Él fue quien me escribió primero. Me escribió para pedirme
el libro "Salmos y Cánticos" de Luis Alonso Schökel. Empezó diciendo:
"Don Pelayo, ¿cómo está? No nos conocemos, pero soy amigo de don Virula y
don Hilario...". Suficit.
Ahí empezó nuestra amistad. No conocía yo a Schökel, pero debió ser un buen tipo,
porque gracias a que escribió ese libro, The Young Writer me contactó para
comprarlo, y se inició nuestra amistad.
Me dijo que estaría de viaje por la Cristiandad, y que
pasaría los primeros días en la capital de los Austrias. Entonces le comenté
que podíamos vernos el 31 de diciembre. Y así quedamos.
La fecha se iba acercando, y mi alma se estaba
impacientando. Quería conocer a aquel gallardo de quien tanto me hablara don
Hilario en su estancia por esta tierra de conquistadores, quería sellar
nuestras almas trenzando unas palabras, conocer su alma a través de su honesta
mirada, saber de su hombría en un viril y gallardo apretón de manos.
Cada gallardo que pisa estas tierras en que habito es para
mí como una bocanada de aire fresco es para una persona fatigada de trabajo, es
como un poco de oxígeno para una persona que se ahoga. Y es que estoy en la
soledad propia de quien, anhelante de su Patria celeste, no puede gozar del
consuelo de su Patria terrestre. Así que tenía que ver a ese gallardo que llegaba.
Y hete aquí que llegó el día señalado. Cenaba yo con mi
familia, como es justo hacerlo en ese día, y entonces se me dieron las
indicaciones: "nos vemos a las 00:40 en la Parroquia de Nuestra Señora de
Europa, calle Nágera. Allí estamos alojados, te espero en las escaleras de la
parroquia".
Llegó la hora de salir para allá. Agarré un whisky que tenía
a mano en casa y salí. Iba en auto. Mi corazón palpitaba rápido, es inútil
negarlo, pero la batalla estaba en la cabeza: "¿y si no lo
reconozco?", "¿y si no sé de qué hablar?", "no voy a
conocer a nadie". Pero se esparcieron estos pensamientos como culebras
serpeantes y cobardes cuando me dije convencido: "es un gallardo; ya es
amigo, nada hay que temer".
Y llegué a las escaleras de la interminable iglesia, y allí
había dos personas, uno con boina, y el otro no. Estaba oscuro, no se veía
mucho. Bajé. Me fui acercando, y reconocí a uno de los dos: era don José del Alba,
gran amigo gallardo de la infancia. Y es que no había cambiado en absoluto, sólo en
virtud, hacia mejor. Le planté un abrazo como Dios prescribe que debe hacerse.
Y entonces, dijo el de la boina: "yo soy The Young Writer, don
Pelayo". Como dije, portaba una boina, color vino. Vestía pantalón claro y
campera azul. Algo de barba asomaba por su faz. Sonreía con sinceridad. Su
mirar era efectivamente honrado, caballeresco, noble y puro. No había en él
doblez, ni siquiera un pliegue. Y me plantó el mismo abrazo, pues no sólo Dios
prescribe dar un buen abrazo a los amigos del pasado, sino también a los del
porvenir. Y ambos teníamos esa certeza, éramos gallardos, y una amistad se
acababa de fundar.
Después de estar charlando un rato breve lo tres muy
efusivos, pasamos adentro. Mientras íbamos camino de la sala donde se
encontraban todos desenvainé el whisky que traía, un Red Label, y me lanzaron
una mirada cómplice. Y es que el whisky une. Pasamos con la gente, y los cuatro
ensotanados sacerdotes que allí había, amable y diligentemente se acercaron
para saludarme, y gritaron al resto anunciando que había venido con whisky.
Hubo alegría, y mucha. Estaban todos sentados en círculo, guitarreando.
Nosotros tres nos colocamos juntos, para poder charlar. Ya sabíamos que no se
debía hablar mientras se guitarreaba pero, entiéndannos, era una causa
justificadísima. Estábamos ávidos por recordar, por reconocernos.
Ahí tuve la ocasión de conocer al hermano del Young Writer,
del mismo corte noble que él. Los Writer son gente gaucha, de eso no hay duda.
Y también tuve el placer de conocer al recitador supremo, al gran Don Rionnes. Guitarreamos hasta las 3:00 a.m., y hubo algunos que bailaron. No me
corresponde como sobrino del Tío Niebla hacer este comentario, pero había un
ángel en aquella sala que cantaba como un serafín, tenía el carácter del
Arcángel San Miguel, y la dulzura del Arcángel San Gabriel, y la prudencia del
Arcángel San Rafael. Una mujer realmente bella y virtuosa. Quiera Dios que el
hermano del Young Writer la haya conquistado para ángel de la guarda.
Al terminar la guitarreada salimos, guitarra en mano, por
las calles de la ciudad, en busca de una taberna que ofreciera pan líquido. Y la
encontramos. Simplemente cambiamos la guitarreada de lugar. Había gentes de
otros países que se acercaban a escuchar la belleza de la poesía y la armonía
de la musicalidad del folclore argentino. Se cantó un buen rato, con algo de
frío, pero la calidez del ambiente atemperaba la frialdad de la noche. Se me
mandó incluso que tocara algo de flamenco, para que uno de los expedicionarios
que había venido pudiese bailar con una española el baile tan típico aquí.
Hice lo que pude.
Ya a la vuelta, cuentan las musas y susurran los duendes que
The Young Writer conquistó a una francesa, que quedó con el corazón fraccionado
al marchar su galante caballero por las Uropas en busca de travesías dignas de
ser contadas. Esto ya no lo cuentan, sino que lo vi yo mismo, y es que TYW
incluso enseñó a bailar a dicha afrancesada señorita un baile típico nuestro:
la chacarera. Ese momento fue memorable. Sabe Dios si se verán en un futuro, lo
que sí sabemos todos es que en el corazón de aquella jovencita plantó nuestro
amigo la semilla del amor.
Ya volviendo a la parroquia, a eso de las 5:00 a.m., se retiraron
todos a dormir, salvo nosotros tres: el don José del Alba, TYW y yo. Preparamos un
mate, y nos sentamos a charlar. Se habló de cosas elevadas, como de la cerveza
de trigo, de la añoranza de la Patria y de las Sagradas Escrituras. Estuvimos
poniéndonos al día con nuestras respectivas vidas. Y ya a las 6:00 a.m. tuvimos
que clausurar, más que nada porque nuestros ojos estaban precisamente
clausurando sin nuestro permiso. Me acompañaron a las suntuosas escaleras de la
parroquia, y allí nos despedimos, con dolor en el alma, pero con gozo en el
espíritu, tres almas habían crecido en amistad.
Doy gracias al Altísimo por esa noche. Pues Él me cuida en
mi exilio, regalándome pequeños consuelos para el alma sufriente. Esa noche, un
bálsamo fragante había inundado mi nostalgiosa soledad. Así como Gauvain en un
día se juró amistad perpetua con Perceval, así yo me juro amistad fiel con mi querido
gallardo.
Ahora ya ni el tiempo ni la distancia truncará esta amistad
surgida entre The Young Writer y yo, don Pelayo. Pues el alma no conoce de
tiempos ni de espacios. Pero lo que sí intuye el alma son las almas semejantes. Y yo
les digo, gallardos todos, esa noche mi alma encontró a una semejante.
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Don Pelayo.
Hermoso poder leer estas palabras Don Pelayo, he podido meterme en escena y escuchar ese hermoso folclore que nos destaca a los Argentinos, mirar esos bailes nocturnos junto con francas señoritas. Me alegra saber que pudo conocer a otro noble Gallardo. Saludos cordiales
ResponderEliminarMuy bien don Pelayo; el celo por su Patria lo consume. Se nota en sus palabras y esperamos que Dios mediante pueda regresar con prontitud al lugar que tanto añora y extraña. Aqui lo esperaremos con TYW y todos los nobles gallardos, con Whiskey en mano y carne en el brasero.
ResponderEliminarSalud! Por cierto debo decir que me ha asombrado que dedique un escrito a este a la historia de su base amical con un Gallardo... Pobre de mí, jamás se me hubiese ocurrido, pero, quitado el velo, reconforta el alma saber que aquel hombre desconocido y perseverante, querido emigrante, también tiene un ojo fino para la elección de temas que ameritan gastar la pluma. Saludos, adhiero al comentario del Marqués.
ResponderEliminarHay más alegría en Los Gamos por la amistad de dos gallardos, que por mil amistades mundanas. Que dos almas separadas por 106,5 millones de km2 de mar, sean semejates, solo tiene una explicación: La Fe verdadera. Y esto es un motivo de enorme júbilo, pues Dios hace semejantes a los suyos. Por otra parte, la coparticipación de los sentimientos de un amigo, es un milagro más grande que todo ese océano. Y eso es lo que experimento, una gran alegría fundada en la alegría de estos dos grandes gallardos, quienes han sellado una amistad profunda en Crsito. Seguro he de estar, que los caminos del cielo juntarán en la patria sus vidas también, para combatir a la par.
ResponderEliminarUn gran abrazo para ambos ejemplares gallardos!
Don V.
Mag4bificas crónicas, y veramente romántica. Debe gernerar mucha ansiedad esa sensación de que uno sube al auto sabiendo que ira a conocer a un amigo. Y asombro es que no haya duda alguna de eso, por mas de que solo habia cruzado algunas palabras virtuales.
ResponderEliminar"Dime con quien andas y te dire quien eres" ,frase que ahorra muchos inconvenientes.
Me alegro y brindo por aquel encuentro en las Uropas.
Un gran abrazo.
+DOF