aquí para averiguar lo que tramaban, pero ya se hace tarde y debo regresar. No creáis que soy un ladrón, simplemente un pequeño curioso. Lamento haberme entrometido.
Se armó un silencio rotundo en todo el piedemonte, como si las palabras del pequeño no hayan sido las adecuadas, o del agrado de esos peregrinos. Pero rompiendo el silencio habló Don compás con voz ronca y en tono jocoso:
Jmmm... Mira pequeño: no nos molesta vuestra presencia en absoluto, pero podría habernos avisado y con gusto sería bienvenido en esta ronda farrera, sin embargo dada su sinceridad, dejaremos de lado ese tema. Venga, no sea cobarde y tome un brancatelli para que su lengua se suelte y pueda contarnos un poco de usted.
Al escuchar estas palabras, Alcandora quedó
congelado de pies a cabeza, una mezcla entre alegría, ya que podría ser la
oportunidad de su vida para recorrer nuevas tierras y realizar aventuras, pero
mucho miedo también, dado a que nunca había atravesado los límites del valle ni
dejado de lado a sus amigos. Luego de un respiro profundo, sin decir palabra,
comenzó a acercarse paulatinamente al círculo de peregrinos. Los miró desde su
baja estatura, se trepó a una silla, bebió un sorbo de Brancatelli y dijo:
Yo soy el más pequeño de los Tuk, mi nombre es
Alcandora. Mi hogar está en el valle, a unas 5 horas de aquí, en la zona rocosa.
He escuchado innumerables hazañas en las cuales ustedes son participes y me han
narrado la aventura de las sierras del quinto noroccidental. He oído tamb...
Shh silencio niño ya has hablado suficiente. Dijo
Don Manroca el Caballerango. Y continuó diciendo: Mañana mismo partirás a tus
aposentos y prepararás algunos víveres junto a un poco de ropa, porque estarás con
nosotros en ésta aventura. Tendrás que estar dentro de dos lunas, aquí mismo,
con todo listo, pero ten en cuenta que es un largo viaje.
Todo está dicho pequeño, no nos defraudes…
Bebió un
sorbo del elixir Brancatelli y se lo ofreció luego, como si se tratase de un
pacto, al travieso Tuk.
Pasaron la noche comiendo, bebiendo y escuchando
las hermosas melodías del solista Manroca. Luego de una larga jornada fueron
cayendo en un sueño rotundo. Al amanecer el pequeño Tuk ya no estaba con ellos,
ansioso por su viaje marchó al rocoso valle en busca de víveres y ropa como le había
sido ordenado.
Dos lunas después se reunieron todos a los pies de
la montaña arquera. Don Manroca hablaba de un tal Barbiespeso que estaría esperando
en las lejanas tierras del este. Se concluyó entonces que hacia ese rumbo se dirigiría
el aventurero carruaje, denominado el trueno.
Quitando de lado las innumerables aventuras que
hubieron en el viaje y los sucesos desafortunados, pasare directo a lo
importante, es decir la llegada a las tierras del este, la de inmensos mares y
verdes praderas. Pero esto no será narrado por mí, sino sacado de los mismísimos
diarios del pequeño Alcandora Tuk:
A mediados de febrero nos encontrábamos en las
tierras del este, la de verdes praderas e inmensas llanuras cultivadas. Seis
peregrinos, cada uno con su talento, compartiendo un viaje que nos dejó
boquiabiertos. Don Brancatelli acompañaba en todo momento, tanto en las
tardes como en las noches, siempre fiel y fresco.
Como el insecto cae en las redes de la hambrienta
araña, y sin darse cuenta ya está casi envuelto, nos sucedió a nosotros por la
cruel y engañosa monotonía. Estábamos ciegos en unas tierras de lujuria y
placer, los días se repetían una y otra vez, siempre haciendo lo mismo. Hasta
que el día décimo vimos aproximarse una luz, tenue al principio pero que cada
vez brillaba más y más, desgranó de a poco la funesta red del cazador y caímos
al suelo…
El día décimo de esta aventura fue para nosotros el
comienzo:
Fuimos socorridos de la espantosa monotonía por la
Vanguardia del Balles, entrenados guerreros del más allá que tienen como
principio ir contracorriente por los caudalosos ríos, rescatando a los que ya
no tienen fuerzas para seguir remando y se los comienza a llevar la corriente.
Esos fuimos nosotros, las fuerzas se nos agotaban y la corriente comenzaba a
arrastrarnos, nos ofrecieron ayuda y la aceptamos, nos ordenaron remar con más
y más fuerza y que de esa manera ellos
harían su parte. Y así fue, logramos seguir contracorriente sin tanto esfuerzo.
Entablamos charla con los nobles guerreros, les
mostramos nuestras tradiciones guitarreras,
la forma de apreciar a Don Brancatelli, el contemplar la leña prendida
fuego, transformándose poco a poco en brasa, útil para la cocción de los
alimentos, y al final solo un puñado de cenizas. De muchos temas hablamos con
estos bravos hombres, ya sean de honor, soberanía, gloria, héroes, patria y
hasta del mismísimo Creador y Rey de todas las cosas. Los valientes del Balles,
estaban muy entusiasmado con nosotros por lo que no retornaban al más allá,
donde tenían sus deberes. Era de noche, Junto a Manroca y a Compas de V.
Castillo encendimos una fogata para cocinar un ternerito, los del Balles serían
nuestros invitados. Bombadir y Don Elefante preparaban el banquete de entrada y
llevaban las bebidas a la mesa. Mienrtas el enano Barbiespeso salía a recorrer
los bosques en busca de árboles secos, y no lo creerán hasta que lo vean, pero
siendo el más enano de los enanos, machacaba a los grises gigantescos y se los traía
al hombro, para mantener la fogata.
De repente tembló la tierra, vimos unas tres o
cuatro estrellas que caían hacia nosotros con toda velocidad. Los del Balles se
veían muy serenos y no se alarmaron ni un poquito. Bombadir y Barbiespeso
cargaron sus hachas sobre los hombros como esperando el combate, mientras gruñían
enfurecidos y llenos de ira. El elefante, el más experto en estrategias de
batalla nos dio a cada uno un puesto. El mío fue trepar un árbol y dar detalles
del supuesto enemigo, las estrellas cayeron a unos trecientos metros del
campamento y como siempre fui muy pequeño y escurridizo decidí acercarme más. En
dos minutos estuve ahí, escondido detrás de un árbol frondoso, tengo que
admitir que nunca sentí tanto miedo como en ese momento, me temblaban las
piernas y manos, goteaban mis cabellos del sudor, pero armado de coraje asome
la vista y entendí de qué se trataba todo esto. Recordé que los del Balles
estaban tranquilos, y se me vino a la memoria una de las viejas leyendas que
narraban mis ancestros. Fui lo más rápido que pude al campamento y conté la
leyenda a mis compañeros.
Todo empezó hace cuatro mil setecientos años, cuando
los primeros guerreros de la vanguardia salían a merodear los caudalosos ríos y
mares. Se encontraron con un puñado de elfas que estaban siendo sometidas por
la bravura del mar en medio de una tormenta, su barco comenzó a naufragar y no tenían
más remedio, entonces estos guerreros, apiadándose de ellas, las ayudaron y las
llevaron a tierra firme. Luego de este suceso las elfas quedaron inmensamente
agradecidas con la vanguardia del Balles y prometieron que a través de cada generación
visitarían a los bravos guerreros después de llevar a cabo un rescate, y el rey elfo ofrecería un obsequio.
Por eso queridos amigos esto que se viene no es una
guerra, sino la presencia de las hermosas elfas del naufragio. ¿No es así? Pregunté a los del Balles y estos asintieron
con la cabeza. Minutos después fueron llegando, eran en total seis hermosas
elflas, pudimos hablar con todas ellas, pero una en particular me toco el corazón
de alguna manera. Su nombre era Pilarius, compartimos buenas charlas y juntos
contemplamos el amanecer, de a poco mi corazón se fue abriendo hacia ella, sin
saber si un pequeño como yo podría merecer semejante estrella. Y digo estrella
porque así como vinieron se fueron y quedaron ocultas en el firmamento.
Ya habiendo pasado un mes del último avistamiento,
busco ansioso en el cielo inmenso aquella estrella que me dejo inquieto. Fueron
cuatro o cinco días que duro éste encuentro, siempre por la noche y también por
las tardes se mostraba brillante en el firmamento. Pero la última vez, brilló en
la mañana, algo increíble al hablar de una estrella, me sorprendió tanto que la
vi con más estupor que nuca, pues algo me decía que no la contemplaría de
nuevo.
Y así fueron pasando los días, noches, tardes y
mañanas buscando esa estrella que brillaba como ninguna. Ya a esta altura no sé
si lo que vi fue cierto, pero lo que sé es que a esa estrella la veo cuando
duermo y me estoy armando de coraje para salir a su encuentro en alguna no tan lejana aventura.
Don Alcandora Tuk, El pequeño.
Don Alcandora, estimado,
ResponderEliminarQué decir de su primera entrada en este blog. Se me hace que ha caido usted como una de esas estrellas del cielo, como un elfo, ducho en el arte de narrar e hipnotizar a sus lectores, pues así estaba yo mientras leía su relatom hipnotizado. Qué cantidad de bellas descripciones y personajes. ¡Qué imaginación y percepción tan sensibles!
Se me hace que estos nuevos gallardos superan con creces a los gallardos medios como yo, pero nunca a los venerables ancianos don Hilario, don Virula y don Ojota.
Le saludo con una reverencia respetuosa. Un fuerte abrazo,
E.N.
Caro Pequeño Tuk:
ResponderEliminarQue historia tan atrapante e interesante, que imaginación! Lo felicito por su escrito, y espero que esa aventura venga pronto para que pueda narrarla. La mendo un gran abrazo!
Jimmy
Jimmy, mi estimado:
EliminarGracias por catar este breve relato. Ansioso espero la llegada de esa nueva aventura, que sin duda sera motivo de escritos y relatos.
Grandes y hermosas aventuras hemos compartido, veo que esta escribiendo algo nuevo por lo que pasare mas tarde a leerlo.
Le saluda con un gran abrazo Don Alacandora, el pequeño.
Don Pelayo, viejo amigo,
ResponderEliminarMe motiva enormemente leer su comentario, pues me hace entender que la pluma puede ser compañera y amiga, como lo es de usted, de don Ojota, Don Hilario y Don Virulana de los Gamos. Con la ayuda del tiempo de la práctica y la disciplina, Dios mediante, lograré escritos mas bellos.
Agradecido por esta gracia de poder leer y escribir en este espacio tan puro y bello, le mando un saludo cordial. Dios permita algún día nuestro reencuentro.
Don Alcandora Tuk